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Eva Félez creó el grupo “San
Antón La Mata”
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Eva Félez te añadió
- Eva Félez: “Buenos días
chic@s!!! Este año hace mi padre la fiesta de San Antón de La Mata el sábado
18. Así que estáis invitados a tomar café a partir de las 16:30, baile en la
plaza y a las 21:30 cena en el local de las escuelas.”
“¿Su padre solo hacía toda la
fiesta de San Antón?”, pensé. Es más, lo pregunté. Para alguien profano en
celebraciones de municipios menores de tres mil habitantes, eso sonaba muy
raro. ¿Una familia encargándose de toda una fiesta?
Pues así era. Como Prior de la
cofradía de San Antón de La Mata de los Olmos, Francisco Félez y su familia
debían organizar un fin de semana de hermandad, de entrañable exaltación de la
amistad y de proclamación del imprescindible ligamen entre matinos y matinas. Contaban con la colaboración de la Junta
Directiva de la Cofradía y con la ayuda de voluntarios de la localidad, pero el
peso de la fiesta era responsabilidad suya. Tan curioso nos pareció aquello,
que enseguida convenimos que debíamos aceptar la invitación. Nos apetecía vivir
aquella fiesta desde el interior. Sentir, no con tanta intensidad, lo que sus
protagonistas sienten en este tipo de celebraciones centenarias.
Cuál fue nuestra sorpresa
cuando, días después, Joaquín Peralta y Conchi Parer, nos invitaron, como
miembros del equipo de trabajo de la Asociación Fiesta de la Villa, a disfrutar
en primera persona de la famosa “llega”, recogida musical de provisiones por
las calles de la localidad, que posteriormente se subastan para ayudar a
sufragar los gastos de la fiesta.
Enlazábamos pues una intensa
jornada de celebración en las calles matinas que nunca podríamos olvidar. Han
pasado muchos meses y circunstancias insólitas, pero sigo recordando cada
minuto que mi familia y yo pasamos en el bello municipio cuyo nombre está ligado
a una vetusta pila bautismal envuelta en leyenda. El sábado 18 de enero de 2020
permanecerá en la corteza prefrontal de mi cerebro mientras tenga uso de razón.
Llegamos a La Mata treinta
minutos después del mediodía. La hoguera ya ardía en el centro de la plaza.
Acertamos a escuchar a dos ancianos veteranos que ponían en duda la efectividad
calórica de la cuidada estructura leñosa que la familia Félez había construido.
“Cuando caigan, se saldrán y no se quemaran”, decía uno de los ancianos,
señalando los troncos verticales apilados en círculo alrededor del centro de la
hoguera.
Nos reunimos con nuestros
anfitriones Joaquín y Conchi. Con ellos estaba Antonio Sánchez, viejo amigo y
compañero de andanzas políticas con el que tuve el placer de compartir Consejo
Comarcal. Fue en el año 2003 cuando yo, un joven inexperto que se enfrentaba
por primera vez a las inmundicias del barro político, aterrice en la Comarca
del Bajo Aragón para hacerme cargo de la delegación de deportes de la
institución. Fueron años duros, de decepciones, de desencantos, de aprendizaje
y de maduración, pero recuerdo con mucho cariño el apoyo y el ánimo que Antonio
y Ricardo Sancho, entonces alcaldes de La Mata y Foz respectivamente, me transmitían en
aquellas complicadas situaciones.
Comenzó la llega. Todo el pueblo
se vuelca en la donación de provisiones para que sean subastadas en el baile de
la tarde. El que no da bebida, da comida, el que no animales, y algunos,
enseres de primera necesidad. Es la tradición. El modo que tienen en muchos
pueblos turolenses de financiar la fiesta de todos, de recaudar dinero en Pro
de la celebración y la hermandad entre vecinos.
No es difícil imaginar el origen
de la llega. Cuando las sociedades tenían lo justo para sobrevivir y se imponía
la economía circular, incluso el trueque entre vecinos, en la celebración, en lugar de comprarle la
docena de huevos al huevero o el vino al bodeguero, estos lo cedían a la
cofradía y la gente lo compraba posteriormente a los cofrades. Todos contentos,
los que necesitaban el producto lo tenían y la fiesta se beneficiaba del
sobrecoste producido por la pública subasta. Las gentes del lugar asumían de
buen grado el sobrecoste ocasional, pues sabían a qué iba destinado ese dinero.
Al terminar la llega nos
dirigimos a la peña de Joaquín y Conchi a comer. “El Motonabo” se llama la
peña, y nada más entrar en su sede social ya te llevas una sorpresa, pues en el
patio descansa un tándem cuya estructura podría ser patente de un ingeniero
puntero en el mundo de los ciclos. Es espectacular.
Fuimos tratados como infanzones
del Siglo de Oro. Una rica paella, buen vino, excelente acompañamiento, amena
conversación y postres deliciosos. Tratar tan bien a las visitas en ocasiones
es contraproducente, pues lo más seguro es que quieran repetir. Jejeje ¡¡¡MIL
GRACIAS AMIGOS DE EL MOTONABO!!!
Tras las ricas viandas,
visitamos la casa rural que está construyendo la familia Peralta Parer en la
localidad. Una casa restaurada con gusto, en la que lo antiguo asoma la patita.
Porque La Mata es uno de esos pueblos cuya travesía no le hace justicia. Cuando
atraviesas la nacional eres incapaz de imaginar los testimonios pétreos que hay
a lo largo de la villa matina. Bellísimos arcos de sillar magníficamente
labrados en abundantes puertas principales, escudos de armas, arcos apuntados
en algunas casas, bellas capillas o la monumentalidad de su ayuntamiento, que
junto a la iglesia y la plaza forman un conjunto arquitectónico admirable. No
cabe duda de que La Mata de los Olmos vivió en primera persona el boom de la
lana en época moderna.
Llegamos al bello edificio que
albergaba las viejas escuelas cuando la mayoría de los invitados habían tomado
ya su café, aunque tuvimos la suerte de encontrar sitio para sentarnos. La
familia del Prior dispuso unos ricos acompañamientos, así que los invitados nos
afanábamos por degustar todo aquel manjar que acompañaba a la infusión de los
granos del fruto del “cafeto”.
Es en esos momentos, en ese
trance en el que coinciden alrededor de una mesa gentes de variada edad,
variada cultura, variado poder adquisitivo, variado lugar de nacimiento y de
diferentes ideologías o creencias, donde te das cuenta que en esa fiesta las
diferencias no existen. En los bancos de aquel abarrotado salón, “el clan del
Prior” lo honraba a él, a su familia y a su pueblo por encima de todo, y lo
hacían con la más fastuosa sonrisa. Las desemejanzas deben quedarse en la
puerta.
Nos sentimos tan integrados,
fuimos tan agasajados, que Rafael Lahoz, edil de la villa, tuvo a bien
interrumpir la celebración para enseñarnos la siempre sorprendente nevera de la
localidad. En el trayecto hacia el magnifico nevero, pudimos visitar la casa
rural que él y su esposa María José gestionan con mimo y profesionalidad. El
nombre de este negocio turístico es Fuentevieja, un bello ejemplo de
arquitectura rustica, rehabilitada con sumo gusto y cuidado, en la que no han
escatimado ningún detalle.
Cuando volvimos a la plaza, la
hoguera se consumía al compás de la música. La orquesta lanzaba sus acordes
desde el trinquete de la Casa Consistorial, donde se había colocado una barra
especialmente concurrida. La familia Félez repartía torreznos y buen vino a
todos los presentes. “El secreto está en que todos vayan borrachos cuando
empiece la subasta”, me decía nuestro anfitrión. No sería difícil, pues aun no
habías acabado el primer trago y ya tenías el segundo encima.
Comenzó la subasta. Desde el
minuto uno me quede pasmado. Imaginaba que una tradición arraigada tendría una
amplia participación, pero ni por un momento pensé que colaborar con la fiesta
era tirar la casa por la ventana. No solo participaba todo el mundo, sino que
los precios que se pagaban por cada lote rozaban la enajenación. Multiplicaban
su precio de mercado de forma inconcebible para un profano de la fiesta como
yo. Aquello jamás podría suceder en mi pueblo.
Mientras muchos de los lotes
recién adquiridos eran repartidos ya entre los presentes, el jolgorio iba “in
crescendo”. Bailes, risas y conversaciones, profundas y menos profundas. En ese
momento La Mata olía a leña quemada, a amistad recién asada, a cariño ahumado,
a afecto bien tostado… La Mata olía a vida.
Aun tuvimos la suerte de poder
disfrutar la cena junto a los matinos y matinas. Había sido una jornada
fantástica, pero la pequeña de la casa ya comenzaba a acusar sus idas y venidas
por las calles de la villa con Iago y Rodrigo. Se le cerraban los ojos, así que
tuvimos que marchar al lecho familiar. No soy capaz de plasmar en estas líneas
lo mucho que os agradecemos la maravillosa jornada que nos hicisteis pasar. No
hay lengua, ni viva ni muerta, que tenga la palabra precisa para describir todo
los que nos hicisteis sentir ese 18 de enero. Así que recurriré a lo mas
sencillo, GRACIAS, Gracias a Eva y Carmelo, a toda la familia Félez, a Joaquín
y a Conchi, a Rafael, a toda la peña “El Motonabo” y todos y cada unos de los
matinos y matinas que nos hicisteis sentir como en casa.
Volvíamos a Alcorisa todavía
sorprendidos por lo que habíamos visto en la subasta, intentando comprender
porque alguien era capaz de pagar noventa euros por dos botellas de vino y unas
rosquillas. Entendimos que los matinos y matinas, los de cuna y los de
adopción, han vivido la llega y la subasta de San Antón desde muy pequeñitos y
la entienden como una vía de financiación imprescindible para poder organizar
esa fiesta en la que todo el mundo goza y todo el mundo disfruta, donde las
relaciones sociales son intensas, emocionantes y muy entrañables, donde te
reencuentras con aquellos que están, con aquellos que vienen y con el recuerdo
de aquellos que estuvieron, pero ya no están. Cuando compras un lote, no solo
colaboras con la fiesta, te conviertes en hilandero del tejido social de un
pueblo, en mecenas de una jornada de convivencia imprescindible. Los pueblos
solo mueren cuando se acaban sus tradiciones. Las fiestas populares son el alma
de los pueblos, por lo tanto ayudar a mantenerlas, es ayudar a que el pueblo
sobreviva.
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