Observaba el café mientras lo removía despacio con la cucharilla. Habitualmente decido mis excursiones con antelación, pero aquel día había decidido recuperar horas de sueño, por lo que no había planificado nada. Fue mi cerebro quien decidió que no necesitaba más descanso, y a las siete y media de la mañana obligó al parpado de mi ojo derecho a realizar un brusco movimiento de apertura. Pocos segundos después, se abrió también el telón de mi ojo izquierdo, y por mucho que intentaba cerrarlos de nuevo, no lo conseguía. Así que, harto de luchar contra el insomnio, decidí levantarme y aprovechar la mañana para conocer algún rincón de la proximidad todavía desconocido.
¿Los alrededores del Bergantes? ¿El embalse del Escuriza? ¿La cascada de las televisiones?... mientras el café dibujaba espirales en el interior del vaso, los lugares a los que podía acudir aquella mañana se agolpaban en mi cabeza como maletas atascadas en las cintas transportadoras del aeropuerto. Decidí entonces abrir la aplicación de mapas del Instituto Geográfico Nacional y con un rápido “abre y cierra” de los dedos, el azar fijó el centro de la pantalla entre Ejulve y Gargallo. Se leía “Barranco de la Tosquilla”. “Pues allí”, me dije a mi mismo.
Terminé el café y me puse manos a la obra. Ropa de montaña, mis botas Columbia, agua a la botella térmica, mochila a la espalda y listos. Primer contratiempo, la llave del coche no estaba en donde debería. Bueno, cogí la de repuesto y en marcha. Así empezó aquella mañana. Una mañana poco habitual y que acabó todavía peor. En fin, así son las aventuras, lo bueno es poderlas contar.
Kala, Trufa y yo, a bordo de nuestro amado Mitsubishi, pusimos rumbo al barranco de la Tosquilla. La mañana era gris, y según las previsiones de la AEMET, alrededor de las once caería un chaparrón que se alargaría un par de horas. Así que, si antes de esa hora podíamos estar volviendo, pues mejor que mejor.
Atravesamos La Mata de los Olmos y posteriormente, en el cruce de la Venta de la Pintada, accedimos a la ya famosa Silent Route. Cada vez son mas numerosas las pegatinas de clubes moteros que tenemos nada mas acceder a la derecha.
Mientras me dirigía a Ejulve, pensaba en el lugar que iba a visitar. En apariencia, el mapa no situaba en el lugar ni grandes accidentes geográficos, ni curiosidades. Apenas dos masadas y un estrecho no demasiado estrecho, pero si el azar había querido que acudiéramos allí, allí acudiríamos.
Al abandonar la travesía de Ejulve, tome la carretera de La Zoma a mi derecha, carretera serpenteante que discurre por los pies del siempre desafiante macizo de Majalinos, una de las grandes alturas de nuestra proximidad. Por un momento estuve tentado de tomar el primer camino a la izquierda y adentrarme en las laderas del macizo en busca de grandes roquedos y vistas espectaculares, pero de nuevo una vocecita en mi cabeza me dijo: “Si ha salido el barranco de la Tosquilla, pues al barranco de la Tosquilla. Otro día ya visitarás las laderas de Majalinos”. Así que poco después, gire a la derecha por un empinado camino en dirección a la masía del mismo nombre. Era un camino arcilloso, por lo que, ante la previsión de lluvias, por lo que pudiese pasar, en cuanto vi una anchura, aparqué. Desde allí continuaría andando.
Un raído corral, que en algunas de sus estructuras amenazaba ruina, vigilaba el barranco desde una posición privilegiada. Observe el fondo del barranco desde uno de los salientes. Me pareció un barranco más. Uno de tantos barrancos del Sistema Ibérico, sin ninguna cualidad que lo hiciese especial, pero ahí estábamos, así que tocaba echarle un ojo más detenidamente.
El primer kilómetro no me aportó ninguna sensación adicional. El paisaje no era feo, pero tampoco destacaba. Ni siquiera la masía de la Tosquilla resultaba arquitectónicamente más atractiva que otras masías. Fue al llegar al fondo del barranco cuando el paisaje comenzaba a ser más atractivo. El matorral bajo y la caliza, dieron paso a un espeso pinar asentado sobre arenisca roja. Una delicia.
Junto al cauce, una estructura artificial llamó mi atención. Eran los restos de un pequeño refugio compuesto por un raso y un edificio deshecho que se introducía bajo una gran roca desprendida. Accedí hasta el fondo del complejo, donde había dos túneles cuyo fondo no era visible a simple vista. Saque la linterna y no tenia pilas. Así que las cambié y metí las viejas en el bolsillo de mi chaqueta. Los túneles no eran muy profundos, parecían dos viejas fresqueras.
Sali de allí y continue barranco abajo por la pista forestal perfilada en ese precioso bosque mediterráneo. Los bloques de arenisca roja desprendidos de la roca madre estaban desperdigados a izquierda y derecha. El contraste de la piedra rojiza, el tronco gris y la hoja verde, es espectacular.
A mi derecha, un verde artificial sobre un gran bloque de arenisca llamo mi atención. Juraría que era una enorme serpiente, pero, ¿Allí? Salí del camino y me acerqué. ¡Si, era la bella escultura de una preciosa serpiente con colores llamativos! Bajo la roca un panel rezaba:
SIRPIÉN
Mamás, tened mucho cuidado con la sirpién porque si os encuentra en el bosque os hipnotizará con una sola mirada y por la noche se colará en vuestras casas cuando estéis dormidas y os robará del pecho la leche con la que alimentáis a vuestros bebes. Si te la encuentras nunca la mires directamente a los ojos.
Se distinguía perfectamente una senda recién construida, así que la seguí. Almeta, Cocón, Musgoso, Gargallol, Martinico, Escurigüeña… Bellas figuras, originales y muy atractivas, que formaban LOS MAJALINONTES. Estaba en la senda de los Majalinontes, uno de los encuentros casuales mejores de mi vida. Me encantó.
Disfruté muchísimo de aquel sendero que recorrí en dos ocasiones para asegurarme de que no me había perdido detalle. Nuestra mas sincera enhorabuena a las personas responsables de la idea, de elegir el lugar y del fantástico diseño y la construcción. Es espectacular.
El cielo comenzaba a cerrarse, lo que me alerto sobre la previsión de lluvia y el lugar donde había estacionado el coche. Temeroso por la posibilidad de que si la lluvia mojaba la arcilla no pudiera salir de allí, aceleré el paso de vuelta al coche. Cuando llegamos a él, el cielo no había derramado gota alguna, así que respiré aliviado.
La sorpresa llego al ir a arrancar. El motor se ponía en marcha, pero a los dos segundos se ahogaba y se paraba. Fue entonces cuando comencé a ponerme nervioso. Allí era imposible que me rescatarse una grúa, y menos si llovía. Tras una rápida llamada, mis mecánicos de cabecera me dijeron que, por los síntomas, daba la impresión de que se me había decodificado la llave. Compartir bolsillo con las pilas viejas sustituidas de la linterna no le sentó nada bien. Rápidamente localizamos a alguien que pudiera traernos la llave principal y después de una tensa espera junto a la carretera de La Zoma, por fin pudimos volver al coche con la llave principal. Arrancó a la primera.
La semana siguiente volvimos con Marián y Gisela, las otras componentes de Explorador de Proximidad. Tenían que conocer ese mágico lugar. Pero esta vez lo hicimos accediendo desde la N-211, por el camino de acceso al embalse de Tejeda de Gargallo. Se puede llegar con coche hasta la misma senda. Tejeda, la vía de tren fantasma, los Majalinontes, el nacimiento del rio Escuriza… Una oferta maravillosa.
Estimados exploradores y exploradoras, ¡No os la podéis perder!