" Cada salida, es la entrada a otro lugar"

Este blog pretende transmitir la belleza y peculiaridad de lo cercano, los lugares que nos transportan en el tiempo y en el espacio. Rincones de nuestra geografía más próxima que nos dejan sin aliento o nos transmiten una paz necesaria en momentos de dificultad. Espero contribuir a que conozcamos un poquito más dichos lugares y a despertar la curiosidad del lector para que en su próxima salida, inicie la entrada a otro lugar... un lugar al que viajar sin necesidad de sacar billete.

sábado, 6 de julio de 2013

ERMITA DE SAN JOSE

 
 En esta ocasión he querido buscar un lugar llamativo y emblemático al cual pudiésemos desplazarnos con toda la familia, un lugar donde tanto los más mayores como los más pequeños no tuvieran dificultad  en visitar. Todos esos aspectos los reúne la Ermita de San José, Ermita del siglo XVI que domina desde su situación privilegiada todo el valle del río Mezquin, y la causante de que, desde 1979, el pueblo de Belmonte de Mezquin  cambiase su nombre por el de Belmonte de San José.


            Comenzamos nuestra ruta en dirección a Alcañiz por la carretera N-211. Una vez sobrepasada la localidad de Calanda, permaneceremos atentos al cruce de la carretera A-1408, la cual nos llevara hasta la población de Castelseras. Allí, una vez hayamos atravesado la variante que deja el municipio a nuestra izquierda, volveremos a cambiar de carretera en dirección a Torrevelilla por la A-1409. Atravesaremos el casco urbano de esta localidad y podremos ver a nuestra izquierda el antiguo cuartel de la guardia civil, hoy sede de OMEZYMA, el cual llama la atención por su interesante estructura, es curioso que una localidad que no llega a los 200 habitantes dispusiera en su día de un cuartel de esas dimensiones.


            Hasta Torrevelilla las carreteras son buenas, de un firme regular y de dos carriles, sin embargo, a los pocos metros de salir de la localidad  la carretera pasa a ser sinuosa, de pavimento irregular y con líneas de señalización laterales solamente. Tras  recorrer unos kilómetros de difíciles curvas encontraremos a nuestra izquierda la carretera A-2409 que será la encargada de dirigirnos hacia la localidad de Belmonte de San José, una de tantas localidades de la provincia de Teruel cuyos dos únicos accesos todavía son originales de principios del siglo XX. Durante el trayecto, si observamos a nuestra izquierda podremos apreciar, sobre un monte y entre un pequeño ejército de pino carrasco el color rojizo de la techumbre de la Ermita, lugar al cual nos dirigimos.


            Una vez en la localidad de Belmonte, recomiendo a los que dispongan del tiempo necesario realizar la visita guiada al casco urbano de la localidad. Un casco urbano que todavía mantiene la belleza de épocas pasadas, pero en el cual hoy no me voy a entretener, pues la riqueza arquitectónica del mismo, merece un artículo dedicado íntegramente a él. Para los que no dispongan de tiempo y decidan dirigirse a nuestro objetivo sin realizar paradas, si que les recomiendo que antes de entrar en la travesía y justo al salir de la misma se fijen a mano izquierda en dos pequeños puentes de origen medieval que son fiel reflejo de la arquitectura de la localidad. Continuando por la A-2409, apenas tres kilómetros después de haber abandonado la travesía de Belmonte, tenemos señalizado a nuestra izquierda el acceso a la Ermita, un acceso asfaltado en su integridad y que nos permite aparcar nuestro vehiculo junto al edificio.


            Nada más llegar pude apreciar el minucioso trabajo de mantenimiento que los vecinos de Belmonte llevan a cabo, no solo en la Ermita sino en todo el entorno. En uno de los mosaicos de cerámica colocados en el atrio de entrada, podremos leer que en 1963 se constituyo una hermandad en el municipio cuyo objetivo era la restauración y mantenimiento del lugar. Al bajar del coche describo una circunferencia completa intentando resituar mi centro de gravedad. Me fijo en las extraordinarias posibilidades del lugar, a su belleza paisajística y arquitectónica se une un gran espacio, libre de peligros, para que los más pequeños disfruten del campo y la naturaleza, merenderos de obra civil para aquellos en cuyas salidas es imprescindible la fiambrera y unos bancos de madera, que no desentonan con el lugar, situados estratégicamente para contemplar el zig zag que el río Mezquin ha ido labrando en el valle que tenemos a nuestros pies.

            Comienzo a ascender por una pequeña cuesta, flanqueado por varios cipreses que me hacen el “paseíllo” para celebrar mi llegada. Observo la Ermita, una construcción que de no ser por la campana, perfectamente podría pasar por un edificio civil, por una de tantas y tantas masadas desperdigadas por nuestra geografía, pero esta  restaurada con mimo y respetando al máximo su estructura original.
            Cuando veo rehabilitaciones de edificios antiguos siempre me acuerdo del castillo de Miravet. Desde mi desconocimiento en restauración, arquitectura o ingeniería, no puedo olvidar lo poco que me gusto el trabajo de restauración de ese imponente castillo. Para mi los edificios restaurados son como las obras de arte, o te gustan o no te gustan. Es la primera impresión la que te dice si la restauración es buena o es mala, eso siempre depende de la armonía y la complicidad que el restaurador haya conseguido entre lo viejo y lo nuevo. Miravet, para mi, es un claro ejemplo de una restauración hecha sin ningún criterio, sin tener en cuenta en absoluto el aspecto estético de la misma. Sin embargo lo que veo en esta ocasión me gusta, es una restauración minuciosa, que cuida los detalles e intenta armonizar los materiales, pese a la distancia temporal que los separa.
            Frente a la puerta principal de la Ermita encontramos una pequeña placeta empedrada y amurallada, desde allí mirando hacia el sur podemos ver la localidad de Belmonte, con su imponente Iglesia parroquial y el pequeño Calvario que la preside. Miro de nuevo hacia la Ermita. Es difícil para alguien sin conocimientos arquitectónicos describir lo que veo, es entonces cuando me percato que junto a la entrada del atrio hay una pequeña placa que dice así:        

Edificio en mampostería y cantera con carácter civil producido por la envoltura de la casa del ermitaño. A la capilla se accede por un pórtico sobre el que se sitúa la citada casa.
            En el interior descubrimos su verdadera estructura; de una sola nave, testero recto y cubiertas de medio cañón. La decoración mural de su interior pertenece al siglo XIX, aunque ha sufrido varios repintes a lo largo de su historia.”

 Tras leer esa pequeña placa me acerco a la puerta que da acceso a la Ermita, en el porche donde se encuentra puedo apreciar cuatro mosaicos de cerámica. Uno a mi derecha donde nos cuenta la historia cronológica de la localidad, otro a mi izquierda donde puedo ver con detalle imágenes de los “Dolores y gozos de San José”. Y justo enfrente hay otros dos, uno a cada lado de la puerta, que rezan oraciones católicas.
            Me asomo a una pequeña ventanita enmallada que me permite ver el interior de la Ermita. Se distinguen varias bancadas, un pequeño altar mayor decorado con dos columnas doradas y presidido por un cuadro de grandes dimensiones y una vieja y alargada alfombra que viste el pasillo central. La decoración es sobria y elegante, no peca de ostentosa y, como en todo el espacio exterior, se percibe el esfuerzo que los vecinos de Belmonte hacen para mantenerla limpia y cuidada.
            Salgo de nuevo al exterior y me acerco a una barandilla metalica que cierra el curioso patio empedrado, desde allí distingo con precisión la sinuosa carretera por la que hemos accedido a Belmonte y también la que se encarama serpenteante por la sierra de la Ginebrosa en dirección a la Cañada de Verich. Desvío la mirada hacia mi izquierda y me sorprendo ante el majestuoso porte de un pino carrasco de extraordinarias dimensiones que se encarama como yo a la barandilla para disfrutar del paisaje que se abre a nuestros pies. Conforme me acerco a él, contemplo asombrado la irregularidad de las ramas que nacen del tronco principal, recuerdan a los tentáculos de los pulpos gigantes de las películas de ciencia ficción japonesas de los años 80. Está situado en la parte posterior del edificio, solitario, en una terraza espaciosa que a la vez hace de mirador.


             Cuando me acerco al borde de esa terraza contemplo atónito toda la inmensidad que podemos observar desde allí. Reconozco Torrevelilla, La Codoñera y Torrecilla. Al fondo la siempre presente central térmica de Andorra. Distingo el nuevo polígono industrial de Calanda y los grandes edificios de MotorLand, la silueta borrosa del Castillo de Alcañiz, las ermitas hermanas de los pueblos vecinos… y todo ello separado por la línea irregular que el Río Mezquin dibuja en el terreno. Levanto los talones con la esperanza de que los pocos centímetros que me permite ganar ese gesto, me ayuden a ver mucho mas allá, pero no acierto a distinguir con precisión que son las siluetas que aparecen tras la “Histórica y Heroica Ciudad”. Quizá por eso aquel pino ha crecido tanto, porque sigue intentando elevarse para poder contemplar aquel maravilloso paisaje en toda su inmensidad. Ojalá los grandes árboles pudiesen hablar, podrían contarnos cientos de historias vividas en un mismo lugar por cientos de personas diferentes.

            Rodeo la Ermita y distingo una estructura más moderna de pilares de ladrillo caravista y vigas de madera, me acerco con curiosidad y descubro la entrada a dos pozos de agua presididos por un mural cerámico de San José bendiciendo el líquido elemento que allí se deposita después de las lluvias. Un poquito más abajo podemos contemplar la fuente, rodeada de dos escaleras de estructura antigua y bien cuidada. Todavía nos depara una sorpresa más ese magnífico lugar. Si seguimos la señalización vertical y nos adentramos unos cientos de metros en el bosque que rodea la Ermita, accederemos a un curioso mirador, colocado sobre una gran roca y rodeado por una barandilla donde un panel explicativo nos describe el lugar, el paisaje que divisamos y la fauna y flora que allí podemos encontrar.




           Vuelvo intentando reconocer los distintos árboles de los que informa el panel,  o avistar algún colirrojo o zorzal de los que también habla. Ando despacio, esperando la compañía de algún animal que comparta mi admiración por ese tranquilo y bello lugar, pero llego hasta el coche sin ninguna interrupción, pensando que el camino de vuelta ha sido más corto que el de ida, como siempre pasa cuando visitamos un lugar desconocido.
          Enciendo el contacto y me pongo de nuevo en marcha en busca de la sinuosa carretera que me trajo hasta allí. Admiro la silueta de la Ermita de San José por el espejo retrovisor y de mi boca salen solo dos palabras: HASTA PRONTO



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