" Cada salida, es la entrada a otro lugar"

Este blog pretende transmitir la belleza y peculiaridad de lo cercano, los lugares que nos transportan en el tiempo y en el espacio. Rincones de nuestra geografía más próxima que nos dejan sin aliento o nos transmiten una paz necesaria en momentos de dificultad. Espero contribuir a que conozcamos un poquito más dichos lugares y a despertar la curiosidad del lector para que en su próxima salida, inicie la entrada a otro lugar... un lugar al que viajar sin necesidad de sacar billete.

viernes, 10 de enero de 2020

ERMITA DE LA VIRGEN DE LORETO (La Codoñera)

Esta ermita, situada en los alrededores de esta bella localidad del valle del Mezquín, también es conocida como “Virgen del Loreto”. Llama la atención desde la distancia debido a las tejas coloreadas que presiden su bella cúpula.
 
 
 
Fue el 21 de mayo de 1776 cuando el rey Carlos III eleva a La Codoñera a la categoría de villa y la separa de la jurisdicción de Alcañiz, convirtiéndola en nucleo urbano independiente. En 1784 se inician las obras de esta bella ermita barroca. ¿Quisieron conmemorar así tan importante acontecimiento?

“La construcción de este edificio se inició en 1784 y se concluyó once años más tarde, el 8 de diciembre de 1795. En el siglo XIX el presbiterio fue remodelado por el artista alcañizano Tomás Llovet, autor también de la reforma de la cabecera de la ermita de Nuestra Señora de los Pueyos de Alcañiz. Sufrió importantes desperfectos en la última guerra civil que exigieron su restauración.
 

 

Es un interesante ejemplo de arquitectura religiosa barroca. Es de planta centralizada: planta de cruz griega con pórtico a los pies. Su espacio interior está dominado por el protagonismo de su gran cúpula sobre un alto tambor y el tabernáculo que acoge a la imagen titular. Un amplio conjunto de pintura mural se desarrolla en sus muros y cubierta.

En el exterior destacan el amplio pórtico de cantería situado a los pies del edificio -definido por tres arcos de medio punto en su frente y uno en cada lateral, y rematado por un gran frontón triangular- y la torre cimborrio de ladrillo, planta octogonal y tejas polícromas.”


jueves, 9 de enero de 2020

CAMARÓN y SANTA FLORA (Mas de las Matas)

Javier Díaz, amigo e historiador de Mas de las Matas, me comento que frente a la ermita de Santa Flora, en su pueblo, Javier Ibáñez y José Francisco Casabona habían realizado una cata arqueológica en la que se distinguía a la perfección uno de los gruesos muros, 1,7 metros de anchura, que formaron parte de la antigua fortaleza de Camarón. La prueba definitiva de la potencia alto medieval de este desaparecido poblado.

 







Según dicen Antonio Martín Costea y Antonio Serrano Ferrer en su libro Camarón, editado por el Grupo de Estudios Masinos en 1984, “Camarón era conocido por su carta puebla. Sin embargo aparecía como un lugar aislado en la historia y no bien situado geográficamente, desapareciendo después sin dejar continuidad.” Dicha carta puebla data del año 1194.

Son varias las reseñas históricas que se citan en dicho libro, que afianzan la teoría de que Camarón era un importante núcleo poblacional, pero me permitiréis mencionar una en particular. El Padre Faci, del que hemos hablado largo y tendido en otros artículos, decía lo siguiente:

“En la villa de Aguaviva se hayo escritura muy antigua, en que se dice: Que a Don Blasco de Alagón no solo dio el Rey Don Jaime las Villas de Sastago y Pina, sino también esta Torre Blanca y el Castillo de Buñol, aquí vecino a la otra parte del río…” Según Serrano Ferrer y Martín Costea, la Torre Blanca a la que se refiere el Padre Faci “era un torreón del castillo de Camarón que, debido a tener las uniones de las piedras recubiertas con argamasa blanca, era conocida por el vulgo con ese nombre en los siglos XVI XVII”

Los autores localizan el importante despoblado de Camarón en el cerro de Santa Flora, y parece que la cata confirma aquella razonada teoría. Las laderas del cerro presidido por la ermita confirman que allí hubo un asentamiento importante, pues existen centenares de restos cerámicos de diferente morfología y antigüedad esparcidos por todo el contorno. 








Una campaña de excavación ambiciosa sería lo más adecuado ante la importancia de este enclave singular a lo largo de la historia.



CUEVA DE VALDEMANCHO (Molinos)


Como siempre decimos en Explorador de Proximidad, los nombres con los que nuestros antepasados bautizaron los diferentes rincones de nuestra geografía, no son casualidad. La mayoría de las veces responden a alguna particularidad propia de ese lugar.

Atalaya, Castellar, Val de Nuez, Las Ermitas, Val de Noria, Monroyo, Fonfría, Montalvos, Cabecico Redondo, Val de Castillo, El Batán, El Encinar, La Dehesa... Infinidad de nombres de partidas cercanas, que fueron bautizadas por alguna de sus particularidades, por alguna característica arquitectónica, natural o geológica que las hacia diferentes.

Por su nombre es como descubrimos al protagonista de nuestra aventura de hoy, localizándolo en un mapa y acercándonos a confirmar que dicho nombre, respondía a la definición de algún elemento particular de ese lugar.

Villar del Castillo, Cerro de las Cuevas de Valdemancho y Villa de Castilla, esas eran las tres localizaciones geográficas, muy próximas entre si, que llamaron poderosamente nuestra atención, apremiándonos a visitar el lugar lo antes posible. 


El enclave en cuestión se encuentra en las estribaciones de las sierras de Ejulve, en término municipal de Molinos, aproximadamente a mitad de trayecto del histórico camino que unía ambas localidades en el pasado, hoy transformado en el “sendero de Gran Recorrido número 8” (GR-8). Dicho sendero discurre paralelo al rio Guadalopillo, y por su margen izquierda, desemboca un barranco llamado Arroyo de Valdemancho. Era allí donde íbamos a dirigirnos.

La mañana amaneció heladora. Cuando emprendimos el viaje el astro Rey ni tan siquiera se había desperezado, el roció nocturno adornaba todos aquellos elementos que habían dormido al raso, y los ocres del otoño sumaban el blanco roto de la escarcha a su tempranero atuendo.

Al salir de “la Fiel y muy Ilustre” tomamos la carretera TE-8215 en dirección a Molinos. El alba nos permitía ver mucho mas allá de los haces de luz de los faros del vehículo, pero los primeros rayos aun no se reflejaban en la mansa lamina de agua del embalse de Gallipuén.

Ni un alma en la travesía de Berge. Rozábamos la hora en la que los más madrugadores ya habían partido a sus obligaciones, y los menos madrugadores comenzaban a desperezarse bajo las sabanas.

Siempre ha llamado nuestra atención la torre de la iglesia de Berge, pues muchos de los vanos que parece que deberían ser ventanas, están tabicados. Desconocemos el porqué de esta curiosa circunstancia. Hemos buscado información en la red, pero no hemos logrado encontrar nada que explique el motivo por el que se le dio esa “solución” arquitectónica a la atalaya de San Pedro Mártir.


Dejamos Berge atrás, y continuamos hasta la intersección de la vía sita junto al río varios kilómetros más adelante, donde giramos a la derecha en dirección a la Venta de la Pintada. A nuestra izquierda distinguimos un esbelto peirón de bellísima factura. Peirón que ejercía de anfitrión en la entrada al camino que debía desembocar en nuestro objetivo. Aquel peirón debía señalar el cruce de caminos importantes, pues los peirones tenían una doble funcionalidad, por un lado señalaban el inicio o la confluencia de caminos, y por otro tenían un carácter devocional, santificando el lugar que ocupaban.

El firme del camino no era del todo regular, y en lugares concretos del mismo, había baches profundos capaces de exigir al mejor de los amortiguadores, pero era perfectamente transitable incluso con un turismo. Continuamos con el vehículo poco más de tres kilómetros, aparcándolo junto a una señalización vertical del GR-8, a la altura de la desembocadura del arroyo de la Valdemancho.

La vega del Guadalopillo en aquel lugar está ocupada por grandes bancales de cereal, que dejan un par o tres de varas al cauce, por cuyo centro apenas se distingue el líquido elemento. Parece ser que en la mayor parte del trayecto el agua discurre subterránea.

Un bellísimo manto verde cubría todas y cada una de las montañas que nos rodeaban. Bosque mediterráneo, donde el pino carrasco, la sabina y el enebro eran los grandes protagonistas, con un manto vegetal a sus pies muy espeso que apenas dejaba caminar por su interior. 


Iniciamos la marcha por el camino que discurría barranco arriba, pegado a la ladera de la elevación montañosa de nuestra izquierda. El centro del barranco también estaba roturado por completo, extensos campos de cereal ocupaban toda la rambla. La composición geológica del terreno era la misma que la de las montañas que rodean Alcorisa, una combinación de capas de conglomerado y sayón. El sayón o arcilla se erosiona con mayor facilidad que el conglomerado, produciendo balmas u oquedades que en ocasiones, son bastante profundas.



Conforme avanzábamos podíamos distinguir en varios lugares de la ladera montañosa, paredes de mampuestos ubicadas frente a pronunciadas balmas, probablemente corrales de ganado. Los constructores de los mismos aprovecharon la orografía propia del terreno para ahorrar material y tiempo, pues solo tenían la necesidad de construir un muro que cerrase la propia oquedad de la montaña. ¿Quizá ese era el origen del nombre de las Cuevas de Valdemancho?

Continuamos avanzando, y en medio de dos espectaculares formaciones rocosas, pudimos contemplar una edificación especialmente asombrosa. Se trataba de un complejo arquitectónico incrustado en la propia pared pedregosa. Estaba en los roquedos que delimitaban el cauce del barranco en su lado izquierdo. En una pronunciada pared en la que las avenidas de un acudidero, habían labrado unas profundas oquedades entre las capas de roca sedimentaria formada por clastos redondeados. 


Desde el lugar en el que nos encontrábamos se distinguían hasta tres balmas cerradas por muro lucido. Y delante de ellas, dos recintos irregulares delimitados por muros de piedra seca. En un principio pensamos que podría tratarse de una masía, pero conforme nos acercábamos descartamos esa posibilidad. Todo apuntaba a que se trataba de un recinto dedicado la cría de animales, un corral. De hecho unos cientos de metros más arriba, en el mismo barranco, todavía existe una granja en plena producción, que tiene un corral de ganado en una de las oquedades de la pared rocosa. .

El enclave es espectacular. Es complicado describir con precisión el lugar. Como decimos, está construido al fondo de una lengua lateral del propio barranco, lengua labrada por la erosión producida por un acudidero de agua de la propia ladera de la montaña. Dicha erosión ha construido un complejo de oquedades bajo la caída del agua del propio acudidero, complejo aprovechado para la construcción de varios corrales, A ambos lados de la lengua, la propia erosión también se ha encargado de cincelar unas formaciones geológicas espectaculares. Esbeltas agujas de conglomerado y arcilla de formas imposibles, capaces de maravillar al menos sensible de los visitantes.


Conforme nos acercábamos al complejo podíamos apreciar las heridas más importantes del vetusto redil. El muro que cegaba la oquedad de la derecha, presentaba graves deficiencias arquitectónicas, de hecho la pared que debía cerrar el segundo piso de la edificación estaba totalmente derribada. En la parte más baja había un pequeño soportal, probablemente para refugio de los animales que viviesen en el recinto, y a la derecha del mismo, unos escalones que daban acceso a la puerta del piso superior. Al entrar por dicha puerta, encontramos una angosta habitación llena de paja, y al fondo a la derecha de la misma, un vano de acceso a otra estancia. Frente al vano, el suelo estaba totalmente hundido, pero alguien había colocado dos tablones para poder pasar.


Al otro lado de dicho vano encontramos una profunda balma, una balma por cuya parte superior manaba un pequeño hilillo de agua que había esculpido unos irregulares salientes de cal pegados al techo. El agua caía sobre la roca, creándose un complejo ecosistema mohoso y musgoso alrededor de un minúsculo pozal que recogía el líquido elemento. El pozal estaba totalmente lleno, por lo que el agua discurría roca abajo hacia un rebaje cuadrado que iba a parar a la planta baja de la construcción. En las paredes de la roca se habían construido nidales de mampuestos, por lo que pudimos deducir que aquel espacio fue un palomar en tiempos pasados.


Las otras oquedades cerradas con tapia lucida también parecían ser palomares. Además estaban unidas entre sí por una deteriorada pasarela, A esas dos balmas nos fue imposible acceder. 


 Antes de irnos echamos un nuevo vistazo a aquel singular enclave. Las tapias eran de ladrillo lucido, por lo que no era un complejo demasiado antiguo. Casi con toda seguridad los recintos inferiores y las balmas, rezumaron vida en el siglo pasado. Apostaríamos a que allí convivieron una potente colonia de palomas y una “puntica” de ganado ovino no muy numerosa en los últimos años del siglo XX. Lo cierto es que aquella construcción añade espectacularidad al enclave, ya de por si fascinante por las sensacionales formas geológicas que lo escoltan.


Después de visitar aquel peculiar lugar, aun tuvimos tiempo de trepar hasta la cima de la montaña, buscando la partida llamada Villar del Castillo. La cresta estaba prácticamente roturada en su totalidad, y aparte de algún resto cerámico, no conseguimos distinguir nada que nos invitara a relacionarlo con dicho nombre.


Lo que es seguro, aun a riesgo de repetirnos en exceso, es que aquellos tres nombres responden a un pasado donde la vida de aquel barranco era intensa, donde muy probablemente hubiese algún poblado, burgo o caserío, que invitara a nuestros ancestros a bautizar así aquellas demarcaciones.