“El niño observaba la lámina de agua que, unos metros mas
abajo, reflejaba los rayos del sol en ese mediodía del domingo de resurrección.
En su mano derecha, la oblea humedecida que Mosén Bartholome Lanaja le había dado en
la misa de esa mañana. En su mano izquierda el crucifijo de plata que su tío,
el cardenal Domingo Ram, le había entregado antes de partir a Roma.
Dió dos pasos hacia atrás hasta alejarse un poco del viejo
pozo del jardín de su palacio. Sabía que aquello que estaba a punto de hacer
era un sacrilegio, sabía que aquel simple gesto supondría el castigo divino
para su familia.
Mosén Bartholome les había dicho en infinidad de ocasiones
que jugar con el cuerpo de Cristo era el mayor de los pecados, mientras él y su
amigo Hernán discutían por ver quién de los dos trasladaba el copón con las hostias consagradas al altar.
“No podía hacerlo”, pensó. Al darse la vuelta vio el bello
rostro de su cuidadora. Zaida lo miraba desde una ventana con el rostro enjuto,
triste, rasgado por el recuerdo. Recordó entonces las terribles historias que
le conto sobre las torturas y vejaciones que ella y su familia habían sufrido
por parte de la Inquisición por el mero hecho de amar de otra forma a Dios, por
rezarle de otra forma, por quererle de otro modo.
El marido de Zaida murió
en el potro de tortura, su hija le fue arrebatada por una noble familia
zaragozana, y su madre quemada viva acusada de brujería. Ella tuvo la
cuestionable suerte de convertirse en la concubina de su tío, el Cardenal, que
la mantuvo con vida y le encargo el cuidado de su sobrino cuando los lascivos
pensamientos del jerarca eclesiástico eran saciados.
El niño volvió a mirar a su amada Zaida. “Yo te vengare”
dijo en voz baja, y con un gesto ágil y decidido tiro a aquel pozo el crucifijo
y la hostia consagrada.
Desde aquel día, la maldición cayó sobre aquel noble palacete.
El palacio de los RAM sucumbió al desanimo de sus moradores y al paso del tiempo, y pese a que en muchas
ocasiones se intento recuperar el esplendor de esta bella construcción, por
unas circunstancias o por otras nunca ha sido posible. “
Quizá la historia no fue tal que así, pero algo parecido
ronronean todavía los mayores de Alcañiz sobre aquella casa maldita en la que
un niño lanzo al pozo su ostia consagrada. Sea como fuere, aquel viejo
palacio, sigue esperando que alguien acabe con aquella maldición.
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