Me
habían hablado de ella en muchas ocasiones, pero después de cuatro intentos de
búsqueda infructuosa, comenzaba a pensar que, o bien la vegetación la había
cubierto, o bien aquella sima no existía. La primera vez no fui solo, me
acompaño Luis Moliner, pero ni siquiera cuatro ojos vieron más que dos. Es más,
la aventura acabo como el rosario de la aurora, solicitando la ayuda de Javier
Figuerola y su sabueso, para encontrar a mi perro, el cual se perdió mientras
buscábamos el dichoso agujero. Las tres veces siguientes pasé a unos pocos
metros de ella, pero no conseguí localizarla.
Tuvo
que ser solicitando ayuda a través de Facebook, cuando un vecino de Foz
Calanda, Juanjo Sancho, se ofreció a acompañarme hasta ella para que pudiera
ubicarla. Así que, una mañana de domingo, por fin pude ver la sima de la que
tanto había oído hablar, de la que tantas historias había oído contar. Su boca
tenía poco más de un metro cuadrado y, por lo que me contó Juanjo, una caída
vertical de 8 a
10 metros .
En ese instante decidí que, me costase lo que me costase, tenía que bajar a
conocer su interior.
No
fue hasta más de un año después cuando, gracias a nuestros amigos trepadores
Nerea y Andrés, pudimos descender al interior de la sima. Un descenso
emocionante, que nos descubrió una galería de considerable tamaño que albergaba
en su interior alguna que otra sorpresa.
El
día elegido fue el 16 de febrero, sábado. Nerea y Andrés, miembros del club
“Trepadores Cavernícolas” y con experiencia en el manejo de las cuerdas de
escalda, junto a la familia de
“Explorador de Proximidad”, nos pusimos en marcha aquella mañana con el fin de
cumplir uno de los grandes propósitos del 2019.
Nunca
había rapelado, pero ¿Que mejor momento podía encontrar para hacerlo por
primera vez?
Debo
reconocer que estaba nervioso, un descenso vertical de diez metros sin tener
ninguna experiencia, no era moco de pavo, pero eran tantas las ganas que tenia
de explorar aquel subsuelo que ni se me paso por la cabeza no hacerlo.
Conforme
nos acercábamos al lugar, serpenteando por los sinuosos caminos de la sierra de
los Caballos, un cosquilleo se apoderaba de mi estomago. Estábamos a punto de
acceder a un lugar donde poca gente había bajado, un lugar en el que no
sabíamos muy bien que nos íbamos a encontrar y con un equipo que yo nunca había
usado. Una experiencia fascinante, a la par que arriesgada.
Andrés
no tardo demasiado en montar los elementos necesarios para asegurar la bajada.
Fue él quien bajo en primer lugar para cerciorarse de que los peligros de
aquella hondonada terminaban en el descenso. Así era, según nos comentó tras
una primera exploración, una vez abajo, el acceso a todas las salas visitables
era seguro y sin necesidad de equipos de escalada.
Tras
un pequeño refrigerio y después de colocarnos los elementos de seguridad
necesarios, comenzamos el descenso. Debo reconocer que los momentos previos a
que la cuerda se tensara y me mantuviese
suspendido, fueron angustiosos. Milésimas de segundo en las que tienes la
sensación de que la maraña de fibras entrelazadas cederá y
caerás de espaldas al agujero. Aunque debo decir que excepto en ese
primer momento, el resto del descenso no se me hizo complicado.
Una
vez abajo, mientras esperábamos que Nerea comenzase su descenso, no pude evitar
explorar aquella primera sala, la principal. Me llamo la atención la gran
acumulación de escombro que había en su interior. Además un escombro con
piedras de dimensiones considerables que difícilmente se podía haber producido
por los arrastres del agua. También localice latas de comida oxidadas, carcasas
de proyectil, dos vainas de bala y una pequeña madera ovalada, colocada sobre
una piedra a modo de asiento. La estancia, de aproximadamente unos 40 metros cuadrados
y una altura de cuatro metros, tenía dos pequeños pasos de metro por metro en
su pared norte que comunicaban con otras dos salas, las cuales a su vez también
estaban comunicadas por otro pasadizo.
Cuando
los tres miembros del equipo estábamos abajo, comenzamos la exploración
intensiva de aquella cueva. En primer lugar buscamos explicación al escombro
allí acumulado. Como he dicho, era difícil que aquella escoria, con rocas de
tamaño considerable, estuviese allí debido a los arrastres de las lluvias.
Pensamos en que, o bien lo habían echado allí a conciencia, o por parte del
techo había cedido, cayendo sobre el suelo de la cavidad. Aunque si era un
derrumbe, ¿Era natural? ¿O podría haber sido provocado por material de guerra
en la batalla que tuvo lugar en la zona en marzo de 1938?
La
sima se encuentra junto a la línea de trincheras que se extiende sobre toda la
Sierra de los Caballos, cercana a los Brusquiles, lugar por el que el ejército
franquista rompió las defensas republicanas en marzo de 1938. Fue un episodio
más del llamado Frente de Aragón. Una batalla que duro apenas una semana y en
la que la aviación alemana y la 4ª de Navarra se emplearon con dureza sobre las
posiciones del ejército republicano. Gracias al fantástico trabajo realizado
por los investigadores locales Roberto Alquezar y David Alloza, sabemos que
según un parte de guerra el
24 de marzo de 1938, se usaron más de 60000 cartuchos, 500 granadas de mano y
gran numero de morteros. Buena muestra de la dureza de los combates en la zona.
Continuamos adentrándonos en la
cavidad. Entramos en la sala de la izquierda, con la intención de averiguar si
aquella sima era la puerta a algún laberinto subterráneo. La caliza comenzaba a
dibujar formas hermosas sobre la pétrea estructura y el suelo había dejado de
tener el escombro que encontramos en la cámara principal. Había numerosos
restos óseos de animales, muestra inequívoca de que habían caído al agujero y
jamás pudieron salir. Aquella sala tenía una forma más irregular, una estancia
totalmente asimétrica. Tendría alrededor de 30 metros cuadrados .
Abandonamos la sala por un angosto
pasillo y accedimos al tercer espacio. Esta nueva estancia comunicaba con la
sala principal, de hecho el escombro había cerrado la mayor parte de la
comunicación entre salas. Quizá, antes del derrumbe, las dos salas fuesen solo
una.
Nada mas acceder a ella, Andrés se
percato de los restos óseos que había a los pies del escombro, colocados
cuidadosamente sobre un saliente de piedra. La mandíbula, que conservaba aun
todos los dientes, no dejaba lugar a dudas, eran restos humanos. Probablemente,
fruto de aquella batalla que se produjo una decena de metros sobre nuestras
cabezas hacia 81 años, aunque, ¿Quiénes éramos nosotros para dictaminar la
antigüedad de aquellos huesos?
En la parte inferior de aquella
cavidad había estalactitas y estalagmitas que podían tener milenios, pero que
algún desalmado había decidido cercenar. Los trozos de estas maravillosas
formaciones pétreas se extendían por el suelo, como victimas de un cruel
atentado contra el patrimonio. Aun así las formaciones calcáreas que todavía
permanecían vistiendo las paredes y el techo de aquella cueva eran espectaculares,
de un blanco inmaculado. Hacia años que el líquido elemento las había
abandonado, ni tan siquiera la humedad se adhería a la piel cuando acercabas la
mano a ellas.
Buscamos una continuación de la cueva
a través de esta última sala. De hecho encontramos hasta dos cavidades que
daban la sensación de ser una continuación de la misma, pero ni tan siquiera el
más delgado del grupo fue capaz de pasar por el estrecho pasadizo.
Disfrutamos un rato más de aquel
subsuelo. Para alguien poco acostumbrado a estas aventuras el momento era
especial, una experiencia única en la vida de “Explorador de Proximidad” que
nos gusto tanto, que no tardaremos en volver a repetir. Seguro que no es la
sima de más difícil acceso, seguro que no es la cueva con las formaciones
calcáreas más espectaculares, seguro que no es la cavidad más profunda de la
proximidad, pero era nuestra primera sima, y eso hará que no la olvidemos
jamás.
Llegó el momento de salir, y con él,
la parte mas dura de la aventura. Sabía que en ningún caso seria capaz de
impulsar mi peso a través de la cuerda, me faltaba fuerza y experiencia, así
que convinimos con Nerea y Andrés que, asegurándome desde abajo, saldría trepando por las
irregulares formas que me ofrecía la pared de la sima. Me costo, pero lo
conseguí.
Un día fabuloso, con una compañía
excepcional, que se convirtió en una de las aventuras más fascinantes de
Explorador de Proximidad.
Tras esta maravillosa experiencia,
llego otra aventura no menos espectacular, el rescate de los restos humanos por
parte de Guardia Civil y la autoridad judicial, pero esa ya es otra historia.
Fotos: Marián Beltrán y Nerea Salueña
PD: Mil gracias a Nerea Salueña y
Andrés Nuez, Trepadores Cavernícolas, sin ellos esta aventura no hubiese sido
posible.