En infinidad de ocasiones, en nuestros paseos por el campo, nos encontramos elementos arquitectónicos habituales en los que ni siquiera nos fijamos.
Damos por hecho que calzadas,
pequeños refugios agrícolas, masadas abandonadas, pequeñas balsas… son
elementos sin importancia de los que hay a cientos diseminados por nuestros términos
municipales.

La lógica nos dice que aquellas
piedras con formas milimétricas, esculpidas con tesón, con mucho trabajo, con
delicadeza y con una sabiduría extraordinaria no fueron construidas para
lugares modestos en los que en ningún caso es necesaria tanta complejidad arquitectónica.

Puede que alguno de estos
modestos elementos guarde alguna sorpresa. Inscripciones, fechas, escrituras,
marcas de cantero, símbolos… es posible que ese viejo refugio de piedra junto
al que hemos cogido olivas o almendras durante años, y en el que apenas nos
hemos fijado, puede contener pistas sobre civilizaciones pasadas, sobre acontecimientos históricos, sobre el olvidado pasado.
Y más si esta cerca de antiguos
yacimientos arqueológicos, pues estos, eran la mejor cantera para nuestros
antepasados.
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