Como hemos dicho en otras ocasiones, la construcción de edificios o templos de culto cristiano fuera de los núcleos habitados casi siempre está vinculada a algún tipo de aparición mariana. Algunas veces las leyendas nos relatan la aparición física de la virgen y otras, las más habituales, nos narran la historia de una pequeña talla de madera que aparece en lugares muy determinados, produciéndose el milagro de que aun después de su traslado, la imagen vuelve a aparecer en el sitio donde fue encontrada.
Eso sucedió en el lugar que visitamos hoy. Una joven pastora de Valjunquera encontró la imagen de la virgen en una cueva, y al trasladarla al pueblo, esta desapareció volviendo a aparecer en el lugar donde fue encontrada. Por supuesto, el clero reclamó la construcción de un templo en el lugar para que albergara la milagrosa imagen.
Hablamos del majestuoso santuario de la Virgen de Gracia, en La Fresneda, que pese a estar en estado ruinoso, conserva su extraordinaria monumentalidad. Este templo mariano es uno de los complejos católicos más grandes de nuestra provincia, una enorme construcción cuyo deterioro amenaza toda su estructura.
Son varias las ocasiones en las que
hemos visitado el lugar, la última de ellas, la que nos ha servido para
refrescar memoria, fue un domingo del mes de diciembre. Era una mañana heladora,
dominada por la niebla, que ya llevaba anclada en nuestro territorio unas
cuantas jornadas. Con la niebla pasa como con la nieve, en un primer momento
fascina, pero después de horas y días acabas de ella hasta la coronilla.
Salimos de Alcorisa en dirección a
Alcañiz. Nada más coronar el conocido como collado de la Hoya, ya en término
municipal de Calanda, la niebla nos absorbió. Una niebla espesa y húmeda cuya
extensa presencia había dejado impregnada una vistosa cencellada en cada uno de
los elementos vegetales que alcanzábamos a ver. La boira nos acompañó todo el
camino. No nos dio respiro alguno. Ni tan siquiera pudimos distinguir el
icónico castillo calatravo alcañizano o el skyline de Valdealgorfa.
La entrada a la comarca del Matarraña
no fue diferente. Valjunquera permanecía bajo el influjo de la espesa niebla,
al igual que La Fresneda. Pensamos en darnos la vuelta por miedo a perdernos en
los caminos fresnedinos, pero decidimos arriesgar.
Para llegar al santuario de la Virgen
de Gracia es necesario recorrer varios kilómetros por pistas cuyo firme está en
buen estado. No es necesario llevar un SUV para acceder a él. Además la ruta
está perfectamente señalizada.
Yo diría que lo más complicado lo
encontramos en el acceso a La Fresneda, pues nada más entrar al núcleo urbano
hay que tomar la primera calle a la derecha, y luego otra vez a la derecha en
un giro muy cerrado de 180 grados, que no ganaras si no invades el carril
contrario de la travesía. De todas formas, siempre existe la posibilidad de dar
la vuelta un poco más adelante y volver sobre tus pasos para que el acceso a la
calle sea más favorable. Una vez en la calle, debes continuar recto hasta
acceder a un camino. Desde allí solo debes seguir la señalización vertical, no
tiene perdida.
Sorprendentemente, no sé si por el
influjo mágico del santuario o porque aquel día nos tocó la rifa de la buena
suerte, al torcer hacia el barranco de Los Canales la niebla comenzó a ser
menos espesa. Hasta tal punto que, cuando tomamos el camino a la izquierda que
nos encaminaba al templo, desapareció por completo. Eso sí, la fría humedad
persistía.
Conforme te acercas al inmenso esqueleto arquitectónico no puedes dejar de mostrar admiración. Lo primero que distingues al acercarte es un muro esbelto, dañado por el mal de la piedra que tanto afecta a la arenisca, pero cuya magnitud asombra. Planta baja, tres pisos y ático, esa era la distribución horizontal de la descomunal hospedería con la que contaba este complejo eremítico.
Pero si hay algo que destaca en el
conjunto conventual, es la fachada de la iglesia. Una fachada de sillar
consistente, formas muy sobrias y labrada con sumo gusto, que otorga un lugar
privilegiado a la imagen pétrea de la Virgen de Gracia, esa cuya antigua talla
fue encontrada allí por una pastorcilla.
Lo he visitado muchísimas veces y, al igual que me sucede con el convento de Calanda, jamás deja de asombrarme.
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