" Cada salida, es la entrada a otro lugar"

Este blog pretende transmitir la belleza y peculiaridad de lo cercano, los lugares que nos transportan en el tiempo y en el espacio. Rincones de nuestra geografía más próxima que nos dejan sin aliento o nos transmiten una paz necesaria en momentos de dificultad. Espero contribuir a que conozcamos un poquito más dichos lugares y a despertar la curiosidad del lector para que en su próxima salida, inicie la entrada a otro lugar... un lugar al que viajar sin necesidad de sacar billete.

martes, 8 de enero de 2019

PUENTE DE CASTELLOTE

           Existen lugares maravillosos que son poco visitados debido a su difícil acceso, otros olvidados bajo un espeso manto vegetal, o aquellos que son recuerdo en alguna fotografía antigua, incluso sitios cuyo esplendor solo puedes adivinar a través de su raído esqueleto, pues sucumbieron ante las malditas guerras y la dejadez.


            Sin embargo el lugar al que nos acercamos hoy, no cumple con ninguna de las condiciones anteriores, nuestro protagonista ha estado sumergido bajo el agua durante más de ochenta años, aguantando las corrientes subterráneas, el fango, los corrimientos de tierra de los grandes escarpes que lo abrazan…
Y tras ocho décadas, cuando ha tenido la oportunidad de asomarse de nuevo, lo ha hecho con su porte original, con las fabulosas trazas que le dieron sus constructores, picapedreros de lo antiguo que marcaban su trabajo con su propia firma. El puente de Castellote ha decidido mantenerse erguido para que los que no tuvimos oportunidad de disfrutarlo en el pasado lo hagamos ahora, en esta tregua hidrológica que ha supuesto para él el desembalse del pantano de Santolea.
Era una soleada mañana, por suerte las nieblas navideñas habían afectado poco a Castellote, por lo que teníamos la esperanza de que parte del barro depositado en el fondo del pantano, ya se hubiese secado dos semanas después de finalizado por completo el desembalse, permitiéndonos alcanzar nuestro objetivo sin dificultad.
No pudimos resistir la tentación de acercarnos a los diferentes miradores existentes en las dos carreteras que recorren el embalse por uno y otro margen. La verdad es que la garganta que el Guadalope ha moldeado, seccionando en dos partes el macizo montañoso que une las sierras de los Caballos y la Manedella, es espectacular.




En este lugar, el segundo río más caudaloso de la margen derecha del Ebro, esta cercado por majestuosos  escarpes rocosos, coronados por un esplendoroso bosque mediterráneo. Escarpes calizos a los que la erosión ha labrado balmas colosales, abrigos que muy probablemente fueron usados como cobijo por nuestros ancestros. Incluso alguno de ellos, llora liquido elemento que se desliza por la caliza dejando un surco verdoso.



Ver emerger del lodo los restos constructivos de las masías que en otro tiempo llenaron de vida el valle de Santolea y el fondo del cañón, pone los pelos de punta. La masía del Puente, el masico del Lamberto, el masico de Requena, el masico del Francho de la Podenga, la masía de Francho y Medio… nombres que han quedado grabados en antiguos mapas cartográficos. Lo que en otro tiempo fueron templos de vida, lugares de gran arraigo familiar,   hoy son solo muros ajados, semisepultados por el lodo, coloreados por el tarquín que se adueño del pantano los últimos días de su desembalse.



Se distingue la antigua carretera de Santolea, que discurría por la margen izquierda del río, en el fondo del desfiladero, horadando incluso uno de los grandes muros de caliza.


En la zona de la presa, sorprende verla en toda su dimensión tanto por un lado como por el otro. Son visibles incluso las rejas por las que el agua se despeña sobre las turbinas de la central hidroeléctrica que esta a los pies de la cara norte del gran muro artificial. Y mas llamativo aun es ver por primera vez donde  esta la captación del desagüe de fondo, aguas adentro del embalse, y los grandes muros que se construyeron para tal fin. Aunque si algo nos sorprendió sobremanera en las cercanías de la presa,  fueron dos elementos particularmente extraños, desubicados, un patinete de pedales como los que encontramos en la playa y los restos semienterrados de lo que parecía ser una antigua Citroen 2 CV. ¿Cómo acabo eso ahí?




Finalmente, tras disfrutar del inédito paisaje que nos han brindado las circunstancias, ponemos rumbo hacia nuestro objetivo. La verdad es que no fue fácil llegar a él, pero no porque el acceso sea complicado, sino porque por miedo a que el espacio que ocupa el pantano todavía no fuese lo suficientemente sólido para caminar por él, decidimos dejar el coche junto a la carretera, descender caminando hasta los restos de una antigua paridera y desde allí bajar directamente al encuentro del puente. Posteriormente pudimos comprobar que el camino por el que discurría la antigua carretera, en zona inundable, estaba totalmente seco.


A partir del viejo corral el talud es muy pronunciado, no apto para personas con vértigo, y se necesita un calzado con el suficiente agarre para no sufrir una caída desafortunada. Eso si, finalmente llegamos al inicio del desfiladero donde se asienta el viejo puente castellotano.
El puente resulta sorprendente desde la distancia y no decepciona una vez estas junto a él. Esta construido en sillares homogéneos, encajados con precisión milimétrica. Entre el firme y los muros de sillar encontramos unas cornisas pétreas, colocadas simétricamente, que dotan al conjunto de una personalidad propia. Ha adquirido una tonalidad marronacea debido al fango que durante todos estos años ha “protegido” su estructura, pero sigue manteniendo su prestancia, su fabulosa apariencia de estructura antigua.




El arco principal, concebido para que el río pasase bajo él, es de medio punto, de gran altura, pero también encontramos un arco apuntado soportando la estructura del firme en la margen derecha, justo en el lugar donde el puente realiza un giro de casi noventa grados. En la margen izquierda es visible un pequeño arco  de aproximadamente un metro de ancho, casi con toda probabilidad el paso de alguna acequia de riego.




Pero si algo llama especialmente la atención son las marcas de cantero que adornan los sillares de la construcción. Cruces, estrellas, eles, eles invertidas, flechas… no cabe duda alguna de que es un puente de origen vetusto. Incluso diría que alguna de aquellas marcas tiene coincidencias con las que podemos encontrar en el castillo y en el lavadero de Castellote. Según me comento el santoleano José Aguilar, responsable de la interesante pagina Web  www.santolea.org, este puente formaba parte de un camino principal procedente de Villarroya de los Pinares.






Echo un último vistazo al “Puente de Castellote” y me pregunto: ¿Será la última vez que lo vea? O peor ¿Será la ultima vez que cualquiera pueda verlo? Espero y deseo que no. Ojala no cometan la desfachatez de derruirlo. Este maravilloso puente  debería descansar donde pueda ser visitado por todos, no volvamos a cometer un ”Santoleacidio”, no volvamos a destrozar el patrimonio, los recuerdos, la historia, la vida de nuestras comarcas.



           En el pasado se dinamito un pueblo entero de forma injustificada, hagamos al menos que el traslado de esta construcción a un lugar seguro, donde pueda ser admirado por las generaciones futuras, sirva como símbolo y recuerdo de aquel injusto desalojo, de aquella incomprensible voladura.


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