La historia de nuestras tierras es
extensísima, tanto que la proximidad ha experimentado cambios que a veces han
supuesto la total ocultación de lo antiguo. Lo que antes era un pueblo prospero,
hoy es un monte desgarrado por la deforestación. Lo que fue una villa romana,
es ahora un campo de labor en el que asoman restos cerámicos de su etapa
imperial. Lo que hace cientos de años fue una gran dehesa, conforman miles y
miles de hectáreas de tierra de labor. Lo que fue un frecuentado camino, hoy es
sólo un recuerdo en los libros más antiguos. Lo que fue una sinagoga o una
iglesia es un horno en desuso. O lo que fue un Palacio enorme, digno de Reyes,
son en este tiempo decenas de casas asimétricas, divididas por herencias del
pasado.
Por
eso bucear en la historia es conocer lo que fue y ya no es. Saber de la
existencia de poblaciones vinculadas a nuestro termino que no sólo no existen
ya, sino que se desconoce incluso donde estuvieron ubicadas, como en el caso de
Pitarra y Val de Nuez. Desde que comencé mi modesta investigación sobre el
castillo de Alcorisa, tuve claro que para conocer realmente el “¿Dónde?”, era
primordial saber el “¿Por qué?”. Para encontrar la ubicación de aquel castillo
desaparecido era necesario saber el objetivo que perseguía su construcción.
Desde
un primer momento la posibilidad de que fuese una fortaleza de carácter militar
es la que más fuerza tenía. Un castillo árabe de carácter defensivo (Qal’a)
cuya misión era controlar y defender el camino de acceso al alto Guadalope, en
concreto a Castellote y Olocau del Rey. Un puesto de control fronterizo que muy
probablemente se construyo durante el conflicto bélico de las taifas de
Zaragoza y Lérida-Tortosa, en la guerra que enfrento a los Reyes de ambas
taifas Al-Mundir y Al-Mutaman que, por cierto, eran hermanos. Las fortalezas o
Atalayas de Castiel, Foz Calanda, Val de Nuez, Alcorisa, Berge y Molinos
cerraban los posibles accesos al bajo Maestrazgo y, por ende, a la taifa tortosina.
Esta
teoría cobró mucha mas fuerza cuando Javier Díaz, miembro del GEMA (Grupo de Estudios Masinos), me puso sobre la pista del lugar aproximado
donde se ubicaría Cazarabet, el mítico despoblado medieval al que los expertos
en la materia identifican con la importante ciudad islámica de Qasr Abbad. Por
cierto, Javier es el fundador de una extraordinaria librería on-line y página
divulgativa que también lleva el nombre de “Cazarabet”.
El
geógrafo andalusí Al-Udri hizo una descripción detallada de los territorios de
la Marca Superior de Al Andalus en la primera mitad del siglo XI. En su
descripción de los distritos de la misma decía lo siguiente:
“El distrito de la ciudad, que va desde la
puerta meridional de Zaragoza hasta Aqabat Malilla; el de Qasr Abbad, contiguo al de la
ciudad. Qasr Abbad queda cerca del de Tortosa, y en estos momentos está en la
ruta que lleva a ella…”
Fuente: https://sites.google.com/site/zagralandalus/mapas-zagries
Basándose en la transcripción de la carta puebla de
Castellote, promulgada por la Orden del Temple en 1282, los miembros del GEMA situaron
Cazarabet en algún punto de las hoces del Guadalope, cerca de Ladruñan, El
documento de donación del Obispo Bernardo a la cámara de La Seo de Zaragoza,
primer documento conocido en el que aparece referencia de Alcorisa y
que data de 1148, también confirma dicha ubicación. Curiosamente, en el
lugar todavía existen los restos de una antigua masada a la que los lugareños
llaman “Cazarabe”
Por lo
tanto Qasr Abbad estaba ubicado en el camino
que unía Tortosa y Saraqusta (Zaragoza) y parece claro que Cazarabet estaba situado
en las hoces del Guadalope. Uniendo las tres ciudades, Saraqusta, Qasr Abbad y
Tortosa, es más que probable que dicho camino transcurriese precisamente por Alcorisa
y por el antiguo camino de Castellote, que transcurre por el barranco de
Valdecastillo, pues es la vía mas recta. De ahí la importancia estratégica de
la fortaleza alcorisana, la ruta histórica que transcurre por las faldas de la
montaña del Calvario, y que fue utilizada hasta la primera mitad del siglo XX,
era una arteria de comunicación importantísima entre las grandes ciudades
islámicas de la época Andalusí. Saraqusta, Qasr Abbad, Olocau, Morella y
Tortosa se comunicaban a través de ella según dice Al-Udri.
Pese a que los investigadores masinos se personaron en el
lugar donde se encuentran los restos de la antigua masía, no encontraron
indicios suficientes para afirmar que allí existió una importante ciudad
islámica. Y digo que tuvo que ser importante porque “Qasr” en árabe significa
castillo-palacio, de ahí deriva Alcazar o Al Qasr. Qasr Abbad hacía referencia
a “Palacio de Abbad” ¿Dónde están pues las ruinas de aquella mítica ciudad de
tanta relevancia?
Desde un principio me puse en contacto con mi amigo Domingo
Espada, natural de Ladruñan y Alcalde pedáneo de esa bella localidad. Me
confirmó que, en efecto, tras “la hoz baja” las estrecheces daban un respiro al
cauce del Guadalope, y allí se ubicaban los restos de la antigua masía llamada
Cazarabe. Se ofreció a acompañarme junto a su tío José a dicho lugar en cuanto
nuestras agendas coincidiesen.
Era obligada una visita. Un explorador como yo, ávido de
visitar lugares increíbles, extraordinarios, de gran importancia histórica y
con mucho misterio, no podía dejar de lado esta atrayente aventura. Qasr Abbad
y el Puente Natural de la Fonseca en una misma excursión. No se podía pedir
más.
Por fin el destino quiso que Domingo y yo coincidiésemos en
nuestras vacaciones y, después de pactar día y hora, tomamos rumbo a Ladruñan
en busca de su tío José y de la mítica Qasr Abbad. El camino fue entretenido.
Las disquisiciones sobre nuestro amado Real Zaragoza y mis explicaciones de la
teoría que relacionaba Alcorisa, Valdecastillo y Cazarabe ocuparon gran parte
del camino. Incluso nos permitimos entrar a ver la espectacular construcción de
la masía de la Capellanía de Castellote.
Llegamos a Ladruñan pasadas las 10 de la mañana, donde ya
nos esperaba el tío de Domingo, José. Nos recibió con una sonrisa de oreja a
oreja. Desde el primer momento, por el brillo de sus ojos y la energía con la
que describía los lugares por los que pasábamos, me di cuenta del amor que
tiene a sus montes y a su tierra. Cada palabra que salía de su boca iba
aderezada de vivencias, de recuerdos, momentos felices y no tan felices…
Impregnadas de la esencia de una vida plena en la que su tierra, su familia y
sus vecinos han sido la salsa con la que ha dado sabor a su vida.
Bajamos hacia La Algecira, precioso barrio de Ladruñan cuya
etimología árabe seria “isla verde”, que se encuentra junto al mismo cauce del
río. Cruzamos el Guadalope y ascendemos, por un camino en excelente estado, la
ladera de una de las estribaciones laterales de la sierra de Bordón. Avanzamos
despacio, contemplando el espectacular paisaje que se abre ante nuestros ojos
mientras José y Domingo me describen el lugar con excelente detalle. El antiguo
convento Servita, la cueva de Cambriles, la azud, el Latonar, los
espectaculares menhires… todo en esa zona es de una belleza y una fuerza
extraordinaria.
Llegamos a un cruce de caminos. Según comentaron mis
compañeros de aventura el que sigue ascendiendo ladera arriba se dirige a
Bordón, aunque es de dificultad extrema para cualquier tipo de vehiculo.
Nosotros tomamos el de la derecha, el que serpentea bajo la enorme pared de
caliza que rompe la “encia” de la montaña como si de un diente se tratase.
Conforme avanzábamos, José seguía contando historias
maravillosas de sus vivencias en aquellos abruptos paisajes. Habló de los
maquis, aquellos jóvenes derrotados tras la guerra que quisieron mantener vivo
su espíritu revolucionario echándose al monte fusil en mano, y acabaron
desquiciando a los pobres lugareños y masoveros que veían como, en nombre de un
sueño imposible, les robaban una y otra vez el poco sustento que poseían.
Sin apenas darme cuenta del tiempo que estuvimos
descendiendo, José hizo un alto en las fascinantes historias archivadas en su
privilegiada memoria y señaló al otro lado del cauce. “Eso es Cazarabe”, dijo.
De reojo, mientras seguíamos descendiendo hasta las puertas de la primera hoz,
pude fijarme en una masía derruida compuesta por tres edificios, en los que
algunos de sus muros seguían luchando por permanecer erguidos. Rodeando a las
construcciones, tierras de labor abandonadas en las que todavía se distinguían
las ramas de los olivos brotando de un mar de romeros, aliagas, tomillos y
otros arbustos que se extendían hasta la misma orilla del río
Bajamos hasta la primera hoz para poder disfrutarla de
cerca. Las Hoces son increíbles. No acabas de entender muy bien como el río ha
sido capaz de abrirse paso a través de esas inmensas paredes que la naturaleza
colocó en su lento discurrir hacia el Ebro. Arte en estado puro. Volvimos sobre
nuestros pasos para dirigimos hacia el camino que desciende hasta la orilla del
río Guadalope, un kilómetro aguas arriba del Puente natural de la Fonseca. En
ese punto continuaríamos la excursión a pie.
Una vez en el lugar indicado nos armamos de todo lo
necesario y nos dirigimos al puente natural. Precisamente el Puente de la
Fonseca es el que íbamos a utilizar para cruzar el río y acceder a la senda que nos llevaría hasta
Cazarabe. Mientras, José seguía contándonos interesantes historias sobre la
zona. Mientras nos mostraba una cruz en un roquedo que indica hasta dónde llegó
la riada mas importante que él recuerda, apareció ante nosotros uno de los
monumentos naturales de nuestro bello Maestrazgo.
Yo ya lo había visitado, incluso lo cruzamos en toda su
longitud, pero no pude evitar volver a sentir que me hallaba en un lugar único.
Uno de esos donde la naturaleza decide sorprendernos, en los que el ser humano
se siente un poquito mas chiquito, pero mucho mas feliz. Es increíble como el
río ha horadado la roca en toda su longitud. Las aguas del Guadalope se
sumergen bajo un manto de oscuridad para aparecer mas ruidosas y embravecidas
unas decenas de metros más abajo. Es un lugar realmente bellísimo, el sitio
donde toda enamorada sueña que su príncipe le pida matrimonio. El lugar que
imaginar cuando el estrés se apodera de nuestro cuerpo y nuestra mente. Difícil de describir pero,
sin duda, de obligada visita.
Continuamos nuestro camino tras varios minutos absortos
observando aquel maravilloso rincón del “salvaje” Maestrazgo. Tras una dura
senda invadida por la vegetación, llegamos a Cazarabe. La masía se asienta
sobre un pequeño promontorio rasgado por el barranco de Torrecilla, que se une
al Guadalope por su margen izquierda. A ambos lados del barranco se ven tierras
de labor abandonadas con sus correspondientes calzadas. Todo esto en un pequeño
valle delimitado en toda su extensión por las imponentes moles rocosas que
hacen a la vez de muralla natural, protegiendo el lugar de posibles invasores.
No cabe duda que, para los tiempos en los que las cotas de malla, las
armaduras, las espadas o los cascos eran necesarios a diario, aquel lugar era
privilegiado. A la defensa natural que ofrecía la naturaleza, se unen el agua,
la tierra de cultivo y un angosto barranco en el que construir una azud.
Precisamente José comentó que muchos años atrás, cuando él era un mozalbete que
encerraba el ganado en aquellos corrales hoy derruídos y las tierras de labor
lucían sus mejores galas, había una pequeña acequia que descendía de ese
barranco.
Tras una primera exploración, breve por el poco tiempo
disponible, no encontramos nada reseñable. Trozos de vasija antigua, algún que
otro pedazo de cerámica, muros semiderruidos que ya estaban así cuando la masía
todavía cumplía su función… pero nada lo suficientemente importante como para
pensar que aquel lugar fue la mítica ciudad islámica de Qasr Abbad. Subo hasta
el cerro que hay sobre la masía en busca de restos de algún tipo de Atalaya y
observo el precioso valle que se abre ante mis pies. Recuerdo entonces la cruz
que nos indicó José señalando el nivel que alcanzó el río en uno de sus
embravecidos “arreones”. Desde que el poblado medieval de Cazarabet fue
abandonado han podido pasar unos 700 años. De hecho, el último documento en el
que aparece data del año 1282. Y en esos 700 años han debido ser numerosas las veces
en las que el Guadalope, crecido por aportes extraordinarios, ha superado sus
límites naturales para invadir las orillas mas próximas a su cauce. ¿Explicaría
eso la falta de restos en el lugar?
“Tengo que volver” me digo a mi mismo. Es necesario buscar
en zonas mas alejadas, buscar los restos de la azud que alimentaba la acequia
que recordaba José. Buscar restos de las atalayas satélite que vigilaban los
caminos de acceso a la ciudad. Si la actual Cazarabe se corresponde con la Qasr
Abbad a la que hacia referencia el geógrafo Al-Udri, en alguno de los muchos
rincones de aquel valle escondido tiene que quedar alguna pista definitiva. Es
cuestión de paciencia y de volver las veces que sea necesario.
Volvemos hacia el coche. Entretenidos de nuevo con las
maravillosas historias que José nos cuenta sin perder el resuello en ningún
momento. Qué 77 años mas bien llevados. Qué energía, qué memoria, qué simpatía,
qué agradable compañía. Iniciamos esta aventura sabiendo que visitaría dos
lugares maravillosos y me voy habiendo conocido a una persona extraordinaria.
El Maestrazgo es una tierra abrupta, de fuerza sobrenatural y belleza
increíble. Pero son personas como José las que consiguen que también sea una
tierra con alma, capaz de desprender sentimientos que jamás podrás olvidar.
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