Existen
rincones en nuestra geografía más próxima que, pese a tener alguna
característica sobresaliente, son muy poco conocidos. Lugares de importancia
arquitectónica, paisajística o histórica que muchos de los vecinos del
municipio donde se encuentra ni siquiera saben ubicar. Otros, incluso,
desconocen su existencia.
Eso le sucede
a nuestra protagonista de hoy. Pese a ser un lugar llamativo y con una historia
curiosa, muy poca gente ha oído hablar de ella. Y me incluyo, pues fue mi amigo
Sergio Ferrero de Fórnoles el que, un día como otro cualquiera en una de las
muchas conversaciones que hemos mantenido a lo largo de los años, me habló de
esta rarísima obra arquitectónica sita en Valderrobres. La llamaban “La cova
bonica”.
Y es que no es
una cueva al uso, se trata de un lugar especial. Uno de esos rincones
impregnados de una experiencia vital que los hace únicos. Una de esas
localizaciones en las que la mano del hombre y su “locura transitoria” la
convierten en historia viva de otro tiempo, en el sello personal de un
personaje histórico que quiso dejar su impronta antes de dejar la vida mundana.
Como digo, es
Valderrobres, capital del Matarraña, el lugar donde viajaremos en esta ocasión.
Sergio Ferrero, que ya ejerció de anfitrión en nuestra excursión al Santuario
de Montserrate, medió para que su amigo Jorge Manero nos guiara hasta el
corazón del término municipal de la villa arzobispal. Hasta el escondido lugar
donde un eremita del siglo XIX decidió pasar los últimos días de su vida,
dejando en herencia su habilidad picapedrera, su destreza a la hora de esculpir
la piedra.
Era un domingo
por la tarde cuando Jorge y Sergio cerraron la excursión convenida. Una
excursión a la llamada “Toscana española”, a una de las comarcas con mas fuerza
del territorio español. Una tierra que desprende belleza, monumentalidad e
historia en cada uno de sus rincónes.
Salimos de
Alcorisa sobre las 15 horas y ponemos rumbo a Alcañiz por la Nacional 211. Una
vez en la Ciudad de los Calatravos, nos incorporamos a la nacional 232 en
dirección a las Ventas de Valdealgorfa. Tras pasar el cruce de Torrecilla de
Alcañiz, no puedo evitar recordar las innumerables trincheras que pueblan los
cabezos de aquel terreno. Vestigios de la gran batalla que libraron allí las
tropas italianas del bando nacional y el V cuerpo del Ejército republicano,
comandado por el General Enrique Líster.
Pocos metros
después de las ventas de Valdealgorfa aparece a nuestra derecha la señal
indicativa de Valderrobres. Así que abandonamos la nacional y nos incorporamos
a la autonómica 231 por la que llegaremos hasta la capital del Matarraña.
Dejamos atrás
Valjunquera y La Fresneda, pueblos que también pertenecieron a la encomienda
calatrava alcañizana, y nos colocamos paralelos, pero a contracorriente, al río
que da nombre a la comarca. Río que, como la mayor parte del mundo sabe, tiene
un nacimiento espectacular, uno de los rincones mas bellos de Aragón e incluso
de España, el Parrizal.
Llegamos a
Valderrobres alrededor de las 16 horas. Sergio ya nos espera en el lugar
convenido. Lugar en el que también ha quedado con nuestro amable anfitrión,
Jorge Manero. En cuanto aparece, y después de unas breves presentaciones, nos
ponemos en marcha. Cruzamos el río y frente al cruce de Beceite, pasado el
Hotel “Fuente del Miro”, tomamos un camino asfaltado a la izquierda. Es el acceso
al castillo por la parte de arriba de la población.
Desde el
camino se aprecia perfectamente el bello conjunto formado por la fortaleza
arzobispal y la iglesia gótica. Valderrobres posee una extraordinaria
monumentalidad, una estructura urbana congelada en el tiempo bañada de medievo.
Pasear por sus calles es una increíble experiencia. Cada cuesta, cada rincón,
las fachadas de sillar, las puertas adoveladas, su maravillosa plaza, su
extraordinario Ayuntamiento… En Valderrobres tienes la sensación de que, al
doblar la esquina, aparecerá ante ti un armado caballero, espada en mano, en
busca de enemigos y tierras que conquistar.
Cuando ya nos
acercábamos al viejo cementerio que preside la localidad, nuestro anfitrión
hace girar su todoterreno a la derecha. Le seguimos de cerca con nuestro coche,
pues ya tenemos experiencia en este tipo de circunstancias. Y sabemos que las
gentes del medio rural, al conocer perfectamente los caminos que les rodean,
corren más por ellos que por la propia carretera.
De pronto el
todoterreno se para. Nos miramos contrariados, pues en un rápido reconocimiento
visual no logramos apreciar lugar alguno donde pudiera estar la cueva. Pero muy
pronto nos damos cuenta del por qué de la interrupción. Por nuestra derecha
aparece un enorme y solitario cerdo, que olisquea el vehiculo con curiosidad
mientras continua su camino. Curiosa experiencia sin duda.
Tras varios
kilómetros serpentenado por una pista con el firme en muy buen estado, llegamos
junto a lo que parece un corral de ganado. Allí tomamos el camino de la
izquierda y, unos cientos de metros más adelante, aparcamos los vehículos junto
al camino.
Nada más bajar
del coche, en la ladera de una montaña, frente a un campo de almendreras, ya
podemos ver la curiosa cueva. Desde la distancia parece antigua. Un
enterramiento romano o incluso judío. Estoy convencido de que los sepulcros de
la Judea del siglo I no debían ser muy diferentes a esta fascinante y laboriosa
caverna.
Desde nuestra
posición se distingue la puerta, rematada con un arco de medio punto tallado en
forma de ornamento que le confiere un aspecto estético realmente atractivo. A
la derecha de la puerta se aprecian varias formas geométricas labradas en la
roca. Desde luego, a simple vista, el lugar llama muchísimo la atención.
Continuamos
por el camino que une los diferentes bancales de olivos hasta llegar frente a
la cueva. Aquí los detalles ya son más visibles. Una de las formas geométricas
tallada en la roca, a la derecha, parece estar preparada para hacer fuego, de
hecho el negro que tiñe el hueco de la arenisca lo confirma. Es una oquedad
redondeada, muy bien trabajada, presidida por un matachispas semicircular de
circunferencia casi perfecta.
Entre el fuego
y la puerta, una nueva talla, esta vez rectangular y con dos alturas simétricas
diferenciadas. Parece una ventana a medio acabar. De hecho en el centro se ven
dos pequeños agujeros que comunican con el interior de la cueva. A la izquierda
de la puerta otra oquedad artificial, mucho más grande y también rectangular. ¿Quizá
otra ventana inacabada?
Vuelvo a
fijarme en la puerta. Está rematada a los lados con lo que parecen dos
columnas, culminadas por capiteles desde donde sale el dibujo del arco de medio
punto que preside el vano de la puerta. Entre el vano y ese arco, se aprecia
una forma geométrica inacabada. Su dibujo esta completo, pero tan solo la parte
superior aparece tallada. Parece una rueda de la vida, o de la fortuna, o quizá
la representación del sol. He buscado
símbolos que se parezcan a éste, pero no he encontrado nada similar. Puede ser
un simple motivo decorativo o algo de significado especial para el constructor
de esta curiosa morada.
Accedo al
interior. Es sorprendente el poco espacio en el que vivía aquel misterioso
personaje que decidió enclaustrarse en esta pequeña cueva. No tendrá más de
metro y medio de profundidad y unos cuatro metros de anchura. Hay dos pequeñas
hornacinas en las que, por los restos, se encendió alguna vela. El suelo es
arenoso. A la izquierda todavía se ve la piedra cincelada en basto, como si se
intentara ganar espacio a la roca madre. Increíble que alguien pasara sus
últimos años en aquel minúsculo espacio.
Al salir me
fijo en una pequeña inscripción esculpida en uno de los lados del vano de la
puerta. Distingo perfectamente la palabra “VIVA” en la línea superior, pero
cuesta mucho distinguir la inscripción entera de la línea inferior. Parece que
al final de la misma se lee “REY”. ¿Qué misterios guardaría aquel extraño
eremita?
Por lo que
cuentan los valderrobrenses, según me dijo Jorge Manero, nuestro fantástico
anfitrión era un ex soldado y ex convicto de apellido Segura. Tras una de las
muchas guerras que asolaron nuestras tierras en el siglo XIX fue encarcelado en
un antiguo penal, situado a unos kilómetros de la cueva. Del penal todavía se
distingue la torre principal, sus arcos apuntados, sus ventanas de bella
factura y tallas de diversas cruces en sus sillares. Al ser liberado jamás
volvió al municipio, se dirigió a esta pequeña cueva y allí paso sus últimos
años esculpiendo su obra maestra, su legado, la talla por la que siempre se le
iba a recordar.
Los motivos
por los que aquel hombre hizo lo que hizo se desconocen. Algunos dicen que
tenía lepra, pero es difícil imaginar dónde pudo contagiarse de esa enfermedad
en pleno siglo XIX. A no ser que la guerra en la que participó fuera alguna de
las rebeliones filipinas, cuando ese país del Pacifico todavía era colonia
española. Sea como fuera, aquel valderrobrense nos dejo en herencia un lugar
realmente especial. Una fachada de arenisca realmente espectacular, trabajada
con maestría y con gusto.
Quizá fue la
forma de entretenerse en los últimos años de su vida. O la inspiración por las
preciosas vistas que desde aquel lugar se tienen de “Els Ports”, macizo
montañoso de una belleza excepcional. O simplemente quiso ser recordado por su
última obra, y no por su vida anterior.
Vuelvo a echar
una mirada curiosa a aquella preciosa cueva y pienso: ¿sabría volver? Bueno, si
un día regresamos volveremos a contactar con nuestros amigos. Pues en estas
entrañables aventuras, en estas fascinantes excursiones, no sólo el lugar que
visitamos es interesante. Esta mágica pasión por la proximidad nos ha permitido
conocer muy buena gente, grandes personas que no sólo nos han ayudado, nos han
acompañado, nos han aguantado, nos han formado, nos han enseñado, nos han
escuchado… En definitiva, nos han hecho mejores personas. Jorge y Sergio son,
sin lugar a dudas, dos buenos ejemplos. Gracias chicos.
Desde el coche
echamos una última mirada, realmente es muy llamativa desde la distancia.
Montamos en el vehículo y nos ponemos en marcha. No acabaría ahí nuestra
excursión, todavía visitamos dos lugares más realmente excepcionales, pero esa,
ya es otra aventura.
Oscar Librado Millán
Fotos: Marián Beltrán.
¿las coordenadas no las sabréis, viajeros?
ResponderEliminar40º53'58'' 0º 8' 30''
EliminarUna historia muy interesante !
ResponderEliminar