Nuestra excursión de hoy será al corazón del
Parque Cultural del Río
Martin, a uno de esos lugares que el capricho de la Naturaleza convierte en únicos,
uno de esos lugares que no
dejan de sorprenderte a pesar de las muchas veces que los visitas.
Inicio
mi marcha por la carretera A-223 en dirección a Andorra. Una vez accedo a esta localidad
atravieso su variante, compuesta ya por, nada más y nada menos, que cuatro
rotondas, y sigo en dirección a Albalate del Arzobispo por la misma carretera A-223. Existe una
leyenda muy manida en relación a Andorra. Muchos son los que cuentan la continua llegada de
visitantes buscando las estaciones de esquí debido a malas pasadas de sus GPS. Según
estas leyendas, el hecho de compartir nombre con el pequeño país vecino ha
supuesto que muchos esquiadores hayan confundido su camino, acabando en el Bajo
Aragón en lugar de
en el corazón de
los Pirineos.
Atravieso
la cuarta rotonda, de nueva construcción, tomando la salida en dirección a Albalate. Dejo a mi derecha
el Polígono de la Estación, un ejemplo de la reconversión minera en nuestra Comarca, pero que,
por desgracia, no ha sido ajeno a la crisis en la que estamos sumidos. Paso por
debajo de un puente y nada más cruzarlo encuentro una salida a mi derecha que
da acceso a una carretera asfaltada que conduce a medio camino entre Ariño y Oliete. Esta carretera se construyó
para el transporte de carbón entre las minas
existentes en la zona y la Central Térmica de Andorra. De hecho, pese al cierre de
varias explotaciones mineras, aún hoy es utilizada para tal fin, por lo que en
días de lluvia tendremos que tener cuidado con la explosiva mezcla que supone
la carbonilla dejada por los innumerables camiones y el agua, pues crea una
primera película
resbaladiza que ha provocado más de un susto.
El
tránsito por esta carretera es muy entretenido. Se pueden distinguir las destacadas
excavaciones producidas en el terreno para la extracción del carbón a cielo abierto, contemplar las
colosales máquinas abandonadas con sus
impresionantes ruedas que no dejan indiferente a nadie por el extraordinario
tamaño que tienen, observar un gran lavadero de carbón todavía en
funcionamiento y un imponente edificio plagado de maquinaria, maquinaria que
todavía hoy cumple su función en la extracción del negro mineral. En nuestro trayecto, nos convertiremos
en testigos de excepción del excelente trabajo de restauración al que han sido
sometidos los terrenos antiguamente explotados.
Tras
unas naves industriales encuentro la intersección que me incorpora a la A-1401, carretera que
une Oliete y Ariño, giro hacia mi izquierda en dirección a la primera, observo en el
cielo un lejano ala delta que danza con el viento al compás de las ráfagas otoñales. Sin duda, un lugar
privilegiado para observar los colores ocres que comienza a darnos el otoño en
este mes de octubre.
Recorro
unos cuantos kilómetros
en dirección a
Oliete y justo frente al cruce que encontramos a nuestra izquierda en dirección
a Alloza, puedo distinguir una pequeña señal que nos indica a nuestra derecha el camino de
acceso al lugar de nuestra visita. El camino esta asfaltado en los primeros
metros, pero acaba desembocando en una pista de grava de anchura considerable
que me conduce hacia el cauce del río, atravesando cultivos de cereal ya recolectados
a un lado y otro del camino. En mi descenso, aún incapaz de distinguir la
Dolina, admiro los montes que tengo frente a mí, montes con escasa vegetación, en avanzado estado de erosión, de color
blanquecino pálido.
Si me hubiesen dicho que allí se han rodado escenas de alguna vieja película de vaqueros no me hubiese
sorprendido lo mas mínimo, pues el aspecto de aquel lugar es semidesértico.
Una
extraña construcción a la derecha del paisaje llama mi atención. Es un muro de
piedra ruinoso que corona una pequeña
colina. Por su deterioro imagino su antigüedad, años y años viendo, desde su
posición elevada, el transcurrir de las mansas aguas del río Martín. Un cartel
me indica después que se trata del Poblado Ibero de San Pedro de los Griegos,
un vestigio más de nuestros lejanos antepasados que dejaron un importante
legado cultural y arquitectónico en todo el Bajo Aragón Histórico. Este poblado
data del siglo III a.C., y se cree que estuvo habitado hasta mediados del siglo
I a.C. El yacimiento presenta dos zonas claramente identificadas, un recinto
fortificado en un extremo y otro extramuros en la falda del cerro. Según he
podido leer, el sistema de fortificación de este poblado, muestra la adopción
de novedades con respecto a otros yacimientos de la zona, al tener que hacer
frente a ejércitos con modernas maquinarias de asedio.
Atravieso
el río por un pequeño puente construido sobre varios tubos de hormigón, no es
difícil adivinar que en tiempos de crecidas ese puente quedara completamente
anegado por el río, pero cumple su función a la perfección cuando el caudal es
el habitual. Tras coronar una pequeña cuesta distingo un cruce de caminos junto
a una granja de grandes dimensiones, en el hay dos carteles indicativos, el de
la derecha nos conduce al poblado ibero y el camino que continua recto es el
que me lleva hasta mi destino.
A
partir de ahí el camino empeora, las lluvias han arañado el firme con fiereza,
y tengo que esforzarme para no sucumbir con la rueda a las heridas profundas
que nadie ha curado todavía. Es curioso que un lugar con tanta afluencia no
tenga un mantenimiento constante, la profundidad de los canales labrados por el
agua dice bien a las claras que hace muchísimo tiempo que ninguna maquinaria lo
ha tratado con cariño. Conforme
avanzo distingo lo que parece una delimitación de color verde, es una
delimitación bastante precaria, compuesta de varios soportes verticales, unidos
entre sí mediante dos sirgas de gran tamaño que rodean el lugar en toda su extensión.
Supongo que ese semivallado tendrá como misión evitar que los animales y
personas se acerquen peligrosamente al lugar. Distingo ya las escarpadas
paredes de una enorme oquedad, de un agujero de grandes dimensiones, no alcanzo
a distinguir su profundidad, pero a simple vista calcularía su diámetro en unos
cien metros. A pesar de que te lo describan una y mil veces, la magnitud de la
sima emociona y sorprende a todos en la primera visita.
Finalmente,
tras una serpenteante cuesta arriba y una bajada pronunciada, llegamos a una
explanada preparada para que aparquemos allí nuestro vehículo. Ahora ya puedo
distinguir todo el perímetro de las dos sirgas que cierran el enorme hoyo que
tengo ante mí. Salgo del coche y me dirijo hacia un panel explicativo colocado
estratégicamente, en el puedo leer que la Sima de San Pedro es un pozo de forma
acampanada, de impresionantes dimensiones, cuyo fondo está ocupado por un lago
parcialmente rodeado de una zona terrosa. Por su estructura geológica está
considerada única en Europa, pues sus características son propias de climas
tropicales. Sus números, espeluznantes: el diámetro de la boca entre 70 y 85 metros , su profundidad
hasta la lamina de agua 86
metros y la profundidad del lago 22 metros .
Observo
con detalle la explicación gráfica del panel sobre el origen de su formación.
Miles de años esculpiéndose a sí misma con la ayuda del agua y la erosión para
acabar siendo como es en la actualidad. Pienso en las miradas atónitas de sus
visitantes a lo largo de la historia, en los pensamientos sobrecogidos de
aquellas personas de la antigüedad que no tenían ante ellos un panel
explicativo que les narrara el origen de aquel extraño fenómeno natural que
tenían ante sus pies. ¿Sería un lugar de sacrificio? ¿Sería la boca del
infierno? ¿Sería un lugar sagrado?... preguntas que en cada época y en cada
civilización tenían diferente respuesta.
Llega
a mis oídos el disparo sordo de una escopeta de caza mientras una bandada de
estorninos sale despavorida del interior de la sima volando hacia ninguna parte
pero acompasadamente. La forma acampanada de la sima ha supuesto que sea un
lugar de gran importancia ecológica. Según se puede leer, sus agrietadas
paredes dan cobijo a una nutrida comunidad de especies, alrededor de 25 entre reptiles,
anfibios, aves y mamíferos. Dentro de aquel enorme boquete, gracias a sus
peculiares condiciones geológicas y climáticas, existe un ecosistema único en Europa.
Comienzo
a descender por una dificil senda hacia una estructura de color verde. Es
una especie de balcón construido sobre la misma sima con unas poleas y
engranajes justo enfrente., al lado de una placa en honor a un espeleólogo
fallecido en uno de los innumerables descensos que allí se realizan. El acceso
a la estructura esta prohibido pero todo el mundo tiene la tentación de
asomarse a ella. De todas formas, según cuentan, el mayor espectáculo en el lugar
se produce al alba y al atardecer, cuando, como si de un ritual ancestral se
tratara, las aves que habitan la sima entran y salen todos los días
y en el mismo orden, como si algún general plumífero les hubiese marcado un
plan de despegue y aterrizaje predeterminado. Que sabia es la naturaleza.
Asomo la cabeza más allá de la débil
barandilla. El lago es de un color negruzco, denso, rodeado de una verdosa
vegetación. Busco a mi espalda una piedra de tamaño aceptable y cuando la
encuentro me vuelvo a acercar al borde y la lanzo. 1, 2, 3,4 y 5 segundos es el
tiempo que tarda aquella piedra en impactar contra el líquido elemento. Decido
estar el mínimo tiempo posible en aquella estructura y me retiro hacia atrás
pensando en los innumerables misterios que albergaran los 22 metros de agua que se
esconden en el fondo de aquella extraña oquedad. Durante siglos aquel lugar ha
podido ser testigo mudo de innumerables capítulos de nuestra historia y extraño
guardián de los secretos que nuestros
antepasados han querido sepultar bajo aquellas aguas.
Antes
de dirigirme al coche exploro los alrededores, se puede apreciar una enorme
grieta por la que el barranco que desciende de las montañas vierte el agua
recogida durante las lluvias sobre la sima. Quizá aquella grieta sea el lugar
por donde seguirá esculpiéndose a sí misma, el lugar por el que aumentara su
grandeza con el paso de los siglos. Echo un último vistazo. Que caprichosa es
la Naturaleza, mira que decidir que en un bello pueblecito de la provincia de
Teruel tuviéramos una sima única en Europa, si esto lo pillaran los catalanes o
los valencianos...
La
Naturaleza nos ha premiado con esta espectacular formación, ahora somos
nosotros los que debemos corresponderla cuidándola y disfrutándola.