" Cada salida, es la entrada a otro lugar"

Este blog pretende transmitir la belleza y peculiaridad de lo cercano, los lugares que nos transportan en el tiempo y en el espacio. Rincones de nuestra geografía más próxima que nos dejan sin aliento o nos transmiten una paz necesaria en momentos de dificultad. Espero contribuir a que conozcamos un poquito más dichos lugares y a despertar la curiosidad del lector para que en su próxima salida, inicie la entrada a otro lugar... un lugar al que viajar sin necesidad de sacar billete.

viernes, 20 de diciembre de 2013

LA PIEDRA DEL SAPO

     Hoy nos vamos a ir un poquito mas lejos, a la comarca de la nieve, a Gudar-Javalambre. Una comarca con una riqueza natural y patrimonial muy extensa. Sin embargo hoy quiero hablar de una curiosidad, de una de esas leyendas que confieren al elemento mas sencillo del paisaje una atracción especial, la famosa “piedra del sapo”.

“Alcalá de la Selva es villa conocida por la famosa "Piedra del Sapo", leyenda según la cual, se le atribuye poderes que otorgan suerte, salud, dinero y amor, especialmente a aquellos que durante las noches de Luna Llena, la toquen tres veces.”
    Son muchos los que equiparan esta piedra con las ostras frescas o la famosa pastillita azul (VIAGRA).  Muchos pensareis que es una simple piedra sin ningún tipo de atractivo, pero recibe innumerables visitas que desean tocar esta formación caliza legendaria. Esa es la inmensa importancia que tiene la leyenda.
      Quizá si en tiempos pasados a alguien se le hubiese ocurrido extender la leyenda de que beber un sorbo de agua de la fuente de Anduch, en noches de luna llena y subido sobre “El CUCON” de Foz Calanda, nos daba un año mas de vida, hoy seria uno de los lugares mas visitados de la Comarca del Bajo Aragón.

lunes, 2 de diciembre de 2013

SANTUARIO VIRGEN DE LA FUENTE

 Otro de los grandes tesoros arquitectónicos que alberga nuestra provincia. 
 

           En el sigo XIII, pocos años después de la reconquista de nuestras tierras, no sabemos muy bien si por el hecho de que la santísima mostraba así su alegría por la tierra recién recuperada a los moriscos o porque los cristianos de la época vieron en esta formula una manera de adoctrinar a los vasallos musulmanes que permanecieron en las poblaciones conquistadas, aparecieron por todo el Bajo Aragón histórico infinidad de imágenes de la virgen en diferentes puntos geográficos. Esas imágenes siempre obraban el milagro de regresar al lugar donde habían sido encontradas y allí se erigía una ermita en honor a tan “incomprensible” hecho.
       El Santuario de la Virgen de la Fuente es uno de aquellos lugares en que la virgen tuvo a bien aparecerse en forma de talla de madera, y gracias a esa “aparición” hoy podemos disfrutar del magnifico porte de esta obra constructiva, que combina a la perfección diferentes estilos arquitectónicos.


 

 “La ermita de Arriba es el edificio más antiguo que se conserva del Santuario. Su construcción se inicia en 1341, después de que la ermita original, construida el siglo anterior y ubicada más abajo, donde según la leyenda se encontró la Virgen, sufriera los desperfectos de una riada.
Es una obra gótica-mudéjar que comprende una sola nave de cinco tramos, de testero recto con techumbre de madera sustentada sobre arcos diafragma apuntados.
La decoración gótica que se conserva es de gran riqueza. En los capiteles de las arquivoltas de la portada se representan, a modo de friso corrido, numerosas escenas del nuevo testamento; en el lado izquierdo: las Bodas de Canà, la Anunciación de los Pastores, la Presentación en el templo, la Huida a Egipto y el Sueño de José; y la parte derecha: Jesús en la cruz, la Curación de la Hemorroisa y la Adoración de los Magos. Las figuras a los lados de la Virgen que corona la arcada representan muy probablemente a personajes de la Orden de Calatrava, la cual gobernaba la villa.
La techumbre es una de las muestras más impresionantes de la carpintería mudéjar aragonesa. Presenta una interesante decoración donde destaca la cruz de Calatrava y otros motivos heráldicos acompañados de rostros humanos de gran sencillez estilística.
Esta ermita fue declarada Monumento Nacional en 1931.”





Fuente: Comarca del Matarraña

Este bello lugar, mas pronto que tarde, sera protagonista de una de mis excursiones.
  

miércoles, 27 de noviembre de 2013

SANTUARIO DE MONSERRATE


La construcción de edificios o templos de culto cristiano fuera de los núcleos habitados casi siempre están vinculados a algún tipo de aparición mariana. Algunas veces las leyendas nos relatan la aparición física de la virgen y otras, las mas habituales, nos narran la historia de una pequeña talla de madera que la representa, y aparece en lugares muy determinados, produciéndose el milagro de que aun después de su traslado, la imagen vuelve a aparecer en el sitio donde fue encontrada.

            El lugar que vamos a visitar en esta ocasión es ejemplo de esto último. En el siglo XII, en plena reconquista del Bajo Aragón, un pastor encontró entre las ramas de un enebro la talla de una virgen, fue trasladada por dos veces a la localidad de Fornoles, y por dos veces aquella imagen volvió a aparecer entre las ramas del enebro. Así nació el santuario de Monserrate. Mas tarde creció con el cariño y la devoción de los vecinos de Fornoles y alrededores, y si nadie lo remedia, morirá hundido por la desidia de las instituciones que deberían velar por su conservación. No entiendo el afán de la iglesia por escriturarse aquello que no es suyo si luego ni lo arregla ni lo mantiene.

            Comienzo mi excursión de hoy por la carretera nacional 211 en dirección a Alcañiz. Atravieso el pueblo del milagro y me adentro por las tupidas plantaciones de maíz que bailan al compás del viento celebrando nuestro paso.

El contraste que disfrutamos conforme nos acercamos a la “histórica y heroica” ciudad es cuando menos curioso, de un lado los modernos edificios de Motorland, del otro el imponente castillo calatravo, testigo incansable de los continuos cambios que ha sufrido el valle del Guadalope.

Una vez en la rotonda, me incorporo a la variante dirección Castellón. Desvío la mirada a mi derecha intentando distinguir el viejo caserón que tantas veces me ha quitado el sueño, la impresionante casa solariega, hoy demacrada por la soledad y el olvido. “Torre de palos” susurro mientras vuelvo a mirar hacia delante. Algún día, cuando conozca mucho más la historia y las historias de aquella masia, será protagonista de una de mis excursiones.

Continuo, sin dejarla, por la nacional 232.  Quedan atrás las ventas de Valdealgorfa y me adentro ya en la Comarca del Matarraña. Unos kilómetros mas adelante, pasado el cruce de Valderrobres, distingo una nueva intersección, Fornoles a la izquierda y La Codoñera a mi derecha. Sigo recto intentando distinguir la característica espadaña del santuario de Monserrate.

Ya lo veo a mi izquierda, pero tengo que continuar un kilómetro mas adelante, hasta el cruce de Belmonte de San José, para poder hacer el cambio de sentido que me permita acceder al santuario. A mi llegada me llaman la atención los carteles de señalización. En todos ellos se lee “Montserrate”, sin embargo en Fornoles el santuario es conocido como Monserrate. Extraña contradicción. He de decir que mientras escribo todavía desconozco el verdadero nombre del lugar, pues lo he encontrado escrito de ambas formas en infinidad de sitios.

Me bajo del coche mientras espero al que hoy será mi guía en esta interesante excursión. Sergio, amigo y vecino de Fornoles, se presto amablemente a enseñarme, no solo el Santuario, sino también las historias que en el se han vivido.

Observo detenidamente el edificio. Se distinguen dos construcciones completamente distintas, a mi izquierda, lo que parece ser la Iglesia, esta construida en piedra sillar, llena de marcas de cantería en toda su extensión, mientras que en el edificio anexo predomina la mampostería. Esta rodeado de unos inmensos cipreses, algunos de ellos, por su envergadura, parecen plantados cuando se construyeron los edificios anexos, en el siglo XVII.

He leído que por aquel lugar siempre ha transcurrido el camino real que unía las localidades de Alcañiz y Morella, o lo que es lo mismo, Zaragoza y Peñiscola. Puedo imaginar que en el siglo XVII, y debido al continuo ajetreo de carros y carretas con mercancías venidas del puerto de Peñiscola y con destino a Zaragoza, la Orden de Calatrava decidiera ampliar la pequeña ermita para dar servicio y descanso a aquellos viajeros. En definitiva el santuario ha sufrido tres transformaciones importantes. Su construcción original entre finales del siglo XII y principios del XIII, la ampliación gótica realizada en el siglo XIV y la construcción de los edificios dedicados a hospedería en el siglo XVII.

Bajo por la pequeña ladera que separa el aparcamiento del santuario y distingo el sonido lejano de un motor. Mi guía ha llegado. Sergio lleva en su mano derecha un pequeño bolso donde se oye el inconfundible sonido de la colección de llaves que presumiblemente nos darán acceso al viejo edificio contemplativo.

Comenzamos nuestra visita por el camino que se abre paso a la derecha de la construcción. El edificio es sobrio, de líneas rectas, sin grandes alardes constructivos ni complicados trabajos de cantero. Conforme avanzamos mi anfitrión me cuenta la historia de un soldado de la guardia mora de Franco que en la guerra civil, aprovechando la oscuridad y la frondosidad de uno de los cipreses, se escondió, fusil en mano, esperando el regreso del sol. Aquel soldado africano sembró el pánico entre las tropas republicanas que deambulaban esos días por el lugar, que veían caer de un disparo a sus compañeros sin conseguir localizar el origen de los mismos. Fueron muchos los soldados republicanos abatidos hasta que se descubrió la ubicación de aquella avanzadilla nacional de un solo individuo.

Tras una lucha encarnizada con las llaves por fin podemos acceder al edificio. Se abre ante mí un patio enorme, rodeado de grandes soportales con arcos de medio punto. El complejo arquitectónico rodea todo el patio interior, y pese al deterioro sufrido por el tiempo y el desuso todavía podemos apreciar la grandeza que tuvo el lugar en tiempos pasados.

A mi derecha se encuentra lo que parece ser la vivienda del santuario, el lugar donde se hospedaban aquellos que prestaban servicio a peregrinos y visitantes. Es la zona mas deteriorada, sus techumbres han sucumbido al rugido incansable de los elementos, a las desafortunadas visitas de los enemigos de lo cívico y al olvido y desidia de aquellos que deben velar por su conservación.




A mi izquierda, sobre los soportales, distingo un edificio parcialmente reconstruido. Se han consolidado techos y ventanas, conservando la esencia de lo que algún día fue un lugar de descanso y reposo. Al fondo, asentada sobre estructura de sillar y con doble puerta al patio, se encuentra lo que hoy es una de las ermitas mas veneradas del Bajo Aragón histórico.

Cuenta la leyenda que el 4 de mayo de 1512, ante la intensa sequía que asolaba todo el Bajo Aragón histórico, tuvo lugar una romería a este santuario en la que, sin haberse avisado previamente, coincidieron varios pueblos de la zona. Desde entonces cada segundo domingo de mayo se conmemora aquel hecho histórico, considerado como otro milagro de la venerada reliquia.

Conforme nos acercamos al templo, puedo distinguir la maravillosa arquivolta de su portada principal. Pese a ser gótica, esta coronada por un enorme escudo de estilo barroco y adornada con motivos religiosos y florales. A la derecha de esta puerta hay otra de extraordinarias dimensiones, no encuentro explicación a la existencia de doble puerta en apenas tres metros, y mas cuando una de ellas es de un tamaño desproporcionado.



Nos dirigimos hacia la iglesia. A mi izquierda, bajo los porches, hay restos de lo que antiguamente fue un pulpito de oración, uno de esos balconcitos elevados donde un clérigo leía las sagradas escrituras mientras los demás disfrutaban de la comida. Supongo que serian los caballeros y frailes de la Orden de Calatrava los que premiaban a los peregrinos, no solo con descanso y comida, sino también con la palabra de dios.

Entramos en la pequeña iglesia. Pese a que se cree que es de origen gótico, nada en su aspecto interior nos hace recordar los grandes alardes constructivos de aquellos maestros canteros. Su decoración actual es en su mayoría barroca, predominando el arco de medio punto en toda su estructura abovedada. Me llama la atención su altar, un altar construido en madera y en forma de isla coronado con un gran capuchón, en cuyo centro debería encontrarse una reliquia adorada y admirada por los vecinos de Fornoles. Hoy por seguridad, una foto de esa reliquia preside el lugar.


Junto al altar se encuentra una pequeña capilla de decoración barroca. Es la mejor conservada del templo. Combina tallas en yeso de escenas bíblicas con el azulete característico de la zona. La enorme puerta esta enfrente, al otro lado del altar mayor, por lo que se me ocurre una teoría del porque de su construcción. Quizá, en las celebraciones donde habría gran afluencia de gente esa puerta permanecía abierta para que las personas que debían quedarse en el patio pudiesen seguir la eucaristía sin ningún problema.

Observo un pequeño agujero en la pared posterior al altar y es ahí cuando Sergio, anfitrión, amigo y vecino de Fornoles, me relata un acontecimiento del pasado del que su tío fue testigo directo. Durante la guerra, los vecinos de Fornoles juraron defender el santuario de Monserrate de todo aquel que quisiera profanarlo, fuese de un bando o de otro. Todo transcurría sin incidentes hasta que un día, el Jefe del Estado Mayor de la Republica, Don Vicente Rojo, en una de sus muchas visitas a la zona pidió acceder a la iglesia sin ningún tipo de compañía. Aquellos intrépidos vecinos de Fornoles, temiéndose lo peor decidieron vigilar, fusil en mano, por un pequeño agujero que había tras el altar al distinguido visitante, dispuestos incluso a abrir fuego si cometía alguna tropelía dentro del templo. Vicente Rojo, ante el asombro de aquellos que lo observaban, rezo durante 45 minutos y después abandono el lugar. Lo que no sabía aquel comando de defensa del santuario es que Don Vicente, pese a permanecer fiel a la republica, era un ferviente católico.


Subimos al coro y a la torre por unas antiguas escaleras de piedra en forma de caracol sujetas una sobre otra sobre un punto central que va formando la columna. Sin lugar a dudas aquellas escaleras si que eran de la construcción original, aun diría mas, no de la ermita gótica del siglo XIV, sino del pequeño templo que se construyo una vez obrado el milagro de la virgen.

Desde la torre de espadaña se puede distinguir la localidad de Fornoles, los grandes picos de los puertos de Beceite, la inmensidad arbórea del rico bosque mediterráneo que puebla el Matarraña… Sin lugar a dudas un lugar magnifico al que acudir a poner en orden nuestras ideas.


El sol comienza a teñir de naranja las nubes altas que pueblan el cielo mientras se oculta a nuestra espalda, mas haya de la enorme chimenea de la térmica de Andorra. Decidimos ser más ágiles a la hora de echar un vistazo a los edificios anexos y nos ponemos manos a la obra. Sin embargo las prisas no nos impiden disfrutar de una sorpresa mas, en la ampliación realizada en el año 1621 se aprovecho una de las paredes laterales del antiguo templo gótico para levantar uno de los edificios anexos, eso permite poder ver  las tallas que lucían en el saliente del tejado a la altura de los ojos. Son bellísimas, la pena es que muchas de ellas están deterioradas por la mano indecente de algún terrorista del patrimonio.

Mientras nos dirigimos ya a la salida me fijo en el escudo que corona el pórtico de grandes dimensiones que da acceso al altar mayor. Distingo la silueta de un monte escarpado con una sierra de arco sobre él bajo una M invertida coronada. Es un escudo idéntico al que podemos contemplar en la abadía de Montserrat. Quizá esa sea la pista definitiva para saber cual es el verdadero nombre del santuario.


De todas formas yo seguiré llamando a aquel lugar Monserrate, pues mas haya de los motivos históricos o eclesiásticos, están los motivos sentimentales. Durante más de 800 años, generación tras generación, los vecinos de Fornoles han venerado, han cuidado, han sufrido y han amado este lugar. Durante mas de 800 años han ligado su vida y su existencia a un santuario y a una reliquia que les ha ayudado en su peregrinar por el día a día, en el transcurrir de una vida donde Monserrate ha sido protagonista obligada.

Por eso, si los fornolenses, dueños y señores de la espiritualidad del lugar, llaman al santuario Monserrate, no seré yo quien les lleve la contraria.

lunes, 25 de noviembre de 2013

ELS PORTS

            Sin duda una de las zonas de mayor diversidad y mayor riqueza medioambiental de nuestra provincia son los puertos de Beceite. Un macizo montañoso que por su ubicación y orografia tiene unas condiciones únicas, una belleza paisajistica enorme y una riqueza floral y faunistica digna de las grandes cordilleras europeas. “Els ports”, y aunque suene contradictorio, son muy conocidos y a la vez completamente desconocidos para los turolenses. La gran mayoría hemos visitado la zona de Beceite, unos cuantos hemos contemplado “les roques del Masmut”, pero muy poquitos son los que se han adentrado en las muchas hectáreas que componen esta impresionante formación rocosa.
        “Els ports” desprenden belleza por sus cuatro puntos cardinales: Desde Beceite a Ulldecona, desde Peñarroya hasta Tortosa... Ejemplo claro es la bellísima formación caliza que podemos ver en la fotografiá, “Les Roques de Benet” (Horta de Sant Joan), uno de los bellísimos conjuntos rocosos de los que podemos disfrutar en este lugar de fantasía.
        Lastima que, a día de hoy, Aragón no haya sido capaz aun de proteger esta maravillosa zona con la declaración de Parque Natural, en este aspecto llevamos gran retraso con respecto a Cataluña y Valencia.


jueves, 14 de noviembre de 2013

TOLOCHA

      El Morrón de la Tolocha, con sus 790 metros de altitud, no es solo uno de los picos mas altos de nuestra zona, es también un nexo de unión entre todos los municipios de la comarca administrativa del Bajo Aragón. Ademas, el estar ubicado junto al cauce del rió Guadalope, una zona de depresión geográfica, lo hace parecer mucho mas alto e inaccesible. 
       Si un vecino bajoaragonés se encarama a un punto alto de su pueblo siempre distinguirá el puntiagudo acabado de esta mole rocosa que lleva millones de años aguardando en silencio junto al cauce del rió Guadalope.
     El Morrón de la Tolocha es el cordón umbilical que une las cuatro zonas diferenciadas de nuestra comarca. Calanda y Alcañiz al norte, Mezquin al este, Los Alcores al Oeste y Portal del Maestrazgo al sur.
        Tolocha es un lugar especial, un lugar místico y misterioso. Un altar natural que acerca al ser humano al contacto con lo divino. Esta mítica montaña siempre ha sido un lugar de referencia para aquellos que vivieron a sus pies en tiempos pasados, lo demuestra esta pequeña reseña extraída de la pagina WEB del Ayuntamiento de Calanda:

El origen del topónimo “Tolocha” viene a significar “monte del miedo” de lo que se intuye que este monte esconde un pasado místico y misterioso. Según el arqueólogo Manuel Sanz y Martínez, en una de sus laderas hubo un antiguo santuario precristiano, en tierras fronterizas entre los antiguos íberos y celtíberos, que según este autor constituiria" un lugar de culto al aire libre en el que se llevarían a cabo sacrificios y prácticas rituales". Cuenta la tradición que al grito del conjuro “Entre medio de rama y hoja, al cabezo del Tolocha” brujas y hechiceros se reunían en las noches de luna nueva en la cima de este monte místico para practicar sus ritos ocultos y provocar temibles tormentas.


El misterio alrededor del Tolocha, tuvo cierta influencia en Luis Buñuel y es por ello que en el CBC, en el espacio dedicado a “Los mundos de Buñuel” entre otros objetos relacionados con las obsesiones del cineasta, se cuenta con piedras graníticas del monte Tolocha. Como anécdota, cabe destacar que en sus visitas a Calanda, Buñuel acostumbraba a subir al monte Tolocha y una vez ahí, realizaba sus propios “ritos” que posteriormente reflejó en su película “La vía láctea” cuando un mendigo, en una noche de tormenta se dirige al cielo gritando “Dios, si existes, demuéstralo”, no ocurre nada durante unos segundos y derrepente un rayo cae tras él sobre un árbol.
Luis Buñuel falleció en Ciudad de México el 29 de julio de 1983, y según información de sus hijos desvelada treinta años después de su muerte, sus cenizas fueron esparcidas en el monte Tolocha en el año 1997. Buñuel, polvo de Calanda (elmundo.es).


ENTRE MEDIO DE RAMA Y HOJA, AL CABEZO DEL TOLOCHA”


      
 

martes, 5 de noviembre de 2013

EL PUENTE DE CANANILLAS

Hoy nuestra excursión será a un lugar de rabiosa actualidad. Un lugar conocido, no por nuestro protagonista de hoy,  sino por las aguas del río que atraviesa sus arcos de medio punto desde hace muchos años. Río al que los vecinos de la comarca se acercan en sus días de asueto a pasar momentos refrescantes en tiempos calurosos. Río que, debido a sus impetuosas crecidas, ha sido capaz de  moldear paisajes bellísimos y formaciones imposibles en su camino hacia las huertas de Aguaviva y el Mas.


Iniciamos nuestro camino hacia Mas de las Matas tomando a nuestra derecha la carretera autonómica A-225 en el cruce que encontramos nada más salir de Alcorisa en dirección a Alcañiz. Cada vez que asciendo la Cuesta del Caballo, me acuerdo de las historias que nuestros ancianos vecinos nos contaban sobre las repoblaciones forestales que se llevaron a cabo en la gran depresión de los años franquistas. Cómo aquellos pinos que hoy lucen esbeltos y orgullosos sirvieron para que muchas familias no sucumbieran a la agónica muerte por la falta de alimento.
Continúo hacia Mas de las Matas y observo a mi izquierda un viejo amigo, “El Cucón”, que sigue impávido ante el paso del tiempo, observando desde la lontananza los valles del Bergantes y el Guadalope. Una vez en la localidad masina, rodeo su casco urbano por la variante construida a tal fin. Pese a la tardanza de este año, por fin podemos ver las huertas cargadas de frutas y hortalizas. El contraste del verde y rojo de las preciosas plantas del tomate, las enormes hojas de la calabaza, los pimientos y berenjenas… además, ahora con más asiduidad, están acompañadas del plástico negro que evita que otras hierbas no invitadas hagan su aparición en el recinto hortícola que con tanto mimo cuidan los maestros de la azada.
Continúo mi camino y puedo distinguir la llegada de dos recién casados al edificio que en su día se construyó como albergue. Actualmente esa construcción es utilizada por los vecinos del Mas para realizar allí celebraciones importantes, encuentros familiares de gran relevancia. Una fantástica manera de darle un uso a uno de tantos edificios que se han ido construyendo en nuestras localidades y que debido a la situación económica actual no pueden utilizarse para su fin original.
Un poco más adelante me desvío a mi izquierda continuando por la A-225 en dirección a Aguaviva. Según leo en la Web del Ayuntamiento de Aguaviva:
Esta zona fue conquistada por Alfonso I hacia el siglo XII. Se da como fecha de nacimiento de la población el año 1320. La historia de Aguaviva está vinculada a la Encomienda de Castellote, primero fue de la Orden del Santo Redentor, luego en 1196 pertenecía dicha encomienda a la orden del Temple, pero al declararse por decreto Papal la extinción de la orden, las tropas de Jaime II tomaron la población, convirtiéndose a partir de entonces en una encomienda sanjuanista.”
Es en Aguaviva donde los carteles de “El Bergantes no se toca” se hacen más presentes. El reciente anuncio de la Confederación Hidrográfica del Ebro sobre la construcción de una gigantesca presa de laminación en el cauce del río Bergantes se ha encontrado con la oposición casi total de los vecinos de la localidad. Mi opinión es que es retrogrado buscar soluciones de principios del siglo XX a problemas que hemos ocasionado los seres humanos. Es injusto que los errores en la construcción del embalse de Calanda y la falta de rigor a la hora de prohibir la edificación de nuevas construcciones en zonas propensas a la inundación tengan que pagarlo tanto los vecinos de Aguaviva, como los bellos paisajes que el río Bergantes ha cincelado con la paciencia de un extraordinario maestro cantero durante miles y miles de años. Me niego a creer que en pleno siglo XXI no haya soluciones de ingeniería mucho más respetuosas con el medio que el mega embalse propuesto por la CHE.
Atravieso la localidad de Aguaviva y continúo en dirección a la provincia de Castellón. Ya se ven las grandes montañas que escoltan al Bergantes en su camino hacia las mansas aguas del Guadalope. Los empinados barrancos, las grandes cortadas y las innumerables cuevas que pueblan esas montañas sirvieron de hogar y refugio a aquellos idealistas guerrilleros que decidieron seguir luchando por aquello en lo que creían una vez terminada la guerra civil. Lástima que aquella lucha clandestina acabaran sufriéndola los de siempre, los ciudadanos de a pie que veían como tanto los de un lado como los de otro saqueaban las despensas que llenaban con sangre, sudor y lagrimas para poder alimentar a su familia.
Entre el punto kilométrico 22 y 23, encuentro un camino a mi izquierda que desciende en dirección al lecho del río. Accedo por allí y un poco más adelante, en un nuevo cruce de caminos tomo el de mi izquierda, el que discurre por la ladera de la pequeña colina que hay frente a nosotros. Comienzo a distinguir los enormes cantos rodados que las embravecidas aguas de “El Valenciano”, nombre por el que llaman al Bergantes aguas abajo, han ido depositando en ambas márgenes del cauce.
         Ya se pueden distinguir conglomerados rocosos de todos los tamaños y formas posibles, preciosos acantilados labrados en la masa rocosa por la que discurren las cristalinas aguas de uno de los ríos más bravos de Aragón. El río Bergantes tiene una longitud aproximada de 60 kilómetros, y es a partir del Forcall, donde se le unen los ríos Calders y Cantavieja, donde recibe la mayor aportación de caudal. Incluso algunos historiadores defienden la teoría de que el Bergantes se forma precisamente por la confluencia de estos tres ríos: el Morella, al que actualmente se denomina Bergantes, el Caldérs y el Cantavieja, y nace por la unión de las aguas de todos ellos a los pies de la ermita de la Consolación, Patrona de Forcall.
Conforme llego al final del camino, puedo distinguir el porte orgulloso de una bella construcción de mampostería. Aparco junto a una joven carrasca bajo la que hay una mesa de madera preparada para aquellos que notan la llamada del estómago en todas sus excursiones. Bajo del coche y me fijo aguas arriba en cómo el Bergantes desaparece tras trazar la curva de un meandro casi perfecto.
Comienzo a andar en dirección al puente. Es fascinante el meticuloso trabajo que los restauradores han hecho en esta antigua construcción, recuerdo que solo dos arcos sobrevivieron a la avenida que tuvo lugar en el año 2000, dos arcos que hoy son testigos mudos del maravilloso aspecto con el que luce ante sus visitantes.
El actual puente de Cananillas tiene su origen en 1622, aunque existen indicios de que se construyo sobre otro anterior. Algunos incluso defienden la teoría de que aquí ha existido un puente desde época romana. Cananillas ha sufrido una y otra vez las envestidas de las grandes avenidas del Bergantes, un río que, como el doctor Jekyll y mister Hyde, pasa de ser un remanso de agua tranquila y cristalina a convertirse en un embravecido torrente hídrico que arrasa con todo aquello que encuentra en su camino en apenas unas horas.
Quizá si las ultimas piedras de sillar originales que quedan en el arco central pudiesen hablar, hubiesen avisado al ingeniero encargado de la construcción del Embalse de Calanda de que construir aguas abajo de este río bravucón una presa de escollera era una autentica temeridad. Para que nos hagamos una idea, desde que es posible la realización de aforos, el Bergantes ha llegado a acumular un caudal de 1200 metros cúbicos por segundo, más o menos el caudal que el río Ebro lleva en sus crecidas ordinarias.
El puente actual tiene unos 20 metros de longitud, unos 8 metros de anchura y alrededor de 10 metros de altura sobre las aguas. Se sustenta sobre cuatro arcos de medio punto, el más grande de ellos sobre el cauce natural del Río. Está construido en mampostería y piedra sillar y es atravesado por el sendero de gran recorrido número 8, más conocido como GR. 8, que une los términos de La Ginebrosa, en la margen derecha y de Aguaviva en la margen izquierda.
El lugar es sin duda especial. A la belleza del puente se unen las curiosas formaciones que la erosión ha ido dibujando en toda la extensión del pequeño valle. Quizá fue por este lugar por donde Don Blasco de Alagón y sus tropas atravesaron las aguas del Bergantes en su camino hacia la conquista de Morella. Quizá en alguna ocasión Jaime I El Conquistador se arrodilló ante estas mansas aguas para saciar su sed en su camino a las tierras recientemente conquistadas del Reino de Valencia.
Me encaramo a lo alto del puente y observo. Aguas abajo, el Río tiene que hacer un extraño de 90 grados para esquivar la pared de roca que se yergue frente a él. Aún así el Río ha sido capaz de herirla, provocando con sus embestidas que enormes trozos de conglomerado se vayan desprendiendo poco a poco de la estructura rocosa original. Parece que aquellos enormes trozos de roca estén colocados en efecto domino, al empujar la primera da la sensación que caerían todas las demás. Aguas arriba el efecto es parecido, el agua en su camino está acompañada de grandes rocas de conglomerado colocadas en posiciones imposibles, arrancadas de su posición original por la fuerza del agua.
Es un lugar sensacional para aquellos que prefieren bañarse en el río en lugar de en la piscina. En verano, el puente de Cananillas está siempre acompañado de curiosos visitantes que disfrutan de las aguas cristalinas que pasan bajo sus arcos. Escucha las risas sanas de los niños, los chapoteos incansables de los más jóvenes, las confesiones de jóvenes enamorados que se tuestan al sol, los cuchicheos de las señoras hablando de la última que les han hecho sus maridos… En verano, aquel testigo mudo del devenir de los años nunca se aburre.

Echo un último vistazo. Quizá la próxima vez que lo visite, este bello puente este sepultado bajo las aguas del inmenso embalse que inexplicablemente se pretende construir, o quizá el Bergantes haya decidido poner de nuevo a prueba su resistencia con una de sus puntuales embestidas. Sea como sea, Cananillas estará siempre en mi recuerdo, en el recuerdo de un joven explorador que ha podido disfrutar de un lugar excepcional, de un lugar que deberíamos preservar para que dentro de 100 años otro joven explorador pueda imaginar a las tropas de Don Blasco de Alagón cruzando por aquel bello puente en su camino hacia la conquista de Morella. 

sábado, 12 de octubre de 2013

EMBALSE DE TEJEDA

              En infinidad de ocasiones nos sorprendemos admirando un lugar precioso del que desconocíamos su existencia. Un lugar cercano a una carretera por la que hemos transitado infinidad de veces sin imaginar que, a unos cientos de metros y oculto por el abrigo de la masa forestal, se esconde uno de esos sitios en los que nuestros sentidos encuentran el acomodo para inducirnos la paz necesaria con la que afrontar los desafíos del día a día.
            En esta ocasión visitaremos uno de esos lugares. Una combinación perfecta entre lo natural y lo artificial. Demostración palpable de que las necesidades hidráulicas del ser humano no están reñidas con el respeto al medio natural, que las obras de regulación no tienen por qué suponer una agresión al paisaje donde se realizan. Sin lugar a dudas, el embalse de Tejeda es un claro ejemplo de ello.
            Inicio mi camino por la nacional 211, dirección Teruel. Hace muy pocos días me dijeron que si Alcorisa fuese igual de ancho que de largo seriamos una ciudad. No les faltaba razón, hay pocos pueblos en España cuya travesía sea tan larga como la nuestra.
            Una vez abandono Alcorisa, continuo por esta carretera principal. He recorrido muchas veces este mismo camino cuando trabajaba en los desmontes de Crivillen, pero reconozco que la gran mayoría de ellas sucumbía al tierno abrazo de Morfeo. Dejo a mi izquierda la localidad de Los Olmos y, tras unos kilómetros, aparece ante mí el matadero de La Mata, una construcción de grandes dimensiones que ha sucumbido a los estragos de una crisis que dura ya demasiado tiempo. Es curioso cómo los ciudadanos hemos asumido en nuestro vocabulario diario palabras como prima de riesgo, ERE, encuesta de población activa, indemnización por despido o salario mínimo interprofesional. La tragedia social está rozando unas dimensiones tan escalofriantes que hay días en los que no puedes dejar de vivir en el pesimismo más absoluto.
            Llego a la travesía de la Mata de los Olmos. Según he podido leer, La Mata fue donada por el rey Alfonso II a la Orden de Calatrava, y no es hasta 1860 cuando la localidad adquiere el nombre actual de “La Mata de los Olmos”. La historia de esta localidad siempre ha estado ligada a la del cereal, y así se refleja en el escudo y bandera que la representan. Llaman la atención los lavaderos, que podemos ver a nuestra derecha una vez abandonamos su casco urbano. Son unos lavaderos de arquitectura neoclásica que todavía hoy cumplen su función.
            Unos kilómetros después de abandonar La Mata de los Olmos encuentro la Venta de la Pintada. Pese a que han pasado muchos años, todavía recuerdo aquel pequeño edificio de color blanco que albergaba la venta original. Cuando era un niño aquel edificio era mi referencia para saber que desde allí hasta Jarque de la Val (entonces atravesábamos el puerto de Majalinos para llegar hasta alli) quedaba una continua sucesión de curvas y desniveles que podían provocar más de un mareo si no guardabas la compostura y la concentración dentro del viejo SEAT 131. Es sorprendente como, en apenas 30 años, la ingeniería y la tecnología han transformado lo que era un incómodo viaje de más de dos horas para llegar al pueblo natal de mi padre en una grata travesía de 50 minutos.
            Ya se ven a mi derecha las enormes heridas que la explotación minera ha infringido a nuestra tierra. Puedo distinguir las llanuras de labor que la restauración de las viejas explotaciones a cielo abierto han dejado aguas abajo del rio Escuriza, en su camino a Crivillen. Observo las cortadas arcillosas que la vegetación aún no ha sido capaz de conquistar y me pregunto el tiempo que necesitara la naturaleza para habituarse a su nuevo y descuidado aspecto. La minería trajo riqueza a nuestras tierras deprimidas, pero es muchísima más la riqueza que nos ha arrebatado, tanto en lo económico como en lo paisajístico.
            Dibujo una curva cerrada a la izquierda que me introduce en la localidad de Gargallo. Curiosamente, el origen histórico de esta villa nunca ha estado ligado a ninguna orden militar. Gargallo, hasta el siglo XIX, siempre estuvo en manos privadas. Existe constancia de que en 1209 el rey Pedro II entrego Estercuel y Gargallo a Miguel Sancho, y desde entonces muchos han sido los propietarios del lugar. Su casco urbano se asienta sobre un promontorio rocoso que se eleva sobre el cauce del rio Escuriza y, según reza su folleto turístico, la localidad posee un patrimonio arquitectónico de importancia:
 “Un paseo por sus calles nos permite descubrir algunos ejemplos muy bien conservados de elementos constructivos tradicionales, arcos de medio punto, escudos y detalles de carpintería en vanos y balcones. Sobre el caserío destaca la Iglesia de Nuestra Señora de la Piedad y en los alrededores la ermita de San Blas, los restos de una torre de origen musulmán y dos antiguos molinos harineros junto al cauce del río.”
             Abandono el núcleo urbano de Gargallo y continúo en dirección a la capital turolense. Una vez atravieso el puente sobre el rio, entre los kilómetros 187 y 188 observo una entrada de tierra a mi izquierda que me introduce en un camino trillado por el uso. Asciendo por ese camino, que discurre paralelo a la carretera hasta que se desvía a la izquierda, introduciéndonos en un espeso bosque en el que predomina el pino rodeno o negral. Finalmente alcanzamos un cruce en el que una señal en el camino de nuestra izquierda nos prohíbe el acceso con vehículo a motor. Existe la opción de seguir con el coche por el camino que está a nuestra derecha hasta el lugar de destino, pero se encuentra lleno de surcos labrados por el agua de la lluvia, así que decido estacionar allí y continuar el resto del camino a pie.
            Una vez pasada la señal antes mencionada la pendiente se hace más pronunciada. En un año tan lluvioso como este los bosques adquieren tonalidades vivas y muy diversas. Los fragmentos de roca rojiza que impregnan los suelos, el color característico de la corteza del pino rodeno, los diferentes verdes que lucen las especies vegetales que salpican el terreno y las flores multicolores con las que algunas decoran sus ramas, el blanquecino de la arcilla que aparece en taludes desnudos, el negro del lignito que se abre paso a través de las espesas capas de hoja de pino que enmoqueta el suelo... Una explosión de colores plasmados sobre un hermoso lienzo con la destreza del pincel manejado por la naturaleza.
            Al  fondo del valle puedo distinguir un vallado de madera sobre un escarpado talud. Imagino que es la protección que delimita la superficie que ocupa el pequeño embalse. Me fijo en una abubilla despistada que picotea lo que parecen ser los excrementos de un mamífero de mayor tamaño. La abubilla es uno de los pájaros más curiosos que sobrevuelan nuestros bosques. Viste unos plumajes blancos y negros hasta el pecho, dando paso al color canela que envuelve su cabeza, su pico exageradamente largo, su cresta engominada… sin duda es un pájaro muy elegante que llama nuestra atención en cuanto lo vemos.
            Sigo mi camino intentando distinguir la silueta de algún animal en el sonido de ramas en movimiento que escucho a mi derecha. Imagino que habrá sido un esfardacho, especialista en ocultarse en el último momento ante el paso del ser humano. Desciendo unos 200 metros más y el camino dibuja una curva pronunciada a la derecha. Ya puedo distinguir las oscuras aguas del embalse, las estructuras de madera que delimitan el entorno y el refugio de piedra que preside el merendero que hay bajo el acogedor estanque.
            Me recibe un joven ejemplar de árbol del paraíso. Su presencia en nuestras tierras se ha incrementado mucho en los últimos años, y eso se debe a que existe la creencia de que ahuyenta a los incómodos mosquitos. Paso junto a un cartel que me recuerda la obligación que tenemos de conservar ese lugar en perfectas condiciones y me apoyo en la valla que está justo detrás. El sol ya está pidiendo el relevo a la luna y la tarde tiñe de negras las transparentes aguas del embalse. La imagen es de auténtica postal, la total ausencia de viento convierte el agua en un enorme espejo que refleja el azul del cielo y el ejército de pinos que pueblan las montañas que rodean al estanque. Es como una foto contrapuesta, un fotograma expuesto a los caprichos de un experto en Photoshop.
            Levanto la mirada y, sobre los pinos, distingo la calvicie de una montaña coronada por varias antenas y un pequeño puesto de vigilancia. Una fría lagrima se desliza por mi mejilla fruto del recuerdo. Aquella majestuosa montaña, hasta hace pocos veranos vestida con el verde intenso de los bosques, se ha convertido en un promontorio pedregoso, erosionado…y todo por la acción de unas llamas incontenibles que camparon a sus anchas convirtiendo en un infierno todo lo que encontraban a su paso. Cada árbol quemado se convirtió en mil recuerdos arrancados, cada hectárea abrasada fue como arrancar mil historias vividas, cada crujido de las ramas chamuscadas fue como el aullido incomprendido de cientos de almas derrotadas. Nadie ha podido olvidar aquellos días fatídicos en los que las llamas arrancaron parte de la piel de nuestra provincia.
            Bajo la mirada y giro a mi izquierda en dirección a los merenderos. La vegetación ha ido ganando terreno y se hace imprescindible desbrozar el lugar. El merendero está dividido en dos partes diferenciadas, unidas entre sí por un pequeño puente de madera que atraviesa el canal de desembalse que vierte las aguas sobrantes al cauce del rio, simulando una cascada realmente bonita. Al otro lado del puente hay un refugio cerrado con llave. Me acerco a la ventana y puedo distinguir en su interior varias barbacoas donde poder asar sin riesgo a provocar incendios.
            Continúo por una estrecha senda que asciende por uno de los taludes del pequeño almacén de agua... Las orillas que ejercen la labor de presa están alicatadas con grandes piedras para que el agua, en días de viento fuerte, no erosione las paredes de arcilla. El lugar es precioso, silencioso, un remanso de paz para aquellas almas inquietas que se relajan con los sonidos de la naturaleza.
            Este pequeño embalse se encuentra en un “bosque natural de unas 400 hectáreas, cuya especie dominante es el pino rodeno o resinero sobre suelos arenosos, en medio de un entorno rodeado de materiales calcáreos, lo que le confiere un cierto carácter de bosque isla. Es el pinar llamado de Regachuelo y Tejeda. Destaca la presencia de jaras, brecina y tejos. Se halla en muy buen estado de conservación, con rincones de gran belleza donde se combina una variada paleta de colores.” 
            Me acomodo sobre las piedras y escucho. Consigo distinguir el sonido lejano de la carretera, los pájaros cantando sus variadas melodías y el agua cayendo hacia el barranco que se abre paso ladera abajo del embalse. Sin lugar a dudas es un paraíso para aquellos cuya vida diaria es una montaña rusa, o los que sólo escuchan el silencio mientras duermen. Aquella reserva de agua, ese tesoro para los agricultores de la zona, se ha convertido en un lugar maravilloso, en un rincón de paz y tranquilidad para nuestros sentidos.
            Tras unos minutos de silencio decido volver sobre mis pasos. Me fijo en un nido artificial decorado con colores vivos, una pequeña casita de madera para que los pajaritos de la zona puedan construir su hogar oculto de los ojos curiosos de las grandes rapaces. Imagino como seria vivir allí, levantarse cada día sobre las mansas aguas de un lugar encantador. Quien sabe, quizá algún dia…
            Vuelvo hacia el coche prometiéndome a mí mismo que volveré con mi familia para disfrutar de una tarde de picnic y relax. Y será muy pronto.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

EL CARACOL

         Los misterios no siempre llegan del pasado lejano, en la localidad vecina de La Fresneda tenemos un claro ejemplo de ello. En la década de los 80, de un día para otro, apareció sobre la montaña de Santa Barbara una formación de rocas en hilera que formaban un enorme caracol.
       A día de hoy todavía se desconoce el autor de tan trabajosa obra pétrea y de los motivos que le llevaron a hacerla. ¿Alguien tiene una teoría?

Un misterio por descubrir.
Según cuentan, "el caracol" apareció un día hace 25 años ó más, nadie sabe como ni porque,nadie sabe quien lo hizo, solo que apareció. Es una serie de piedras puestas en hilera, haciendo la figura de un caracol, una espiral que funciona como un laberinto. Lo más curioso es que cuando se quitan las piedras, al día siguiente vuelven a estar puestas en su sitio, como si alguien o algo, quisiera que "el caracol" perdure intacto para siempre.”

http://turismoalcaniz.webcindario.com/



lunes, 16 de septiembre de 2013

CHORRO DE SAN JUAN

             
         
              Hay momentos especiales a lo largo de nuestra vida. Momentos en los que el cuero cabelludo se eriza, las terminaciones nerviosas de nuestro cuerpo comienzan a emitir señales en forma de pequeños cosquilleos y nuestro cerebro se relaja ante las imágenes que el nervio óptico le envía. Sucede, por ejemplo, cuando estás subido sobre una enorme roca, observando la inmensidad del valle que se abre bajo tus pies. Y si además esa visión está acompañada del sonido melodioso del agua al precipitarse por el acantilado y del dulce aroma del romero y el tomillo, la situación es todavía mucho más especial.

            Esas son las sensaciones que se sienten en el lugar que visitaremos hoy. Porque cuando uno se encarama a lo alto del chorro de San Juan en las Cuevas de Cañart, tiene la sensación de estar conectado a un complejo cargador de baterías hecho de material calizo que, poco a poco, nos va transfiriendo la energía de la tierra para que nuestra fuerza vital siga permitiéndonos disfrutar de cada minuto en esta carrera de obstáculos llamada “vida”.

            Inicio la excursión por la Nacional 211 en dirección a Teruel, desviándome a la derecha en el cruce que nos lleva a la localidad de Berge. Dejo el embalse de Gallipuen a mi izquierda. Es curioso que de todos los ríos de la margen derecha del Ebro, el Guadalopillo sea el único que no se ha embravecido con las continuas precipitaciones de este invierno. Una cuestión que quizá debería ser objeto de un estudio geológico profundo.

            Atravieso el casco urbano de Berge (¡qué grandes recuerdos futbolísticos guardo de esta localidad!) y continúo en dirección al municipio de Molinos. Sin dejar la carretera, circunvalo el monumental municipio de las grutas de cristal. Molinos y su término municipal son un museo en sí mismos por su enorme riqueza patrimonial y natural.

            Continúo por la carretera TE- 40. Ésta fue en sus inicios una pista forestal, pero la Diputación Provincial la asfaltó transformándola en carretera provincial. Actualmente, gracias a  la reciente conexión entre esta vía y la antigua carretera que discurre junto a la margen izquierda del embalse de Santolea,  se ha convertido en una salida imprescindible para los vecinos de Dos Torres del Mercader, Ladruñan y las Cuevas de Cañart. Es precisamente por esa conexión, la cual encuentro a mi derecha después de una decena de kilómetros, por la que debo dirigirme a mi destino.

            La carretera comienza picando hacia arriba durante unos kilómetros hasta que coronamos en una gran altiplanicie desde la que podemos distinguir tanto la sierra de Majalinos como los aerogeneradores de las montañas de Olocau del Rey. Comienza a notarse el cambio de cuenca hídrica: los barrancos son más escarpados, de mayor impacto visual, y las pendientes de la vía alcanzan porcentajes dignos de una gran etapa de las grandes rutas ciclistas. Precisamente al final de la escalofriante bajada es donde encuentro el último cruce que, girando a la derecha, me llevará a los contornos del antiguo dominio templario de las Cuevas de Cañart.

    
          Llama mi atención una formación rocosa esculpida a mi derecha, en la ladera de la montaña. Los vecinos de las Cuevas la llaman “El Morrón”, y si no fuera por la distancia que nos separa de Foz Calanda diría que “El Morrón” y “El Cucón” bien podrían ser hermanos mellizos.
            Conforme voy acercándome puedo distinguir el color rojizo que corona los tejados de la población. Me sorprende sobremanera el tamaño de la iglesia, enorme para una localidad de menos de cien vecinos, y mas cuando ya existían en la misma dos conventos que disponían de sus propios templos. He conocido después que la población de las Cuevas de Cañart en 1900 era de 648 personas, lo que explica el tamaño del principal edificio religioso.

            Las Cuevas de Cañart es actualmente un barrio de Castellote debido a la incesante pérdida de población que sufrió durante todo el siglo XX. Su mayor esplendor fue en la época de las órdenes militares, formando parte de la encomienda del Temple de Castellote en un primer momento y de la orden del Hospital una vez los primeros fueron disueltos. Los orígenes de su construcción se remontan a la época en que el Maestrazgo era la frontera que separaba los territorios cristiano e islámico. Cuevas de Cañart se construyó como núcleo defensivo avanzado para consolidar las endebles fronteras existentes en ese momento, y su arquitectura y estructura urbana responden a ese objetivo. De hecho, el casco urbano todavía conserva hoy rasgos inequívocos de aquellas épocas.

             Un paseo por Cuevas de Cañart no deja indiferente a nadie. Tras siglos y siglos de violencia,  deterioro y pérdida de población, todavía hoy podemos admirar el Portal de Marzo,  grandes casonas, antiguos conventos, estructuras medievales y los restos de la que fue su fortaleza, convertida en una curiosa ermita por el aspecto de su techumbre. Actualmente, y gracias a las infraestructuras hosteleras que se han construido en la localidad, Cuevas de Cañart es un lugar de retiro y descanso. Un lugar donde los pulsos acelerados de las grandes capitales recuperan la sensación de libertad y tranquilidad, de volver a ser dueños de ellos mismos.

            Conforme llego al núcleo urbano tomo la calle que queda a mi izquierda. Continúo por ella sin dejarla hasta que circunvalo por completo la localidad. A mi derecha, antes de cruzar un pequeño puente, distingo una fuente de piedra cuya estructura nos da una pista de su antigüedad. Aparco el coche allí mismo y recargo la cantimplora mientras observo el lavadero anexo. Los lavaderos públicos eran escenarios de dialogo y debate, donde se reunían todas las mujeres del pueblo para lavar su colada mientras socializaban con las vecinas. Un lugar ideal para hablar de todo, sin miedo al oído censor de los maridos.

            Desde allí también se pueden observar las ruinas del convento de monjes Servitas que, por su tamaño, tuvo que ser una congregación bastante numerosa. Unida a la de las Concepcionistas Franciscanas debieron convertir a Cuevas en un lugar de suma importancia católica, donde el culto y la devoción a Dios debían ser el pan de cada día. Me acerco a contemplar con curiosidad los restos de este antiguo convento. Es poco lo que nos ha dejado el tiempo, pero en algunas capillas podemos contemplar aun hoy las viejas molduras de escayola y parte de los frescos que decoraban sus paredes.

            Vuelvo sobre mis pasos decidido a emprender la marcha hacia nuestro lugar de destino. Tomo la primera calle que encuentro a mi derecha, nada mas pasar la fuente, y, después de unos metros, vuelvo a girar a mi derecha por la siguiente. Esta nueva calle discurre bajo los pies de la antigua fortaleza, que aún se deja ver en los restos de muro de mampostería y piedra sillar. Sigo por esa misma vía hasta que encuentro una intersección de dos caminos encementados, uno que se dirige hacia la izquierda en dirección a la montaña y otro a la derecha que se introduce en el casco urbano. Tomo el primero de ellos y continuo por él sin dejarlo, pues es el que nos conducirá al chorro de San Juan.
            Conforme avanzo ya puedo distinguir el agua deslizándose por una enorme cortada. Interrumpo la marcha e intento escuchar el sonido del agua al precipitarse al vacío. Estoy demasiado lejos y no puedo oír nada, la puesta de sol se acerca y los cantores plumíferos aprovechan los últimos rayos de luz para entonar sus melodías.

            Reanudo la marcha. El camino, aunque encementado y de poca dificultad técnica, puede hacerse muy duro para las personas que no suelan hacer ninguna actividad física, pues el ascenso es continuado y en algunos lugares las pendientes son más que considerables. A un lado y otro se distinguen las huertas de los habitantes del municipio. Me sorprende que sean tantas las que aun hoy permanecen activas, cuidadas con esmero, con la tradición ancestral de aquellos antepasados que no disponían de herramientas mecánicas para realizar la artística labor de la horticultura. No cabe duda de que el agua utilizada para el cultivo de toda la ladera de la montaña tiene que ser la que la naturaleza vierte al vacío unos metros más arriba.

            Los últimos metros de ascensión se me hacen eternos. Estoy ansioso por descubrir los misterios que se esconden sobre esa caída de agua, por sentir lo que aquellos antiguos moradores sintieron en ese lugar para decidir hacer de él su descanso eterno. Ya distingo un cartel indicativo en el que se puede leer la palabra “Tumbas”. Junto a él hay un pequeño panel explicativo deteriorado por el sol en el que es imposible descifrar una palabra. Ya hace tiempo que no cumple su función.

            Me situó junto al cartel y observo. Una sinuosa senda desciende unos metros hacia un puente de madera que atraviesa el cauce del pequeño riachuelo. Han aprovechado su caudal para habilitar un abrevadero donde los rebaños, tanto domésticos como salvajes pueden saciar su sed sin  riesgo a despeñarse. Distingo una canalización que dirige el agua hacia la orilla izquierda del salto, quizá desde donde se capta para regar la ladera y para el consumo de la población. Al otro lado puedo ver una pequeña estructura artificial que parece ser una fuente y, mas allá, un promontorio rocoso que domina todo el valle.

          Reanudo mi camino por la sinuosa senda, atravieso el puente y asciendo hacia el promontorio. Las pequeñas oquedades talladas en la piedra aparecen de repente, sin avisar, sin ningún orden. Esculpidas sin ningún tipo de patrón, con distinta orientación, nivel y tamaño. Es difícil hacerse una idea de porque la tribu ibera eligió ese lugar o por qué sólo unos pocos del clan tuvieron el honor de ser enterrados allí. Me llama la atención el tamaño de las tumbas. Algunas son demasiado pequeñas para que un hombre de tamaño medio de la actualidad pudiera ser enterrado allí, pero hay que tener en cuenta que el tamaño de aquellos hombres era muy inferior al nuestro. Sea como fuere, el descanso eterno que pretendían fue truncado por la avaricia y la necesidad, por aquellos que consideraban los sepulcros ajenos como cofres del tesoro. Algunos para poder llevarse un trozo de pan a la boca, y otros por el hecho de poseer algún objeto de incalculable valor.

Me acerco temeroso al borde del precipicio. El agua cae violentamente, impactando sobre la roca  y diseminándose por los canales naturales que el liquido elemento ha tallado sobre la caliza, canales teñidos de verde intenso por el numeroso musgo que los decora. Desde aquí arriba la imagen es extraordinaria, pero desde el fondo del acantilado es incluso mas sorprendente si cabe.

Agudizo todos los sentidos. La sensación es indescriptible, los sonidos, los olores,  las imágenes… Ante mí la explosión de colores que la naturaleza regala a nuestros sentidos cada primavera en la sierra de la Garrocha. Disfruto de los tonos amarillos y blancos con los que se visten las aliagas y romeros, o el gris claro de la roca iluminada por los rayos del sol. Además, los verdes intensos del valle se combinan con las variadas tonalidades de las flores de los árboles frutales. La vista es preciosa, la sensación especial.
     

        Sobre esa roca solo puedes sentir paz. Allí te das cuenta de lo ridículo que es el ser humano comparado con la complejidad del medio natural, lo inconscientes que somos las personas al creernos con derecho a destrozar el intrincado, pero fascinante, puzzle que la naturaleza ha moldeado.

         No  hay  duda  de que aquellos que decidieron ubicar allí los enterramientos tuvieron la misma sensación, pero… ¿son esas sensaciones el único motivo?. Solo aquellos "antiguos" tienen la respuesta, nosotros solo podemos especular.

El cielo comienza a enrojecer con los últimos rayos del sol, es el momento de volver sobre mis pasos. Mientras desciendo echo un último vistazo al imponente chorro de San Juan y mi sorpresa es mayúscula. Dos siluetas rocosas escoltan impasibles el líquido elemento en su caída a la profundidad del barranco. Dos siluetas cuya forma recuerda los rostros de dos elefantes que observan desde las alturas el devenir del valle de Cuevas de Cañart. Dibujo con la mirada cada una de ellas. La trompa, las orejas, el ojo… sin lugar a dudas parecen dos elefantes.

Es en ese momento cuando mi cerebro elabora una teoría absurda sobre los enterramientos: Iberos, elefantes… ¿Y si aquellos que allí fueron enterrados conocían la historia de Aníbal Barca, general cartaginés que tuvo en jaque a todo el imperio romano con su incursión en territorio italiano después de haber atravesado la península ibérica, los pirineos y los Alpes acompañado de elefantes de guerra?. ¿Y si alguno de aquellos sepulcros perteneció a algún guerrero ibero que formó parte del ejército de uno de los generales más audaces de la historia?. Quizá esas siluetas fueron el detonante para que aquellas tumbas se ubicasen en ese lugar. Quizá aquellos que fueron testigos directos de las enormes bestias que Aníbal utilizo como instrumentos de guerra quisieron ver en esas siluetas una señal del poder que desprendía el lugar, de la fuerza de aquellas montañas.

           Dejo de divagar, es el momento de volver al coche. La historia está llena de teorías absurdas sobre acontecimientos inexplicables que solo aquellos que los vivieron podrían explicar. Sabemos mucho de la historia, pero es mucho más aquello que desconocemos de ella.



martes, 20 de agosto de 2013

“El CUCÓN” DE FOZ CALANDA

Existen montañas, picos o elevaciones que por su altitud se pueden divisar desde diferentes puntos geográficos a varios kilómetros a la redonda. Y, entre ellas, formaciones sorprendentes que por su estructura, su morfología y su impacto en el terreno que les rodea llaman especialmente la atención. Nuestra excursión de hoy será a una de esas curiosas formaciones.
Visitaremos una extraordinaria estructura de roca caliza que emerge, orgullosa y presumida, por encima de un frondoso bosque de pino carrasco. Negándose a sucumbir a la invasión vegetal de su entorno y reivindicándose como vigía incansable del valle del Guadalope, como la imperturbable referencia de aquellos antiguos pobladores que, a falta de GPS y mapas cartográficos, usaban su entorno para guiarse en su camino.
Este lugar tiene una curiosidad, pues dependiendo del punto cardinal desde el que se le mira recibe un nombre u otro. Si la observan desde el norte, los vecinos de Foz Calanda la llaman la “Peña del Cucón”. Sin embargo, si son los masinos los que la observan desde el sur su nombre es la “Peña Foz”. Lo que es seguro, es que sea desde el norte, el sur, el este o el oeste, todos aquellos que la observan sienten curiosidad por este promontorio calizo que nace de las entrañas de la tierra, esculpido por los elementos y el tiempo con formas esbeltas y redondeadas. Un ejemplo más de lo caprichosa que puede llegar a ser nuestra Madre naturaleza.
También nosotros tenemos la opción de elegir el lugar desde el que observar a nuestra protagonista. Podemos acercarnos desde el sur, a través de los caminos que la reciente concentración parcelaria de Mas de las Matas ha tejido en sus tierras de labor, o por el norte, atravesando la localidad de Foz Calanda en dirección al pantano e incorporándonos a la carretera autonómica A-226 hacia Mas de las Matas, cogiendo el primer camino a la derecha una vez hemos atravesado el segundo túnel.
            Para aquellos que dispongan de tiempo y realicen su visita en una época del año amable en lo climatológico, la opción norte es muy recomendable, pues te permite contemplar desde más cerca las minas de carbón a cielo abierto y la espectacular encina de Val de la Piedra, un árbol monumental que no deja indiferente a nadie. La excursión hacia la Peña del Cucón, atravesando un frondoso bosque de pino carrasco de considerable desnivel, acaba convirtiéndose en una aventura inolvidable.
            Yo sin embargo, en esta ocasión y por motivos de índole climatológico, elijo la primera opción, pues el camino, de firme regular y fácil transito, nos acerca hasta unos 300 metros de la cima de la Peña del Cucón. Eso sí, 300 metros sinuosos y escarpados. En lo más alto podremos disfrutar de unas vistas extraordinarias de todo el valle del Guadalope, desde que el río aparece por los bellos meandros de Abenfigo hasta la cola del Pantano de Calanda.
            Inicio mi camino por la Nacional 211 en dirección a Alcañiz, desviándome hacia Mas de las Matas en la intersección que encontramos nada mas salir de la villa de Alcorisa. Atravieso el Puerto del Caballo. Aun hoy recuerdo cuando, siendo un niño,  todos los fines de semana recorríamos un simulacro de carretera para ir a ver a nuestra abuela. Era entonces una carretera estrecha, bacheada, que serpenteaba peligrosamente por las laderas de las montañas hasta que se adentraba en el valle del río Guadalope. El arreglo de estos kilómetros de travesía sí que fueron un gran pasó para la humanidad.
            Desciendo el Puerto del Caballo por la vertiente Este del mismo,  escoltado a mi derecha por una densa masa vegetal de pino carrasco. Comienzo a divisar a mi izquierda la Masía de Anduch, junto a una pronunciada curva a la derecha cuyo desnivel pica hacia arriba. Es por el primer camino que encuentro a mi izquierda, nada mas vencer la curva, por donde abandono la carretera y desciendo hasta la misma masada.
            La Masía de Anduch me trae muy gratos recuerdos de mi infancia en Mas de las Matas. De aquellos días de verano charlando amistosamente con Juan “de Anduch” y su mujer Maria, hoy ya fallecidos, de viejas historias de supervivencia en el medio rural de mitad del siglo XX. Historias que, en los oídos de un niño, se convertían en cuentos lejanos, en leyendas nacidas de la vieja biblioteca de la memoria. Que sabias y entrañables eran aquellas personas que, pese a haber vivido en una época de miseria y necesidad, pese a haber expuesto su cuerpo al sobreesfuerzo del trabajo duro en jornadas agrícolas interminables, siempre tenían una sonrisa, una galleta, unas palabras amables para aquel niño alcorisano que todos los veranos les hacia compañía a la fresca de las calurosas noches de julio.
            Continúo por el camino que se abre paso hacia mi derecha. Pasa junto a una vieja carrasca, vestigio de los bosques que, no hace mucho tiempo, poblaban lo que hoy son extensas tierras de cultivo. Giro a mi derecha en la siguiente intersección, hasta llegar a un camino perpendicular al que circulo. Vuelvo a girar a la derecha y a unos pocos metros abandono de nuevo la vía por la izquierda. Continuo recto hasta encontrarme con otra intersección. Giro a la izquierda y, tras unos cientos de metros, de nuevo a la izquierda en un nuevo cruce de caminos.
            La reciente concentración parcelaria llevada a cabo en Mas de las Matas ha entretejido una asombrosa tela de araña de caminos con firme muy regular, pero confusos para aquellos visitantes que desconocen la zona.
            Ya en dirección a la Serranía del Caballo el camino comienza a ascender. Ya se distingue la silueta de la enorme roca asomándose a la cima. En el siguiente cruce continúo a la izquierda, me adentro en la ladera de la montaña y no abandono el camino hasta encontrar una nueva intersección a la izquierda que asciende junto a unos bancales de almendros. Por fin, tras un difícil ascenso, llego al lugar donde por obligación debo estacionar mi vehiculo, siempre en un lugar donde no me sea complicado dar la vuelta.
            Nada mas abrir la puerta, una ráfaga de aire helador me obliga a cerrar los ojos. Los mantengo entreabiertos mientras el cierzo me avisa de que no voy a estar solo en aquella cima, recordándome que él hace siglos que susurra al oído de aquellas cumbres milenarias. Me abrigo convenientemente y dirijo la mirada hacia el sur. A mis pies, la inmensidad. Se distinguen las diferentes tonalidades de las extensas tierras de cultivo que pueblan las huertas del Guadalope y el Bergantes, la ermita de Santa Flora, el pinar de la ermita de Santa Bárbara, las localidades de Mas de las Matas y Aguaviva, presididas por sus torres barrocas, y la ribera de ambos ríos, hoy sin ningún color por la desnudez de sus chopos.
     
       Es un encuadre casi perfecto, un valle delimitado por la Serranía del Caballo al norte y el oeste, por los montes de la Ginebrosa al este y por las montañas que protegen Las Parras de Castellote al sur. Un recinto inmenso, amurallado en toda su extensión por grandes macizos de roca caliza, solo vencidos por la fuerza del Guadalope y el Bergantes, que con perseverancia y violencia han conseguido abrirse paso en su camino al mar.
            Vuelvo a centrarme en mi objetivo e inicio el sinuoso camino que me separa de la Peña del Cucón. Ya puedo distinguir su esbelta silueta, sus formas redondeadas talladas por la erosión. Distingo a mi izquierda un pequeño rebaño de cabra montés. Han perdido el miedo a la presencia humana, aunque uno de los machos observa detenidamente mis pasos por si es necesario dar la voz de alarma. Atravieso los 300 metros de pinar que separan mi coche de la base de la Peña hasta que por fin alcanzo el lugar por el que “El Cucón” es más accesible.
            Inicio la ascensión sin mucha dificultad a un pequeño promontorio desde el que ya puede distinguirse la mina de carbón que se extiende bajo la atalaya. Desde allí se divisan también dos míticas cumbres de la zona, la Tolocha y la Tarayola, y también apreciamos parte del pantano de Calanda. Todavía quedan unos 10 metros hasta la cima, pero las fuertes ráfagas de viento me obligan a suspender cualquier intento de llegar, pues por la cara norte la caída es de un centenar de metros completamente verticales y cualquier pérdida de estabilidad podría suponerme un gravísimo accidente.
            Observo con detenimiento la formación rocosa. Es un ejercicio interesante imaginar el origen de aquella mole pedregosa. Quizá emergió de la tierra por algún tipo de movimiento sísmico. O quizá fueron los elementos los que, con los años, fueron deteriorando la capa vegetal que la cubría hasta dejarla tal y como la conocemos hoy. Sin lugar a dudas, y pese a desconocer la evolución geológica de la zona, la erosión ha jugado un papel fundamental a la hora de moldear sus salientes, sus redondeados promontorios y sus espectaculares formas.
            Imagino las épocas en que los seres humanos venerábamos a nuestra Madre Tierra. El tiempo en el que se declaraban sagrados todos aquellos lugares, que por su belleza, su energía o su inexplicable formación, llamaban la atención de nuestros antepasados. Entonces el ser humano era respetuoso con lo que le rodeaba. Se sentían partes de un todo, pero dueños de nada. Cómo han cambiado las cosas.
            Al oeste puedo distinguir otra curiosa formación rocosa tallada por la erosión, un conjunto de figuras calizas de difícil descripción que se abre paso en la extensión de la montaña asomándose con curiosidad al valle que se encuentra bajo ellas. Precisamente dicho valle se llama Val de la Peña, en honor a la Peña del Cucón.
            Es en Val de la Peña donde se encuentra uno de los árboles más singulares del Bajo Aragón, una encina centenaria cuyo espectacular tamaño deja boquiabierto a todo aquel que la visita. Tiene un diámetro de copa de 27 metros, un perímetro de tronco de casi 4 metros y medio y una altura de 13 metros. Cuántos sueños habrá presenciado bajo sus ramas. Cuántas historias se habrán contado bajo el abrigo de sus hojas.

            Inicio el descenso, orgulloso de haber estado en ese lugar tan especial, de haber podido disfrutar de aquella mole rocosa que preside, junto a otras famosas cumbres, las tierras del Bajo Aragón. Echo una última mirada hacia la Peña del Cucón y me pregunto: “¿cómo le gustaría a ella que se la llamase?. ¿Qué nombre consideraría mas apropiado? ¿El que le han dado los vecinos de Foz o el que utilizan los vecinos de Mas de las Matas?.” Estoy seguro que no le importa como se la llame, lo único que desea es que no nos olvidemos de ella. Que la admiremos y la respetemos como hasta ahora, pues es lo que le da fuerzas para seguir allí, erguida y orgullosa, haciendo frente al tiempo y los elementos para que futuras generaciones puedan también contemplarla.