En la
mayoría de ocasiones nuestras excursiones tienen un destino prefijado. En otras
ocasiones, aprovechando algún viaje de carácter personal, hacemos un alto en el
camino en lugares que consideramos interesantes. Incluso a veces acotamos una
determinada zona geográfica y la recorremos en busca de agradables sorpresas,
de lugares que desconocíamos o yacimientos no catalogados.
Sin embargo en esta ocasión fue
distinto. Fue un encuentro casual, inesperado, con un elemento patrimonial del
que desconocía por completo su existencia. Con una joya constructiva de la que
jamás había oído hablar.
Y
es que para alguien tan curioso como yo, la historia se convierte en un gran
baúl lleno de cosas que “regirar”, una ventana a lugares, acontecimientos,
experiencias personales… que son un manjar para cualquier “alcahuete”.
De
hecho, mi modesta aportación al Centro de Estudios Locales de Alcorisa, me
obliga a indagar sobre episodios de nuestra historia que antes no me habían
despertado interés, como es el caso del turbulento periodo bélico y prebélico
de los años 30. Durante gran parte del año 2017 buceamos en archivos, en
libros, en publicaciones, en WEBS… cuanto mas conocía, mas quería saber.
Precisamente
fue buscando información sobre el llamado “Frente de Aragón”, intentando saber
más sobre lo sucedido en la inmensa línea de trincheras que se extiende por
toda la Sierra
de los Caballos, cuando supe de la
llamada “Batalla de La
Codoñera ”- En el blog “Historias del Bajo Aragón”, Pedro J.
Bel Caldú escribía un fantástico reportaje sobre ella, un cruento
enfrentamiento bélico de la guerra civil sucedido entre las localidades de
Valdealgorfa y Belmonte de San José.
Pedro
J. Bel escribe:
“Tagüeña se hizo cargo del frente que partía del empalme de Fórnoles, pasaba por los términos de La Codoñera- Belmonte-Torrevelilla-La Ginebrosa y alcanzaba hasta Mas de las Matas. La llegada de Tagüeña fue providencial para detener la marcha de los italianos, que estaban presionando sobre el pueblo de Torrevelilla. El propio Tagüeña en sus memorias lo cuenta así:
…Los dos batallones de la 31ª Brigada habían llegado a Torrevelilla a relevar a la 209ª Brigada y tuvieron el tiempo justo para bajar de los camiones, desplegarse, parar la columna motorizada italiana, volcando incluso una tanqueta, contraatacar y ocupar posiciones a unos tres kilómetros al norte de Torrevelilla…”
Fotos de Torrevelilla tras la llamada "Batalla de La Codoñera"
ARCHIVO PROVINCIAL DE TERUEL
Las tropas nacionales partieron de Calanda en dirección a Torrevelilla siguiendo la paralela a la ladera norte de la sierra de La Ginebrosa, atravesando las escarpadas cumbres que separan los valles del Guadalope y el Mezquín. Por lo tanto, cabía la posibilidad de que aquellas frondosas montañas todavía tuviesen vestigios de aquella batalla. Como es habitual en mí, en cuanto pude, me escape en busca de arqueología militar al lugar en cuestión.
En el trayecto de Calanda a Torrevelilla parece que el tiempo se haya congelado. Una vez dejas atrás la rica huerta calandina y comienzas a serpentear ladera arriba por la estrecha y sinuosa carretera que comunica ambas poblaciones, tienes la sensación de estar realmente en un desierto. De haber retrocedido en el tiempo.
Yo personalmente tuve la sensación de que en cualquier momento me iba a cruzar con uno de aquellos camiones Ebro o Pegaso que poblaban nuestras carreteras en los años 80. O que un SEAT 131, un SEAT Panda, un Renault 5 o un Citroen BX aparecerían en la próxima curva recordándome los habituales viajes que cuando era niño realizaba a Mas de las Matas por una carretera muy similar a esta.
Atravieso el Barranco de la Zahoyera por un bellísimo puente de piedra. Si siguiésemos el cauce de ese barranco hacia arriba llegaríamos a las ruinas del Convento de Calanda y hacia abajo a la azud del canal de la Estanca.
Mi
primer alto en el camino es en la masía de los Tres Tormos, una fabulosa
construcción que queda a la izquierda de la carretera. Recorro las montañas circundantes,
me fijo en los viejos refugios agrícolas, posibles restos de trinchera o
parapeto, metralla o casquillos… No
encuentro nada digno de reseñar.
Decido
entonces desplazarme con el coche a la zona mas alta, a la partida conocida en
los mapas cartográficos como “Las Vales” y
allí adentrarme en el pinar en busca de algo que me recordase aquel
funesto episodio de marzo del 38.
En los
puntos más altos, pese a la excesiva frondosidad del bosque, distingo restos de
algún antiguo parapeto, pero nada especialmente destacable. Desconozco como
habrá cambiado la morfología del terreno en los últimos 80 años, pero en la
actualidad los pinares están casi intransitables, invadidos por un espeso
matorral que apenas deja ver el suelo. Tan solo los lugares en los que la roca
madre se ha desprendido de la capa vegetal son fácilmente accesibles.
De
todos modos, lo mejor está por llegar. En mi ruta circular, dado que el
transito por el pinar es cada vez mas complicado y no quiero tomar ningún
camino, decido bajar por un barranco, perpendicular a la carretera, que
desemboca en otro de mayor tamaño llamado Val de Largo.
Es en
ese barranco, en una val de almendreras, donde encuentro un fabuloso elemento
patrimonial del que jamás había oído hablar, un bellísimo aljibe de una
habilidad constructiva extraordinaria.
La val mide
aproximadamente cincuenta metros de ancha, y durante aproximadamente un
kilometro se suceden diferentes bancales
aterrazados, rodeados de
pinar y paredes de arenisca moldeadas por el tiempo y los elementos.
El aljibe se encuentra bajo la
calzada de uno de esos aterrazamientos. Se trata de una construcción circular
hecha con mampuestos y coronada por una preciosa cúpula de sillar con una
ventana rectangular en el centro. Sobre la cúpula todavía es posible contemplar
el mecanismo de ruedas dentadas y polea que antiguamente servia para elevar el
agua a una cota superior. Una noria de cazoletas arrastrada por una caballería, se encargaba de subir el
líquido elemento hasta una pequeña acequia dirigida hacia una balsa. Los
elementos mecánicos, aunque oxidados, son totalmente metálicos, de
fundición, por lo que muy probablemente
esta noria aun estuvo funcionando en el siglo pasado.
A uno de los laterales de la
estructura circular se le añadió una caseta de ladrillo que afea el conjunto, y
que muy probablemente albergase una bomba hidráulica más moderna. El tubo raído
de fibrocemento que todavía es visible dentro de la cisterna es indicativo de
ello.
Por el lateral opuesto a la
caseta, unas escaleras de piedra, labradas con excepcional maestría, descienden
hasta el interior del aljibe. Son pronunciadas, pero fáciles de bajar. El vano
por el que dichas escaleras se introducen en la estructura circular esta
presidido por un sillar de grandes dimensiones. En el interior todavía
encontramos agua, y sobre la lamina de agua, una cúpula de sillar realmente
fabulosa. Sin duda, obra de un picapedrero de gran habilidad.
Desconozco la antigüedad y la
propiedad de esta majestuosa obra de ingeniería hídrica, al igual que desconozco
las reformas sufridas por la misma a lo largo de los años, pero no cabe duda
que, sea de la época que sea, es una obra de bellísima factura y de gran coste
económico y humano que no todo el mundo se podía permitir.
Vuelvo a salir a la superficie y
sigo la pequeña acequia que, pegada a una calzada lateral, se dirige a una gran
balsa cuyo interior esta incluso pintado de azul. Por el estado de aquella
balsa da la sensación que no hace tanto que aquel aljibe dejo de propocionarle
agua.
Abandono el lugar con la
sensación de haber podido disfrutar de un extraordinario recurso patrimonial,
un aljibe cuya construcción es realmente fabulosa. Dado que se encuentra en
bancales trabajados, imagino que dicho aljibe pertenecerá al mismo propietario,
por lo que es muy probable que las administraciones públicas desconozcan su existencia. Actualmente, pese a que es
visible el tiempo que lleva en desuso, su estado de conservación es bueno y
creo que no estaría de más que las autoridades competentes ayudaran a su propietario
a mantenerlo así.
Aquel elaborado aljibe, aquella
antigua noria, sirvió para alimentar de agua la rica tierra que se extiende
aguas abajo. Sirvió para convertir en regadío, y por lo tanto en riqueza, las
“juadas” ganadas al monte en aquel angosto barranco. Hoy forma parte del
patrimonio de todos, y es responsabilidad de todos, no solo de sus
propietarios, que no sucumba al paso del tiempo.
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