" Cada salida, es la entrada a otro lugar"

Este blog pretende transmitir la belleza y peculiaridad de lo cercano, los lugares que nos transportan en el tiempo y en el espacio. Rincones de nuestra geografía más próxima que nos dejan sin aliento o nos transmiten una paz necesaria en momentos de dificultad. Espero contribuir a que conozcamos un poquito más dichos lugares y a despertar la curiosidad del lector para que en su próxima salida, inicie la entrada a otro lugar... un lugar al que viajar sin necesidad de sacar billete.

miércoles, 31 de julio de 2013

SIMA DE SAN PEDRO

Nuestra excursión de hoy será al corazón del Parque Cultural del Río Martin, a uno de esos lugares que el capricho de la Naturaleza convierte en únicos, uno de esos lugares que no dejan de sorprenderte a pesar de las muchas veces que los visitas.
            Inicio mi marcha por la carretera A-223 en dirección a Andorra. Una vez accedo a esta localidad atravieso su variante, compuesta ya por, nada más y nada menos, que cuatro rotondas, y sigo en dirección a Albalate del Arzobispo por la misma carretera A-223. Existe una leyenda muy manida en relación a Andorra. Muchos son los que cuentan la continua llegada de visitantes buscando las estaciones de esquí debido a malas pasadas de sus GPS. Según estas leyendas, el hecho de compartir nombre con el pequeño país vecino ha supuesto que muchos esquiadores hayan confundido su camino, acabando en el Bajo Aragón en lugar de en el corazón de los Pirineos.
            Atravieso la cuarta rotonda, de nueva construcción, tomando la salida en dirección a Albalate. Dejo a mi derecha el Polígono de la Estación, un ejemplo de la reconversión minera en nuestra Comarca, pero que, por desgracia, no ha sido ajeno a la crisis en la que estamos sumidos. Paso por debajo de un puente y nada más cruzarlo encuentro una salida a mi derecha que da acceso a una carretera asfaltada que conduce a medio camino entre  Ariño y Oliete. Esta carretera se construyó para el transporte de carbón entre las minas  existentes en la zona y la Central Térmica de Andorra. De hecho, pese al cierre de varias explotaciones mineras, aún hoy es utilizada para tal fin, por lo que en días de lluvia tendremos que tener cuidado con la explosiva mezcla que supone la carbonilla dejada por los innumerables camiones y el agua, pues crea una primera película resbaladiza que ha provocado más de un susto.
            El tránsito por esta carretera es muy entretenido. Se pueden distinguir las destacadas excavaciones producidas en el terreno para la extracción del carbón a cielo abierto, contemplar las colosales máquinas abandonadas  con sus impresionantes ruedas que no dejan indiferente a nadie por el extraordinario tamaño que tienen, observar un gran lavadero de carbón todavía en funcionamiento y un imponente edificio plagado de maquinaria, maquinaria que todavía hoy cumple su función en la extracción del negro mineral. En nuestro trayecto, nos convertiremos en testigos de excepción del excelente trabajo de restauración al que han sido sometidos los terrenos antiguamente explotados.
            Tras unas naves industriales encuentro la intersección que me incorpora a la A-1401, carretera que une Oliete y Ariño, giro hacia mi izquierda en dirección a la primera, observo en el cielo un lejano ala delta que danza con el viento al compás de las ráfagas otoñales. Sin duda, un lugar privilegiado para observar los colores ocres que comienza a darnos el otoño en este mes de octubre.
            Recorro unos cuantos kilómetros en dirección a Oliete y justo frente al cruce que encontramos a nuestra izquierda en dirección a Alloza, puedo distinguir una pequeña señal que nos indica a nuestra derecha el camino de acceso al lugar de nuestra visita. El camino esta asfaltado en los primeros metros, pero acaba desembocando en una pista de grava de anchura considerable que me conduce hacia el cauce del río, atravesando cultivos de cereal ya recolectados a un lado y otro del camino. En mi descenso, aún incapaz de distinguir la Dolina, admiro los montes que tengo frente a mí, montes con escasa vegetación, en avanzado estado de erosión, de color blanquecino pálido. Si me hubiesen dicho que allí se han rodado escenas de alguna vieja película de vaqueros no me hubiese sorprendido lo mas mínimo, pues el aspecto de aquel lugar es semidesértico.
            Una extraña construcción a la derecha del paisaje llama mi atención. Es un muro de piedra ruinoso que corona  una pequeña colina. Por su deterioro imagino su antigüedad, años y años viendo, desde su posición elevada, el transcurrir de las mansas aguas del río Martín. Un cartel me indica después que se trata del Poblado Ibero de San Pedro de los Griegos, un vestigio más de nuestros lejanos antepasados que dejaron un importante legado cultural y arquitectónico en todo el Bajo Aragón Histórico. Este poblado data del siglo III a.C., y se cree que estuvo habitado hasta mediados del siglo I a.C. El yacimiento presenta dos zonas claramente identificadas, un recinto fortificado en un extremo y otro extramuros en la falda del cerro. Según he podido leer, el sistema de fortificación de este poblado, muestra la adopción de novedades con respecto a otros yacimientos de la zona, al tener que hacer frente a ejércitos con modernas maquinarias de asedio.
            Atravieso el río por un pequeño puente construido sobre varios tubos de hormigón, no es difícil adivinar que en tiempos de crecidas ese puente quedara completamente anegado por el río, pero cumple su función a la perfección cuando el caudal es el habitual. Tras coronar una pequeña cuesta distingo un cruce de caminos junto a una granja de grandes dimensiones, en el hay dos carteles indicativos, el de la derecha nos conduce al poblado ibero y el camino que continua recto es el que me lleva hasta mi destino.
            A partir de ahí el camino empeora, las lluvias han arañado el firme con fiereza, y tengo que esforzarme para no sucumbir con la rueda a las heridas profundas que nadie ha curado todavía. Es curioso que un lugar con tanta afluencia no tenga un mantenimiento constante, la profundidad de los canales labrados por el agua dice bien a las claras que hace muchísimo tiempo que ninguna maquinaria lo ha tratado con cariño.        Conforme avanzo distingo lo que parece una delimitación de color verde, es una delimitación bastante precaria, compuesta de varios soportes verticales, unidos entre sí mediante dos sirgas de gran tamaño que rodean el lugar en toda su extensión. Supongo que ese semivallado tendrá como misión evitar que los animales y personas se acerquen peligrosamente al lugar. Distingo ya las escarpadas paredes de una enorme oquedad, de un agujero de grandes dimensiones, no alcanzo a distinguir su profundidad, pero a simple vista calcularía su diámetro en unos cien metros. A pesar de que te lo describan una y mil veces, la magnitud de la sima emociona y sorprende a todos en la primera visita.
            Finalmente, tras una serpenteante cuesta arriba y una bajada pronunciada, llegamos a una explanada preparada para que aparquemos allí nuestro vehículo. Ahora ya puedo distinguir todo el perímetro de las dos sirgas que cierran el enorme hoyo que tengo ante mí. Salgo del coche y me dirijo hacia un panel explicativo colocado estratégicamente, en el puedo leer que la Sima de San Pedro es un pozo de forma acampanada, de impresionantes dimensiones, cuyo fondo está ocupado por un lago parcialmente rodeado de una zona terrosa. Por su estructura geológica está considerada única en Europa, pues sus características son propias de climas tropicales. Sus números, espeluznantes: el diámetro de la boca entre 70 y 85 metros, su profundidad hasta la lamina de agua 86 metros y la profundidad del lago 22 metros.
            Observo con detalle la explicación gráfica del panel sobre el origen de su formación. Miles de años esculpiéndose a sí misma con la ayuda del agua y la erosión para acabar siendo como es en la actualidad. Pienso en las miradas atónitas de sus visitantes a lo largo de la historia, en los pensamientos sobrecogidos de aquellas personas de la antigüedad que no tenían ante ellos un panel explicativo que les narrara el origen de aquel extraño fenómeno natural que tenían ante sus pies. ¿Sería un lugar de sacrificio? ¿Sería la boca del infierno? ¿Sería un lugar sagrado?... preguntas que en cada época y en cada civilización tenían diferente respuesta.
            Llega a mis oídos el disparo sordo de una escopeta de caza mientras una bandada de estorninos sale despavorida del interior de la sima volando hacia ninguna parte pero acompasadamente. La forma acampanada de la sima ha supuesto que sea un lugar de gran importancia ecológica. Según se puede leer, sus agrietadas paredes dan cobijo a una nutrida comunidad de especies, alrededor de 25 entre reptiles, anfibios, aves y mamíferos. Dentro de aquel enorme boquete, gracias a sus peculiares condiciones geológicas y climáticas, existe un ecosistema único en Europa.
            Comienzo a descender por una dificil senda hacia una estructura de color verde. Es una especie de balcón construido sobre la misma sima con unas poleas y engranajes justo enfrente., al lado de una placa en honor a un espeleólogo fallecido en uno de los innumerables descensos que allí se realizan. El acceso a la estructura esta prohibido pero todo el mundo tiene la tentación de asomarse a ella. De todas formas, según cuentan, el mayor espectáculo en el lugar se produce al alba y al atardecer, cuando, como si de un ritual ancestral se tratara, las aves que habitan la sima entran y salen  todos los días y en el mismo orden, como si algún general plumífero les hubiese marcado un plan de despegue y aterrizaje predeterminado. Que sabia es la naturaleza.
             Asomo la cabeza más allá de la débil barandilla. El lago es de un color negruzco, denso, rodeado de una verdosa vegetación. Busco a mi espalda una piedra de tamaño aceptable y cuando la encuentro me vuelvo a acercar al borde y la lanzo. 1, 2, 3,4 y 5 segundos es el tiempo que tarda aquella piedra en impactar contra el líquido elemento. Decido estar el mínimo tiempo posible en aquella estructura y me retiro hacia atrás pensando en los innumerables misterios que albergaran los 22 metros de agua que se esconden en el fondo de aquella extraña oquedad. Durante siglos aquel lugar ha podido ser testigo mudo de innumerables capítulos de nuestra historia y extraño guardián de los secretos que  nuestros antepasados han querido sepultar bajo aquellas aguas.
            Antes de dirigirme al coche exploro los alrededores, se puede apreciar una enorme grieta por la que el barranco que desciende de las montañas vierte el agua recogida durante las lluvias sobre la sima. Quizá aquella grieta sea el lugar por donde seguirá esculpiéndose a sí misma, el lugar por el que aumentara su grandeza con el paso de los siglos. Echo un último vistazo. Que caprichosa es la Naturaleza, mira que decidir que en un bello pueblecito de la provincia de Teruel tuviéramos una sima única en Europa, si esto lo pillaran los catalanes o los valencianos...

            La Naturaleza nos ha premiado con esta espectacular formación, ahora somos nosotros los que debemos corresponderla cuidándola y disfrutándola.

lunes, 15 de julio de 2013

ACUEDUCTO DE LOS ARCOS

En esta ocasión voy a visitar un lugar poco conocido, un lugar atravesado por nuestro querido Guadalopillo, un lugar en el que los antiguos pobladores utilizaron todo su conocimiento arquitectónico para salvar un gran desnivel con el fin de aprovechar los recursos hídricos que les brindaba la zona.
            Pongo rumbo a Calanda por la nacional 211. Es un trayecto de sobras conocido, pero por más veces que paso no logro acostumbrarme a ver las antiguas estaciones en tan lamentable estado. Siempre he pensado que con la restauración debida, esos edificios podrían ser muy aprovechables.
Una vez en Calanda me desvío hacia la derecha por la carretera A-226 en dirección a Mas de las Matas. La abandono poco antes de llegar al cruce de Torrevelilla, justo antes de cruzar el puente sobre el río Guadalopillo. A mi izquierda puedo ver el acceso al antiguo puente, la carretera vieja, por allí es por donde accedo hasta llegar a una pequeña explanada al otro lado donde aparco mi coche. No es el acceso más directo al lugar de nuestra visita, pero la belleza del corto paseo que voy a dar, merece ese rodeo.
Al bajar del vehiculo echo un vistazo a mi alrededor. Estoy bajo el moderno acueducto que traslada el agua a los nuevos riegos que podemos encontrar en las llanuras existentes entre Calanda y Alcañiz. Es una obra faraónica, de una altura considerable que atraviesa toda la depresión que el Guadalopillo se ha encargado de moldear durante miles de años. También se distingue desde allí la evolución de la carretera A-226. En apenas 200 metros podemos ver las construcciones de los tres puentes que han atravesado a lo largo de la historia reciente el cauce del río. Todavía permanecen los tres en pie, incluso se pueden atravesar, aunque el mas antiguo ha sido anidado por una espesa vegetación. Es curioso como la naturaleza siempre acaba adaptándose a las construcciones artificiales hechas por el hombre.


Inicio la marcha en dirección al río siguiendo el camino por el que he entrado. Tanto a la derecha como a la izquierda dejamos arquetas de servicio del moderno abastecimiento de agua de la zona. Conforme desciendo me fijo a mi derecha en un antiguo puente cortado situado sobre la carretera A-2406 en dirección a Torrevelilla. Esta escoltado por un enorme edificio de piedra semejante a una especie de molino, o quizá una antigua estación hidroeléctrica. La falta de restos en la otra orilla me hace dudar si aquel puente cruzaba todo el cauce o su único cometido era el de burlar la carretera para luego dejar caer violentamente el agua con el fin de aprovecharla en la producción eléctrica o industrial.
 A la orilla del río ya puedo apreciar la señalización que me indica el recorrido que el Ayuntamiento de Calanda ha acondicionado de forma brillante. Es un camino estrecho, pero limpio de vegetación, que serpentea sobre un lado y otro del lecho, uniendo las orillas con puentes de madera que le dan un encanto especial. Según tengo entendido el sendero es de considerables dimensiones, une la desembocadura del río Gudalopillo sobre el Guadalope, con un espectacular mirador, aguas arriba de Calanda, llamado el “Pocico Palomar”. 

A unos pasos del inicio encontramos el primer puente de madera. Me rodea una vegetación típica de ribera con variadas tonalidades de un verde intenso. Sin duda la época en que visitemos el lugar también resultara importante, yo recomiendo visitarlo en primavera pues podemos disfrutar de la bella paleta de colores que pone ante nosotros la naturaleza.  
 Me acerco a las tres estructuras de los puentes que, en diferentes épocas, han servido al ser humano para atravesar el barranco labrado por el río a su paso por ese lugar. No me voy a entretener en su descripción, pero en apenas doscientos metros podemos apreciar la evolución de la ingeniería civil en cientos de años. Es curioso ir comparando uno y otro puente mientras pasamos bajo ellos, desde la modestia del pequeño arco de medio punto del más antiguo, a las extraordinarias vigas de hormigón del más moderno.
Inicio de nuevo mi camino acompañado del canto de los pájaros, del sonido lejano de un tractor realizando trabajos agrícolas y del movimiento síncrono que el viento enjaulado en el barranco provoca sobre las hojas. Conforme avanzo disfruto de la explosión de color que me rodea. Las rojas flores de una mangranera contrastan con el tupido verde que nos acompaña como telón de fondo. Dejo a mi derecha un pequeño bancal de melocotoneros ya embolsados, del cual me separa una valla metálica de color verde. Sin duda la mejor manera de evitar las tentaciones de algún excursionista de alargar la mano hacia algún melocotón.
El río,  pese a su pequeño caudal, ha tallado con el tiempo importantes cortadas, dibujando pequeños meandros que condicionan el recorrido del sendero. Sus aguas son completamente transparentes, y, exceptuando pequeños restos de botellas o papeles en sitios puntuales, podemos decir que el cauce esta muy limpio dada su ubicación aguas abajo de la población. Es en estos lugares donde se aprecia la verdadera importancia de las depuradoras de aguas residuales, pues según me cuentan, antiguamente el agua del lugar tenia un color grisáceo y desprendía un hedor espantoso, y el cauce estaba completamente inundado de restos de papel higiénico todavía no degradado.
Por fin, tras las verdes ramas de unos grandes chopos puedo imaginar la majestuosa estructura de un acueducto milenario. Conforme me acerco tengo la sensación de que un gran tubo de hormigón esta anclado a la estructura de tan maravillosa obra, sin embargo mi ubicación me había jugado una mala pasada, pues ese tubo atraviesa el cauce del río bastantes metros antes que el Acueducto.
Conforme me acerco puedo apreciar cinco grandes arcos de medio punto construidos en sillería. Me llama la atención el hecho de que los pilares que soportan el acueducto son diferentes entre ellos, no se si porque en diferentes épocas se afianzo la estructura o porque los constructores originales ya decidieron esa asimetría. 
En un pequeño panel explicativo puedo leer que el acueducto tiene una longitud de 110 metros con una altura de 15 y el canal de su parte superior, construido también en sillar de arenisca, tiene una profundidad de un metro. A diferencia del majestuoso acueducto de Segovia, este si tiene argamasa entre sus sillares.


Leo en el panel que su antigüedad no esta clara. Algunos historiadores lo consideran de origen romano basándose en las espectaculares villas romanas, con mosaicos exclusivos. que han aparecido en la zona. Otros consideran que su construcción es de origen islámico, pues son ellos los que modernizaron los regadíos de esta zona en los últimos siglos del primer milenio. Sin embargo en aquel panel consideran que su construcción mas probable puede ser de los siglos XIV o XV, ya que su primera mención histórica es la de Juan Bautista de Labaña, geógrafo portugués, en 1610.
           Observo con detalle el acueducto. Yo no soy ningun experto en arquitectura medieval, pero en esa época era costumbre y tradición que los canteros firmaran los sillares con alguna marca o símbolo para poder identificar cuantos habia hecho cada uno, y por mucho que me fijo no consigo localizar en ellos nada que se pueda confundir con las típicas marcas de cantería que encontramos en construcciones aragonesas de esa época. Si yo, desde el más profundo desconocimiento, tuviese que datar esa obra, desde luego no lo haría en los siglos XIV o XV.
Me doy la vuelta. Frente a mí, en un banco colocado estratégicamente, un anciano me mira con curiosidad apoyando sus brazos sobre un viejo gallato de madera. Sonríe tímidamente, acentuando los surcos que la edad ha dejado en su cara. Me acerco a él para darle los buenos días e intercambiamos interesantes apreciaciones sobre el lugar. Me habla de su infancia, y me cuenta que cuando era un niño, mientras su madre lavaba la ropa en el lavadero que existe en uno de los extremos, él atravesaba corriendo el acueducto sin ningún tipo de protección. “Es raro que no nos matáramos ninguno” me dice. Cuando le pregunto sobre la antigüedad del acueducto su frase no deja lugar a dudas: “UY, a saber, cuando mi abuelo ya estaba aquí, y cuando el abuelo de mi abuelo también…”
Tras conversar con aquel anciano de lo divino y de lo humano, tras conocer con detalle la evolución agrícola de la zona y las penurias de su infancia, me despido agradecido. Escuchar el testimonio de personas que tienen la experiencia de los años es siempre interesantísimo, es la mejor manera de conocer la evolución de cualquier lugar por remoto que sea. Mi primera intención había sido la de continuar río arriba hasta el antiguo puente romano o puente del Cid, conocido así por la leyenda que se cuenta sobre el campeador en su paso por estas tierras, pero la larga conversación con aquel anciano ha trastocado mis planes. El sol ha comenzado a retirarse ya sobre una montaña lejana y como desconozco la distancia que existe entre el acueducto y el antiguo puente, decido regresar a casa con la idea de volver algún otro día.
           Observo  el acueducto  una  última vez. Es curioso que una construcción milenaria  como  aquella todavía sea capaz de dar el servicio  para el que fue construida, pero  lo más curioso es que una obra de esas características sea tan poco conocida  en nuestra zona. 
           Romanos, musulmanes  o  cristianos, no esta clara la titularidad de tan  espectacular  obra hidráulica, lo que si esta claro,  que  sea  de la época  que sea, debemos hacer lo imposible para que muchas generaciones futuras puedan disfrutar de él. 



domingo, 14 de julio de 2013

RECUERDOS DE UN SANGRIENTO PASADO

       Todavía hoy podemos ver en las fachadas renacentistas de Mirambel restos de escritura de las que fueron unas de las guerras mas cruentas que han vivido nuestras comarcas. No solo por la perdida de vidas humanas, sino también por la extraordinaria perdida de patrimonio histórico que sufrimos en ellas. Ramón Cabrera y Baldomero Espartero no solo han pasado a la historia por sus meritos militares y por la admiración que despiertan aun entre sus afines, también pasaran a la historia por ser los responsables directos de la destrucción de castillos, templos, edificios históricos y estructuras medievales en todos los rincones de nuestras comarcas.



viernes, 12 de julio de 2013

EL PUENTE DEL HUERGO

           En esta ocasión visitare un bello rincón de los antiguos dominios de los caballeros de la Orden del Temple. Caballeros medievales cuya trágica historia ha dado pie a infinidad de leyendas, libros y misterios. Una Orden Militar tan poderosa, que incluso los reyes y estados europeos les debían cantidades ingentes de dinero. Por este motivo, y por la envidia que suscitaba su extraordinaria capacidad política, económica y militar, Felipe IV El Hermoso, Rey de Francia, intimidó al papa Clemente V para que abriera un proceso contra ellos, acusándolos de herejía por testigos coaccionados también por el mismo rey. Ese fue el final oficial de la Orden, aunque muchas son las teorías que apuntan que aun hoy perviven como sociedad secreta, instalados en los centros del poder político y económico del mundo civilizado.

          Salgo de Alcorisa en dirección a Alcañiz, desviándome hacia la derecha por la carretera autonómica A-225 que me llevara a la vecina localidad de Mas de las Matas. Tomaré la variante que bordea el municipio, fijándome a nuestra derecha en la majestuosidad de la torre de su iglesia, que con 63,5 metros de altura, es una de las más altas de todo Aragón. Continúo por la A-226 en dirección a Castellote. Dejo a la izquierda la pequeña población de Abenfigo, que pese a tener muy pocos vecinos conserva sus calles engalanadas con plantas de un verde intenso que desprenden colores llamativos cada primavera.

Más adelante observo la imponente silueta de las ruinas del castillo templario de Castellote, recientemente consolidadas, mientras me acerco a una gran pared de roca caliza, vigía incansable de la ermita de la virgen del agua, patrona de la localidad. Atravieso el túnel, puerta natural a la Comarca del Maestrazgo. En esta  Comarca  los elementos se han confabulado a lo largo de miles de millones de años para dar forma a un lugar tan bello como difícil, un lugar de condiciones geográficas extremas pero de sensaciones mágicas y maravillosas. Un lugar que debe su nombre a la presencia de los Maestres de las Ordenes militares del Temple, San Juan y Montesa, que durante cientos de años ostentaron el señorío de estos dominios.

            Continúo por la A-226 en dirección a Cantavieja, y dejo a un lado el Embalse de Santolea. Es inevitable comparar las presas de Calanda y Castellote, es inevitable admirar a aquellas personas que sin los medios técnicos actuales, realizaron una obra de esa envergadura y de tan bella factura. “Eso era construir, y no lo de ahora” Esas son las palabras que articulan mis labios mientras mi vehículo se desliza por el primero de los túneles que debo atravesar.  Poco antes de llegar al puente de Perojil, a la izquierda, justo enfrente del camino que da acceso a los barracones de unas minas, rehabilitados y actualmente usados como Aula de Estudio de la Naturaleza, veo un cartel indicativo que me señala el merendero de Perojil,  abandono la carretera y tomo ese camino.

            Para aquellos a los que les apetezca andar, tenéis la posibilidad de dejar el coche en ese merendero y ascender por las orillas del cauce hasta el lugar que hoy voy a visitar. Para los que prefieran el vehículo como transporte, la opción es continuar el camino hasta la aldea de Perojil, dejando esta a mano derecha, ascendiendo por el pinar hasta que nuestro coche vuelva a recuperar la horizontalidad. Será en ese momento cuando deberéis fijaros bien a nuestra derecha, desviándoos por un camino de gravilla practicable, de pendiente pronunciada, que desciende hasta las orillas del río.

           Inicio la marcha en dirección hacia las montañas que se elevan a mi izquierda, aguas arriba del río. El inicio es pedregoso, lleno de cantos rodados que el agua, el tiempo y la erosión se han encargado de depositar allí. Cuando andamos por terrenos así es muy recomendable mirar hacia nuestros pies. Muchos somos los que hemos dado con los huesos en el suelo por caminar sobre cantos rodados admirando el paisaje que nos rodea. Mi consejo es ir mirando por donde andamos y parar cada vez que queramos observar algo de nuestro entorno, además, buscar entre las piedras, fósiles o formaciones extrañas, también nos puede dar sorpresas muy agradables.

            Continúo por la orilla del río alrededor de un kilómetro y lo cruzo saltando de piedra en piedra para evitar mojarme los pies. Para aquellos que carezcan de un mínimo de agilidad atlética les recomiendo que se descalcen y pasen el rió andando, el hecho de que vehículos a motor atraviesen ese punto ha hecho que las piedras del fondo se hayan compactado, y nuestros pies no sufrirán tanto como lo harían caminando por un suelo no pisado.
            
            En mi camino veo la fauna y la flora típicas del bosque de ribera, incluso si permanezco en silencio puedo escuchar el croar de alguna rana que ha hecho de aquel lugar su casa. Dadas las fechas que la mayoría elegimos para realizar nuestras excursiones, es más que probable que nos encontremos con una gran cantidad de mosquitos, que zumbaran a nuestro alrededor mientras vayamos  junto al líquido elemento. A mi derecha dejo la Masía del Huergo, una masía deteriorada por los años y el descuido de sus gentes. Una masía cuya importancia en tiempos pasados no pasa desapercibida. Buscando información sobre ella, encontré en el blog “Las letras desde Cazarabet” una descripción exacta a lo que yo imagine observando su construcción y edificios anexos, dice así:
           

“El Mas de Huergo se encuentra a dos kilómetros de la población de Las Planas. Esta masía es el conjunto de edificios. Resalta un torreón de planta rectangular, todo de piedra y con tres alturas, es parte de la casa principal de la masía. Delante una plaza grande y con aspiraciones a perdurar en la historia. En esta masía se cultivaba cereal, vid, aceite, legumbres y no pocos frutales. Alrededor crecen carrascas y pinos. En el cultivo de la vid se logró cosechar muy buena uva que dio un vino muy apreciado en la zona… En los alrededores de El Huergo se criaban moreras que alimentaban a los hambrientos gusanos de seda que eran un importante aporte económico a los ingresos más tradicionales de la típica economía de la lana y de la agricultura. Había un molino de aceite, varias casas acondicionadas para elaborar vino, un molino harinero y un horno de leña.”

             Continúo ascendiendo, acercándome cada vez más a la montaña que, no sé todavía muy bien como, esconde al río Bordón en su camino hacia el embalse de Santolea. Puedo apreciar la herida profunda que las aguas cristalinas han causado, una  grieta labrada en la roca y a la que, desde la posición actual, no puedo ver el fondo. Poco a poco la vegetación me permite distinguir una imagen de películas olvidadas, de luchas de caballeros, derechos de pernada y pago de diezmos... Películas en las que la joven y bella protagonista, hija de un señor feudal, se baña desnuda en el pozo transparente de un pequeño río, junto al puente medieval donde nuestro protagonista, un pobre pero noble caballero, observa escondido tan bella escena. 

             Conforme me acerco distingo la arcada de piedra del viejo puente, el agua mansa y clara que envuelve en tonalidades verdes el fondo de un pequeño pozo esculpido por los años. Y al fondo, más allá, una pequeña cascada cuyo sonido nos tranquiliza, nos alivia, nos entumece... Un lugar que me retrotrae a tiempos pasados, que nos enseña la combinación perfecta entre construcciones artificiales y bellos espacios naturales, que nos demuestra que aprovechar los recursos nunca es sinónimo de destruir un ecosistema.

              Asciendo por una pequeña rampa pronunciada a la  senda empedrada que, antiguamente, fue camino real entre Castellote y Cantavieja. El eje que vertebraba los territorios de los Pobres Caballeros del Templo de Jerusalén, el lugar por donde transcurría la vida, la esperanza y en ocasiones la sangre y las batallas de aquellos nuevos pobladores que se instalaron en la zona tras la reconquista allá por el siglo XII. Actualmente por allí discurre el sendero de gran recorrido número 8, comúnmente conocido como GR-8. Me acerco al puente de piedra, un pequeño puente carretero que pese al peso que ha soportado durante siglos y siglos continua impasible, orgulloso, sin ningún atisbo de derrota, facilitando el paso a todo aquel ser vivo que decida cruzar la línea marcada por las aguas del río Bordón.

              Observo aguas abajo la inmensidad del valle, todavía existen tierras cultivadas en él, distingo al fondo las montañas que acompañan el discurrir lento y sinuoso de la antigua carretera de Santolea, observo el inmenso manto verde del pinar que pudo salvarse de aquel devastador incendio que asolo gran parte de la riqueza natural del Maestrazgo, un incendio lejano en el tiempo, pero presente todavía en el recuerdo. Me pregunto hasta donde subirán las aguas del embalse con su nueva ampliación, cuantos metros de bellísimo paisaje quedaran sepultados por sus aguas.

             Me doy la vuelta. Es curioso como a veces el hombre aprovecha las opciones que nos da la naturaleza para utilizar sus recursos sin apenas afectar al medio. Me gustaría conocer quién y cuándo diseño el aprovechamiento de un pequeño resalto en el río para dirigir el agua, tallando la roca, hacia los molinos de aceite y harina que todavía existen, aunque en desuso, aguas abajo. Levanto la mirada y observo la impresionante hendidura, el desfiladero natural que se abre ante mí. El camino sinuoso que durante miles de años las aguas, provenientes de las tierras queseras de Tronchón, han ido moldeando. En su parte más ancha, el cañón puede tener dos  o tres metros, y la altura de las paredes rocosas laterales puede llegar en su parte más alta a una centena de metros. Así a vuela pluma, diría que su longitud puede ser de aproximadamente dos kilómetros, y supone el final de los llamados “estrechos del Bordón”. Es aquí, ante la vista cansada de un viejo y consistente puente, donde el rió abandona las estrecheces marcadas por los acantilados que lo acompañan desde la localidad de Bordón para, pocos metros antes de fundirse con el Guadalope, salir a la libertad de un valle ancho y productivo.

              Dejo aquel lugar con la certeza de que, cuando el tiempo impregne nuestra piel del calor seco del verano, volveré para bañarme en aquel pequeño pozo. Hecho un último vistazo al lugar y me recreo en sus leyendas. Imagino al joven iniciado de la poderosa Orden en su peregrinar cansado desde Castellote hacia la Iglesia de la Carrasca de Bordón, lugar donde, según cuentan los amantes del misterio, los nuevos candidatos pasaban su última noche antes de recibir al sol como auténticos Caballeros del Temple. Lo imagino sediento, aprovechando las claras y cristalinas aguas del río para saciar su sed. Lo imagino orgulloso, pensando que ese camino era el comienzo de su nueva vida.

      Fascinado de nuevo por la historia y los misterios de aquella Orden caída en desgracia reanudo mi camino. Sin duda la maravillosa tierra del Maestrazgo será la protagonista de muchas de mis exploraciones, y estoy convencido que no será la última vez que deba hablar de aquellos extraordinarios caballeros.


     

      

    
      

miércoles, 10 de julio de 2013

LA IMPORTANCIA DE LA LEYENDA

“Cuenta la leyenda que Don Blasco de Alagón y sus tropas, en su camino hacia Morella, fueron sorprendidos por un temporal de nieve de gran virulencia. Desorientados y aturdidos por la ventisca, distinguieron el sonido de una campana y una pequeña luz. Era la ermita de Sant Pere, en el término municipal de Castellfort. El señor Blasco de Alagón, agradecido por haber salvado su vida, prometió a la ermita una campana que se oiría desde el mar. Esta leyenda demuestra la antigüedad de la ermita.”



Esto es lo que podemos leer, junto a la descripción arquitectónica e histórica, en un panel metálico cuando llegamos al lugar donde se ubica la ermita de Sant Pere. Una ermita como tantas, ubicada sobre una alta montaña como tantas, con una arquitectura modesta y poco espectacular como tantas… En definitiva una ermita que a los ojos del viajero no despierta ningún interés especial.

Sin embargo conocer la leyenda antes relatada nos hace imaginar el trascendental papel que aquella pequeña construcción jugo en la reconquista del reino de Valencia. Provoca que queramos saber mas sobre aquel mito lejano, si aquella campana prometida lucio orgullosa en la fachada o si aquel sonido metálico y esa pequeña luz que avistaron las tropas de don Blasco de Alagón tuvieron un origen humano o divino.

Conocer las leyendas ligadas a lugares de importancia arquitectónica e histórica supone que nos interesemos más por nuestro pasado. Que la visita a dichos lugares sea más sugestiva para aquellos que no son doctos en la ciencia constructiva. Y os pondré un ejemplo cercano:

“El suceso extraordinario de Alcorisa se produjo cuando estaba reunido el Concejo para elegir patrón y un mendigo se acercó a pedir limosna. Lo alojaron y cuando al cabo de ocho días penetraron en la estancia alarmados por su silencio había desaparecido dejando en su lugar una talla de San Sebastián. Pero en Alcorisa han tenido trato frecuente con los poderes celestiales, como es el caso de la Virgen del Portal, que se apareció en la oquedad de un tronco de árbol bajo la advocación de Montserrat y se le rindió culto allí mismo hasta que fue trasladada al actual emplazamiento. Algo no muy distinto sucedió con la figura del Santo Sepulcro hallada en el lugar en el que un ciego percibía destellos de luz desde hacía días y que fue alojada en la ermita que se consagró en 1570 a tal fin.” 

Mitos y Leyendas del Bajo Aragón (Darío Vidal Llisterri)

¿Cuantos de nosotros conocíamos estas tres leyendas relacionadas con Alcorisa?

En conclusión, conocer la leyenda es rememorar el pasado, imaginar las experiencias vitales que alli se dieron, sentir la presencia de aquellos antepasados que con sus actos dejaron la impronta perpetua a lugares maravillosos que no han sucumbido a los envites del tiempo. Es llenar de vida edificios vacíos.

martes, 9 de julio de 2013

CAPITAL DEL MAESTRAZGO

Cantavieja esconde entre sus casas una extraordinaria monumentalidad. Solo por ver el esplendor de una plaza que conserva todavía la arquitectura medieval de su construcción, merece la pena visitar la capital de la Comarca del Maestrazgo. 
Por sus calles han paseado templarios, maestres de otras ordenes, hidalgos, el Duque de la Victoria, reyes, mercaderes italianos, generales carlistas, jerarquías eclesiásticas... y todos, desde el primero al ultimo, consideraron a Cantavieja como un enclave defensivo excepcional. 
Es un placer poder disfrutar todavía hoy de los tesoros que hombres y mujeres de otras épocas fueron dejándonos como legado, y pese a que muchas veces nos empeñamos en destruir ese legado, Cantavieja se ha resistido a perder la monumentalidad e importancia de su arquitectura.


¿Y el origen de su nombre?

CUENTA LA LEYENDA…



Que hace ya cientos de años, residía en una villa del Maestrazgo una mujer de gran belleza. Por envidias, otras damas querían echarla del pueblo asi que sus lenguas viperinas hicieron correr el falso rumor de que había engañado a su marido con un galán que iba de paso por la villa. Consiguieron echarla entre burlas, insultos y agresiones, repudiada por su marido.

Avergonzada, agredida y con el llanto cubriendo su rostro, se refugió en la Cueva de las Brujas, en una de las paredes rocosas de la muela Monchén. Y allí vivió de lo que la naturaleza le proporcionaba durante muchas décadas, sola y repudiada.


Sin embargo, en una de las muchas guerras que ha vivido la capital del Maestrazgo, durante el implacable asedio del ejército enemigo, y cuando la villa y sus habitantes habían perdido toda esperanza de sobrevivir, aquella que fue bella, envejecida y con la cara raída por el tiempo, decidió defender la plaza.

Cuando las tropas invasoras iban por fin a tomar el lugar por la fuerza, seguros de que los defensores de aquellas murallas habían sucumbido, la anciana bajo a los acantilados y tocando un tambor comenzó a cantar. Los barrancos que rodeaban la villa hicieron el resto, y el sonido de los cantos de aquella mujer comenzaron a repartirse incesantemente por los alrededores. El ejército invasor, por los efectos del eco, comenzó a escuchar tambores y cantos desde todos los puntos cardinales, y asustados por los enormes refuerzos que llegaban huyeron despavoridos.

Desde aquel dia los vecinos de la villa, honraron a esta mujer desconocida, le proporcionaron casa y sustento el resto de su vida, e incluso desde aquel día, aquella villa paso a llamarse “CANTALAVIEJA”. La anciana jamás desvelo su identidad, pero a su muerte dejo escrito que por favor se la enterrara con aquel que fue su marido.


sábado, 6 de julio de 2013

ERMITA DE SAN JOSE

 
 En esta ocasión he querido buscar un lugar llamativo y emblemático al cual pudiésemos desplazarnos con toda la familia, un lugar donde tanto los más mayores como los más pequeños no tuvieran dificultad  en visitar. Todos esos aspectos los reúne la Ermita de San José, Ermita del siglo XVI que domina desde su situación privilegiada todo el valle del río Mezquin, y la causante de que, desde 1979, el pueblo de Belmonte de Mezquin  cambiase su nombre por el de Belmonte de San José.


            Comenzamos nuestra ruta en dirección a Alcañiz por la carretera N-211. Una vez sobrepasada la localidad de Calanda, permaneceremos atentos al cruce de la carretera A-1408, la cual nos llevara hasta la población de Castelseras. Allí, una vez hayamos atravesado la variante que deja el municipio a nuestra izquierda, volveremos a cambiar de carretera en dirección a Torrevelilla por la A-1409. Atravesaremos el casco urbano de esta localidad y podremos ver a nuestra izquierda el antiguo cuartel de la guardia civil, hoy sede de OMEZYMA, el cual llama la atención por su interesante estructura, es curioso que una localidad que no llega a los 200 habitantes dispusiera en su día de un cuartel de esas dimensiones.


            Hasta Torrevelilla las carreteras son buenas, de un firme regular y de dos carriles, sin embargo, a los pocos metros de salir de la localidad  la carretera pasa a ser sinuosa, de pavimento irregular y con líneas de señalización laterales solamente. Tras  recorrer unos kilómetros de difíciles curvas encontraremos a nuestra izquierda la carretera A-2409 que será la encargada de dirigirnos hacia la localidad de Belmonte de San José, una de tantas localidades de la provincia de Teruel cuyos dos únicos accesos todavía son originales de principios del siglo XX. Durante el trayecto, si observamos a nuestra izquierda podremos apreciar, sobre un monte y entre un pequeño ejército de pino carrasco el color rojizo de la techumbre de la Ermita, lugar al cual nos dirigimos.


            Una vez en la localidad de Belmonte, recomiendo a los que dispongan del tiempo necesario realizar la visita guiada al casco urbano de la localidad. Un casco urbano que todavía mantiene la belleza de épocas pasadas, pero en el cual hoy no me voy a entretener, pues la riqueza arquitectónica del mismo, merece un artículo dedicado íntegramente a él. Para los que no dispongan de tiempo y decidan dirigirse a nuestro objetivo sin realizar paradas, si que les recomiendo que antes de entrar en la travesía y justo al salir de la misma se fijen a mano izquierda en dos pequeños puentes de origen medieval que son fiel reflejo de la arquitectura de la localidad. Continuando por la A-2409, apenas tres kilómetros después de haber abandonado la travesía de Belmonte, tenemos señalizado a nuestra izquierda el acceso a la Ermita, un acceso asfaltado en su integridad y que nos permite aparcar nuestro vehiculo junto al edificio.


            Nada más llegar pude apreciar el minucioso trabajo de mantenimiento que los vecinos de Belmonte llevan a cabo, no solo en la Ermita sino en todo el entorno. En uno de los mosaicos de cerámica colocados en el atrio de entrada, podremos leer que en 1963 se constituyo una hermandad en el municipio cuyo objetivo era la restauración y mantenimiento del lugar. Al bajar del coche describo una circunferencia completa intentando resituar mi centro de gravedad. Me fijo en las extraordinarias posibilidades del lugar, a su belleza paisajística y arquitectónica se une un gran espacio, libre de peligros, para que los más pequeños disfruten del campo y la naturaleza, merenderos de obra civil para aquellos en cuyas salidas es imprescindible la fiambrera y unos bancos de madera, que no desentonan con el lugar, situados estratégicamente para contemplar el zig zag que el río Mezquin ha ido labrando en el valle que tenemos a nuestros pies.

            Comienzo a ascender por una pequeña cuesta, flanqueado por varios cipreses que me hacen el “paseíllo” para celebrar mi llegada. Observo la Ermita, una construcción que de no ser por la campana, perfectamente podría pasar por un edificio civil, por una de tantas y tantas masadas desperdigadas por nuestra geografía, pero esta  restaurada con mimo y respetando al máximo su estructura original.
            Cuando veo rehabilitaciones de edificios antiguos siempre me acuerdo del castillo de Miravet. Desde mi desconocimiento en restauración, arquitectura o ingeniería, no puedo olvidar lo poco que me gusto el trabajo de restauración de ese imponente castillo. Para mi los edificios restaurados son como las obras de arte, o te gustan o no te gustan. Es la primera impresión la que te dice si la restauración es buena o es mala, eso siempre depende de la armonía y la complicidad que el restaurador haya conseguido entre lo viejo y lo nuevo. Miravet, para mi, es un claro ejemplo de una restauración hecha sin ningún criterio, sin tener en cuenta en absoluto el aspecto estético de la misma. Sin embargo lo que veo en esta ocasión me gusta, es una restauración minuciosa, que cuida los detalles e intenta armonizar los materiales, pese a la distancia temporal que los separa.
            Frente a la puerta principal de la Ermita encontramos una pequeña placeta empedrada y amurallada, desde allí mirando hacia el sur podemos ver la localidad de Belmonte, con su imponente Iglesia parroquial y el pequeño Calvario que la preside. Miro de nuevo hacia la Ermita. Es difícil para alguien sin conocimientos arquitectónicos describir lo que veo, es entonces cuando me percato que junto a la entrada del atrio hay una pequeña placa que dice así:        

Edificio en mampostería y cantera con carácter civil producido por la envoltura de la casa del ermitaño. A la capilla se accede por un pórtico sobre el que se sitúa la citada casa.
            En el interior descubrimos su verdadera estructura; de una sola nave, testero recto y cubiertas de medio cañón. La decoración mural de su interior pertenece al siglo XIX, aunque ha sufrido varios repintes a lo largo de su historia.”

 Tras leer esa pequeña placa me acerco a la puerta que da acceso a la Ermita, en el porche donde se encuentra puedo apreciar cuatro mosaicos de cerámica. Uno a mi derecha donde nos cuenta la historia cronológica de la localidad, otro a mi izquierda donde puedo ver con detalle imágenes de los “Dolores y gozos de San José”. Y justo enfrente hay otros dos, uno a cada lado de la puerta, que rezan oraciones católicas.
            Me asomo a una pequeña ventanita enmallada que me permite ver el interior de la Ermita. Se distinguen varias bancadas, un pequeño altar mayor decorado con dos columnas doradas y presidido por un cuadro de grandes dimensiones y una vieja y alargada alfombra que viste el pasillo central. La decoración es sobria y elegante, no peca de ostentosa y, como en todo el espacio exterior, se percibe el esfuerzo que los vecinos de Belmonte hacen para mantenerla limpia y cuidada.
            Salgo de nuevo al exterior y me acerco a una barandilla metalica que cierra el curioso patio empedrado, desde allí distingo con precisión la sinuosa carretera por la que hemos accedido a Belmonte y también la que se encarama serpenteante por la sierra de la Ginebrosa en dirección a la Cañada de Verich. Desvío la mirada hacia mi izquierda y me sorprendo ante el majestuoso porte de un pino carrasco de extraordinarias dimensiones que se encarama como yo a la barandilla para disfrutar del paisaje que se abre a nuestros pies. Conforme me acerco a él, contemplo asombrado la irregularidad de las ramas que nacen del tronco principal, recuerdan a los tentáculos de los pulpos gigantes de las películas de ciencia ficción japonesas de los años 80. Está situado en la parte posterior del edificio, solitario, en una terraza espaciosa que a la vez hace de mirador.


             Cuando me acerco al borde de esa terraza contemplo atónito toda la inmensidad que podemos observar desde allí. Reconozco Torrevelilla, La Codoñera y Torrecilla. Al fondo la siempre presente central térmica de Andorra. Distingo el nuevo polígono industrial de Calanda y los grandes edificios de MotorLand, la silueta borrosa del Castillo de Alcañiz, las ermitas hermanas de los pueblos vecinos… y todo ello separado por la línea irregular que el Río Mezquin dibuja en el terreno. Levanto los talones con la esperanza de que los pocos centímetros que me permite ganar ese gesto, me ayuden a ver mucho mas allá, pero no acierto a distinguir con precisión que son las siluetas que aparecen tras la “Histórica y Heroica Ciudad”. Quizá por eso aquel pino ha crecido tanto, porque sigue intentando elevarse para poder contemplar aquel maravilloso paisaje en toda su inmensidad. Ojalá los grandes árboles pudiesen hablar, podrían contarnos cientos de historias vividas en un mismo lugar por cientos de personas diferentes.

            Rodeo la Ermita y distingo una estructura más moderna de pilares de ladrillo caravista y vigas de madera, me acerco con curiosidad y descubro la entrada a dos pozos de agua presididos por un mural cerámico de San José bendiciendo el líquido elemento que allí se deposita después de las lluvias. Un poquito más abajo podemos contemplar la fuente, rodeada de dos escaleras de estructura antigua y bien cuidada. Todavía nos depara una sorpresa más ese magnífico lugar. Si seguimos la señalización vertical y nos adentramos unos cientos de metros en el bosque que rodea la Ermita, accederemos a un curioso mirador, colocado sobre una gran roca y rodeado por una barandilla donde un panel explicativo nos describe el lugar, el paisaje que divisamos y la fauna y flora que allí podemos encontrar.




           Vuelvo intentando reconocer los distintos árboles de los que informa el panel,  o avistar algún colirrojo o zorzal de los que también habla. Ando despacio, esperando la compañía de algún animal que comparta mi admiración por ese tranquilo y bello lugar, pero llego hasta el coche sin ninguna interrupción, pensando que el camino de vuelta ha sido más corto que el de ida, como siempre pasa cuando visitamos un lugar desconocido.
          Enciendo el contacto y me pongo de nuevo en marcha en busca de la sinuosa carretera que me trajo hasta allí. Admiro la silueta de la Ermita de San José por el espejo retrovisor y de mi boca salen solo dos palabras: HASTA PRONTO



jueves, 4 de julio de 2013

POZO DEL SALTO


 
En esta ocasión nuestra excursión discurrirá por nuestra propia cuenca, la del Guadalopillo, para ser más exactos en el cauce de uno de sus afluentes. Visitaremos un lugar tan bello como desconocido. Aunque en este caso ese desconocimiento juega a su favor, pues su riqueza estética y natural no se ha visto afectada tan apenas por la mano del hombre.

Iniciamos nuestro recorrido en coche, dirección hacia Molinos. Una vez pasado el cruce de Molinos-Venta de la Pintada, a unos 200 metros en dirección al bellísimo pueblo de las Grutas de Cristal, podremos observar un camino hacia la derecha con un cartel indicador por el que deberemos entrar para poder llegar a nuestra excursión de hoy. Es un tramo de camino de aproximadamente 4 kilómetros herido por las lluvias, pero que todavía es practicable para turismos. Dejaremos a mano derecha una ermita recién restaurada, la ermita de Santa Lucia, donde han combinado en su restauración la belleza de su pequeña torre y un edificio funcional y moderno completamente nuevo.

Finalizara nuestra travesía en coche en unas tierras de labor, pues es el lugar donde se acaba el camino. Una vez descendamos del vehiculo podremos apreciar fácilmente el barranco por donde ascenderemos hasta el pozo del salto. Un barranco tallado por el pequeño riachuelo que discurre entre grandes cortadas de roca caliza. Un riachuelo que con la ayuda de las lluvias se convierte en un gigante embravecido capaz de pulir las rocas mas duras.

Nada mas adentrarnos en el cauce de ese riachuelo podremos apreciar diferentes obras hidráulicas, hoy en desuso, que ayudaban al almacenaje y distribución del agua que discurre mansa mientras esquiva los obstáculos que la erosión ha ido colocándole en el camino. Es curioso observar como nuestros antepasados aprovechaban los propios materiales que la naturaleza ponía a su disposición para reconducir el líquido elemento hasta sus tierras, prueba de ello es la pequeña acequia tallada sobre la misma roca y que estaba destinada a esa función.


Caminaremos por una senda pisada, libre de vegetación y fácil de seguir. Es una senda de poca dificultad, aunque en varias ocasiones las aguas del pequeño riachuelo, o los enormes cantos rodados depositados en las orillas del mismo, nos obligaran a un sobreesfuerzo para poder superarlos. Sin embargo, la majestuosidad del lugar que vamos a visitar hace que merezca la pena remangarse o arrastrarse sobre las rocas en alguna ocasión.

Son poco mas de dos kilómetros de senda si sumamos la ida y la vuelta, una senda que en el ultimo tramo discurre entre bosque de ribera y bosque mediterráneo. Acompañados en cada uno de nuestros pasos por pinos carrascos, chopos, sabinas quejigos, encinas… y en lo mas alto, un vigía de excepción, el buitre leonado, una de las mayores rapaces de la Península Ibérica.


Es al final, cuando los grandes árboles que nos acompañan nos dejan ver la pared de roca que nos cierra el paso, cuando vislumbramos un lugar de ensueño. Evoca el recuerdo de aquella mítica escena de la película “El Lago Azul”, donde Christopher Atkins y Brooke Shields se demuestran todo su amor en un pequeño lago, bajo una preciosa cascada. Es un salto de unos veinte o treinta metros. El agua impacta en un saliente de roca caliza, cubierto ya por la húmeda vegetación, y la distribuye por las paredes de alrededor, lo que provoca la verdor, digna de cualquier rincón de El Amazonas, que ilumina el lugar. Apetece sentarse, observar, escuchar el canto de los pájaros y el dulce sonido del agua al caer esparcida sobre el pequeño lago formado a los pies de la cascada.


Es entonces cuando me fijo en un viejo cartel, raído por el tiempo, que advierte de la presencia en el lugar del Águila Real. Vuelvo a mirar hacia el pozo del salto y sonrío, ¿que mejor lugar podría elegir la mas real de nuestras rapaces para anidar? Imagino la maravillosa sensación que uno debe de tener al despertarse con tan fabulosa estampa todas las mañanas. Pestañeo varias veces para intentar guardar en mi disco duro aquel precioso lugar, un lugar al que escaparse cuando los quehaceres diarios colapsan en exceso nuestro sistema.

Desando mi camino dejando atrás aquel rincón maravilloso, prometiéndome a mi mismo que no tardare en volver.

                                                                                                                      Oscar Librado Millán