Al'Munar miraba fijamente la tierra rojiza que tenia frente al rostro. Estaba de rodillas, apoyado sobre sus brazos. El metal de su casco quemaba su cuero cabelludo. Jadeaba bruscamente mientras un pequeño hilillo de sangre brotaba de la comisura de sus labios.
No escuchaba nada, tan solo el incómodo bufido que espetaba cada vez que sus pulmones agotados obligaban a sus costillas a chocar contra el frío acero de su armadura. Recordaba años pasados. Aquellos años en los que, bajo la inocente mirada de la tierna juventud, correteaba por las calles de Damasco con su cimitarra de madera soñando ser un soldado de Ala. Su espada al servicio del Islam.
No era capaz de ordenar sus últimos recuerdos. No era capaz de entender el motivo por el que el dolor y la fatiga se habían apoderado de esa forma de él. Observo de nuevo la roja arcilla que había bajo sus manos, intentando recuperar el aliento para ponerse de nuevo en pie.
Tras unos breves segundos, Al'Munar levanto la cabeza. Entonces vio sobre él la silueta de un cristiano fornido, de un soldado blandiendo una brillante espada.
Recordó entonces donde estaba. Recordó su viaje a Al Andalus para protegerla del infiel. Recordó que acabo luchando en una guerra entre hermanos musulmanes, hermanos de sangre cegados por la ambición. Recordó que uno de aquellos hermanos había reclutado al infiel para que librará sus propias batallas. Recordó el brutal impacto de la espada enemiga sobre su casco antes de caer rendido sobre sus rodillas. Recordó…
No pudo recordar nada más, aquel al que llamaban “Cid”, hundió su espada en la garganta de Al'Munar, cuyos ojos congelaron una última imagen antes de perder su brillo, el luminoso metal de la mítica Tizona bajo su barbilla.
Semanas después de que la sangre de Al'Munar encharcara la roja tierra de aquel arcilloso terreno, brotó en el lugar un olivo. Un olivo que en pleno siglo XXI, casi 1000 años después, sigue regalando su fruto cada invierno.
Hoy vecinos y turistas que visitan este bello ejemplar de los olivares de La Jana, en Castellón, posan boquiabiertos junto al milenario olivo. Todos se sorprenden de su belleza, de su porte, pero ninguno recuerda que es la sangre de aquel soldado sirio degollado por la espada del Cid, la que le dio la vida.
Foto: Turismo de Castellón
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