Testimonios:
- “Iba a buscar el “ganao” y me pararon dos maquis. El que estaba más cerca de mi me quito el morral y mientras lo regiraba dejo el naranjero sobre una piedra al lado mío. Ya no era la primera vez que me quitaban la comida, así que tonto de mí, con diez u once años que tenia, pensé en coger el naranjero y apuntarles. Suerte que no lo hice, porque el otro estaba vigilante y con el dedo en el gatillo. Si lo hubiese cogido me hubieran “matao”, no estaría aquí.”
- "Por la noche venían los maquis y se llevaban la mitad de lo que teníamos para comer, por el día venia la Guardia Civil y se llevaba la otra mitad."
"Una vez cogieron a un maqui con un jamón que nos habían robado a nosotros. Pues la Guardia Civil no solo no nos devolvió el jamón sino que se llevaron a mi padre al cuartel una semana y le dieron una somanta palos por colaborador. Que días más malos pasamos."
- "Había un guardia que estaba siempre en la central, que cada vez que pasabas te arreaba ostión, y luego te preguntaba que adonde ibas. Eso sí, primero la ostia."
"La única que vez que he visto llorar a mi padre fue el día que los guardias nos echaron de la masada. Fuimos al pueblo y a los quince días a Barcelona a ganarnos la vida. Allí se murió, jamás volvió a pisar la masada."
Cuando visitas las hoces del
Guadalope ves una tierra bellísima, cuasi indómita. Rodeada de majestuosos
roquedos, de espesa vegetación, de profundos barrancos y grandes cimas. Sin
embargo, cuando tienes la suerte de cruzarte con un lugareño y te cuenta sus
experiencias vitales en aquel agreste paisaje, te das cuenta que aquella
maravillosa tierra también fue un lugar duro y difícil en el que sobrevivir en
la posguerra. Uno de esos parajes en los que los pobres pastores y campesinos
que regentaban las pocas tierras de labor que allí existían, vivían en primera
persona los continuos careos entre maquis y las fuerzas vivas del Régimen,
siendo siempre ellos los peor parados. Cuando cogen confianza, siempre salen a
relucir las duras vivencias de aquella época, los desgraciados episodios que
tuvieron que soportar en los años en los que los guerrilleros de Levante y Aragón
se escondían por estas salvajes tierras.
Es más, cuando escucho que alguno se ofende cuando se dice la “España vaciada” recuerdo a todas esas familias que en 1947 fueron obligadas a abandonar sus masías, sus campos, sus tierras de pastoreo… La mayoría sin alternativa, pues en muchos casos la distancia entre el pueblo y esos lugares era tal, que de ninguna manera podían pensar en ir y volver cada día. Tuvieron que emigrar a las grandes ciudades o al Bajo Aragón para poder seguir sobreviviendo.
“Vaciaron las masadas, vaciaron la provincia”
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