Nada mas aparcar el coche en el entrador de un campo de almendros me
di cuenta que había cometido un error de principiante. ¿Venir en pantalón corto
a un lugar desconocido? Parezco novato. jejeje
Y en efecto, pese a que el ascenso no era excesivamente duro, la errónea elección del uniforme hizo que
nuestras piernas sufrieran el continuo acoso de las dichosas aliagas. ¡Jamás
vayáis a una excursión a un monte desconocido con pantalón corto!
Sin embargo, dejando a un lado
la desacertada elección textil, el lugar es realmente especial. No solo por sus
intrincados pasadizos de caliza, ni por los inexplorados agujeros que se
introducen en la roca hacia un mundo subterráneo desconocido, también por los
dos nombres con que son conocidas estas cuevas en Crivillén.
Su nombre oficial es “Cuevas de Eva”. Seguramente bautizadas por un romántico que creyó ver en estas guaridas pétreas el origen de la vida según el antiguo testamento. Como si aquellas oquedades hubiesen servido de refugio a la primera “madre” una vez ella y Adán fueron expulsados del paraíso. Sin embargo, los ancianos del lugar, también la llaman "cueva de los Moros", pues según cuentan, trascendió de generación en generación, que allí vivían “los Moros” muchos años antes de que los reyes aragoneses dominaran estos territorios.
Entre nosotros, dudo mucho que
una civilización tan avanzada como la islámica se refugiara en ese roquedo, y más
después de comprobar la falta de material cerámico en la ladera inferior a las
cuevas. Esta leyenda, mas bien tiene que ver con el hecho de que, para nuestros
antepasados, todo aquel periódico histórico que vaya mas allá del “Batallador”
es sinónimo de “moros.” Para la gente mayor, aquellos que por circunstancias
nunca pudieron tener un libro de historia entre las manos, los moros fueron los
primeros pobladores de nuestras tierras, y todo elemento que supere el milenio
de edad es de origen “moro”.
Gracias a un guía excepcional, Jesús
Moreno, pudimos visitar estas bellísimas cuevas, situadas en un lugar
privilegiado, dominando todo el cañón del rio Escuriza en su camino hacia el
pinar de La Codoñera, entre Crivillén y Alloza.
El hollín decora todas las
complejas estancias del conjunto de cuevas. En todas ellas, al menos una vez en
la historia, algún ser humano encendió una hoguera. Una prueba más de que
aquellas oquedades, suspendidas a cinco o diez metros de altura sobre la
cortada de caliza, han servido de refugio a antiguos moradores.
Sorprende lo intrincado de su
estructura. En todas ellas encuentras agujeros de pequeño tamaño que se
introducen en el corazón de la montaña. Agujeros por los que, al menos ahora,
seria imposible que accediese un ser humano sin escombrar el suelo. Incluso en
una de ellas existe una pequeña galería de unos seis o siete metros de larga
por la que debes pasar agachado y que poco a poco se va estrechando hasta que
es imposible seguir. Eso si, la galería continua hacia el interior.
Otras muchas están comunicadas
entre si, y el discurrir del agua en días de lluvia ha dibujado formas
preciosas en las paredes que envuelven a la sala principal. La verdad es que es
un mirador excepcional, un lugar de gran importancia estratégica, a salvo de enemigos
o depredadores.
“Cuevas
de Eva” o “Cuevas de los Moros”, nombres ancestrales que han perdurado en el
tiempo entre los vecinos de esta pequeña villa de la comarca Andorra-Sierra de
Arcos. Quizá en un pasado lejano todavía quedasen evidencias reales de la
presencia de seres humanos viviendo en aquellas cuevas. Quizá restos de huesos,
o algún rincón pintado, a salvo del tizne negruzco de las hogueras. O incluso
es probable que, hace cientos de años, aquellos recovecos que se adentran en el
corazón de la estructura caliza y por los que hoy no cabria nada mayor que un
gato, entonces eran accesibles para un ser humano, entrando en alguna galería
donde existían pruebas inequívocas de que aquel lugar fue refugio y morada de
una pequeña comunidad humana tiempo atrás.
Probablemente
nunca sepamos toda la verdad sobre el origen de los nombres de estas peculiares
cuevas. Lo que es seguro, es que los nombres nunca se eligen por casualidad,
los antiguos siempre bautizaban los lugares en los que vivían con un principio
claro de causalidad.
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