“En
2014 algunos de los mejores hombres del cuerpo de exploradores del ejercito
alcorisano que formaban un comando, iniciaron una aventura que a día de hoy
todavía continua, no tardaron mucho en recorrer los paisajes que rodeaban al
lugar en el que se encontraban residiendo, hoy buscados todavía por esos montes
de Dios, sobreviven como exploradores de fortuna, si usted quiere visitar algún
lugar y se los encuentra quizá pueda
unirse a ellos...” JEJEJE
En primer lugar me vais a
permitir dar las gracias desde estas líneas a mis compañeros de correrías. Aquellos
intrépidos aventureros que se fían de mi criterio a la hora de planificar
nuevos desafíos. MIL GRACIAS EXPLORADORES DE FORTUNA.
Este pasado domingo 26 de marzo, seis de los
integrantes que forman ese cuerpo de exploradores de elite teníamos una misión, visitar, en un lugar de difícil acceso, de extraordinaria belleza y de una
fuerza excepcional, el pequeño balneario o casa de baños que prestó servicio
durante mucho tiempo en una de las zonas más recónditas de nuestra provincia,
las hoces del Guadalope.
Nuestra
primera intención fue acceder hasta el lugar donde se ubicaban los restos del
corral de Villaseco con el coche. Aparcar allí, examinar la zona y después continuar
andando hasta el pico de los Baños, desde donde decidiríamos como atacar el
cauce del río Guadalope en busca de sus
aguas termales. Sin embargo, tras cruzar el pinar de las Cuevas de Cañart en dirección
al Mas del Higueral de Ladruñan, cuando íbamos a tomar el camino que nos iba a
llevar a nuestro destino, nos encontramos una enorme cadena que nos impedía el
paso, así que tuvimos que dejar los coches antes del lugar previsto.
Desde allí
comenzamos nuestra excursión a pie. Unos dos primeros kilómetros de camino con
el firme en buen estado, rodeados de cultivo de carrasca trufera y monte bajo. Todavía
hoy es visible el enorme daño que hizo el incendio que asolo el Maestrazgo en
1994. Han pasado casi 23 años y el monte comienza a recuperar poco a poco el ímpetu,
sin embargo todavía falta mucho tiempo hasta que recobre el esplendor de
antaño.
Nuestra
primera parada, el puntal de la Tochada, lugar donde se encuentran los restos
del corral de Villaseco. Queríamos comprobar que eran unas asimétricas
estructuras vistas por imagen de satélite que se extendían cercanas al esqueleto
del corral. Existe constancia de que la histórica ciudad Andalusí de Qasr
Abbad, cuyos restos no han sido localizados, estaba en las inmediaciones del Río
Guadalope, entre la localidad de Ladruñan y el Puente del Vado, por lo que
cualquier estructura extraña detectada en el lugar debe ser investigada.
Para nuestra sorpresa, todas esas líneas
grisáceas de formas irregulares eran acumulamientos de piedras. Los allí
presentes, pese a lanzar teorías por doquier, no supimos darle una explicación convincente
a aquellos montones lineales de piedra que ocupaban una enorme extensión de
terreno. Algunos parecían muros inacabados, pero de casi dos metros de anchura,
otros dibujaba formas redondeadas, otros se alineaban entre si de forma casi simétrica.
En definitiva, extrañas estructuras cuyo origen o uso nosotros no supimos
explicar. He buscado información sobre
estos amontonamientos, pero no he encontrado nada parecido. La tierra no es
nada fértil, no existe apenas capa vegetal y muy pedregosa, por lo que queda
descartado que pudiesen ser bancales. Tampoco da la sensación que sean los
restos de murallas o muros, pues no existe ninguna simetría. Los pocos restos
de cerámica dispersos por el lugar, tampoco nos arrojaron ninguna luz sobre
aquellas extrañas acumulaciones de piedra. Bajo mi modesta opinión, algún experto
debería estudiar este curioso emplazamiento. ¿Nos echáis una mano?
En cuanto al corral, nos sorprendió
sobretodo su tamaño. Es muy grande, y pese a que ya solo unos pocos muros
aguantan las embestidas del tiempo y los elementos, todavía son visibles las
diferentes técnicas constructivas que hay en él, de las diversas ampliaciones
que ha sufrido en distintas épocas. Todavía se pueden ver los cimientos
originales.
Lanzando teorías poco
convincentes sobre aquellos hacinamientos de piedra seca que se extendían por
doquier, continuamos nuestro camino. Ninguna de aquellas teorías
nos convenció. Poco a poco, paso a paso, palabra a palabra continuamos
descendiendo en dirección al pico de los Baños. El desnivel es alto, en apenas
cinco kilómetros desciendes más de 400 metros de altitud.
Elegimos la cima de los Baños para
almorzar, es una atalaya fascinante. Quizá desde allí podríamos distinguir el antiguo edificio que albergo los Baños de Villarluengo. Sin embargo apenas distinguíamos el liquido elemento en su bravo
discurrir hacia las hoces mas bajas. Alrededor del pico de los Baños el
Guadalope dibuja un meandro y desde la cima solo puedes ver sus aguas antes y después
de afrontar la cerrada curva, no durante. Eso si, el lugar es espectacular, con grandes
paredes verticales de caliza, angostos barrancos, cuevas, altas cumbres,
espectaculares roquedos, bellísimas formaciones… tierra de maquis sin duda,
dada la escarpada orografía.
Sin apenas información del lugar
exacto en el que se ubicaba el pequeño balneario, tuvimos que decidir. Atacábamos
el cauce por el Oeste, bajando después río abajo, o por el contrario lo hacíamos
por el este y subíamos ribera arriba. Valorando la dificultad de las dos
opciones, nos decidimos por la segunda. Iniciamos el descenso hasta la orilla
del río, junto a la cueva de la Higuera, y desde allí, sobre los restos de lo
que fue un antiguo camino, todavía conserva muchas de sus calzadas, iniciamos
el ascenso río arriba por la margen izquierda.
Cuando ya comenzábamos a
desesperarnos, esquivando piedras, monte bajo, zarzas… pudimos distinguir dos
balcones de forja abiertos hacia el caudaloso río. Junto al edificio, a una veintena de metros, había
una fuente construida en sillar, ya deteriorada por el abandono y la falta de
mantenimiento. Por desgracia el edificio se erguía en la otra orilla, y dada la
época del año en la que estamos, el caudal del Guadalope no era nada
despreciable. Sin embargo nos pudo la curiosidad, y enfrentándonos a la
corriente, decidimos cruzar el embravecido torrente de agua que nos separaba de
nuestro objetivo.
Unos remangados, otros en
calzoncillos, nos lanzamos al abrazo del líquido elemento. Fue poner el pie en
el agua y sentir como miles de agujas perforaban nuestra piel. ¡Estaba heladísima!.
Como pudimos cruzamos al otro lado, notando como nuestras extremidades
inferiores iban perdiendo la sensibilidad que antes, al roce de aliagas y
zarzas, si tenían.
Por fin llegamos al edificio. Esta en
estado ruinoso. Los diferentes pisos han colapsado ya, y tan solo sus cuatro fachadas mantienen el porte original. Es una construcción
de apenas 30 metros cuadrados
de planta cuadrada y de tres alturas, y en una de sus esquinas todavía podemos ver la
chimenea que calentaba a los pacientes que venían a recibir novenas a la
pequeña casa de Baños. Incomodo tenia que ser para los enfermos acceder hasta aqui a lomos de un equino en busca de la deseada curacion.
Chuse Bicén Piquer, otro gran explorador, nos ha contado que
su tío-abuelo, José Griñón Repullés, se hizo con la propiedad de este modesto
balneario y que existía información del mismo en la pagina Web del Ayuntamiento
de Villarluengo. En efecto en dicha página podemos leer parte de la historia de
este curioso y escondido rincón termal, permanecio abierto hasta los años 60, pero se desconoce la fecha exacta en la que un medico de Villarluengo promovio su apertura.
Nos acercamos a la fuente donde se recogía
el agua que servia de tratamiento. Sin duda estaba muchísimo mas caliente que
el río, quizá a 20-25º de temperatura, pero no se si lo suficiente para
considerarla termal, quizá por eso la calentaban todavia más en un horno exterior.
Tras explorar las inmediaciones del edificio,
cuando ya nos preparábamos para cruzar de nuevo al otro lado, contemple con
detenimiento aquel lugar. Es increíble, el sonido de las aguas encañonadas, el
refugio que te proporcionan las dos pronunciadas elevaciones de caliza que
encierran al río, el aire limpio, los aromas de la naturaleza, la paz que proporciona
el saberse lejano a cualquier atisbo de civilización…
¿Serian de verdad las aguas de ese
manantial las que obrarían milagros sobre la salud de los pacientes? ¿O quizá
fuese la paz y la tranquilidad que se apoderaba de su cuerpo durante nueve días
la que ejercía de verdadera sanadora?
Imagino que de todo un poco.
Teruel siempre sorprende. Gracias por vuestra crónica
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