" Cada salida, es la entrada a otro lugar"

Este blog pretende transmitir la belleza y peculiaridad de lo cercano, los lugares que nos transportan en el tiempo y en el espacio. Rincones de nuestra geografía más próxima que nos dejan sin aliento o nos transmiten una paz necesaria en momentos de dificultad. Espero contribuir a que conozcamos un poquito más dichos lugares y a despertar la curiosidad del lector para que en su próxima salida, inicie la entrada a otro lugar... un lugar al que viajar sin necesidad de sacar billete.

viernes, 4 de noviembre de 2016

FUENTE DE LOS BAÑOS (Dos Torres de Mercader)

            Cuando echamos la vista atrás recordando tiempos lejanos, a los antiguos pobladores y sus grandes habilidades, siempre atribuimos al Islam, a la Marca Superior de Al Ándalus que dominó estas tierras entre los siglos VIII y XII, su control de la hidráulica. Muchos ancianos, preguntados por el origen de los sistemas de riego que enverdecen y alimentan tierras y cultivos, siempre los atribuyen a “Los Moros”.

Sin embargo esta atribución de los logros constructivos relacionados con las infraestructuras hidráulicas a la Marca Superior de Al Ándalus, dista mucho de ser cierta. Muy al contrario, la mayor parte de las hectáreas de regadío que encontraron los ejércitos cristianos, una vez reconquistados los territorios de nuestras comarcas, tenían su origen en la dominación romana de la península ibérica.

Aunque existen construcciones de cuyo origen ni siquiera los expertos se ponen de acuerdo. Infraestructuras utilizadas durante tanto tiempo, con los consiguientes arreglos y remodelaciones, que datar su construcción original se hace del todo imposible. Es el caso del acueducto de los Arcos, en Calanda. O también del sistema hidráulico que nace en el lugar que protagoniza nuestro artículo. Sus aguas, desde antiguo, se han considerado con propiedades medicinales.

 
Se trata de la Fuente de “Los Baños”, en el término municipal de Dos Torres de Mercader, pequeña pedanía de Castellote situada en la margen izquierda del rio Guadalope, a los pies de la zona suroccidental de la Sierra de los Caballos.

Amaneció un día plomizo, húmedo. El manto grisáceo que cubría el cielo amenazaba con estropear nuestra excursión. Pero conforme avanzaba la mañana los rayos de sol comenzaron a abrir brillantes grietas en la espesa capa de nubes. Grietas por las que poco a poco se iba abriendo paso el color azul. Así que, tras la comida, nos pusimos en marcha.

Tomamos la carretera de Berge, en dirección a Molinos y después a Castellote. A la altura de la fuente del Salz, frente a la monumental masía de la Capellanía, existe un cruce a la derecha, cuya carretera se desliza colina arriba hacia los altiplanos de la Sierra de los Caballos. No hace muchos años, antes de que se construyera esta vía de comunicación, los vecinos de Cuevas de Cañart, Dos Torres de Mercader y Ladruñán utilizaban la serpenteante  carretera que discurre por la parte izquierda del pantano de Santolea, en dirección a Castellote. Una carretera en algunos tramos tan estrecha que el paso de un vehículo pesado es de dificultad extrema.

Esta nueva carretera es de firme regular y dos carriles. Una bendición para los vecinos de estas poblaciones. Eso sí, el descenso hasta la vía que une Dos Torres y Cuevas, se realiza paralelo al Barranco de Dos Torres, por una cuesta tan pronunciada que, sin lugar a dudas, debe suponer todo un desafío para los frenos eléctricos de los vehículos de gran tonelaje.

Una vez descendemos la cuesta, llegamos a un cruce en el que viene perfectamente indicado el camino a tomar para llegar a nuestro objetivo. Así que tomamos la dirección adecuada y continuamos hacia la pedanía castellotana. Pronto distinguimos la silueta de la pequeña villa a los pies de la carretera, bajo la supervisión de la torre de su iglesia de planta cuadrada, achaflanada, y coronada por un pequeño cuerpo octogonal en el que se distinguen varios óculos circulares.


Según he leído, el nombre de Dos Torres es debido a que, tras la reconquista, existían en este escarpado valle dos masías que explotaban los recursos agrícolas del cauce del barranco. Esas masías fortificadas tenían su propia torre de defensa, de ahí las “Dos Torres” que aparecen en el escudo de la población.

El origen de las masías se desconoce. Pudieron ser alquerías islámicas fortificadas posteriormente por la encomienda templaría de Castellote, dado que se encontraban muy cerca de la frontera tras los primeros años de la reconquista. O incluso pudieron estar construidas sobre los restos de alguna villa romana dedicada a la producción del aceite. La cuestión es que aquellas dos masías, con la consolidación de las fronteras, iniciaron una rápida expansión hasta que se formó un núcleo de población estable a su alrededor. Un núcleo de población cuyo recurso predominante fue la oliva, pues llegó a contar con cuatro fabricas de aceite.
 
Aparcamos frente al Ayuntamiento, en la plaza Mayor. La casa de la Villa es un bellísimo edificio construido en sillar y sillarejo. Aunque enlucido en su mayor parte, todavía se distinguen sus monumentales trazas. Dispone de una pequeña lonja y su fachada está decorada con un enorme reloj solar. Destaca el acceso al edificio, una puerta señorial cuyo vano es de un sillar de bella factura.


Tomamos la calle que nace en la plaza, entre el Ayuntamiento y la Iglesia bajo la curiosa advocación a San Abdón y San Senén, dos santos poco conocidos en nuestras tierras. La vía tiene el nombre de “Don Ramón Álvarez”. Desconozco a que ilustre personaje rinde homenaje. Sólo he encontrado referencias a un imaginero español nacido en Zamora, pero dudo mucho que se refiera a él. Continuamos por la misma calle hasta que nos topamos con una fachada blanca decorada con una bella hornacina en honor a San Blas. Allí continuamos por la izquierda, siguiendo la calle Ramón Álvarez, hasta un bellísimo lavadero convenientemente restaurado. A partir de allí, descendemos por un estrecho camino encerrado por las tapias de las huertas, hasta la orilla del mismo barranco de Dos Torres. El camino está señalizado con las correspondientes marcas de sendero de pequeño recorrido, blanca y amarilla, por lo que es muy difícil perderse.


Una vez en el cauce del barranco, si vamos en esta época del año, tan solo tenemos que seguir el camino de hojas amarillas. Los chopos, en su habitual “strip tease” del otoño, van despojándose poco a poco de todas sus hojas, que se depositan con suavidad sobre la vegetación que esta a los pies de los majestuosos reyes del bosque de ribera.  Amarillos, verdes, ocres, grisáceos, rojizos, blanquecinos, negruzcos… Una verdadera paleta de colores que explota en nuestra retina, procurándonos uno de esos momentos en los que nos gustaría que el tiempo se detuviera.

Absortos, contemplando la belleza del bosque ribereño en otoño, llegamos hasta el lugar donde la caliza gana terreno a la tierra de labor y encierra al barranco en la estrechez. Ya se distinguen, a derecha e izquierda, los mampuestos de una vieja acequia derruida en algunos trozos y sustituida por tubo de plástico rígido corrugado. Un  “mandoble” salvaje a la estética de la estructura.

             
            Al doblar la pronunciada curva del barranco, un bellísimo acueducto nos abraza con su imponente fábrica. Construído para salvar el barranco, todavía transporta el agua que se desvía aguas arriba. Descansa sobre un monumental arco de medio punto, de unos seis a ocho metros de ancho, que se compone de grandes sillares, algunos de ellos muy deteriorados. Sobre el arco, un muro de mampuestos rematado por el pequeño canal que transporta el líquido elemento. 



Por supuesto, no tengo los conocimientos necesarios para datar esta bella infraestructura, aunque estoy seguro que su origen generaría controversia incluso entre los eruditos de la materia. Me coloco bajo el acueducto. ¿Cuatro cinco metros de altura quizá? No se distinguen marcas en los sillares. Aún en el caso de que hubiesen existido las duras exigencias climatológicas del angosto barranco han castigado la piedra de forma notable. 
Continuamos hacia adelante. Frente a nosotros una enorme oquedad, una cueva de grandes dimensiones decorada con el verde intenso de una vegetación bien alimentada. En la parte superior de la caliza, a la izquierda, cuelga un manto de líquenes por el que resbala el agua de un modesto manantial. A la derecha, una frondosa higuera y una vigorosa hiedra enverdecen la pared rocosa en toda su extensión.


Las aguas que brotan de esa enorme oquedad, a unos 20 o 30 metros de altura sobre el barranco, se han considerado medicinales ya desde antiguo. De hecho, en el mismo cauce existen unas represas artificiales en las que personas aquejadas de enfermedades se bañaban en busca de sanación. Una manguera de polietileno, que desciende del pequeño balsete que se forma en lo alto de la cueva, acerca el líquido milagroso a aquellos que no tengan la capacidad física para subir hasta él.


El sendero de pequeño recorrido continua barranco arriba, poniendo a prueba la destreza del visitante. Dos empinadas pasarelas, pozas, rocas de grandes dimensiones depositadas allí por las avenidas, estrechos pasos y una pequeña vía ferrata no recomendada para aquellos que sufran de vértigo agudo. Precisamente a los pies de esa vía ferrata es donde nos topamos con otro de los espectaculares rincones de este apartado paraje. Una bellísima caída de agua, un “Pozo del Salto” en miniatura, rodeado de cortadas de caliza enverdecidas que jamás reciben el impacto directo del sol. Espectacular.

            
            En definitiva, una excursión sencilla para realizar en familia, que no tendrá mas de cuatro kilómetros entre ida y vuelta, por un sendero llanero sin grandes dificultades hasta que llegamos a los pies de la bella fuente de “Los Baños”.  De ahí en adelante, los más atrevidos y aventureros, podrán seguir disfrutando de un paisaje con una fuerza espectacular. Un paisaje tallado por el empuje de grandes avenidas que han ido dibujando un espacio de singular belleza. Un lugar maravilloso en el que evadirse de la rutina diaria.


No me cabe duda de que volveremos. Y el día que volvamos nos traeremos una garrafa vacía para llenarla del agua milagrosa, del manantial de vida. Quizá sea solo una leyenda, pero… ¿y si no?

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