GEOLOGÍA: Ciencia que estudia el origen, formación y evolución de la Tierra, los materiales que la componen y su estructura.
Teruel en su conjunto es, sin lugar a dudas, un paraíso para los grandes estudiosos de esta ciencia centenaria. Es más, el de Aliaga, fue el primer parque geológico constituido en España y uno de los cuatro primeros declarados en la carta de la EGN (European Geoparks Networks). La importancia del patrimonio geológico turolense es evidente y la visita de numerosos estudiantes de universidades extranjeras lo certifica.
En origen, el Parque Geológico comprendía el término municipal de Aliaga, aunque posteriormente se ha ido ampliando a todo el Maestrazgo, dada la singularidad geológica que posee. En cada rincón de las tres baylías y el territorio calatravo podemos disfrutar de fabulosas formaciones rocosas, de verdaderas obras de arte talladas en piedra por la propia naturaleza que para los profanos en ciencia geológica son espectaculares, por lo que no puedo imaginarme la fascinación que pueden despertar en aquellos cuya pasión y formación es la geología.
Ya en 1863, Juan Vilanova y Peira, en su libro “Ensayo de descripción Geognóstica: Provincia de Teruel” decía:
“La provincia cuya descripción me propongo trazar, es una de las mas importantes de la península bajo el doble punto de vista geológico y forestal. Con efecto, pocas ofrecen como la de Teruel la serie completa de los terrenos de sedimento, desde el aluvial al silúrico, ambos inclusive, y el desarrollo de las formaciones ígneas o plutónicas que tanto han contribuido con su aparición a accidentar notablemente su territorio. Resultado de esta variada constitución geognóstica es su orografía e hidrografía tan curiosas e importantes, cuanto desconocidas o mal estudiadas.”
Hoy visitamos uno de esos lugares, uno de esos rincones tan curiosos, importantes y desconocidos para muchos. Uno de esos sitios en los uno se siente pequeñito, como un diminuto asteroide en la galaxia o como un grano de arroz en una paella de 30 personas.
Nos referimos a la Caleja del Huergo, en el término municipal de Ejulve, un paraje natural único, extraordinario, donde podemos ser testigos directos de la fuerza de la madre naturaleza. Uno de esos rincones esparcidos por nuestra geografía más próxima que refrendan la riqueza geológica de nuestra provincia.
Llegar a él es relativamente fácil, disponemos de varias opciones. Existen senderos señalizados hasta allí desde Ejulve y desde Molinos. Y si pedimos indicación a los amables vecinos ejulvinos, incluso podemos acceder hasta muy cerquita con nuestro vehiculo. Nosotros en esta ocasión elegimos la opción de subir desde Molinos, ascendiendo todo el barranco de Santa Lucia.
Era domingo, las primeras luces del alba asomaban sobre las elevaciones orientales de la Sierra de los Caballos y algún joven regresaba a casa despeinado, absorto, intentando dominar la acera para que no se le notasen los excesos de una larga noche.
Despertamos a los ruidosos caballos que impulsan nuestro transporte y tomamos dirección hacia Molinos. Una vez pasado el cruce de Molinos-Venta de la Pintada, a unos 200 metros en dirección al bellísimo pueblo de las Grutas de Cristal, observamos el camino hacia la derecha, con un cartel indicador, por el que debemos entrar para poder llegar al lugar donde comenzaremos nuestra ruta a pie.
Recorremos con el vehiculo un tramo de camino de aproximadamente tres kilómetros herido por las lluvias, pero que todavía es practicable para turismos. Dejamos a mano derecha una ermita restaurada, la ermita de Santa Lucia, donde han combinado en su restauración la belleza de su pequeña torre y un edificio funcional y moderno completamente nuevo.
Unos metros mas adelante encontramos el lugar donde se unen los senderos del Pozo del Salto y de la Caleja del Huergo, junto a un viejo corral todavía en buen estado. Es allí donde aparcamos el coche y donde iniciamos nuestra excursión a pie. El cartel indicador sitúa el objetivo a una hora de camino.
Seguimos el sendero, totalmente señalizado. Los primeros kilómetros transcurren por una pista forestal rodeada por un espeso pinar. Serpentea por la ladera sur de la Peña del Bailador. Tras unas cerradas curvas, el sendero gira a la izquierda y se adentra en la frondosidad del bosque mediterráneo. Unos cientos de metros mas adelante la senda desciende hasta el cauce del barranco de Santa Lucia, barranco que ya no dejaremos hasta el final de nuestro recorrido.
El barranco de Santa Lucia es terreno de contrastes. Predomina el bosque de ribera en toda su rambla, escoltado por grandes elevaciones montañosas a uno y otro lado. Algunas de esas elevaciones cuentan con enormes muros de roca, roquedos inaccesibles de gran belleza.
Durante medio kilómetro aproximadamente el barranco es angosto, invadido por la vegetación y las rocas arrastradas por las violentas avenidas. Sin embargo, una vez superamos un bello desfiladero que parte en dos la roca madre, Santa Lucia se convierte en un pequeño valle donde se distinguen antiguas tierras de labor, hoy en barbecho.
Mención especial merece el desfiladero antes mencionado, pues en el extremo mas cercano a la Caleja, se distinguen los restos de una antigua presa. Un dique construido con mampuestos y rellenado de escombro en su parte superior, que debió tener unos consistentes sillares en su parte inferior. De hecho uno de esos sillares descansa aguas abajo del lugar, precisamente el sillar en cuyo centro los antiguos esculpieron el conducto que usaron como desagüe de fondo. La falta de mantenimiento y alguna avenida extraordinaria debieron acabar con ese dique.
La senda continúa por la margen izquierda del barranco. Encontramos varias construcciones agrícolas, una de ellas reformada parcialmente. Los pinos carrascos siguen vigilándonos desde un lado y otro de la vaguada, mientras chopos de gran tamaño nos protegen de los rayos del sol.
Antes de llegar a nuestro destino, atravesamos varios atascaderos donde otros exploradores han dejado caer piedras de forma estratégica, para que podamos burlar la última trampa que la naturaleza ha puesto en nuestro camino sin que se mojen nuestros pies.
Ya distinguimos las dos paredes de piedra que nacen de una orilla y otra del barranco, hermanándose en el centro del mismo. Dichas paredes están atestadas de oquedades, algunas de ellas de gran tamaño y manchadas de negruzco hollín, señal de que sirvieron de refugio a antiguos pobladores.
Conforme nos acercamos da la sensación que el cauce del barranco nacerá allí, a los pies de la enorme pared de caliza enrojecida. No se distingue paso alguno en el muro que se eleva imponente ante nosotros.
Finalmente, cuando ya llegamos a él, un estrecho pasillo se introduce en la montaña. Es una fascinante quebrada que rasga la montaña en toda su longitud, que la hiere. Una herida profunda, asimétrica, zigzagueante… una herida realmente sorprendente. Se han colocado dos escaleras en el recorrido para salvar los desniveles de la estrecha garganta. La roca combina el gris y el blanco de la caliza, con tonos verdosos, imagino que debido al moho producido por la humedad del lugar y la falta de luz.
Al final del bellísimo estrecho, encontramos unas rocas amontonadas que nos impiden acceder al otro lado, tiene que ser fascinante ver como el líquido elemento se adentra en este angosto pasillo y va burlando los diferentes obstáculos del mismo. Mi desconocimiento de la jerga geológica me impide haceros una descripción científica del lugar, así que lo único que diré, es que es un lugar fascinante, asombroso, increíble… una muestra más de que no hay escultor mas dotado, que la propia naturaleza.
Me coloco en el centro de la colosal herida. Realizo un giro sobre mi mismo de 360 grados. Escucho el trino de los pájaros que descansan en las partes más altas del desfiladero, el característico sonido del viento al atravesar esa fascinante formación. Que pequeñitos somos, y a la vez cuanto daño hacemos.
Mi ultimo pensamiento antes de iniciar el camino de regreso es que la pequeña exploradora debe visitar este lugar, que es uno de esos rincones en los que es fácil explicarle a un niño que es una aberración que destruyamos las maravillas que con tanto mimo, con tanta paciencia, la naturaleza ha construido a lo largo de millones de años. Disfrutémoslas, pero siempre desde el mayor de los respetos.
Formamos parte de un todo, pero en ocasiones se nos olvida que ese todo seguiría existiendo sin nosotros.
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