Existen innumerables leyendas que relatan la historia lejana
de muchos de los rincones de nuestras comarcas. Leyendas que enriquecen nuestro
patrimonio, que llenan de contenido viejos muros, que llenan de vida antiguos
edificios.
Hoy, como buen “fabulador”, contare la versión adaptada de
una de esas leyendas. Permitiéndome ciertas licencias, y dando vida y alma a
personajes de mi cosecha, construiré un breve relato por el que, según cuentos
antiguos, se edifico la ermita-santuario de la Virgen de la Consolación en
Monroyo, en la provincia de Teruel.
Espero que os guste:
Don Juan de Vilamat daba buena
cuenta del pollo asado que le habían preparado sus anfitriones del hábito
calatravo. Don Juan, natural de Morella, llevaba 13 años fuera de su tierra
natal. 13 años guerreando con los castellanos para labrarse un nombre.
Todavía recordaba el día en que
su padre, un modesto zapatero, en su lecho de muerte, hizo prometer a Juan, que
apenas contaba 16 años, que se convertiría en alguien importante, que sus
hazañas serian recordadas, que su nombre seria melodía de juglares. Todavía
recordaba el día que, bajo los arcos del acueducto morellano, se despidió de su
madre entre llantos, sollozos y entrañables abrazos, pues partía de inmediato a
alistarse en los ejércitos de Don Pedro IV de Aragón, en guerra contra el Rey
castellano Pedro I.
Grandes meritos había adquirido
el joven Juan. Su valor, su coraje y su
raza fueron reconocidos de inmediato por sus señores, que vieron en el joven
morellano los valores propios de un verdadero caballero. Por eso, al finalizar
la contienda, Pedro IV concedió al soldado Juan Vilamat el privilegio de
ingreso en la Orden de Caballería, convirtiéndose entonces en Juan de Vilamat.
Y como premio a sus distinguidos servicios se le concedió el señorío del
castillo y villa de Castellfort.
- - Creo Don Juan que deberíais replantearos el pasar
la noche en nuestro Santuario, el día se está cerrando demasiado, es posible
que os encontréis con una inesperada nevada en vuestro peregrinaje a Morella.
Sabed que un servidor de nuestro Rey siempre es bienvenido en Monserrate – dijo
el más anciano de los frailes calatravos.
-
- Mil gracias tenga usted Fray Hernando, pero
estando en Alcañiz me llegaron noticias de que mi madre aguantara poco más
entre los vivos, y no me perdonaría jamás que antes de exhalar su último
aliento no vea en lo que su hijo se ha convertido. - Contesto Don Juan
- - Vaya, dios quiera que vuestra madre pueda
esperaros. Sin duda su viaje junto a nuestro señor será menos doloroso cuando
vea que aquel muchacho que marcho con unos pocos reales en la faltriquera, se
ha convertido hoy en señor de Castellfort. Historia digna de ser contada a los
más jóvenes para que vean que con constancia y la ayuda de Dios podemos cambiar
nuestro destino – comento Fray Hernando
Tras un
breve aseo, Don Juan ensillo su amado caballo y partió de inmediato hacia
Morella. No tardo en sorprenderle la tormenta. Los finos copos de nieve, que
apenas cuajaban en el suelo, dieron paso a una feroz ventisca, que cerró por
completo el horizonte, dejando ciego y desorientado al señor de Castellfort.
Pronto su
amado caballo se vio incapaz de abrirse paso a través de los enormes
ventisqueros que se formaban en el camino, por lo que el bravo caballero tuvo
que dejar la cabalgadura y abrir expedición, estirando con fuerza del ramal
para ayudar al equino a vencer la resistencia de la nieve acumulada.
Tras una
larga hora de duro camino, Don Juan se reconoció perdiendo las fuerzas. El
manto de nieve era cada vez más espeso y su amado caballo cada vez más pesado. Sentía
la congelación en pies y manos, y los finos y heladores pedacitos de hielo que
el viento lanzaba contra su cara estaban minando la resistencia de su curtida
piel.
“13 años
luchando en innumerables batallas. 13 años segando la vida de otros para salvar
la mía propia. 13 años blandiendo la espada con valor y determinación para que
mi padre se sintiese orgulloso de mi allá donde estuviese. 13 años bañado en
sangre, odio y violencia. Y cuando por fin vuelvo a casa convertido en lo que
mis padres querían que fuese, es la nieve la que me lo arrebata todo”. Pensó
Don Juan mientras intentaba sacar a su caballo del lugar donde había quedado
varado.
Cuando ya
no pudo hacer nada por liberar al equino, una helada lagrima broto de la
mejilla del caballero. Sabía lo que tenía que hacer, sabía lo que le salvaría
la vida, pero una vez mas eso significaba perder un amigo. Un amigo fiel, un
compañero leal que tantas y tantas veces había estado a su lado, protegiéndolo.
Asió con
fuerza la daga que portaba en el cinturón y de un movimiento rápido segó la
yugular del caballo, utilizando la sangre caliente del equino para recuperar la
movilidad en sus dedos doloridos. Antes de que le abandonaran las fuerzas,
abrió las entrañas del corcel y con rápidos movimientos extrajo las vísceras
del animal. Como pudo se introdujo en el interior de la panza de su viejo amigo
muerto y espero a que pasase la ventisca.
Fueron
horas de inmenso dolor. Horas en las que, aun sabiendo que había ganado una
vida, Don Juan sabía que había perdido el alma. Lagrimas, lagrimas y más
lagrimas por aquel noble caballo que hasta en su último aliento le había
prestado gran servicio.
No dejo
de llorar desconsolado mientras esperaba el final de la tormenta en el interior
de aquella caja torácica. Y en la desgraciada espera se prometió que si
conseguía sobrevivir, levantaría en aquel lugar una ermita dedicada a la Señora
de la Consolación, para que otros en su situación encontraran el consuelo de la
Virgen.
Años
después, cuando las tierras de Castellfort fueron rentables, Don Juan de
Vilamat cumplió su promesa, y edifico la ermita en el lugar donde su amado
caballo perdió la vida para salvar la suya.
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