Hoy queremos hablaros de un lugar muy especial para nosotros. De uno de esos rincones de la proximidad que no destaca por su extraordinaria monumentalidad, ni por el infranqueable lugar donde fue construido, ni por la pericia de los picapedreros a la hora de labrar figuras fascinantes, ni por el paisaje que lo rodea… simplemente es especial por lo que nos transmite.
Y es que al entrar en el lavadero de Castellote, tenemos la sensación de introducirnos en una historia de leyendas, de grandes tesoros… de la búsqueda de aquellos objetos mitológicos que siempre han despertado el interés de la industria del cine. El grial, el arca de la alianza, el tesoro templario…
Cada vez que visitamos el lavadero de Castellote nuestra facilidad para la fabula se dispara, y tenemos la sensación de que, empujando las piedras correctas, el ruido de algún ancestral mecanismo propiciara que aparezca algún pasadizo, algún escondrijo, alguna escalera de caracol por la que descenderemos a salas secretas llenas de trampas.
Y es que este lavadero no solo es bellísimo, es un verdadero tesoro para los amantes de la simbología. Cada piedra de las que componen la fuente que alimenta la pileta, esconde una marca, un símbolo. Podríamos creer que son simples marcas de cantero, pero me consta que alguno ha creído ver en esas piedras alguna letra del alfabeto rúnico.
Sea como fuere, es un lugar especial, testigo mudo de una historia ligada a la Orden de caballería que mas literatura ha generado, a aquellos “Soldados de Dios” cuya leyenda se engrandeció por su trágico final. La ORDEN DE LOS POBRES CABALLEROS DE CRISTO DEL TEMPLO DE SALOMON. ¿De verdad escondían alguno de los innumerables secretos que los literatos les han asignado?
Es imposible averiguarlo. Lo que sí se sabe de ellos, al menos de los Freyres que formaron la ultima encomienda castellotana de la Orden, es que eran justos y buenos señores. O al menos eso se desprende del hecho de que los villanos (vecinos de la villa) castellotanos, respondieron al sitio que el Rey Jaime II realizo a los templarios en el castillo, uniéndose a los monjes guerreros, poniéndose de su parte. Jugándose su propio pellejo para defender y ayudar a aquellos caballeros a los que la iglesia acusaba de herejes.
¿Quizá realmente las arcadas de la bella fuente de Castellote guardan algún secreto?
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