" Cada salida, es la entrada a otro lugar"

Este blog pretende transmitir la belleza y peculiaridad de lo cercano, los lugares que nos transportan en el tiempo y en el espacio. Rincones de nuestra geografía más próxima que nos dejan sin aliento o nos transmiten una paz necesaria en momentos de dificultad. Espero contribuir a que conozcamos un poquito más dichos lugares y a despertar la curiosidad del lector para que en su próxima salida, inicie la entrada a otro lugar... un lugar al que viajar sin necesidad de sacar billete.

lunes, 8 de marzo de 2021

CONVENTO DEL MONTE SANTO (Villarluengo)

 Y me reconcilié con aquellos rudos trayectos que, al correr del automóvil, iban apareciendo con toda su variada hermosura, modeladas las rocas por los serpenteos de la intrépida carretera, y recordando paisajes de Suiza, al atravesar las fabricas y sus montañas. Llegamos a Villarluengo, que me parecía más pintoresco y grato en su nuevo aspecto al poder abordarle con más facilidad, hacerle más accesible.

  La bocina, al apearnos, atrajo la concurrencia y los saludos a la puerta de casa.”

En mi patria chica (1922)

Melchora Herrero Ayora

 

         Cuando observamos ruinosas construcciones o amontonamientos de piedra en nuestra proximidad, pocas veces nos paramos a pensar en su historia. Debe llamarnos mucho la atención o mantener algún elemento singular para que sintamos curiosidad sobre el pasado de aquel lugar. Eso sí, cuando la sentimos, el deseo de conocer nos hace devorar libros, documentos, hemerotecas y archivos.

En el caso que hoy nos ocupa, a mí me sucedió al revés. Conocía su existencia y sabía que era un conglomerado de estructuras pétreas semiderruidas, pero nunca había tenido la necesidad de visitarlo. Sin embargo, buscando información sobre Villarluengo en libros antiguos por un proyecto personal, comencé a entender la importancia que este convento había tenido en el pasado. Las numerosas referencias escritas en libros de los siglos XVI y XVII eran prueba suficiente de que no era un edificio derruido más, que no era otro edificio de culto al que la desamortización, el desuso y el nulo mantenimiento habían empujado al derrumbe. Tras el convento del Monte Santo se escondía una historia monumental, experiencias vitales dignas de ser contadas y un trágico final acorde a su especial relevancia. Por eso decidí que esta nueva aventura de Balcei versaría sobre un montón de escombros, porque la historia que esconde ese extenso montón de escombros, es digna de ser contada.

Cargamos los últimos bultos al coche. Como suele suceder, planeas salir a las once y acabas iniciando el viaje rozando el mediodía, pero en esta ocasión íbamos preparados. El clima acompañaba y por lo tanto decidimos comer de fiambrera, esperando encontrar un lugar adecuado para ello.

Apenas quince minutos después de iniciado el viaje, tomamos la carretera de Ejulve, “The Silent Route”. Es el ejemplo más reseñable de que un buen slogan, la adecuada publicidad y unos paisajes de ensueño, son un reclamo turístico inigualable, pues vayas cuando vayas, siempre encuentras a alguien fotografiándose junto a la cabra montesa que apadrina la ruta. Está siendo todo un éxito.

En cuanto pasas la masada de las Monjas, “The Silent Route” se adentra en el barranco de Los Degollados. Nunca he investigado el porque de este nombre tan inusual, pero apostaría a que algo tiene que ver con las numerosas guerras que han asolado el territorio.


La carretera de Los Degollados serpentea hacia el fondo del desfiladero, por donde discurre manso el Guadalope, que ha dejado por un momento las estrecheces de Valloré, antes de meterse de nuevo en ellas al pasar desafiante bajo los Órganos de Montoro. Incluso la peque de la casa, que ya empieza a distinguir paisajes, no pudo dejar de mostrar su asombro por un terrero tan abrupto, hermoso y sorprendente. Le conté que, hacia sesenta años, la abuela Natalia, junto a sus padres y su hermana María, habían recorrido a pie esta misma vía rumbo a Mas de las Matas, dejando atrás su Pitarque natal. “¿Andando?, pero si está muy lejos”, respondió sorprendida.

Pasamos junto al Hostal de la Trucha, que permanece todavía en obras, y cruzamos el rio Pitarque en dirección a Villarluengo. Yo no nací en aquellos indómitos parajes, pero cuando veo el cruce de Pitarque, cuando atravieso los túneles picados a mano que dan acceso a Pitarquejo, no puedo dejar de sentir apego por esta tierra. Quizá no me une el vinculo de la vida, pero quiero pensar que si el de la sangre.

Zigzagueamos por la ladera norte de la montaña de San Cristóbal hasta coronar el puerto de Villarluengo. En la cima hay un peirón, conocido por el “Santico”, en honor a San Pedro. En mi familia tiene una tradición arraigada, pues, cuando mi tía María era niña, cogió unas intensas fiebres que la dejaron inconsciente. El practicante de Pitarque, padre de nuestro director Antonio Martínez, alarmado por el estado comatoso de la pequeña, que no reaccionaba a medicamento alguno, decidió trasladar a la niña hasta el medico de Villarluengo. Casualidad o no, cuando el automóvil negro pasaba junto al Santico, mi tía abrió los ojos. Desde aquel episodio siempre le ha tenido una devoción especial a ese Peirón. 

Veíamos ya Villarluengo. Suspendido sobre el rio Cañada, cual vigía, observando el paso del liquido elemento. ¿Os habéis dado cuenta? No todos los pueblos bonitos tienen pasado templario, pero todos los pueblos con pasado templario son bonitos.

Al llegar a la villa tomamos el primer camino asfaltado que encontramos a la derecha. Y una vez llegamos al cruce del cementerio, giramos a la izquierda en dirección a la Torre del Monte Santo. El camino desemboca frente a una bella masía fortificada hoy convertida en un monumental hotel. Es un edificio fabuloso, con un torreón espectacular. Allí es donde dejamos el coche, pues del hotel a las ruinas del Monte Santo habrá un centenar de metros.


La primera impresión fue considerable. No esperaba un recinto tan grande. Los muros exteriores están perimetrados casi en su totalidad, manteniendo en pie buena parte de su estructura. Ascendimos el camino que da acceso al convento y nos adentramos en lo que siglos atrás fue el corazón del complejo monacal.


            Melchora Herrero Ayora, vecina ilustre de Villarluengo, cuenta en su libro “En mi patria chica” la historia detallada de este convento. Aunque el hallazgo de la Santa fue como otros muchos de los que sucedieron en nuestro territorio, pastor encuentra virgen, la traslada y virgen vuelve milagrosamente a donde fue encontrada para que la vuelva a encontrar el mismo pastor, en este caso hay algo excepcional.

 
         Cuenta la leyenda que, en el año 1521, un pastor villarluengano llamado Juan Herrero fue acusado de un crimen que no había cometido. Sentenciado a muerte por ello, al llevarlo al lugar del ajusticiamiento se detuvo en la iglesia para orar fervorosamente, pidiendo perdón a Dios por todos sus pecados. Fue de rodillas al lugar donde lo iban a ahorcar, un monte conocido como “Peña del ahorcado” que se encuentra sobre el cementerio. Antes de cumplida la sentencia, el pastor pidió hablar. Concedida dicha gracia, dijo: “Al cabo de pocos años se hallará milagrosamente en este monte una imagen de la madre de Dios y se fundará un convento de religiosas en el mismo sitio donde apareciese”.
 

Quince años después otro pastor, llamado también Juan Herrero, encontró la Santa Imagen sobre un peñasco. Tras el ritual viajero de la estatua, se decidió construirle una ermita en el lugar de la aparición, para unos años después, dada la fama adquirida por el milagro en la Corona Aragonesa, se decidió fundar un convento alrededor de la ermita. Fue en 1540 cuando llegaron las primeras religiosas, residiendo en el castillo de la villa hasta que el complejo monacal estuvo terminado.

Siguió ganando fama el convento. Las monjas del Monte Santo adquirieron relevancia en los años siguientes, aumentando sus posesiones y su influencia gracias a donaciones y compras. El 6 diciembre de 1842, en el Diario de Madrid, se publica la venta por parte del Estado de hasta siete lotes de bienes desamortizados que en el pasado fueron propiedad de la comunidad religiosa del Monte Santo.

El perímetro interior del convento está completamente derruido, tan solo el antiguo aljibe, cuya cúpula también ha cedido, mantiene una buena parte de la estructura original. El resto son extensos amontonamientos de piedra en los que hay numerosos restos cerámicos. Con paciencia podrían mapearse las distintas estancias, pero sería muy difícil saber que era cada una de ellas sin una excavación.

 

El complejo está compuesto por cuatro estructuras muy diferenciadas dentro de los muros exteriores. La parte superior, que conserva casi la totalidad del muro, parece ser un raso, un espacio al aire libre que imagino utilizaban para huerto o corral. Mas abajo están las estancias, completamente derruidas, y en la parte inferior hay un edificio rectangular con acceso desde el exterior e interior de la muralla principal. Es la sala que más estructura original conserva. Se trata de una estancia rectangular, en cuyo cuadrante derecho hay otra habitación interior cuadrada.

Fue en las guerras carlistas cuando el convento sucumbió. Joaquín Ayerve, Mariscal de Campo del ejercito isabelino, en su parte oficial de guerra de 14 de abril de 1840 relataba:

 “Al amanecer del día siguiente que posesioné el fuerte, y después de haber extraído cuanto en él había, lo entregué a las llamas. A excepción de la iglesia de aquel convento, llamada de nuestra señora del Monte Santo, que quedo ilesa, y de la cual, no obstante, hice sacar con anticipación los efectos de algún valor que a la misma perteneció”

Por lo tanto, la iglesia se salvó del incendio provocado por los soldados al mando del Comandante General de la tercera división isabelina. ¿Será pues esa estancia rectangular, con una estructura menos deteriorada que la del resto del cenobio, el lugar donde se alzaba la antigua iglesia? ¿Puede ser esa sala cuadrada interior la antigua torre del templo? Si no sucumbió al incendio, ¿Como acabo en ruinas? ¿Abandono? ¿O las milicias anarquistas recién iniciada la Guerra Civil?

 
          En la causa general de Villarluengo no se dice nada sobre la destrucción de la iglesia del Monte Santo al narrar los daños producidos en otros templos, así que suponemos que la estructura de esta iglesia de rindió antes de 1936.

Echamos un ultimo vistazo a los restos de aquel extenso complejo monacal. Los carlistas llenaron los muros exteriores de aspilleras, por lo que hoy, aquellas repartidas estructuras, más parecen los restos de una fortaleza que los de un convento. Tuvo que ser un edificio excepcional, como tantos otros que no pudieron resistir el afán del ser humano por destruir lo construido.

Somos lo que somos gracias a lo que pasó, bueno y malo. El pasado solo es el camino que nos ha conducido al presente. Aun así, aun sabiendo que la destrucción y la reconstrucción de elementos artificiales forma parte de la vida, aun sabiendo que muchos de los edificios que fueron destruidos en episodios bélicos habían sido construidos para otros episodios bélicos, no puedo evitar pensar:

¡MALDITAS GUERRAS!