En el mundo existen las buenas personas, las muy buenas personas, las grandes personas, las personas extraordinarias... Y por encima de todo eso está mi amigo Sergio.
La primera excursión que hicimos juntos a su
amada comarca del Matarraña, fue a la Cova Bonica, un extraordinario lugar con
una historia sorprendente. En aquel viaje conocimos también a Jorge Manero, un
guía de excepción que conocía la llamada “toscana española” como la palma de su
mano.
Fue Sergio quien me hablo de un lugar excepcional
en el corazón dels Ports. Un complejo construido sobre una gran atalaya que
dominaba las grandes alturas de las maravillosas tierras del Matarraña. Ya
estaba abandonado, pero allí, a más de 1150 metros de altura, no hace mucho que
residieron familias alrededor de una vieja ermita que honraba a Sant Miquel.
“Quiero ir”, le dije. Y se puso manos a la obra.
Contactó con Jorge, la brújula del Matarraña, y de forma conjunta organizaron
una excursión fascinante. Alrededor de uno de los muchos almuerzos que solemos
compartir, Sergio me propuso una incursión desde Beceite hasta la propia Sant
Miquel, de ahí al Tossal dels Tres Reis, comida en Fredes y vuelta a la
vertiente turolense de los puertos por la bella localidad de Peñarroya de
Tastavins. “Si, pon fecha”, le dije.
Y esa fecha acabó llegando. No sin incertidumbre,
pues las lluvias amenazaron la excursión durante toda la semana, pero aquel
sábado de marzo amaneció despejado. Húmedo, pero despejado. “He comprado buen
tiempo”, repetía Sergio.
Habíamos quedado en una cafetería de
Valderrobres. Sergio había extendido la invitación a un matrimonio amigo de
Zaragoza y yo había hecho lo propio con Carmelo y Eva. ¿Quién no querría
sumergirse en la indómita tierra del Matarraña? ¿Quién no querría disfrutar de
sus mágicos paisajes desde dentro? Un café, unas buenas pastas, las pertinentes
presentaciones y manos a la obra.
Visitamos primero los restos de la llamada fabrica bonica, una antigua
papelera construida en el año 1789, el mismo año en el que la papelera de
Villarluengo entraba en funcionamiento. Sus estructuras no solo se dedicaban a
la manufactura del papel, también eran la vivienda palaciega de la familia
Zurita, propietaria de la instalación.
En el sótano y la planta baja se desarrollaba el proceso
industrial de la elaboración del papel, pues todavía son visibles varias
piletas y estructuras industriales. El primer piso, mucho más alto que las
otras dos alturas superiores, era la vivienda o palacete de los propietarios, y
poseía entrada independiente por la cara sur del edificio. Las dos últimas
plantas son galerías o golfas, con numerosas pequeñas ventanas alrededor de
toda la construcción. Era el lugar donde se procedía al secado del papel, aún
hoy se pueden ver, incrustados en la pared, las maderas y clavos que soportaban
las cuerdas en las que se colgaba el papel para dicho secado.
Tres de las cuatro fachadas, están decoradas con motivos
pictóricos muy elaborados, con representaciones de animales, de miembros del
clero, e incluso con una alegoría a las corridas goyescas, con un torero
entrando a matar. Es una lástima su estado de conservación, un estado tan
lamentable que ha supuesto el crecimiento en su interior de varios pinos de
gran tamaño.
Posteriormente hicimos parada en el embalse de Pena,
recorriendo su monumental dique, ubicado en un estrecho de gran belleza. El
embalse de Pena comenzó a construirse en 1909, poniéndose en servicio en 1930.
Su presa tiene una altura de 41 metros y una anchura de 119. Según me comento
Jorge, bajo las aguas de este embalse se encuentra una de las masadas en las
que el famoso Floro, forajido de principios del siglo XX, hizo de las suyas.
Desde Pena, tomamos la pista asfaltada que conduce a Beceite. Y desde allí, el camino en dirección hacia el monumental Parrizal. Fue en la Vall del Prat, de camino a uno de los monumentos naturales más bonitos de Aragón, donde tomamos la pista que nos iba a conducir a Sant Miquel.
Fue al coronar la ladera derecha del Riu del Racó d’en
Patorrat cuando visualizamos por primera vez el altozano de Sant Miquel. Desde
la distancia parecen los restos de una gran fortaleza. Las construcciones
superiores, las eras, las calzadas de piedra seca y los anchos muros destinados
a sujetar las nevadas, dan al otero una apariencia de ciudad medieval, de
complejo amurallado capaz de resistir numerosos asedios.
Cuando aparcamos junto a las construcciones que todavía permanecen en pie, esa sensación de robustez, de baluarte, no se disipó. Es más, las vistas que disfrutamos desde Sant Miquel, el control de los accesos a la antigua taifa de Valencia y a la de Lérida y Tortosa, lo convierten en un punto de gran valor estratégico.
En cuanto al complejo, no fui capaz de cuantificar las
viviendas existentes, pero diría que, al menos, hay dos con sus respectivos
edificios de servicio. Integrados en las edificaciones se encuentran los restos
de la ermita que da nombre a la localización, y que, muy probablemente, seria
punto de encuentro de los masoveros de la zona todos los domingos.
Algunas de las estancias están en condiciones deplorables,
pero otras todavía son visitables. En su interior encontramos restos de bebidas
alcohólicas y utensilios antiguos. Incluso en una de las habitaciones, junto a
la figura de Sant Miquel, hay un curioso aljibe que antiguamente debía ser
recipiente de las pluviales de todos los tejados. Según señalan en el blog
“fotosantigues”, en la década de los cuarenta del siglo pasado todavía había
familias residiendo en Sant Miquel de Espinalbar. Seguro que el fenómeno maquis
y las ordenes del General Pizarro también acabaron afectando a sus moradores.
Nada en sus restos constructivos nos aporta información sobre
la historia de este lugar, pero según hemos podido leer, ya hay referencias
documentales datadas en 1324, cuando Ramona Zavit de Fuentespalda deja en su
testamento una donación de un sueldo jaques a la ermita. De todas formas, no me
cabe duda alguna de que el poblamiento de este cerro no tiene su origen en
época cristiana, ni tan siquiera en época musulmana, pues un breve paseo por
sus laderas me sirvió para localizar restos de cerámica ibérica. Es una
cerámica fácilmente identificable.
No vimos ejemplares de espino albar en las cercanías del
recinto, pero seguro que los hubo. Nuestros antepasados no ponían los nombres
por casualidad.
Antes de
comer en la localidad castellonense de Fredes, todavía tuvimos tiempo de
visitar el Tossal del Tres Reis, cima en la que confluyen los límites geográficos de
Aragón, Catalunya y Comunidad Valenciana. Un lugar con extraordinarias vistas
desde donde se distingue incluso el mar Mediterráneo.
Es cierto que en muchas páginas WEB se habla de que dicho pico hace referencia a los reyes de Aragón, Valencia y Catalunya, pero eso no es posible, pues tanto el Rey de Aragón, como el de Valencia como el Conde de Barcelona, fueron la misma persona en época post musulmana. Si pudiera ser otra teoría leída en una WEB en la que habla de tres reyes moros, los de las taifas de Zaragoza, Lérida-Tortosa y Valencia, que dirimían sobre este pico sus diferencias. Eso sí, la realidad es que en la cartografía antigua del IGN no aparece nombre en esta ubicación, y en la actual consta como Tossal del Rei. Solo en la cartografía militar reciente aparece como Tossal dels Treis Reis. Da la sensación de que se trata de un bautizo contemporáneo.
Tras la comida, viaje de vuelta. De
nuevo por paisajes increíbles, con monumentales escarpes, masas forestales
bellísimas y extraordinarios rincones montaraces difíciles de olvidar.
Volveremos. Incluso fuimos escoltados por las imponentes Roques del Masmut en
un punto determinado del recorrido.