Hace veinte años que conozco este mágico rincón. Dos décadas desde que me tope por primera vez con esta majestuosa maravilla natural que tenemos al lado de casa, en nuestra apreciada sierra de los Caballos. Fue en el verano del año dos mil cuando la casualidad quiso que lo viera por primera vez, así que ya tocaba hablaros de ella en nuestra cita de Balcei.
Nuestro masico está en las Fajuelas, término municipal de Mas de las Matas lindando con Abenfigo, y desde que cumplí los diez y ocho años, los sábados de julio y agosto solía bajar andando desde Alcorisa hasta allí. Aunque el inicio del camino no era siempre el mismo, una vez en Villaplano, termino municipal de Castellote, acostumbraba a seguir la misma ruta. Bajaba hasta la masía Cantera y de allí descendía por Vallipón, de allí hasta Abenfigo y de Abenfigo a las Fajuelas.
Sin embargo un día, junto al peirón de la masía Cantera, cambie de planes. Decidí trepar a la montaña en busca de un yacimiento íbero del que me habían hablado. Lo encontré y continué por la cumbre hacia el Este para ver cuan extenso era. Finalmente llegué a la valla de una enorme plantación de melocotones y perimetrando dicha valla accedí al barranco. Pensé que si seguía barranco abajo llegaría hasta el acueducto de la acequia nueva del Mas, junto al río Guadalope, y de allí a mi masico. El descenso por aquel barranco me fascino tanto que no ha habido año que no lo haya vuelto a visitar, en ocasiones hasta tres o cuatro veces. Para este modesto explorador es un lugar fetiche. Quizá lo haya visto ya cuarenta veces y aun así no deja de sorprenderme.
El barranco de los Cocios desgarra la sierra de los Caballos en su vertiente Sur. Se extiende desde la ladera Oeste del macizo del Pilón de San Pedro, en el corazón de la sierra, hasta el río Guadalope, donde desemboca finalmente aguas abajo de Abenfigo. Aunque es un barranco estacional, son varias las vales y fuentes que nacen en torno a él, por lo que mantiene caudal gran parte del año.
Un cocio es una vasija abierta, similar a la tinaja o a un barreño grande, con la peculiaridad de que dispone de un orificio de desagüe en la mitad inferior del recipiente. En nuestra proximidad cobran especial relevancia ya desde antiguo, así lo ratifica esta vieja copla:
En Calanda venden cocios,
en Alcorisa pucheros,
en Alcañiz buenas mozas,
y en Caspe buenos mancebos.[1]
Teniendo en cuenta que en Villaplano encontramos arcilla de excelente calidad aun explotada actualmente, que existe un despoblado medieval cercano a esta explotación, que sobre uno de sus cerros se encuentran los restos de un castillo islámico, que en Vallipón existe un yacimiento íbero de relevancia arqueológica, que hay minas interiores ya abandonadas y que existen viejos hornos alfareros ya en desuso en los alrededores, no es difícil deducir el porque bautizaron a este barranco con el nombre de “Los Cocios”. Sin lugar a dudas, las partidas de Villaplano y Vallipón han tenido notable importancia a lo largo de la historia, y el nexo común entre ambas es este barranco. Es seguro que esta zona ha tenido relación con la manufactura de la arcilla ya desde antiguo.
Sobre él cruzaba el antiguo camino de Seno a Mas de las Matas y el de Castellote a Calanda, llamado “Del Correo”. Los altiplanos de la sierra de los Caballos en esta zona rondan los 700-850 metros, encontrando numerosas vales fértiles, donde se cultiva fundamentalmente cereal, vid y frutales de secano. Todavía hoy en la hoya de Vallipón, a los pies de la masia Cantera, hay una importante plantación de melocotoneros. Sin embargo la que se encontraba al norte del yacimiento, junto al cauce del barranco, fue arrancada hace unos años. En su lugar se ha plantado cereal y se ha instalado una explotación ganadera. Las montañas están vestidas en su mayor parte de monte bajo, aunque en los alrededores de Villaplano existe una masa de pinar, replantado en la posguerra, de una extensión considerable.
Sin lugar a dudas
la zona que llama especialmente la atención, es la que se extiende entre la
explotación ganadera antes referida y el río Guadalope. El tiempo y los
elementos han moldeado un paraje abrupto, de una fuerza increíble, con
numerosos estrechos, saltos, hoces, pozas… El agua ha ido erosionando la caliza
hasta labrar una angosta barranquera en la que se han ido dibujando varios
meandros escoltados por bellos roquedos.
Especialmente llamativa es la cascada que encontramos a mitad del recorrido. Unos veinte metros de caída paulatina que finalizan en una hermosa poza protegida por una gran pared rocosa. Aguas abajo de la poza, a unos cincuenta metros a la izquierda, dos grandes abrigos que he repasado en infinidad de ocasiones. Si alguno de nuestros ancestros plasmó allí su arte, hoy no queda ningún rastro. Al menos ningún rastro identificable para unos ojos poco entrenados como los míos.
Eso sí, el recorrido en este ultimo tramo no es apto para personas con poca capacidad física, personas con miedo a las alturas o personas no acostumbradas a caminar por territorio virgen. Para visitar este lugar, es necesario ir convenientemente equipado, tomando las medidas de seguridad adecuadas.
En definitiva, los Cocios es un territorio vivo. Seguro que ya nuestros ancestros consideraron que aquel lugar era realmente especial, cuasi sagrado. Una de esas localizaciones en las que te das cuenta de la fuerza que tiene la naturaleza, de su gran habilidad para crear belleza. En mi modesta opinión el rincón mas fascinante de nuestra amada sierra de los Caballos. Estoy convencido de que todo aquel que lo visite me dará la razón.
[1]
Cancionero
popular. Colección escogida de coplas y seguidillas. Pag, 423. Emilio Lafuente
y Alcántara (Año 1865)
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