VADO: Parte de un río, con
fondo firme y poco profundo,
por donde se puede pasar andando, montado en una
caballería o en un vehículo.
Partida del
Vado. Ese es el nombre que recibe el lugar donde nuestro protagonista, aislado
y solitario, ha visto el discurrir de siglos. Ha sentido las embravecidas aguas
del Guadalope acariciando la base de su estructura. Ha sido testigo mudo de
experiencias vitales de todo tipo. Sobre él han caminado, cabalgado o circulado
ejércitos de las grandes guerras que sacudieron nuestra tierra. Cientos de
carros cargados de papel y lana, de la industria textil y papelera que
predominaba en el Maestrazgo en toda la
segunda mitad del segundo milenio, han atravesado su esbelta construcción.
Y es que ya
en 1282, en la carta puebla concedida por el Temple a Castellote y sus
dominios, se hace referencia a este paso. En la delimitación de los términos
dice lo siguiente:
“…y desde
Villar de Trillos a Cazarabed, hasta el río, y río arriba hasta el vado de
Julve. Y desde el vado de Julve hasta la fuente que se dice de la Pinilla. Y
desde Pinilla hasta la lengua de Fortún Garcés…”
Pese a que actualmente está en término municipal de Villarluengo, no cabe
duda que el lugar es el mismo, pues este Vado forma parte del camino que unía
las localidades de Ejulve y Villarluengo antes de que se construyese la sinuosa
carretera del Barranco de los Degollaos. No nombra puente alguno, tan solo el
Vado de Ejulve.
Según he
podido leer en un folleto turístico de la Comarca Andorra-Sierra de Arcos,
nuestro protagonista de hoy, el puente del Vado, se construyo en 1518. Parece
lógico pensar que, dado el nombre del lugar, hasta la construcción del puente,
el paso fuese por el mismo río, a merced de las posibles crecidas del Guadalope
y sus afluentes.
Por lo tanto la construcción de esta
bellísima estructura en un sitio tan angosto y aislado pudo deberse a la
exportación de la lana del Maestrazgo a
los países del mediterráneo, que en el siglo XIV comenzó a ser habitual. Los
mercaderes italianos acudían a las tierras turolenses en busca de la preciada
materia prima, lo que disparo su precio, y como consecuencia la riqueza de los
grandes terratenientes de la zona. No podían permitirse el lujo de que las
crecidas del río Guadalope paralizaran los envíos, o que el paso por las aguas
embravecidas provocara la perdida de alguna carga, por lo que decidieron
construir un puente que salvara el cauce, conectando el Maestrazgo con el Bajo
Aragón, dado que la mayor parte de la lana del Maestrazgo era conducida la
puerto medieval de Mequinenza, y desde allí,
navegando Ebro abajo hasta el Mediterráneo. Así se evitaba el riesgo de
que la zona se quedase aislada por el repentino crecimiento del caudal de los
tres ríos que se unen aguas arriba del Vado.
Para llegar a este enclave en el que
se encuentra este singular viaducto desde el Bajo Aragón, debemos en primer lugar llegar hasta Ejulve.
Esta modesta localidad, esconde una gran riqueza patrimonial en su interior,
así que merece la pena hacer una parada.
Desde Ejulve continuaremos por la
A-1702, que a partir de esta localidad de pasado Calatravo, se convierte en una
vía estrecha, sinuosa, de firme irregular, a la que se suman las obras que se
están realizando en la misma. Descenderemos serpenteando por el margen
izquierda del bello barranco de los Degollados. Un barranco rocoso y
pronunciado que desemboca en el río Guadalope, aguas abajo de la coqueta
localidad de Montoro de Mezquita. Siempre he querido saber el porqué se le dio
ese curioso nombre a este espectacular barranco.
Una vez atravesemos el río,
ascenderemos dejando a nuestra izquierda los escalofriantes Órganos de Montoro,
espectacular monumento natural. Es obligada la parada en el mirador que
encontraremos a la izquierda, nada más coronar el zigzagueante ascenso.
Será unos pocos metros más adelante,
una vez dejemos atrás las cerradas curvas que descienden hacia el cauce del Río
Pitarque, cuando veremos a nuestra izquierda unos señales verticales de madera
que nos indican el puente del Vado. Por desgracia, en nuestra visita, a unos
doscientos metros, encontramos una cadena que cortaba el paso hacia el río, así
que tuvimos que aparcar a la orilla del camino y hacer el resto del recorrido a
pie.
Nada mas bajar del coche ya sientes
que te encuentras en un lugar de una fuerza extraordinaria. Durante miles de
años las corrientes de agua han ido excavando las capas verticales de piedra
caliza, dejando al descubierto los fastuosos muros pétreos que rodean a los
pronunciados cañones por los que discurren los tres ríos que cruzaremos durante
nuestra travesía.
Descendemos por el camino, y
distinguimos unos de los edificios que formo parte de las llamadas “Fábricas”,
precisamente el mismo en al que mi abuela, cuando residía en Pitarque, su
localidad natal, bajaba cada amanecer a trabajar. Entrañable recuerdo, cuanto
quise a mi abuela Benita.
La historia de Las Fábricas es muy
antigua, se remonta a 1789, cuando los Temprado, vecinos de Villarluengo,
apoyados por capital y técnicos franceses, construyen una de las primeras
fabricas de papel que hubo en España. Las infraestructuras para aquel inmenso
proyecto industrial fueron complejas, traída de aguas, vivienda, logística,
transporte… fue tal el éxito de la instalación que los franceses adquirieron el
100% de la misma, sirviendo papel al mismísimo Ministerio de Hacienda.
Finalmente, terminando el siglo XIX,
tras varios cambios de titularidad, las Fábricas son adquiridas por los Artola,
familia de Cinctorres, que transforma la papelera en inmensos telares. Se
abriría entonces otro periodo de gran prosperidad para el complejo industrial.
Hasta que, pasada la guerra civil, bajo la constante amenaza de los maquis, con
una crisis económica acuciante y una gran dificultad para realizar el transporte
de lo manufacturado, los Artola deciden cerrar.
Continuamos por el camino. El río
Pitarque brama debido a las ultimas nieves, de hecho las chimeneas de su
maravilloso nacimiento están “despiertas” en estos días. Cruzamos un pequeño y
moderno puente y nos adentramos en un estrecho valle. En esta época del año la
flora ribereña posa desnuda, ataviada tan solo de su esqueleto leñoso. La
variedad de colores con la que este lugar debe acicalarse en primavera y otoño
será, sin duda, todo un espectáculo.
Cruzamos el río Cañada, lugar donde
nuestros amigos de la empresa Geoventur realizan actividades de turismo activo
muy recomendables, y continuamos camino abajo en dirección al lugar donde
Pitarque y Guadalope unen sus fuerzas, dispuestos a luchar juntos contra las
dificultades que las hoces les pondrán unas decenas de kilómetros más abajo.
El paisaje es espectacular. Un paraje
indómito donde solo se respira paz. Grandes roquedos, bellos pinares, el
susurro del rabioso discurrir del agua por el angosto cañón que dibuja el río
en su descenso, el canturreo de los pájaros… Que maravillosa experiencia esa de
escuchar el “silencio” de la naturaleza.
A lo lejos, antes de descender por
una pronunciada cuesta, distinguimos ya el Puente del Vado. Junto a él el
esqueleto de una vieja masía derruida. El puente es mucho más espectacular de
lo que yo esperaba, de grandes dimensiones, muy cuidado, de aspecto firme y
robusto. Desde mi posición se distinguen los tajamares, que le confieren al
puente una forma más espectacular si cabe.
Bajamos hasta allí. Dos grandes ojos,
coronados de unos bellísimos arcos apuntados de sillar ven pasar las impetuosas
aguas en su largo camino hacia el Ebro. Construido en sillar y sillarejo, su
longitud aproximada puede ser de unos sesenta metros de largo por unos tres
metros y medio de ancho. Los tajamares, que son las construcciones en forma de
ángulo añadidas a los pilares del puente para repartir la presión del agua, se
elevan hasta el firme superior del viaducto. ¿Cuántos viandantes habrán
esperado allí el paso de algún carro con mercancías?
El firme superior está empedrado con
canto rodado, y parece haber sido restaurado recientemente. Al igual que la
parte superior del pretil, donde el cemento blanco todavía luce un color poco
desgastado. En muchas partes de su estructura, las uniones de argamasa también
han sido recuperadas con cemento, aunque muy bien disimulado. Una cuidada
restauración.
Nos alejamos unos cien metros para
ver la espectacular construcción de este bellísimo puente desde la distancia.
Sorprende encontrar en un lugar tan apartado un viaducto de estas
características, tuvo que ser una importante arteria de comunicación en el
pasado. Intentamos distinguir bajo el elaborado puzzle de piedras talladas el
vado, el lugar por el que antiguamente, antes de la construcción del puente, se
cruzaba el río Guadalope.
Observamos a nuestro alrededor. Aquel
mágico lugar, no solo es especial por el precioso viaducto que alberga, también
por su orografía, por su flora, por su fauna, por sus colores, por sus formas…
por sus paisajes. Un gran lugar también para emboscadas, seguro que alguna ha
habido aquí a lo largo de la historia.
Imagenes cedidas por la empresa de multiaventura GEOVENTUR
https://www.facebook.com/geoventur/
Iniciamos el camino de regreso, no
sin antes, tras subir la primera cuesta, darnos la vuelta y repetir al unísono:
VOLVEREMOS…
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