Tendemos a pensar que las grandes
extensiones de tierra de cultivo, como la que se existe entre Alcorisa, Calanda
y Alcañiz, son secarrales menesterosos cuya riqueza patrimonial es escasa. De
hecho son muchos los que de forma apresurada lanzan la soflama de “que lo
pongan en aquel secarral”, refiriéndose a zonas extensas de cultivo, cuando se
quiere implantar algún macroproyecto industrial.
Nada más lejos de la realidad, estas
zonas, de características geológicas muy particulares, albergan ricos
ecosistemas, enorme patrimonio, una historia prolífica y maravillosos rincones
de una fuerza extraordinaria.
Es el caso de nuestro protagonista de
hoy, que se encuentra en la periferia de un Lugar de Interés Comunitario, las
Saladas. Las Saladas son treinta cubetas estacionales que se llenan de agua en
épocas de lluvia a través de corrientes subterráneas y cuyo caudal disuelve los
yesos existentes en el terreno.
Tal como se refleja en Wikipedia, “el mineral de yeso es un constituyente común de rocas sedimentarias, particularmente depósitos de sal marina, y suelos formados directamente por evaporación o más tarde por hidratación de anhidrita. Los depósitos de yeso se originaron como consecuencia de la evaporación de disoluciones acuosas sobresaturadas en lagos o mares de poca profundidad”. Es por eso que tras el proceso de disolución de los yesos por las corrientes subterráneas, el agua dulce de la lluvia se convierte en agua salada.
En el estío el agua sufre una
enérgica evaporación que provoca que las sales queden depositadas sobre la
superficie, lo que transforma el paisaje en una inmensa llanura blanca similar
a un desierto. La vegetación gipsícola, única capaz de sobrevivir en suelos de
esas características, y la gama de blancos y rojizos del propio terreno hacen
que en época de sequía sea un espectáculo contemplarlo.
Junto a las Saladas, se encuentra la
ermita de San Miguel, esqueleto pétreo, recuerdo de épocas de numerosos
masoveros, que visitaremos hoy.
Al llegar a la inmensa balsa que
forma parte del sistema de riego del canal, tome el camino a mi derecha,
dejando la masa de agua a mi izquierda. Rodee la Balsa por el camino de la Peña
Blanca, y unas cuantas decenas de metros más adelante volví a girar a la
derecha, en dirección al Mas de San Miguel, donde hay una granja de
considerables dimensiones. Desde allí a la ermita ya no hay pérdida, pues la
tenemos en nuestro campo de visión todo el rato. De todas formas aconsejo
planificar la ruta antes de salir de casa.
A la altura del Mas de San Miguel, el
paisaje ya no deja indiferente a nadie. Se distingue perfectamente la
estructura destechada de la iglesia sobre uno de los estéticos paleocanales de
arenisca, el brillo de la lámina de agua de la Salada Grande más allá de la
España, a lo lejos el cabezo del Palao, poblado desde antiguo y gran capital
del imperio romano en nuestra zona, y a la izquierda, enmarcado tras un collado
horadado en un paleocanal, la silueta siempre inconfundible del castillo
calatravo de Alcañiz.
En lo que respecta a los de Alcañiz, Javier
Mendivil Navarro los describe de la siguiente forma:
“Geológicamente nos encontramos en la cuenca sedimentaria del Ebro, con un relleno subhorizontal (apenas existen influencias tectónicas) de edad terciaria. Las litologías son sobre todo detríticas, predominando areniscas y arcillas. En la región de Alcañiz aparece una espectacular red de largos paleocanales (se observan muy bien en fotografía aérea), que corresponden a un sistema sedimentario con aportes procedentes del Sur, de las sierras marginales ibéricas. Los paleocanales, areniscosas, por erosión diferencial, han terminado destacando sobre los terrenos arcillosos más blandos (han dado lugar a un "relieve invertido"). Sobre las mismas areniscas de los canales se observan formas típicas de erosión de este tipo de materiales, como "tafonis" y "gnammas" (oquedades pequeñas sobre paredes y suelos de areniscas respectivamente)”
Sobre uno de esos paleocanales, encontré la ermita de San Miguel. Se sitúa en la partida de El Plano de Alcañiz, muy cerca de la “Salada Grande”, asentada sobre ese paleopromontorio de arenisca. Bello esqueleto arquitectónico de lo que antiguamente fue lujoso templo de reunión y culto de decenas de masoveros.
El catalogo patrimonial de la
fundación Quílez Llisterri, data su posible construcción en el siglo XVI. Su planta rectangular, los grandes arcos
apuntados que sostenían la techumbre, las
arcadas de medio punto de las puertas principal y auxiliar, las modestas
ventanas con forma de aspilleras que debían servir para ventilación y defensa,
el ábside poligonal y la característica espadaña donde se encontraban las
campanas que anunciaban el ritual cristiano o alguna “buena nueva” (o mala) que
debiese conocerse con urgencia, denotan la importancia que en tiempos pasados
tuvo este templo religioso.
Se encuentra muy alejada de la
población, en lo que hoy son zonas de nuevo regadío, está rodeada por numerosas
masadas o refugios agrícolas y ganaderos. Algunos de estos últimos construidos
aprovechando las oquedades de la roca arenisca.
Este tipo de ermitas, muy frecuentes
en la geografía bajoaragonesa, no solo eran recinto de culto cristiano para
aquellos que residían alejados de los cascos urbanos, también se convertían en
verdaderos centros sociales. Antes y después de la eucaristía, hombres y
mujeres departían amigablemente sobre cosechas, inquietudes, problemas,
necesidades, negocios, casamientos… Muchos de ellos solo se relacionaban con
otras familias el domingo al ir a misa, por lo que jugaban un papel fundamental
en las relaciones sociales entre las distintas masías y sus moradores.
Cuantas bodas y dotes se habrán
“pactado”, antes y después de los sermones del cura, a las puertas de esta
ermita.
Tras reconocer profundamente el
templo, me alejé hacia el norte por el paleocanal de arenisca que le sirve de
improvisado altar. Son numerosas las cazoletas excavadas en la roca que
encontramos sobre él. La arenisca, roca muy endeble, es incapaz de sostenerse
firme ante las acometidas del tiempo, y el firme de canal es irregular, lleno
de surcos y desniveles propios de cualquier película de aventuras.
El lugar todavía me deparaba una última sorpresa. Regrese hacia la ermita por un estrecho camino que encontramos al sur del paleocanal, paralelo a él, encontrándome bajo una enorme balma de la arenisca, un bellísimo aljibe totalmente seco. Es perfectamente visible la antigua escalera de acceso, el canal de evacuación del líquido elemento y la relativamente moderna caseta que probablemente contenía una bomba que elevaba el agua hasta el canal mencionado.
Eché una última mirada al paisaje que me rodeaba. Áspero, seco y carente de una vegetación tupida, pero con un atractivo excepcional. Recomiendo encarecidamente la visita.
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