" Cada salida, es la entrada a otro lugar"
Este blog pretende transmitir la belleza y peculiaridad de lo cercano, los lugares que nos transportan en el tiempo y en el espacio. Rincones de nuestra geografía más próxima que nos dejan sin aliento o nos transmiten una paz necesaria en momentos de dificultad. Espero contribuir a que conozcamos un poquito más dichos lugares y a despertar la curiosidad del lector para que en su próxima salida, inicie la entrada a otro lugar... un lugar al que viajar sin necesidad de sacar billete.
viernes, 20 de diciembre de 2013
lunes, 2 de diciembre de 2013
SANTUARIO VIRGEN DE LA FUENTE
Otro de los grandes
tesoros arquitectónicos que alberga nuestra provincia.
En el sigo
XIII, pocos años después de la reconquista de nuestras tierras, no
sabemos muy bien si por el hecho de que la santísima mostraba así
su alegría por la tierra recién recuperada a los moriscos o porque
los cristianos de la época vieron en esta formula una manera de
adoctrinar a los vasallos musulmanes que permanecieron en las
poblaciones conquistadas, aparecieron por todo el Bajo Aragón
histórico infinidad de imágenes de la virgen en diferentes puntos
geográficos. Esas imágenes siempre obraban el milagro de regresar
al lugar donde habían sido encontradas y allí se erigía una ermita
en honor a tan “incomprensible” hecho.
El
Santuario de la Virgen de la Fuente es uno de aquellos lugares en que
la virgen tuvo a bien aparecerse en forma de talla de madera, y
gracias a esa “aparición” hoy podemos disfrutar del magnifico
porte de esta obra constructiva, que combina a la perfección
diferentes estilos arquitectónicos.
“La ermita de Arriba es el edificio más antiguo que se conserva del Santuario. Su construcción se inicia en 1341, después de que la ermita original, construida el siglo anterior y ubicada más abajo, donde según la leyenda se encontró la Virgen, sufriera los desperfectos de una riada.
“La ermita de Arriba es el edificio más antiguo que se conserva del Santuario. Su construcción se inicia en 1341, después de que la ermita original, construida el siglo anterior y ubicada más abajo, donde según la leyenda se encontró la Virgen, sufriera los desperfectos de una riada.
Es
una obra gótica-mudéjar que comprende una sola nave de cinco
tramos, de testero recto con techumbre de madera sustentada sobre
arcos diafragma apuntados.
La decoración gótica que se conserva es de gran riqueza. En los capiteles de las arquivoltas de la portada se representan, a modo de friso corrido, numerosas escenas del nuevo testamento; en el lado izquierdo: las Bodas de Canà, la Anunciación de los Pastores, la Presentación en el templo, la Huida a Egipto y el Sueño de José; y la parte derecha: Jesús en la cruz, la Curación de la Hemorroisa y la Adoración de los Magos. Las figuras a los lados de la Virgen que corona la arcada representan muy probablemente a personajes de la Orden de Calatrava, la cual gobernaba la villa.
La decoración gótica que se conserva es de gran riqueza. En los capiteles de las arquivoltas de la portada se representan, a modo de friso corrido, numerosas escenas del nuevo testamento; en el lado izquierdo: las Bodas de Canà, la Anunciación de los Pastores, la Presentación en el templo, la Huida a Egipto y el Sueño de José; y la parte derecha: Jesús en la cruz, la Curación de la Hemorroisa y la Adoración de los Magos. Las figuras a los lados de la Virgen que corona la arcada representan muy probablemente a personajes de la Orden de Calatrava, la cual gobernaba la villa.
La
techumbre es una de las muestras más impresionantes de la
carpintería mudéjar aragonesa. Presenta una interesante decoración
donde destaca la cruz de Calatrava y otros motivos heráldicos
acompañados de rostros humanos de gran sencillez estilística.
Esta
ermita fue declarada Monumento Nacional en 1931.”
Fuente:
Comarca del Matarraña
Este bello lugar,
mas pronto que tarde, sera protagonista de una de mis excursiones.
miércoles, 27 de noviembre de 2013
SANTUARIO DE MONSERRATE
La construcción de edificios o
templos de culto cristiano fuera de los núcleos habitados casi siempre están
vinculados a algún tipo de aparición mariana. Algunas veces las leyendas nos
relatan la aparición física de la virgen y otras, las mas habituales, nos
narran la historia de una pequeña talla de madera que la representa, y aparece
en lugares muy determinados, produciéndose el milagro de que aun después de su
traslado, la imagen vuelve a aparecer en el sitio donde fue encontrada.
El
lugar que vamos a visitar en esta ocasión es ejemplo de esto último. En el
siglo XII, en plena reconquista del Bajo Aragón, un pastor encontró entre las
ramas de un enebro la talla de una virgen, fue trasladada por dos veces a la
localidad de Fornoles, y por dos veces aquella imagen volvió a aparecer entre
las ramas del enebro. Así nació el santuario de Monserrate. Mas tarde creció
con el cariño y la devoción de los vecinos de Fornoles y alrededores, y si
nadie lo remedia, morirá hundido por la desidia de las instituciones que deberían
velar por su conservación. No entiendo el afán de la iglesia por escriturarse
aquello que no es suyo si luego ni lo arregla ni lo mantiene.
Comienzo
mi excursión de hoy por la carretera nacional 211 en dirección a Alcañiz.
Atravieso el pueblo del milagro y me adentro por las tupidas plantaciones de maíz
que bailan al compás del viento celebrando nuestro paso.
El contraste que disfrutamos
conforme nos acercamos a la “histórica y heroica” ciudad es cuando menos
curioso, de un lado los modernos edificios de Motorland, del otro el imponente
castillo calatravo, testigo incansable de los continuos cambios que ha sufrido
el valle del Guadalope.
Una vez en la rotonda, me
incorporo a la variante dirección Castellón. Desvío la mirada a mi derecha
intentando distinguir el viejo caserón que tantas veces me ha quitado el sueño,
la impresionante casa solariega, hoy demacrada por la soledad y el olvido.
“Torre de palos” susurro mientras vuelvo a mirar hacia delante. Algún día,
cuando conozca mucho más la historia y las historias de aquella masia, será
protagonista de una de mis excursiones.
Continuo, sin dejarla, por la
nacional 232. Quedan atrás las ventas de
Valdealgorfa y me adentro ya en la Comarca del Matarraña. Unos kilómetros mas
adelante, pasado el cruce de Valderrobres, distingo una nueva intersección,
Fornoles a la izquierda y La Codoñera a mi derecha. Sigo recto intentando
distinguir la característica espadaña del santuario de Monserrate.
Ya lo veo a mi izquierda, pero
tengo que continuar un kilómetro mas adelante, hasta el cruce de Belmonte de
San José, para poder hacer el cambio de sentido que me permita acceder al santuario.
A mi llegada me llaman la atención los carteles de señalización. En todos ellos
se lee “Montserrate”, sin embargo en Fornoles el santuario es conocido como
Monserrate. Extraña contradicción. He de decir que mientras escribo todavía
desconozco el verdadero nombre del lugar, pues lo he encontrado escrito de
ambas formas en infinidad de sitios.
Me bajo del coche mientras
espero al que hoy será mi guía en esta interesante excursión. Sergio, amigo y
vecino de Fornoles, se presto amablemente a enseñarme, no solo el Santuario,
sino también las historias que en el se han vivido.
Observo detenidamente el
edificio. Se distinguen dos construcciones completamente distintas, a mi
izquierda, lo que parece ser la Iglesia, esta construida en piedra sillar,
llena de marcas de cantería en toda su extensión, mientras que en el edificio
anexo predomina la mampostería. Esta rodeado de unos inmensos cipreses, algunos
de ellos, por su envergadura, parecen plantados cuando se construyeron los
edificios anexos, en el siglo XVII.
He leído que por aquel lugar
siempre ha transcurrido el camino real que unía las localidades de Alcañiz y
Morella, o lo que es lo mismo, Zaragoza y Peñiscola. Puedo imaginar que en el
siglo XVII, y debido al continuo ajetreo de carros y carretas con mercancías
venidas del puerto de Peñiscola y con destino a Zaragoza, la Orden de Calatrava
decidiera ampliar la pequeña ermita para dar servicio y descanso a aquellos
viajeros. En definitiva el santuario ha sufrido tres transformaciones
importantes. Su construcción original entre finales del siglo XII y principios
del XIII, la ampliación gótica realizada en el siglo XIV y la construcción de
los edificios dedicados a hospedería en el siglo XVII.
Bajo por la pequeña ladera que
separa el aparcamiento del santuario y distingo el sonido lejano de un motor.
Mi guía ha llegado. Sergio lleva en su mano derecha un pequeño bolso donde se
oye el inconfundible sonido de la colección de llaves que presumiblemente nos darán
acceso al viejo edificio contemplativo.
Comenzamos nuestra visita por el
camino que se abre paso a la derecha de la construcción. El edificio es sobrio,
de líneas rectas, sin grandes alardes constructivos ni complicados trabajos de
cantero. Conforme avanzamos mi anfitrión me cuenta la historia de un soldado de
la guardia mora de Franco que en la guerra civil, aprovechando la oscuridad y
la frondosidad de uno de los cipreses, se escondió, fusil en mano, esperando el
regreso del sol. Aquel soldado africano sembró el pánico entre las tropas
republicanas que deambulaban esos días por el lugar, que veían caer de un
disparo a sus compañeros sin conseguir localizar el origen de los mismos.
Fueron muchos los soldados republicanos abatidos hasta que se descubrió la
ubicación de aquella avanzadilla nacional de un solo individuo.
Tras una lucha encarnizada con
las llaves por fin podemos acceder al edificio. Se abre ante mí un patio
enorme, rodeado de grandes soportales con arcos de medio punto. El complejo arquitectónico
rodea todo el patio interior, y pese al deterioro sufrido por el tiempo y el
desuso todavía podemos apreciar la grandeza que tuvo el lugar en tiempos
pasados.
A mi derecha se encuentra lo que
parece ser la vivienda del santuario, el lugar donde se hospedaban aquellos que
prestaban servicio a peregrinos y visitantes. Es la zona mas deteriorada, sus
techumbres han sucumbido al rugido incansable de los elementos, a las
desafortunadas visitas de los enemigos de lo cívico y al olvido y desidia de
aquellos que deben velar por su conservación.
A mi izquierda, sobre los
soportales, distingo un edificio parcialmente reconstruido. Se han consolidado
techos y ventanas, conservando la esencia de lo que algún día fue un lugar de
descanso y reposo. Al fondo, asentada sobre estructura de sillar y con doble
puerta al patio, se encuentra lo que hoy es una de las ermitas mas veneradas
del Bajo Aragón histórico.
Cuenta la leyenda que el 4 de
mayo de 1512, ante la intensa sequía que asolaba todo el Bajo Aragón histórico,
tuvo lugar una romería a este santuario en la que, sin haberse avisado
previamente, coincidieron varios pueblos de la zona. Desde entonces cada
segundo domingo de mayo se conmemora aquel hecho histórico, considerado como
otro milagro de la venerada reliquia.
Conforme nos acercamos al
templo, puedo distinguir la maravillosa arquivolta de su portada principal.
Pese a ser gótica, esta coronada por un enorme escudo de estilo barroco y
adornada con motivos religiosos y florales. A la derecha de esta puerta hay
otra de extraordinarias dimensiones, no encuentro explicación a la existencia
de doble puerta en apenas tres metros, y mas cuando una de ellas es de un
tamaño desproporcionado.
Nos dirigimos hacia la iglesia.
A mi izquierda, bajo los porches, hay restos de lo que antiguamente fue un
pulpito de oración, uno de esos balconcitos elevados donde un clérigo leía las
sagradas escrituras mientras los demás disfrutaban de la comida. Supongo que
serian los caballeros y frailes de la Orden de Calatrava los que premiaban a
los peregrinos, no solo con descanso y comida, sino también con la palabra de
dios.
Entramos en la pequeña iglesia.
Pese a que se cree que es de origen gótico, nada en su aspecto interior nos
hace recordar los grandes alardes constructivos de aquellos maestros canteros.
Su decoración actual es en su mayoría barroca, predominando el arco de medio
punto en toda su estructura abovedada. Me llama la atención su altar, un altar
construido en madera y en forma de isla coronado con un gran capuchón, en cuyo
centro debería encontrarse una reliquia adorada y admirada por los vecinos de Fornoles.
Hoy por seguridad, una foto de esa reliquia preside el lugar.
Junto al altar se encuentra una
pequeña capilla de decoración barroca. Es la mejor conservada del templo.
Combina tallas en yeso de escenas bíblicas con el azulete característico de la
zona. La enorme puerta esta enfrente, al otro lado del altar mayor, por lo que
se me ocurre una teoría del porque de su construcción. Quizá, en las celebraciones
donde habría gran afluencia de gente esa puerta permanecía abierta para que las
personas que debían quedarse en el patio pudiesen seguir la eucaristía sin ningún
problema.
Observo un pequeño agujero en la
pared posterior al altar y es ahí cuando Sergio, anfitrión, amigo y vecino de
Fornoles, me relata un acontecimiento del pasado del que su tío fue testigo
directo. Durante la guerra, los vecinos de Fornoles juraron defender el
santuario de Monserrate de todo aquel que quisiera profanarlo, fuese de un
bando o de otro. Todo transcurría sin incidentes hasta que un día, el Jefe del
Estado Mayor de la Republica, Don Vicente Rojo, en una de sus muchas visitas a
la zona pidió acceder a la iglesia sin ningún tipo de compañía. Aquellos intrépidos
vecinos de Fornoles, temiéndose lo peor decidieron vigilar, fusil en mano, por
un pequeño agujero que había tras el altar al distinguido visitante, dispuestos
incluso a abrir fuego si cometía alguna tropelía dentro del templo. Vicente
Rojo, ante el asombro de aquellos que lo observaban, rezo durante 45 minutos y
después abandono el lugar. Lo que no sabía aquel comando de defensa del
santuario es que Don Vicente, pese a permanecer fiel a la republica, era un
ferviente católico.
Subimos al coro y a la torre por
unas antiguas escaleras de piedra en forma de caracol sujetas una sobre otra
sobre un punto central que va formando la columna. Sin lugar a dudas aquellas
escaleras si que eran de la construcción original, aun diría mas, no de la
ermita gótica del siglo XIV, sino del pequeño templo que se construyo una vez
obrado el milagro de la virgen.
Desde la torre de espadaña se
puede distinguir la localidad de Fornoles, los grandes picos de los puertos de
Beceite, la inmensidad arbórea del rico bosque mediterráneo que puebla el
Matarraña… Sin lugar a dudas un lugar magnifico al que acudir a poner en orden
nuestras ideas.
El sol comienza a teñir de
naranja las nubes altas que pueblan el cielo mientras se oculta a nuestra
espalda, mas haya de la enorme chimenea de la térmica de Andorra. Decidimos ser
más ágiles a la hora de echar un vistazo a los edificios anexos y nos ponemos
manos a la obra. Sin embargo las prisas no nos impiden disfrutar de una
sorpresa mas, en la ampliación realizada en el año 1621 se aprovecho una de las
paredes laterales del antiguo templo gótico para levantar uno de los edificios
anexos, eso permite poder ver las tallas
que lucían en el saliente del tejado a la altura de los ojos. Son bellísimas,
la pena es que muchas de ellas están deterioradas por la mano indecente de algún
terrorista del patrimonio.
Mientras nos dirigimos ya a la
salida me fijo en el escudo que corona el pórtico de grandes dimensiones que da
acceso al altar mayor. Distingo la silueta de un monte escarpado con una sierra
de arco sobre él bajo una M invertida coronada. Es un escudo idéntico al que
podemos contemplar en la abadía de Montserrat. Quizá esa sea la pista
definitiva para saber cual es el verdadero nombre del santuario.
De todas formas yo seguiré
llamando a aquel lugar Monserrate, pues mas haya de los motivos históricos o eclesiásticos,
están los motivos sentimentales. Durante más de 800 años, generación tras generación,
los vecinos de Fornoles han venerado, han cuidado, han sufrido y han amado este
lugar. Durante mas de 800 años han ligado su vida y su existencia a un
santuario y a una reliquia que les ha ayudado en su peregrinar por el día a día,
en el transcurrir de una vida donde Monserrate ha sido protagonista obligada.
Por eso, si los fornolenses,
dueños y señores de la espiritualidad del lugar, llaman al santuario
Monserrate, no seré yo quien les lleve la contraria.
lunes, 25 de noviembre de 2013
ELS PORTS
Sin duda una de las zonas
de mayor diversidad y mayor riqueza medioambiental de nuestra
provincia son los puertos de Beceite. Un macizo montañoso que por su
ubicación y orografia tiene unas condiciones únicas, una belleza
paisajistica enorme y una riqueza floral y faunistica digna de las
grandes cordilleras europeas. “Els ports”, y aunque suene
contradictorio, son muy conocidos y a la vez completamente
desconocidos para los turolenses. La gran mayoría hemos visitado la
zona de Beceite, unos cuantos hemos contemplado “les roques del
Masmut”, pero muy poquitos son los que se han adentrado en las
muchas hectáreas que componen esta impresionante formación rocosa.
“Els ports”
desprenden belleza por sus cuatro puntos cardinales: Desde Beceite a
Ulldecona, desde Peñarroya hasta Tortosa... Ejemplo claro es la
bellísima formación caliza que podemos ver en la fotografiá, “Les
Roques de Benet” (Horta de Sant Joan), uno de los bellísimos
conjuntos rocosos de los que podemos disfrutar en este lugar de
fantasía.
Lastima que, a día de
hoy, Aragón no haya sido capaz aun de proteger esta maravillosa zona
con la declaración de Parque Natural, en este aspecto llevamos gran
retraso con respecto a Cataluña y Valencia.
jueves, 14 de noviembre de 2013
TOLOCHA
El Morrón de la Tolocha, con sus 790
metros de altitud, no es solo uno de los picos mas altos de nuestra
zona, es también un nexo de unión entre todos los municipios de la
comarca administrativa del Bajo Aragón. Ademas, el estar ubicado junto al cauce del rió Guadalope, una zona de depresión geográfica, lo hace parecer mucho mas alto e inaccesible.
Si un vecino bajoaragonés se encarama
a un punto alto de su pueblo siempre distinguirá el puntiagudo
acabado de esta mole rocosa que lleva millones de años aguardando en
silencio junto al cauce del rió Guadalope.
El Morrón de la Tolocha es el cordón
umbilical que une las cuatro zonas diferenciadas de nuestra comarca.
Calanda y Alcañiz al norte, Mezquin al este, Los Alcores al Oeste y
Portal del Maestrazgo al sur.
Tolocha es un lugar
especial, un lugar místico y misterioso. Un altar natural que acerca
al ser humano al contacto con lo divino. Esta mítica montaña
siempre ha sido un lugar de referencia para aquellos que vivieron a sus
pies en tiempos pasados, lo demuestra esta pequeña reseña extraída
de la pagina WEB del Ayuntamiento de Calanda:
“El
origen del topónimo “Tolocha” viene a significar “monte del
miedo” de lo que se intuye que este monte esconde un pasado místico
y misterioso. Según el arqueólogo Manuel Sanz y Martínez, en una
de sus laderas hubo un antiguo santuario precristiano, en tierras
fronterizas entre los antiguos íberos y celtíberos, que según este
autor constituiria" un lugar de culto al aire libre en el que se
llevarían a cabo sacrificios y prácticas rituales". Cuenta la
tradición que al grito del conjuro “Entre medio de rama y hoja, al
cabezo del Tolocha” brujas y hechiceros se reunían en las noches
de luna nueva en la cima de este monte místico para practicar sus
ritos ocultos y provocar temibles tormentas.
El misterio alrededor del Tolocha, tuvo cierta influencia en Luis Buñuel y es por ello que en el CBC, en el espacio dedicado a “Los mundos de Buñuel” entre otros objetos relacionados con las obsesiones del cineasta, se cuenta con piedras graníticas del monte Tolocha. Como anécdota, cabe destacar que en sus visitas a Calanda, Buñuel acostumbraba a subir al monte Tolocha y una vez ahí, realizaba sus propios “ritos” que posteriormente reflejó en su película “La vía láctea” cuando un mendigo, en una noche de tormenta se dirige al cielo gritando “Dios, si existes, demuéstralo”, no ocurre nada durante unos segundos y derrepente un rayo cae tras él sobre un árbol.
Luis Buñuel falleció en Ciudad de México el 29 de julio de 1983, y según información de sus hijos desvelada treinta años después de su muerte, sus cenizas fueron esparcidas en el monte Tolocha en el año 1997. Buñuel, polvo de Calanda (elmundo.es).”
El misterio alrededor del Tolocha, tuvo cierta influencia en Luis Buñuel y es por ello que en el CBC, en el espacio dedicado a “Los mundos de Buñuel” entre otros objetos relacionados con las obsesiones del cineasta, se cuenta con piedras graníticas del monte Tolocha. Como anécdota, cabe destacar que en sus visitas a Calanda, Buñuel acostumbraba a subir al monte Tolocha y una vez ahí, realizaba sus propios “ritos” que posteriormente reflejó en su película “La vía láctea” cuando un mendigo, en una noche de tormenta se dirige al cielo gritando “Dios, si existes, demuéstralo”, no ocurre nada durante unos segundos y derrepente un rayo cae tras él sobre un árbol.
Luis Buñuel falleció en Ciudad de México el 29 de julio de 1983, y según información de sus hijos desvelada treinta años después de su muerte, sus cenizas fueron esparcidas en el monte Tolocha en el año 1997. Buñuel, polvo de Calanda (elmundo.es).”
“ENTRE
MEDIO DE RAMA Y HOJA, AL CABEZO DEL TOLOCHA”
martes, 5 de noviembre de 2013
EL PUENTE DE CANANILLAS
Hoy nuestra
excursión será a un lugar de rabiosa actualidad. Un lugar conocido, no por
nuestro protagonista de hoy, sino por
las aguas del río que atraviesa sus arcos de medio punto desde hace muchos
años. Río al que los vecinos de la comarca se acercan en sus días de asueto a
pasar momentos refrescantes en tiempos calurosos. Río que, debido a sus
impetuosas crecidas, ha sido capaz de
moldear paisajes bellísimos y formaciones imposibles en su camino hacia
las huertas de Aguaviva y el Mas.
Iniciamos nuestro
camino hacia Mas de las Matas tomando a nuestra derecha la carretera
autonómica A-225 en el cruce que encontramos nada más salir de Alcorisa en
dirección a Alcañiz. Cada vez que asciendo la Cuesta del Caballo, me acuerdo de
las historias que nuestros ancianos
vecinos nos contaban sobre las repoblaciones forestales que se llevaron a
cabo en la gran depresión de los años franquistas. Cómo aquellos pinos que hoy
lucen esbeltos y orgullosos sirvieron para que muchas familias no sucumbieran a
la agónica muerte por la falta de alimento.
Continúo hacia Mas
de las Matas y observo a mi izquierda un viejo amigo, “El Cucón”, que sigue
impávido ante el paso del tiempo, observando desde la lontananza los valles del
Bergantes y el Guadalope. Una vez en la localidad masina, rodeo su casco urbano
por la variante construida a tal fin. Pese a la tardanza de este año, por fin
podemos ver las huertas cargadas de frutas y hortalizas. El contraste del verde
y rojo de las preciosas plantas del tomate, las enormes hojas de la calabaza,
los pimientos y berenjenas… además, ahora con más asiduidad, están acompañadas
del plástico negro que evita que otras hierbas no invitadas hagan su aparición
en el recinto hortícola que con tanto mimo cuidan los maestros de la azada.
Continúo mi camino y
puedo distinguir la llegada de dos recién casados al edificio que en su día se
construyó como albergue. Actualmente esa construcción es utilizada por los
vecinos del Mas para realizar allí celebraciones importantes, encuentros
familiares de gran relevancia. Una fantástica manera de darle un uso a uno de
tantos edificios que se han ido construyendo en nuestras localidades y que
debido a la situación económica actual no pueden utilizarse para su fin
original.
Un poco más adelante
me desvío a mi izquierda continuando por la A-225 en dirección a Aguaviva.
Según leo en la Web del Ayuntamiento de Aguaviva:
“Esta zona fue conquistada por Alfonso I hacia el siglo XII.
Se da como fecha de nacimiento de la población el año 1320. La historia de
Aguaviva está vinculada a la Encomienda de Castellote, primero fue de la Orden
del Santo Redentor, luego en 1196 pertenecía dicha encomienda a la orden del
Temple, pero al declararse por decreto Papal la extinción de la orden, las
tropas de Jaime II tomaron la población, convirtiéndose a partir de entonces en
una encomienda sanjuanista.”
Es en Aguaviva donde los carteles de “El Bergantes no se
toca” se hacen más presentes. El reciente anuncio de la Confederación
Hidrográfica del Ebro sobre la construcción de una gigantesca presa de
laminación en el cauce del río Bergantes se ha encontrado con la oposición casi
total de los vecinos de la localidad. Mi opinión es que es retrogrado buscar
soluciones de principios del siglo XX a problemas que hemos ocasionado los
seres humanos. Es injusto que los errores en la construcción del embalse de
Calanda y la falta de rigor a la hora de prohibir la edificación de nuevas
construcciones en zonas propensas a la inundación tengan que pagarlo tanto los
vecinos de Aguaviva, como los bellos paisajes que el río Bergantes ha cincelado
con la paciencia de un extraordinario maestro cantero durante miles y miles de
años. Me niego a creer que en pleno siglo XXI no haya soluciones de ingeniería
mucho más respetuosas con el medio que el mega embalse propuesto por la CHE.
Atravieso la localidad de Aguaviva y continúo en dirección
a la provincia de Castellón. Ya se ven las grandes montañas que escoltan al
Bergantes en su camino hacia las mansas aguas del Guadalope. Los empinados
barrancos, las grandes cortadas y las innumerables cuevas que pueblan esas
montañas sirvieron de hogar y refugio a aquellos idealistas guerrilleros que
decidieron seguir luchando por aquello en lo que creían una vez terminada la
guerra civil. Lástima que aquella lucha clandestina acabaran sufriéndola los de
siempre, los ciudadanos de a pie que veían como tanto los de un lado como los
de otro saqueaban las despensas que llenaban con sangre, sudor y lagrimas para
poder alimentar a su familia.
Entre el punto kilométrico 22 y 23, encuentro un camino a mi
izquierda que desciende en dirección al lecho del río. Accedo por allí y un
poco más adelante, en un nuevo cruce de caminos tomo el de mi izquierda, el que
discurre por la ladera de la pequeña colina que hay frente a nosotros. Comienzo
a distinguir los enormes cantos rodados que las embravecidas aguas de “El Valenciano”, nombre por el que
llaman al Bergantes aguas abajo, han ido depositando en ambas márgenes del
cauce.
Ya se pueden
distinguir conglomerados rocosos de todos los tamaños y formas posibles,
preciosos acantilados labrados en la masa rocosa por la que discurren las
cristalinas aguas de uno de los ríos más bravos de Aragón. El río Bergantes
tiene una longitud aproximada de 60 kilómetros , y es a partir del Forcall, donde
se le unen los ríos Calders y Cantavieja, donde recibe la mayor aportación de
caudal. Incluso algunos historiadores defienden la teoría de que el Bergantes se
forma precisamente por la confluencia de estos tres ríos: el Morella, al que
actualmente se denomina Bergantes, el Caldérs y el Cantavieja, y nace por la
unión de las aguas de todos ellos a los pies de la ermita de la Consolación,
Patrona de Forcall.
Conforme llego al final del camino, puedo distinguir el
porte orgulloso de una bella construcción de mampostería. Aparco junto a una
joven carrasca bajo la que hay una mesa de madera preparada para aquellos que
notan la llamada del estómago en todas sus excursiones. Bajo del coche y me
fijo aguas arriba en cómo el Bergantes desaparece tras trazar la curva de un
meandro casi perfecto.
Comienzo a andar en dirección al puente. Es fascinante el
meticuloso trabajo que los restauradores han hecho en esta antigua
construcción, recuerdo que solo dos arcos sobrevivieron a la avenida que tuvo
lugar en el año 2000, dos arcos que hoy son testigos mudos del maravilloso
aspecto con el que luce ante sus visitantes.
El actual puente de Cananillas tiene su origen en 1622,
aunque existen indicios de que se construyo sobre otro anterior. Algunos
incluso defienden la teoría de que aquí ha existido un puente desde época
romana. Cananillas ha sufrido una y otra vez las envestidas de las grandes
avenidas del Bergantes, un río que, como el doctor Jekyll y mister Hyde, pasa
de ser un remanso de agua tranquila y cristalina a convertirse en un
embravecido torrente hídrico que arrasa con todo aquello que encuentra en su
camino en apenas unas horas.
Quizá si las ultimas piedras de sillar originales que
quedan en el arco central pudiesen hablar, hubiesen avisado al ingeniero
encargado de la construcción del Embalse de Calanda de que construir aguas
abajo de este río bravucón una presa de escollera era una autentica temeridad.
Para que nos hagamos una idea, desde que es posible la realización de aforos,
el Bergantes ha llegado a acumular un caudal de 1200 metros cúbicos
por segundo, más o menos el caudal que el río Ebro lleva en sus crecidas
ordinarias.
El puente actual tiene unos 20 metros de longitud,
unos 8 metros
de anchura y alrededor de 10
metros de altura sobre las aguas. Se sustenta sobre
cuatro arcos de medio punto, el más grande de ellos sobre el cauce natural del
Río. Está construido en mampostería y piedra sillar y es atravesado por el
sendero de gran recorrido número 8, más conocido como GR. 8, que une los
términos de La Ginebrosa, en la margen derecha y de Aguaviva en la margen izquierda.
El lugar es sin duda especial. A la belleza del puente se
unen las curiosas formaciones que la erosión ha ido dibujando en toda la
extensión del pequeño valle. Quizá fue por este lugar por donde Don Blasco de
Alagón y sus tropas atravesaron las aguas del Bergantes en su camino hacia la
conquista de Morella. Quizá en alguna ocasión Jaime I El Conquistador se arrodilló
ante estas mansas aguas para saciar su sed en su camino a las tierras
recientemente conquistadas del Reino de Valencia.
Me encaramo a lo alto del puente y observo. Aguas abajo, el
Río tiene que hacer un extraño de 90 grados para esquivar la pared de roca que
se yergue frente a él. Aún así el Río ha sido capaz de herirla, provocando con
sus embestidas que enormes trozos de conglomerado se vayan desprendiendo poco a
poco de la estructura rocosa original. Parece que aquellos enormes trozos de
roca estén colocados en efecto domino, al empujar la primera da la sensación
que caerían todas las demás. Aguas arriba el efecto es parecido, el agua en su
camino está acompañada de grandes rocas de conglomerado colocadas en posiciones
imposibles, arrancadas de su posición original por la fuerza del agua.
Es un lugar sensacional para aquellos que prefieren bañarse
en el río en lugar de en la piscina. En verano, el puente de Cananillas está
siempre acompañado de curiosos visitantes que disfrutan de las aguas
cristalinas que pasan bajo sus arcos. Escucha las risas sanas de los niños, los
chapoteos incansables de los más jóvenes, las confesiones de jóvenes enamorados
que se tuestan al sol, los cuchicheos de las señoras hablando de la última que
les han hecho sus maridos… En verano, aquel testigo mudo del devenir de los
años nunca se aburre.
Echo un último vistazo. Quizá la próxima vez que lo visite,
este bello puente este sepultado bajo las aguas del inmenso embalse que
inexplicablemente se pretende construir, o quizá el Bergantes haya decidido poner
de nuevo a prueba su resistencia con una de sus puntuales embestidas. Sea como
sea, Cananillas estará siempre en mi recuerdo, en el recuerdo de un joven
explorador que ha podido disfrutar de un lugar excepcional, de un lugar que
deberíamos preservar para que dentro de 100 años otro joven explorador pueda
imaginar a las tropas de Don Blasco de Alagón cruzando por aquel bello puente
en su camino hacia la conquista de Morella.
sábado, 12 de octubre de 2013
EMBALSE DE TEJEDA
En infinidad de ocasiones nos
sorprendemos admirando un lugar precioso del que desconocíamos su existencia.
Un lugar cercano a una carretera por la que hemos transitado infinidad de veces
sin imaginar que, a unos cientos de metros y oculto por el abrigo de la masa
forestal, se esconde uno de esos sitios en los que nuestros sentidos encuentran
el acomodo para inducirnos la paz necesaria con la que afrontar los desafíos
del día a día.
En
esta ocasión visitaremos uno de esos lugares. Una combinación perfecta entre lo
natural y lo artificial. Demostración palpable de que las necesidades
hidráulicas del ser humano no están reñidas con el respeto al medio natural,
que las obras de regulación no tienen por qué suponer una agresión al paisaje
donde se realizan. Sin lugar a dudas, el embalse de Tejeda es un claro ejemplo
de ello.
Inicio
mi camino por la nacional 211, dirección Teruel. Hace muy pocos días me dijeron
que si Alcorisa fuese igual de ancho que de largo seriamos una ciudad. No les
faltaba razón, hay pocos pueblos en España cuya travesía sea tan larga como la
nuestra.
Una
vez abandono Alcorisa, continuo por esta carretera principal. He recorrido
muchas veces este mismo camino cuando trabajaba en los desmontes de Crivillen,
pero reconozco que la gran mayoría de ellas sucumbía al tierno abrazo de
Morfeo. Dejo a mi izquierda la localidad de Los Olmos y, tras unos kilómetros,
aparece ante mí el matadero de La Mata, una construcción de grandes dimensiones
que ha sucumbido a los estragos de una crisis que dura ya demasiado tiempo. Es
curioso cómo los ciudadanos hemos asumido en nuestro vocabulario diario
palabras como prima de riesgo, ERE, encuesta de población activa, indemnización
por despido o salario mínimo interprofesional. La tragedia social está rozando
unas dimensiones tan escalofriantes que hay días en los que no puedes dejar de
vivir en el pesimismo más absoluto.
Llego
a la travesía de la Mata de los Olmos. Según he podido leer, La Mata fue donada
por el rey Alfonso II a la Orden de Calatrava, y no es hasta 1860 cuando la
localidad adquiere el nombre actual de “La Mata de los Olmos”. La historia de
esta localidad siempre ha estado ligada a la del cereal, y así se refleja en el
escudo y bandera que la representan. Llaman la atención los lavaderos, que
podemos ver a nuestra derecha una vez abandonamos su casco urbano. Son unos
lavaderos de arquitectura neoclásica que todavía hoy cumplen su función.
Unos
kilómetros después de abandonar La Mata de los Olmos encuentro la Venta de la
Pintada. Pese a que han pasado muchos años, todavía recuerdo aquel pequeño
edificio de color blanco que albergaba la venta original. Cuando era un niño
aquel edificio era mi referencia para saber que desde allí hasta Jarque de la
Val (entonces atravesábamos el puerto de Majalinos para llegar hasta alli) quedaba
una continua sucesión de curvas y desniveles que podían provocar más de un
mareo si no guardabas la compostura y la concentración dentro del viejo SEAT
131. Es sorprendente como, en apenas 30 años, la ingeniería y la tecnología han
transformado lo que era un incómodo viaje de más de dos horas para llegar al
pueblo natal de mi padre en una grata travesía de 50 minutos.
Ya
se ven a mi derecha las enormes heridas que la explotación minera ha infringido
a nuestra tierra. Puedo distinguir las llanuras de labor que la restauración de
las viejas explotaciones a cielo abierto han dejado aguas abajo del rio
Escuriza, en su camino a Crivillen. Observo las cortadas arcillosas que la vegetación
aún no ha sido capaz de conquistar y me pregunto el tiempo que necesitara la
naturaleza para habituarse a su nuevo y descuidado aspecto. La minería trajo
riqueza a nuestras tierras deprimidas, pero es muchísima más la riqueza que nos
ha arrebatado, tanto en lo económico como en lo paisajístico.
Dibujo
una curva cerrada a la izquierda que me introduce en la localidad de Gargallo.
Curiosamente, el origen histórico de esta villa nunca ha estado ligado a
ninguna orden militar. Gargallo, hasta el siglo XIX, siempre estuvo en manos
privadas. Existe constancia de que en 1209 el rey Pedro II entrego Estercuel y
Gargallo a Miguel Sancho, y desde entonces muchos han sido los propietarios del
lugar. Su casco urbano se asienta sobre un promontorio rocoso que se eleva
sobre el cauce del rio Escuriza y, según reza su folleto turístico, la
localidad posee un patrimonio arquitectónico de importancia:
Una
vez pasada la señal antes mencionada la pendiente se hace más pronunciada. En
un año tan lluvioso como este los bosques adquieren tonalidades vivas y muy
diversas. Los fragmentos de roca rojiza que impregnan los suelos, el color característico
de la corteza del pino rodeno, los diferentes verdes que lucen las especies
vegetales que salpican el terreno y las flores multicolores con las que algunas
decoran sus ramas, el blanquecino de la arcilla que aparece en taludes
desnudos, el negro del lignito que se abre paso a través de las espesas capas
de hoja de pino que enmoqueta el suelo... Una explosión de colores plasmados
sobre un hermoso lienzo con la destreza del pincel manejado por la naturaleza.
Al fondo del valle puedo distinguir un vallado
de madera sobre un escarpado talud. Imagino que es la protección que delimita
la superficie que ocupa el pequeño embalse. Me fijo en una abubilla despistada
que picotea lo que parecen ser los excrementos de un mamífero de mayor tamaño.
La abubilla es uno de los pájaros más curiosos que sobrevuelan nuestros bosques.
Viste unos plumajes blancos y negros hasta el pecho, dando paso al color canela
que envuelve su cabeza, su pico exageradamente largo, su cresta engominada… sin
duda es un pájaro muy elegante que llama nuestra atención en cuanto lo vemos.
Sigo
mi camino intentando distinguir la silueta de algún animal en el sonido de
ramas en movimiento que escucho a mi derecha. Imagino que habrá sido un
esfardacho, especialista en ocultarse en el último momento ante el paso del ser
humano. Desciendo unos 200
metros más y el camino dibuja una curva pronunciada a la
derecha. Ya puedo distinguir las oscuras aguas del embalse, las estructuras de
madera que delimitan el entorno y el refugio de piedra que preside el merendero
que hay bajo el acogedor estanque.
Me
recibe un joven ejemplar de árbol del paraíso. Su presencia en nuestras tierras
se ha incrementado mucho en los últimos años, y eso se debe a que existe la creencia
de que ahuyenta a los incómodos mosquitos. Paso junto a un cartel que me
recuerda la obligación que tenemos de conservar ese lugar en perfectas
condiciones y me apoyo en la valla que está justo detrás. El sol ya está pidiendo
el relevo a la luna y la tarde tiñe de negras las transparentes aguas del
embalse. La imagen es de auténtica postal, la total ausencia de viento
convierte el agua en un enorme espejo que refleja el azul del cielo y el ejército
de pinos que pueblan las montañas que rodean al estanque. Es como una foto
contrapuesta, un fotograma expuesto a los caprichos de un experto en Photoshop.
Levanto
la mirada y, sobre los pinos, distingo la calvicie de una montaña coronada por
varias antenas y un pequeño puesto de vigilancia. Una fría lagrima se desliza
por mi mejilla fruto del recuerdo. Aquella majestuosa montaña, hasta hace pocos
veranos vestida con el verde intenso de los bosques, se ha convertido en un
promontorio pedregoso, erosionado…y todo por la acción de unas llamas
incontenibles que camparon a sus anchas convirtiendo en un infierno todo lo que
encontraban a su paso. Cada árbol quemado se convirtió en mil recuerdos
arrancados, cada hectárea abrasada fue como arrancar mil historias vividas,
cada crujido de las ramas chamuscadas fue como el aullido incomprendido de
cientos de almas derrotadas. Nadie ha podido olvidar aquellos días fatídicos en
los que las llamas arrancaron parte de la piel de nuestra provincia.
Bajo
la mirada y giro a mi izquierda en dirección a los merenderos. La vegetación ha
ido ganando terreno y se hace imprescindible desbrozar el lugar. El merendero está
dividido en dos partes diferenciadas, unidas entre sí por un pequeño puente de
madera que atraviesa el canal de desembalse que vierte las aguas sobrantes al
cauce del rio, simulando una cascada realmente bonita. Al otro lado del puente
hay un refugio cerrado con llave. Me acerco a la ventana y puedo distinguir en
su interior varias barbacoas donde poder asar sin riesgo a provocar incendios.
Continúo
por una estrecha senda que asciende por uno de los taludes del pequeño almacén
de agua... Las orillas que ejercen la labor de presa están alicatadas con
grandes piedras para que el agua, en días de viento fuerte, no erosione las
paredes de arcilla. El lugar es precioso, silencioso, un remanso de paz para
aquellas almas inquietas que se relajan con los sonidos de la naturaleza.
Este pequeño embalse se
encuentra en un “bosque natural de unas 400 hectáreas , cuya
especie dominante es el pino rodeno o resinero sobre suelos arenosos, en medio
de un entorno rodeado de materiales calcáreos, lo que le confiere un cierto
carácter de bosque isla. Es el pinar llamado de Regachuelo y Tejeda. Destaca la presencia de jaras, brecina y
tejos. Se halla en muy buen estado de conservación, con rincones de gran
belleza donde se combina una variada paleta de colores.”
Me acomodo sobre las
piedras y escucho. Consigo distinguir el sonido lejano de la carretera, los pájaros
cantando sus variadas melodías y el agua cayendo hacia el barranco que se abre
paso ladera abajo del embalse. Sin lugar a dudas es un paraíso para aquellos
cuya vida diaria es una montaña rusa, o los que sólo escuchan el silencio
mientras duermen. Aquella reserva de agua, ese tesoro para los agricultores de
la zona, se ha convertido en un lugar maravilloso, en un rincón de paz y
tranquilidad para nuestros sentidos.
Tras
unos minutos de silencio decido volver sobre mis pasos. Me fijo en un nido
artificial decorado con colores vivos, una pequeña casita de madera para que
los pajaritos de la zona puedan construir su hogar oculto de los ojos curiosos
de las grandes rapaces. Imagino como seria vivir allí, levantarse cada día
sobre las mansas aguas de un lugar encantador. Quien sabe, quizá algún dia…
Vuelvo
hacia el coche prometiéndome a mí mismo que volveré con mi familia para
disfrutar de una tarde de picnic y relax. Y será muy pronto.
miércoles, 18 de septiembre de 2013
EL CARACOL
Los misterios no siempre llegan del pasado lejano, en la localidad vecina de La Fresneda tenemos un claro ejemplo de ello. En la década de los 80, de un día para otro, apareció sobre la montaña de Santa Barbara una formación de rocas en hilera que formaban un enorme caracol.
A día de hoy todavía se desconoce el autor de tan trabajosa obra pétrea y de los motivos que le llevaron a hacerla. ¿Alguien tiene una teoría?
“Un misterio por descubrir.
Según cuentan, "el caracol" apareció un día hace 25 años ó más, nadie sabe como ni porque,nadie sabe quien lo hizo, solo que apareció. Es una serie de piedras puestas en hilera, haciendo la figura de un caracol, una espiral que funciona como un laberinto. Lo más curioso es que cuando se quitan las piedras, al día siguiente vuelven a estar puestas en su sitio, como si alguien o algo, quisiera que "el caracol" perdure intacto para siempre.”
http://turismoalcaniz.webcindario.com/
lunes, 16 de septiembre de 2013
CHORRO DE SAN JUAN
Hay momentos especiales a lo largo de nuestra vida. Momentos en los que el cuero cabelludo se eriza, las terminaciones nerviosas de nuestro cuerpo comienzan a emitir señales en forma de pequeños cosquilleos y nuestro cerebro se relaja ante las imágenes que el nervio óptico le envía. Sucede, por ejemplo, cuando estás subido sobre una enorme roca, observando la inmensidad del valle que se abre bajo tus pies. Y si además esa visión está acompañada del sonido melodioso del agua al precipitarse por el acantilado y del dulce aroma del romero y el tomillo, la situación es todavía mucho más especial.
Esas
son las sensaciones que se sienten en el lugar que visitaremos hoy. Porque cuando
uno se encarama a lo alto del chorro de San Juan en las Cuevas de Cañart, tiene
la sensación de estar conectado a un complejo cargador de baterías hecho de
material calizo que, poco a poco, nos va transfiriendo la energía de la tierra
para que nuestra fuerza vital siga permitiéndonos disfrutar de cada minuto en
esta carrera de obstáculos llamada “vida”.
Inicio
la excursión por la Nacional 211 en dirección a Teruel, desviándome a la
derecha en el cruce que nos lleva a la localidad de Berge. Dejo el embalse de
Gallipuen a mi izquierda. Es curioso que de todos los ríos de la margen derecha
del Ebro, el Guadalopillo sea el único que no se ha embravecido con las
continuas precipitaciones de este invierno. Una cuestión que quizá debería ser
objeto de un estudio geológico profundo.
Atravieso
el casco urbano de Berge (¡qué grandes recuerdos futbolísticos guardo de esta
localidad!) y continúo en dirección al municipio de Molinos. Sin dejar la
carretera, circunvalo el monumental municipio de las grutas de cristal. Molinos
y su término municipal son un museo en sí mismos por su enorme riqueza
patrimonial y natural.
Continúo
por la carretera TE- 40. Ésta fue en sus inicios una pista forestal, pero la Diputación
Provincial la asfaltó transformándola en carretera provincial. Actualmente,
gracias a la reciente conexión entre
esta vía y la antigua carretera que discurre junto a la margen izquierda del
embalse de Santolea, se ha convertido en
una salida imprescindible para los vecinos de Dos Torres del Mercader, Ladruñan
y las Cuevas de Cañart. Es precisamente por esa conexión, la cual encuentro a
mi derecha después de una decena de kilómetros, por la que debo dirigirme a mi
destino.
La
carretera comienza picando hacia arriba durante unos kilómetros hasta que
coronamos en una gran altiplanicie desde la que podemos distinguir tanto la
sierra de Majalinos como los aerogeneradores de las montañas de Olocau del Rey.
Comienza a notarse el cambio de cuenca hídrica: los barrancos son más
escarpados, de mayor impacto visual, y las pendientes de la vía alcanzan
porcentajes dignos de una gran etapa de las grandes rutas ciclistas.
Precisamente al final de la escalofriante bajada es donde encuentro el último
cruce que, girando a la derecha, me llevará a los contornos del antiguo dominio
templario de las Cuevas de Cañart.
Llama mi atención una formación rocosa esculpida a mi derecha, en la ladera de la montaña. Los vecinos de las Cuevas la llaman “El Morrón”, y si no fuera por la distancia que nos separa de Foz Calanda diría que “El Morrón” y “El Cucón” bien podrían ser hermanos mellizos.
Conforme
voy acercándome puedo distinguir el color rojizo que corona los tejados de la población.
Me sorprende sobremanera el tamaño de la iglesia, enorme para una localidad de
menos de cien vecinos, y mas cuando ya existían en la misma dos conventos que disponían
de sus propios templos. He conocido después que la población de las Cuevas de
Cañart en 1900 era de 648 personas, lo que explica el tamaño del principal
edificio religioso.
Las
Cuevas de Cañart es actualmente un barrio de Castellote debido a la incesante pérdida
de población que sufrió durante todo el siglo XX. Su mayor esplendor fue en la época
de las órdenes militares, formando parte de la encomienda del Temple de
Castellote en un primer momento y de la orden del Hospital una vez los primeros
fueron disueltos. Los orígenes de su construcción se remontan a la época en que
el Maestrazgo era la frontera que separaba los territorios cristiano e islámico.
Cuevas de Cañart se construyó como núcleo defensivo avanzado para consolidar
las endebles fronteras existentes en ese momento, y su arquitectura y
estructura urbana responden a ese objetivo. De hecho, el casco urbano todavía
conserva hoy rasgos inequívocos de aquellas épocas.
Un
paseo por Cuevas de Cañart no deja indiferente a nadie. Tras siglos y siglos de
violencia, deterioro y pérdida de población,
todavía hoy podemos admirar el Portal de Marzo,
grandes casonas, antiguos conventos, estructuras medievales y los restos
de la que fue su fortaleza, convertida en una curiosa ermita por el aspecto de
su techumbre. Actualmente, y gracias a las infraestructuras hosteleras que se
han construido en la localidad, Cuevas de Cañart es un lugar de retiro y
descanso. Un lugar donde los pulsos acelerados de las grandes capitales recuperan
la sensación de libertad y tranquilidad, de volver a ser dueños de ellos
mismos.
Conforme
llego al núcleo urbano tomo la calle que queda a mi izquierda. Continúo por
ella sin dejarla hasta que circunvalo por completo la localidad. A mi derecha,
antes de cruzar un pequeño puente, distingo una fuente de piedra cuya
estructura nos da una pista de su antigüedad. Aparco el coche allí mismo y
recargo la cantimplora mientras observo el lavadero anexo. Los lavaderos públicos
eran escenarios de dialogo y debate, donde se reunían todas las mujeres del
pueblo para lavar su colada mientras socializaban con las vecinas. Un lugar
ideal para hablar de todo, sin miedo al oído censor de los maridos.
Desde
allí también se pueden observar las ruinas del convento de monjes Servitas que,
por su tamaño, tuvo que ser una congregación bastante numerosa. Unida a la de
las Concepcionistas Franciscanas debieron convertir a Cuevas en un lugar de
suma importancia católica, donde el culto y la devoción a Dios debían ser el
pan de cada día. Me acerco a contemplar con curiosidad los restos de este
antiguo convento. Es poco lo que nos ha dejado el tiempo, pero en algunas
capillas podemos contemplar aun hoy las viejas molduras de escayola y parte de
los frescos que decoraban sus paredes.
Vuelvo
sobre mis pasos decidido a emprender la marcha hacia nuestro lugar de destino.
Tomo la primera calle que encuentro a mi derecha, nada mas pasar la fuente, y, después
de unos metros, vuelvo a girar a mi derecha por la siguiente. Esta nueva calle discurre
bajo los pies de la antigua fortaleza, que aún se deja ver en los restos de
muro de mampostería y piedra sillar. Sigo por esa misma vía hasta que encuentro
una intersección de dos caminos encementados, uno que se dirige hacia la
izquierda en dirección a la montaña y otro a la derecha que se introduce en el
casco urbano. Tomo el primero de ellos y continuo por él sin dejarlo, pues es
el que nos conducirá al chorro de San Juan.
Conforme
avanzo ya puedo distinguir el agua deslizándose por una enorme cortada.
Interrumpo la marcha e intento escuchar el sonido del agua al precipitarse al vacío.
Estoy demasiado lejos y no puedo oír nada, la puesta de sol se acerca y los
cantores plumíferos aprovechan los últimos rayos de luz para entonar sus melodías.
Reanudo
la marcha. El camino, aunque encementado y de poca dificultad técnica, puede
hacerse muy duro para las personas que no suelan hacer ninguna actividad física,
pues el ascenso es continuado y en algunos lugares las pendientes son más que
considerables. A un lado y otro se distinguen las huertas de los habitantes del
municipio. Me sorprende que sean tantas las que aun hoy permanecen activas,
cuidadas con esmero, con la tradición ancestral de aquellos antepasados que no disponían
de herramientas mecánicas para realizar la artística labor de la horticultura.
No cabe duda de que el agua utilizada para el cultivo de toda la ladera de la
montaña tiene que ser la que la naturaleza vierte al vacío unos metros más
arriba.
Los
últimos metros de ascensión se me hacen eternos. Estoy ansioso por descubrir
los misterios que se esconden sobre esa caída de agua, por sentir lo que
aquellos antiguos moradores sintieron en ese lugar para decidir hacer de él su
descanso eterno. Ya distingo un cartel indicativo en el que se puede leer la
palabra “Tumbas”. Junto a él hay un pequeño panel explicativo deteriorado por
el sol en el que es imposible descifrar una palabra. Ya hace tiempo que no
cumple su función.
Me
situó junto al cartel y observo. Una sinuosa senda desciende unos metros hacia
un puente de madera que atraviesa el cauce del pequeño riachuelo. Han
aprovechado su caudal para habilitar un abrevadero donde los rebaños, tanto domésticos
como salvajes pueden saciar su sed sin
riesgo a despeñarse. Distingo una canalización que dirige el agua hacia
la orilla izquierda del salto, quizá desde donde se capta para regar la ladera
y para el consumo de la población. Al otro lado puedo ver una pequeña
estructura artificial que parece ser una fuente y, mas allá, un promontorio
rocoso que domina todo el valle.
Reanudo
mi camino por la sinuosa senda, atravieso el puente y asciendo hacia el
promontorio. Las pequeñas oquedades talladas en la piedra aparecen de repente,
sin avisar, sin ningún orden. Esculpidas sin ningún tipo de patrón, con
distinta orientación, nivel y tamaño. Es difícil hacerse una idea de porque la
tribu ibera eligió ese lugar o por qué sólo unos pocos del clan tuvieron el
honor de ser enterrados allí. Me llama la atención el tamaño de las tumbas. Algunas
son demasiado pequeñas para que un hombre de tamaño medio de la actualidad pudiera
ser enterrado allí, pero hay que tener en cuenta que el tamaño de aquellos
hombres era muy inferior al nuestro. Sea como fuere, el descanso eterno que pretendían
fue truncado por la avaricia y la necesidad, por aquellos que consideraban los
sepulcros ajenos como cofres del tesoro. Algunos para poder llevarse un trozo
de pan a la boca, y otros por el hecho de poseer algún objeto de incalculable
valor.
Me acerco
temeroso al borde del precipicio. El agua cae violentamente, impactando sobre la roca y diseminándose por los
canales naturales que el liquido elemento ha tallado sobre la caliza, canales teñidos de verde intenso por el numeroso musgo que los decora. Desde
aquí arriba la imagen es extraordinaria, pero desde el fondo del acantilado es incluso mas sorprendente si cabe.
Agudizo todos los sentidos. La sensación es indescriptible, los sonidos, los olores, las imágenes… Ante mí la explosión de colores
que la naturaleza regala a nuestros sentidos cada primavera en la sierra de la
Garrocha. Disfruto de los tonos amarillos y blancos con los que se visten las
aliagas y romeros, o el gris claro de la roca iluminada por los rayos del sol.
Además, los verdes intensos del valle se combinan con las variadas tonalidades
de las flores de los árboles frutales. La vista es preciosa, la sensación
especial.
Sobre
esa roca solo puedes sentir paz. Allí te das cuenta de lo ridículo que es el
ser humano comparado con la complejidad del medio natural, lo inconscientes que
somos las personas al creernos con derecho a destrozar el intrincado, pero
fascinante, puzzle que la naturaleza ha moldeado.
No hay duda de que aquellos que
decidieron ubicar allí los enterramientos tuvieron la misma sensación, pero…
¿son esas sensaciones el único motivo?. Solo aquellos "antiguos" tienen
la respuesta, nosotros solo podemos especular.
El cielo
comienza a enrojecer con los últimos rayos del sol, es el momento de volver
sobre mis pasos. Mientras desciendo echo un último vistazo al imponente chorro
de San Juan y mi sorpresa es mayúscula. Dos siluetas rocosas escoltan
impasibles el líquido elemento en su caída a la profundidad del barranco. Dos
siluetas cuya forma recuerda los rostros de dos elefantes que observan desde
las alturas el devenir del valle de Cuevas de Cañart. Dibujo con la mirada cada
una de ellas. La trompa, las orejas, el ojo… sin lugar a dudas parecen dos
elefantes.
Es en ese
momento cuando mi cerebro elabora una teoría absurda sobre los enterramientos:
Iberos, elefantes… ¿Y si aquellos que allí fueron enterrados conocían la
historia de Aníbal Barca, general cartaginés que tuvo en jaque a todo el
imperio romano con su incursión en territorio italiano después de haber atravesado
la península ibérica, los pirineos y los Alpes acompañado de elefantes de
guerra?. ¿Y si alguno de aquellos sepulcros perteneció a algún guerrero ibero
que formó parte del ejército de uno de los generales más audaces de la
historia?. Quizá esas siluetas fueron el detonante para que aquellas tumbas se
ubicasen en ese lugar. Quizá aquellos que fueron testigos directos de las
enormes bestias que Aníbal utilizo como instrumentos de guerra quisieron ver en
esas siluetas una señal del poder que desprendía el lugar, de la fuerza de
aquellas montañas.
Dejo de divagar, es el
momento de volver al coche. La historia está llena de teorías absurdas sobre
acontecimientos inexplicables que solo aquellos que los vivieron podrían
explicar. Sabemos mucho de la historia, pero es mucho más aquello que
desconocemos de ella.
martes, 20 de agosto de 2013
“El CUCÓN” DE FOZ CALANDA
Existen montañas, picos o
elevaciones que por su altitud se pueden divisar desde diferentes puntos
geográficos a varios kilómetros a la redonda. Y, entre ellas, formaciones
sorprendentes que por su estructura, su morfología y su impacto en el terreno
que les rodea llaman especialmente la atención. Nuestra excursión de hoy será a
una de esas curiosas formaciones.
Visitaremos una extraordinaria
estructura de roca caliza que emerge, orgullosa y presumida, por encima de un
frondoso bosque de pino carrasco. Negándose a sucumbir a la invasión vegetal de
su entorno y reivindicándose como vigía incansable del valle del Guadalope,
como la imperturbable referencia de aquellos antiguos pobladores que, a falta
de GPS y mapas cartográficos, usaban su entorno para guiarse en su camino.
Este lugar tiene una curiosidad,
pues dependiendo del punto cardinal desde el que se le mira recibe un nombre u
otro. Si la observan desde el norte, los vecinos de Foz Calanda la llaman la
“Peña del Cucón”. Sin embargo, si son los masinos los que la observan desde el
sur su nombre es la “Peña Foz”. Lo que es seguro, es que sea desde el norte, el
sur, el este o el oeste, todos aquellos que la observan sienten curiosidad por
este promontorio calizo que nace de las entrañas de la tierra, esculpido por
los elementos y el tiempo con formas esbeltas y redondeadas. Un ejemplo más de
lo caprichosa que puede llegar a ser nuestra Madre naturaleza.
También
nosotros tenemos la opción de elegir el lugar desde el que observar a nuestra
protagonista. Podemos acercarnos desde el sur, a través de los caminos que la
reciente concentración parcelaria de Mas de las Matas ha tejido en sus tierras
de labor, o por el norte, atravesando la localidad de Foz Calanda en dirección
al pantano e incorporándonos a la carretera autonómica A-226 hacia Mas de las
Matas, cogiendo el primer camino a la derecha una vez hemos atravesado el
segundo túnel.
Para
aquellos que dispongan de tiempo y realicen su visita en una época del año
amable en lo climatológico, la opción norte es muy recomendable, pues te
permite contemplar desde más cerca las minas de carbón a cielo abierto y la
espectacular encina de Val de la Piedra, un árbol monumental que no deja
indiferente a nadie. La excursión hacia la Peña del Cucón, atravesando un
frondoso bosque de pino carrasco de considerable desnivel, acaba convirtiéndose
en una aventura inolvidable.
Yo
sin embargo, en esta ocasión y por motivos de índole climatológico, elijo la
primera opción, pues el camino, de firme regular y fácil transito, nos acerca
hasta unos 300 metros
de la cima de la Peña del Cucón. Eso sí, 300 metros sinuosos y
escarpados. En lo más alto podremos disfrutar de unas vistas extraordinarias de
todo el valle del Guadalope, desde que el río aparece por los bellos meandros
de Abenfigo hasta la cola del Pantano de Calanda.
Inicio
mi camino por la Nacional 211 en dirección a Alcañiz, desviándome hacia Mas de
las Matas en la intersección que encontramos nada mas salir de la villa de Alcorisa.
Atravieso el Puerto del Caballo. Aun hoy recuerdo cuando, siendo un niño, todos los fines de semana recorríamos un
simulacro de carretera para ir a ver a nuestra abuela. Era entonces una
carretera estrecha, bacheada, que serpenteaba peligrosamente por las laderas de
las montañas hasta que se adentraba en el valle del río Guadalope. El arreglo
de estos kilómetros de travesía sí que fueron un gran pasó para la humanidad.
Desciendo
el Puerto del Caballo por la vertiente Este del mismo, escoltado a mi derecha por una densa masa
vegetal de pino carrasco. Comienzo a divisar a mi izquierda la Masía de Anduch,
junto a una pronunciada curva a la derecha cuyo desnivel pica hacia arriba. Es
por el primer camino que encuentro a mi izquierda, nada mas vencer la curva,
por donde abandono la carretera y desciendo hasta la misma masada.
La
Masía de Anduch me trae muy gratos recuerdos de mi infancia en Mas de las
Matas. De aquellos días de verano charlando amistosamente con Juan “de Anduch”
y su mujer Maria, hoy ya fallecidos, de viejas historias de supervivencia en el
medio rural de mitad del siglo XX. Historias que, en los oídos de un niño, se
convertían en cuentos lejanos, en leyendas nacidas de la vieja biblioteca de la
memoria. Que sabias y entrañables eran aquellas personas que, pese a haber
vivido en una época de miseria y necesidad, pese a haber expuesto su cuerpo al
sobreesfuerzo del trabajo duro en jornadas agrícolas interminables, siempre
tenían una sonrisa, una galleta, unas palabras amables para aquel niño
alcorisano que todos los veranos les hacia compañía a la fresca de las
calurosas noches de julio.
Continúo
por el camino que se abre paso hacia mi derecha. Pasa junto a una vieja
carrasca, vestigio de los bosques que, no hace mucho tiempo, poblaban lo que
hoy son extensas tierras de cultivo. Giro a mi derecha en la siguiente
intersección, hasta llegar a un camino perpendicular al que circulo. Vuelvo a
girar a la derecha y a unos pocos metros abandono de nuevo la vía por la
izquierda. Continuo recto hasta encontrarme con otra intersección. Giro a la
izquierda y, tras unos cientos de metros, de nuevo a la izquierda en un nuevo
cruce de caminos.
La
reciente concentración parcelaria llevada a cabo en Mas de las Matas ha
entretejido una asombrosa tela de araña de caminos con firme muy regular, pero confusos para aquellos
visitantes que desconocen la zona.
Ya
en dirección a la Serranía del Caballo el camino comienza a ascender. Ya se
distingue la silueta de la enorme roca asomándose a la cima. En el siguiente
cruce continúo a la izquierda, me adentro en la ladera de la montaña y no
abandono el camino hasta encontrar una nueva intersección a la izquierda que asciende
junto a unos bancales de almendros. Por fin, tras un difícil ascenso, llego al
lugar donde por obligación debo estacionar mi vehiculo, siempre en un lugar
donde no me sea complicado dar la vuelta.
Nada
mas abrir la puerta, una ráfaga de aire helador me obliga a cerrar los ojos.
Los mantengo entreabiertos mientras el cierzo me avisa de que no voy a estar
solo en aquella cima, recordándome que él hace siglos que susurra al oído de
aquellas cumbres milenarias. Me abrigo convenientemente y dirijo la mirada
hacia el sur. A mis pies, la inmensidad. Se distinguen las diferentes
tonalidades de las extensas tierras de cultivo que pueblan las huertas del
Guadalope y el Bergantes, la ermita de Santa Flora, el pinar de la ermita de
Santa Bárbara, las localidades de Mas de las Matas y Aguaviva, presididas por
sus torres barrocas, y la ribera de ambos ríos, hoy sin ningún color por la
desnudez de sus chopos.
Es
un encuadre casi perfecto, un valle delimitado por la Serranía del Caballo al
norte y el oeste, por los montes de la Ginebrosa al este y por las montañas que
protegen Las Parras de Castellote al sur. Un recinto inmenso, amurallado en
toda su extensión por grandes macizos de roca caliza, solo vencidos por la
fuerza del Guadalope y el Bergantes, que con perseverancia y violencia han
conseguido abrirse paso en su camino al mar.
Vuelvo
a centrarme en mi objetivo e inicio el sinuoso camino que me separa de la Peña
del Cucón. Ya puedo distinguir su esbelta silueta, sus formas redondeadas
talladas por la erosión. Distingo a mi izquierda un pequeño rebaño de cabra
montés. Han perdido el miedo a la presencia humana, aunque uno de los machos
observa detenidamente mis pasos por si es necesario dar la voz de alarma.
Atravieso los 300 metros
de pinar que separan mi coche de la base de la Peña hasta que por fin alcanzo
el lugar por el que “El Cucón” es más accesible.
Inicio
la ascensión sin mucha dificultad a un pequeño promontorio desde el que ya
puede distinguirse la mina de carbón que se extiende bajo la atalaya. Desde
allí se divisan también dos míticas cumbres de la zona, la Tolocha y la
Tarayola, y también apreciamos parte del pantano de Calanda. Todavía quedan
unos 10 metros
hasta la cima, pero las fuertes ráfagas de viento me obligan a suspender
cualquier intento de llegar, pues por la cara norte la caída es de un centenar
de metros completamente verticales y cualquier pérdida de estabilidad podría
suponerme un gravísimo accidente.
Observo
con detenimiento la formación rocosa. Es un ejercicio interesante imaginar el
origen de aquella mole pedregosa. Quizá emergió de la tierra por algún tipo de
movimiento sísmico. O quizá fueron los elementos los que, con los años, fueron
deteriorando la capa vegetal que la cubría hasta dejarla tal y como la
conocemos hoy. Sin lugar a dudas, y pese a desconocer la evolución geológica de
la zona, la erosión ha jugado un papel fundamental a la hora de moldear sus
salientes, sus redondeados promontorios y sus espectaculares formas.
Imagino
las épocas en que los seres humanos venerábamos a nuestra Madre Tierra. El
tiempo en el que se declaraban sagrados todos aquellos lugares, que por su
belleza, su energía o su inexplicable formación, llamaban la atención de
nuestros antepasados. Entonces el ser humano era respetuoso con lo que le rodeaba.
Se sentían partes de un todo, pero dueños de nada. Cómo han cambiado las cosas.
Al
oeste puedo distinguir otra curiosa formación rocosa tallada por la erosión, un
conjunto de figuras calizas de difícil descripción que se abre paso en la
extensión de la montaña asomándose con curiosidad al valle que se encuentra
bajo ellas. Precisamente dicho valle se llama Val de la Peña, en honor a la
Peña del Cucón.
Es
en Val de la Peña donde se encuentra uno de los árboles más singulares del Bajo
Aragón, una encina centenaria cuyo espectacular tamaño deja boquiabierto a todo
aquel que la visita. Tiene un diámetro de copa de 27 metros , un perímetro
de tronco de casi 4 metros
y medio y una altura de 13
metros . Cuántos sueños habrá presenciado bajo sus ramas.
Cuántas historias se habrán contado bajo el abrigo de sus hojas.
Inicio
el descenso, orgulloso de haber estado en ese lugar tan especial, de haber
podido disfrutar de aquella mole rocosa que preside, junto a otras famosas
cumbres, las tierras del Bajo Aragón. Echo una última mirada hacia la Peña del
Cucón y me pregunto: “¿cómo le gustaría a ella que se la llamase?. ¿Qué nombre
consideraría mas apropiado? ¿El que le han dado los vecinos de Foz o el que
utilizan los vecinos de Mas de las Matas?.” Estoy seguro que no le importa como
se la llame, lo único que desea es que no nos olvidemos de ella. Que la
admiremos y la respetemos como hasta ahora, pues es lo que le da fuerzas para
seguir allí, erguida y orgullosa, haciendo frente al tiempo y los elementos
para que futuras generaciones puedan también contemplarla.
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