Durante siglos la fuerza del agua ha sido la mejor aliada de los procesos industriales. Incluso en la revolución industrial, con la paulatina aparición de los minerales fósiles en la manufactura, el agua siguió desarrollando un papel fundamental durante décadas. De hecho, se suele considerar que la primera central hidroeléctrica fue la construida en Northumberland (Reino Unido), en 1880. Un año después, en 1881 las cataratas del Niágara alimentan el alumbrado público de Niagara Falls, y a finales de la década ya existían más de 200 centrales tan solo en Estados Unidos y Canadá.
[i] La fuerza del agua ha sido fundamental en la historia de la humanidad y en sus técnicas industriales.
Ese es el motivo por el que siempre encontramos el patrimonio industrial más vetusto junto a ríos o sistemas de riego centenarios. En Alcorisa existían hasta tres molinos en el cauce del Guadalopillo, aguas arriba de la villa. El molino alto, el del medio y el molino bajo aprovechaban la fuerza del agua de la acequia para mover los mecanizados necesarios que hacían que las enormes ruedas de piedra moliesen el grano.
Pero no solo eran molinos lo que encontrábamos en los cauces de los ríos, nuestra protagonista de hoy tenía como misión la manufactura de tejidos. Forma parte de un complejo textil que contaba con otras dos fábricas, apenas a tres kilómetros de distancia entre las dos más alejadas. Tenían incluso su propia azud.
No conocía de su existencia. Había oído hablar del molino del Chorrador y de la fábrica de papel del Mas del “Papelé”, pero nunca de esta construcción. Fue a través de Google Earth como descubrí aquella enorme edificación junto al rio Bergantes que llamo poderosamente mi atención. En la fotografía ponía “Fabrica Vella”. Un buen explorador debía visitarla cuanto antes.
Una calurosa tarde de domingo, cuando el sol finalizaba ya su jornada laboral, pusimos rumbo hacia este enclave desconocido para nosotros. Circunvalamos Mas de las Matas, cruzando nuestro amado Guadalope en dirección a Aguaviva. Es el elaborado letrero de “BAJO ARAGÓN” el que determina el momento en el que las sierras de la Menedella, Los Avenzanos, Marondes y San Marcos abrazan al rio Bergantes sin apenas dejarle transitar entre empinadas laderas de bosque mediterráneo y espectaculares roquedos.
Se habla mucho de los paisajes del Matarraña, del Maestrazgo, de la Sierra de Albarracín… pero no me cabe duda de que este tramo del cauce del “Valenciano”, el que se extiende entre el puente de Cananillas y Zorita, no tiene nada que envidiar a ningún otro paisaje de Teruel, o incluso del país. Fabulosas formaciones, paisajes espectaculares, patrimonio de primer orden, HISTORIA en mayúsculas… Quizá aquí también cabría una figura de protección compartida entre Teruel y Castellón.
Conozco el cauce del Bergantes desde que era un niño. Todos los veranos visitábamos sus paisajes en infinidad de ocasiones en busca de refresco. Incluso acampábamos en ellos cuando estaba permitido. Recuerdo con mucho cariño aquellos días y aquellas noches a los pies de una impresionante mole rocosa a la que nosotros llamábamos el indio, frente al Cantal Badat. Era todavía un jovencito imberbe con muchas ganas de comerme el mundo. Risas, juegos, baños y mucha diversión entre amigos. Incluso hicimos dos grandes colegas de Castellón que acampaban en una vieja Pegaso verde con su padre. ¿Qué habrá sido de ellos?
Cananillas, las Dos Rocas, el Chorrador, el medidor, el Vilar… Hemos visitado casi todos sus rincones en estas decenas de años, por lo que todavía me sorprendió más no conocer aquel imponente edificio que localicé a través de Google Earth, aquella “fabrica vella” (fabrica vieja).
Esta representación de un patrimonio industrial modesto y de carácter local, en decadencia tras la globalización, se encuentra entre el Vilar y La Balma, en un bellísimo meandro, aguas abajo de la conocida como Fuente de Los Baños.
En cuanto llegas a la orilla contraria, ya sorprende la monumentalidad de esta enorme edificación. La fachada se encuentra en buenas condiciones, tan solo las maderas raídas de sus ventanas hacen sospechar de su abandono y deterioro. Desde el camino por el que accedemos, encontramos un vado artificial cuyo pavimento también ha sufrido los envites del rio, dejándole profundas heridas. Probablemente era un antiguo puente que fue cegado por los arrastres de las grandes riadas que hoy se ha convertido en una modesta azud sin uso.
Cruzo a través del río. El agua apenas me llega a la pantorrilla, son muchas las piedras de gravera que se han acumulado aguas arriba de la pasarela. Me fijo en dos pilastras de hormigón, que destacan sobre el cauce a mi derecha. Antonio Hernández, José Carbó, Joaquín Cardona y Rosendo Fuster. Junto a estos nombres está grabada la fecha de 1933. Nada he encontrado sobre esto en archivos o hemerotecas, así que toca divagar. Conociendo al rio Bergantes, pienso que aquellas pilastras soportarían una pasarela más elevada que la principal para asegurar que los trabajadores de la fábrica podían acudir a su puesto de trabajo en época de crecidas.
Cruzo el Bergantes por completo y me acerco despacio a la puerta principal. La primera impresión, a vuela pluma, es que aquella fachada debe tener unos 25 metros de ancha por unos 12 metros de alta. Son tres pisos más la planta baja, el más alto con una galería corrida preciosa que recuerda a las galerías corridas de los grandes palacetes de la zona. Quizá eso sea síntoma de que esta fábrica entro en funcionamiento en aquella época en la que la lana de la zona tenía enorme valor para los grandes mercados europeos del renacimiento.
A la derecha, casi colgando del roquedo, distinguimos la acequia que abastecía de agua el complejo textil. Como hemos dicho antes, este complejo constaba de tres centros de trabajo, nuestra protagonista es la que estaba en medio y la mejor conservada, aunque el derribo de parte de su techumbre no augura un futuro halagüeño para ella.
Como digo, he buceado en todos los grandes archivos y hemerotecas del país, y apenas he encontrado un par de referencias a estas fábricas textiles. Al menos sé que en los años veinte del siglo pasado, esta industria textil pertenecía a Manuel Martí Martí, José Martí Darsa y a la viuda de Manuel Ibañez. Nada más reseñable.
Me acerco a la puerta del edificio. Está totalmente abierta, presidida por un bello dintel de viejo “caravista”. Al asomarme se me cae el alma a los pies. El edificio comienza a amenazar ruina, y aunque todavía distinguimos en algunas habitaciones, restos de los viejos procesos de manufactura y algún elemento de la antigua maquinaria, es el escombro el que está apoderándose de la mayor parte de las estancias. Es imposible hacerse una idea de la distribución que pudo tener la fábrica cuando estaba a pleno rendimiento.
Rodeo el edificio. La estructura oxidada de una vieja furgoneta, un pequeño lavadero, una vetusta letrina, una bella terraza o una débil pasarela son los únicos elementos que llaman mi atención. Por encima de todo lo demás, lo que siento es tristeza. La tristeza de ver como aquel imponente edificio puede acabar siendo fruto del recuerdo en una imagen digital. Imagino que es propiedad privada, pero estos edificios monumentales suelen ser herencias envenenadas, recuerdos de otras épocas de bonanza que acabaron con el paro de la producción, y por lo tanto de inviable mantenimiento para una familia que debe cerrar su negocio por falta de rendimiento económico o de mercado.
Estoy convencido que muchas de estas familias sufren en silencio, viendo como parte de su historia, un pedacito de su pasado, el recuerdo de sus antepasados… sucumbe ante el paso del tiempo por no poder afrontar un mantenimiento costosísimo en un edificio de estas características.
Cuando esto sucede, ¿Deberían buscarse fórmulas de colaboración entre administración y propietarios para salvaguardar tan magnifico patrimonio? ¿Podrían recibir ayudas, acuerdos, convenios o incentivos fiscales para que afrontar dicho mantenimiento no fuese misión imposible? La verdad es que no lo sé, no tengo la respuesta. Lo que sí que tengo claro es que cada vez que dejamos caer uno de estos edificios, borramos un pedacito de nuestra historia. Cercenamos el alma de nuestros paisajes, de nuestra tierra y de las gentes que vivieron en ella antes que nosotros. Para entender porque estamos aquí, es fundamental saber cómo hemos llegado.
[i] https://hispagua.cedex.es/sites/default/files/especiales/energia_hidr/1a_origen.htm
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