" Cada salida, es la entrada a otro lugar"

Este blog pretende transmitir la belleza y peculiaridad de lo cercano, los lugares que nos transportan en el tiempo y en el espacio. Rincones de nuestra geografía más próxima que nos dejan sin aliento o nos transmiten una paz necesaria en momentos de dificultad. Espero contribuir a que conozcamos un poquito más dichos lugares y a despertar la curiosidad del lector para que en su próxima salida, inicie la entrada a otro lugar... un lugar al que viajar sin necesidad de sacar billete.

lunes, 27 de septiembre de 2021


LANZAMOS NUESTRA PRIMERA ACTIVIDAD

 ¿No me digáis que no pinta bien? Un lujo poder contar con Javier Escorza en nuestro X aniversario. MIL GRACIAS AMIGO.
 
En estos momentos no hay restricciones de aforo en exteriores. Eso si, si se da la circunstancia de que llegamos a cincuenta personas inscritas, el ponente y la organización decidiremos el número límite de inscritos en el que cerraremos inscripción. Una excesiva asistencia podría suponer una merma en la calidad de la actividad.
 
A partir de este momento podéis inscribiros a través de los medios expuestos en el cartel.
 
NOS VEMOS

PD: Mil gracias a la Concejalía de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Alcorisa y al Centro de Estudios Locales de Alcorisa, que nos echan un cable imprescindible en la organización de la actividad.



lunes, 20 de septiembre de 2021

TRINCHERAS DE CASTELLOTE

           La arqueología militar ha cobrado mucha importancia en los últimos años. Son legión los turistas que se sienten atraídos por vestigios de las ultimas grandes guerras. Por la historia de batallas cruentas que determinaron el devenir de los últimos conflictos bélicos. Conocer nuestro pasado, nos ayuda a entender nuestro presente. Analizar con detenimiento los errores que cometimos, debe servirnos para no repetirlos.

Nuestra proximidad ha sido siempre protagonista de grandes conflictos. Teruel ha sido ignorada por los dirigentes capitalinos en la paz, pero en la guerra se ha convertido constantemente en escenario principal. Ya en tiempos de las guerras púnicas, Porcio Catón demostró con mano de hierro el poderío romano. No estuvo exenta de levantamientos insurreccionales la romanización. Más pacificas fueron las llegadas de visigodos y árabes a nuestras tierras, pero las luchas por el poder de las taifas zaragozana y tortosina volvieron a teñir de sangre nuestra provincia. Le siguió la violenta conquista cristiana, que convirtió nuestros paisajes en territorio de frontera durante décadas. Un siglo después tuvo lugar la guerra de los Pedros (Pedro de Aragón contra Pedro de Castilla), que volvió a convertir nuestras tierras en un campo de batalla. Tras tres siglos de tensa calma, los tambores de guerra volvieron a sonar, siendo Teruel uno de los escenarios principales del duro enfrentamiento entre Borbones y Austrias por la Corona española. Las tropas francesas también asolaron nuestro territorio durante la guerra de la independencia, pero si algún conflicto armado ha dañado de manera sobresaliente nuestro patrimonio cultural y las vidas de nuestros ancestros, esas han sido las guerras civiles de los últimos dos siglos, tanto las conocidas como guerras carlistas, como el conflicto armado posterior al golpe de Estado de 1936. En todas ellas hemos sido desventurados protagonistas.

Por eso en nuestro territorio no es difícil encontrar señales de guerras pasadas, vestigios de feroces batallas sucedidas en los confines de nuestros paisajes más cercanos. Uno de esos vestigios, uno de esos raídos restos arqueológicos diseminados por nuestro territorio, es el protagonista de esta nueva aventura de Explorador de Proximidad.

Fue Alberto Salesa el que, a través de la red social Instagram, nos habló por primera vez de este interesante enclave. Era la navidad de 2019, y quedamos en acudir juntos al lugar en cuestión. Por circunstancias que no vienen al caso, nuestra agenda no pudo coincidir a lo largo de los dos primeros meses, y después sobrevino la pandemia. Fue en la primavera de 2020 cuando, dada la situación sanitaria y las medidas restrictivas, decidí intentar encontrar el lugar en solitario. Alberto, muy amablemente, había compartido conmigo la ubicación de las mismas, así que solo tuve que ayudarme de las nuevas tecnologías para llegar hasta allí.

Una mañana de sábado me pertreché de mis habituales provisiones y puse rumbo hacia Castellote. El cielo se había vestido de seda gris. No llovía, pero daba la sensación de que en cualquier momento el manto nuboso colapsaría y dejaría escapar los miles de millones de gotas de agua que lo formaban. Desconocía por completo las condiciones de acceso a aquellos parapetos bélicos, protagonistas de la última gran guerra. No solo las fotos habían llamado mi atención, las imágenes aéreas mostraban un entramado defensivo de dimensiones muy considerables. Unas estructuras muy bien conservadas para tener más de ochenta años de antigüedad y ningún mantenimiento.

Pasaban quince minutos de las ocho de la mañana cuando atravesé el túnel de Castellote. La villa templaria siempre luce sus mejores galas. Conforme te acercas a ella, no puedes dejar de mirar absorto las increíbles figuras que dibujan los estratos de caliza a los pies del cerro de Santa Isabel. Y todavía impresiona más si cabe, el hecho de atravesar el enorme dique pétreo sobre el que se asienta el castillo, por la galería abierta a finales del siglo XIX, pues no ves su boca hasta que no estas encima. Si a los que ya lo conocemos nos sigue impresionando, imaginar a los que hacen la ruta por primera vez.


        Castellote tiene un pasado extraordinario, y gracias a una guía excepcional, podemos conocer ese pasado en el presente. Reviviendo su historia a través de la voz de Rita y apostados en sus escenarios originales. Es una visita fantástica y muy recomendable.

Antes de cruzar el río Guadalope, tomamos el cruce hacia la izquierda, por la antigua carretera de Santolea. Llevo muchos años circulando por esa carretera, tantos, que he sido testigo del terrible deterioro del famoso Charlestón.

Por muchas veces que lo veas, no deja de impresionar ver totalmente vacío el vaso principal del embalse de Santolea. Además, las vistas sobre el embalse mientras serpenteas por la sinuosa carretera que asciende a la izquierda del cauce son extraordinarias. Profundos barrancos, bellos roquedos de formas increíbles, grandes muros de caliza decorados con majestuosas balmas de contrastes tonales… Un paisaje maravilloso.

Cuando llegas al llamado Llano de la Sardera, a mano izquierda, vemos una explanada donde uno puede dejar el coche. Justo debajo de esa explanada hay un bancal de almendreras en producción. Una vez hayamos aparcado el coche, cruzamos la carretera y nos adentramos en el monte en busca de unos mojones que los vecinos de Castellote han colocado a modo de señales para seguir el camino que nos lleva hasta el objetivo.

Andamos  unos cuatrocientos o quinientos metros de subida llevadera, siguiendo las laboriosas pistas que se han “trabajado” los castellotanos. La primera línea de trincheras está en muy buenas condiciones pese a la falta de mantenimiento y el desgaste lógico sufrido por el tiempo. Se trata de unos parapetos de estructura redonda. Uno de ellos todavía conserva el pasillo fortificado que daba acceso a él. Tras esta primera línea observamos decenas de parapetos de tamaño y formas diversas y conforme seguimos ascendiendo seguimos topándonos con innumerables refugios de piedra seca que en aquellos aciagos días de la primavera de 1938, eran la fina línea pétrea que separaba la vida de la muerte.




        Es cuando llegamos a la fortificación superior cuando no podemos dejar de mostrar asombro. Las trincheras o parapetos que allí encontramos están hechas con una maestría extraordinaria. Apenas queda hueco entre las piedras apiladas y la anchura de los muros debe rondar los ochenta centímetros. Hay varios recintos redondos con sus troneras, unidos entre si por un muro consistente de gran envergadura. No cabe duda de que aquella construcción era obra de alguien ducho en el arte constructivo.



Es más, la primera vez que las visité, incluso dudé de que su construcción se realizase en los años treinta. Dada su solidez y su majestuosa fábrica, pensé que quizá era una fortificación carlista aprovechada en la ultima gran guerra. Era una posición del bando sublevado, y si el paso del ejercito franquista por aquel cerro había sido tan rápido como el que protagonizó en la sierra de Los Caballos, no tuvieron tiempo material de construir una obra de tanta enjundia.

Después de buscar información sobre el frente de Castellote, vi que este estuvo activo más de un mes, desde que el 25 de marzo de 1938 el Tabor de Ceuta toma Castellote, hasta que el 29 de abril cruzan el río Bordón, así que unos buenos albañiles si que tuvieron tiempo material para realizar este tipo de fortificaciones.

Es sin lugar a dudas el frente mejor conservado, sin haber sido restaurado, de cuantos he visitado. Son alrededor de 500-700 metros de trincheras y parapetos, pero llama especialmente la atención esa última estructura de fortificación, en la que se añaden tres puestos de tirador circulares, de una maestría constructiva impresionante y una anchura de muros excepcional. Aquellos soldados que realizaron tan colosal edificación, eran expertos en el manejo de la piedra seca.


              Pero no solo son fascinantes las numerosas trincheras que allí encontramos, si levantamos la vista podemos disfrutar de un paraje espectacular. A nuestros pies tenemos la antigua huerta de Santolea, que fue inundada por las aguas del embalse, hoy vacío debido a las obras de la nueva presa. Frente a nosotros, a cierta distancia, se encuentra El Morrón de Bordón, elemento geológico de especial singularidad, y envolviéndolo se distingue el skyline de las crestas de la sierra de La Menedella.

              Aquel lugar no solo goza del privilegio de conservar unos de los mejores restos de arqueología militar que yo conozco, también es un mirador extraordinario. Es obligada su visita.