Existen montañas, picos o
elevaciones que por su altitud se pueden divisar desde diferentes puntos
geográficos a varios kilómetros a la redonda. Y, entre ellas, formaciones
sorprendentes que por su estructura, su morfología y su impacto en el terreno
que les rodea llaman especialmente la atención. Nuestra excursión de hoy será a
una de esas curiosas formaciones.
Visitaremos una extraordinaria
estructura de roca caliza que emerge, orgullosa y presumida, por encima de un
frondoso bosque de pino carrasco. Negándose a sucumbir a la invasión vegetal de
su entorno y reivindicándose como vigía incansable del valle del Guadalope,
como la imperturbable referencia de aquellos antiguos pobladores que, a falta
de GPS y mapas cartográficos, usaban su entorno para guiarse en su camino.
Este lugar tiene una curiosidad,
pues dependiendo del punto cardinal desde el que se le mira recibe un nombre u
otro. Si la observan desde el norte, los vecinos de Foz Calanda la llaman la
“Peña del Cucón”. Sin embargo, si son los masinos los que la observan desde el
sur su nombre es la “Peña Foz”. Lo que es seguro, es que sea desde el norte, el
sur, el este o el oeste, todos aquellos que la observan sienten curiosidad por
este promontorio calizo que nace de las entrañas de la tierra, esculpido por
los elementos y el tiempo con formas esbeltas y redondeadas. Un ejemplo más de
lo caprichosa que puede llegar a ser nuestra Madre naturaleza.
También
nosotros tenemos la opción de elegir el lugar desde el que observar a nuestra
protagonista. Podemos acercarnos desde el sur, a través de los caminos que la
reciente concentración parcelaria de Mas de las Matas ha tejido en sus tierras
de labor, o por el norte, atravesando la localidad de Foz Calanda en dirección
al pantano e incorporándonos a la carretera autonómica A-226 hacia Mas de las
Matas, cogiendo el primer camino a la derecha una vez hemos atravesado el
segundo túnel.
Para
aquellos que dispongan de tiempo y realicen su visita en una época del año
amable en lo climatológico, la opción norte es muy recomendable, pues te
permite contemplar desde más cerca las minas de carbón a cielo abierto y la
espectacular encina de Val de la Piedra, un árbol monumental que no deja
indiferente a nadie. La excursión hacia la Peña del Cucón, atravesando un
frondoso bosque de pino carrasco de considerable desnivel, acaba convirtiéndose
en una aventura inolvidable.
Yo
sin embargo, en esta ocasión y por motivos de índole climatológico, elijo la
primera opción, pues el camino, de firme regular y fácil transito, nos acerca
hasta unos 300 metros
de la cima de la Peña del Cucón. Eso sí, 300 metros sinuosos y
escarpados. En lo más alto podremos disfrutar de unas vistas extraordinarias de
todo el valle del Guadalope, desde que el río aparece por los bellos meandros
de Abenfigo hasta la cola del Pantano de Calanda.
Inicio
mi camino por la Nacional 211 en dirección a Alcañiz, desviándome hacia Mas de
las Matas en la intersección que encontramos nada mas salir de la villa de Alcorisa.
Atravieso el Puerto del Caballo. Aun hoy recuerdo cuando, siendo un niño, todos los fines de semana recorríamos un
simulacro de carretera para ir a ver a nuestra abuela. Era entonces una
carretera estrecha, bacheada, que serpenteaba peligrosamente por las laderas de
las montañas hasta que se adentraba en el valle del río Guadalope. El arreglo
de estos kilómetros de travesía sí que fueron un gran pasó para la humanidad.
Desciendo
el Puerto del Caballo por la vertiente Este del mismo, escoltado a mi derecha por una densa masa
vegetal de pino carrasco. Comienzo a divisar a mi izquierda la Masía de Anduch,
junto a una pronunciada curva a la derecha cuyo desnivel pica hacia arriba. Es
por el primer camino que encuentro a mi izquierda, nada mas vencer la curva,
por donde abandono la carretera y desciendo hasta la misma masada.
La
Masía de Anduch me trae muy gratos recuerdos de mi infancia en Mas de las
Matas. De aquellos días de verano charlando amistosamente con Juan “de Anduch”
y su mujer Maria, hoy ya fallecidos, de viejas historias de supervivencia en el
medio rural de mitad del siglo XX. Historias que, en los oídos de un niño, se
convertían en cuentos lejanos, en leyendas nacidas de la vieja biblioteca de la
memoria. Que sabias y entrañables eran aquellas personas que, pese a haber
vivido en una época de miseria y necesidad, pese a haber expuesto su cuerpo al
sobreesfuerzo del trabajo duro en jornadas agrícolas interminables, siempre
tenían una sonrisa, una galleta, unas palabras amables para aquel niño
alcorisano que todos los veranos les hacia compañía a la fresca de las
calurosas noches de julio.
Continúo
por el camino que se abre paso hacia mi derecha. Pasa junto a una vieja
carrasca, vestigio de los bosques que, no hace mucho tiempo, poblaban lo que
hoy son extensas tierras de cultivo. Giro a mi derecha en la siguiente
intersección, hasta llegar a un camino perpendicular al que circulo. Vuelvo a
girar a la derecha y a unos pocos metros abandono de nuevo la vía por la
izquierda. Continuo recto hasta encontrarme con otra intersección. Giro a la
izquierda y, tras unos cientos de metros, de nuevo a la izquierda en un nuevo
cruce de caminos.
La
reciente concentración parcelaria llevada a cabo en Mas de las Matas ha
entretejido una asombrosa tela de araña de caminos con firme muy regular, pero confusos para aquellos
visitantes que desconocen la zona.
Ya
en dirección a la Serranía del Caballo el camino comienza a ascender. Ya se
distingue la silueta de la enorme roca asomándose a la cima. En el siguiente
cruce continúo a la izquierda, me adentro en la ladera de la montaña y no
abandono el camino hasta encontrar una nueva intersección a la izquierda que asciende
junto a unos bancales de almendros. Por fin, tras un difícil ascenso, llego al
lugar donde por obligación debo estacionar mi vehiculo, siempre en un lugar
donde no me sea complicado dar la vuelta.
Nada
mas abrir la puerta, una ráfaga de aire helador me obliga a cerrar los ojos.
Los mantengo entreabiertos mientras el cierzo me avisa de que no voy a estar
solo en aquella cima, recordándome que él hace siglos que susurra al oído de
aquellas cumbres milenarias. Me abrigo convenientemente y dirijo la mirada
hacia el sur. A mis pies, la inmensidad. Se distinguen las diferentes
tonalidades de las extensas tierras de cultivo que pueblan las huertas del
Guadalope y el Bergantes, la ermita de Santa Flora, el pinar de la ermita de
Santa Bárbara, las localidades de Mas de las Matas y Aguaviva, presididas por
sus torres barrocas, y la ribera de ambos ríos, hoy sin ningún color por la
desnudez de sus chopos.
Es
un encuadre casi perfecto, un valle delimitado por la Serranía del Caballo al
norte y el oeste, por los montes de la Ginebrosa al este y por las montañas que
protegen Las Parras de Castellote al sur. Un recinto inmenso, amurallado en
toda su extensión por grandes macizos de roca caliza, solo vencidos por la
fuerza del Guadalope y el Bergantes, que con perseverancia y violencia han
conseguido abrirse paso en su camino al mar.
Vuelvo
a centrarme en mi objetivo e inicio el sinuoso camino que me separa de la Peña
del Cucón. Ya puedo distinguir su esbelta silueta, sus formas redondeadas
talladas por la erosión. Distingo a mi izquierda un pequeño rebaño de cabra
montés. Han perdido el miedo a la presencia humana, aunque uno de los machos
observa detenidamente mis pasos por si es necesario dar la voz de alarma.
Atravieso los 300 metros
de pinar que separan mi coche de la base de la Peña hasta que por fin alcanzo
el lugar por el que “El Cucón” es más accesible.
Inicio
la ascensión sin mucha dificultad a un pequeño promontorio desde el que ya
puede distinguirse la mina de carbón que se extiende bajo la atalaya. Desde
allí se divisan también dos míticas cumbres de la zona, la Tolocha y la
Tarayola, y también apreciamos parte del pantano de Calanda. Todavía quedan
unos 10 metros
hasta la cima, pero las fuertes ráfagas de viento me obligan a suspender
cualquier intento de llegar, pues por la cara norte la caída es de un centenar
de metros completamente verticales y cualquier pérdida de estabilidad podría
suponerme un gravísimo accidente.
Observo
con detenimiento la formación rocosa. Es un ejercicio interesante imaginar el
origen de aquella mole pedregosa. Quizá emergió de la tierra por algún tipo de
movimiento sísmico. O quizá fueron los elementos los que, con los años, fueron
deteriorando la capa vegetal que la cubría hasta dejarla tal y como la
conocemos hoy. Sin lugar a dudas, y pese a desconocer la evolución geológica de
la zona, la erosión ha jugado un papel fundamental a la hora de moldear sus
salientes, sus redondeados promontorios y sus espectaculares formas.
Imagino
las épocas en que los seres humanos venerábamos a nuestra Madre Tierra. El
tiempo en el que se declaraban sagrados todos aquellos lugares, que por su
belleza, su energía o su inexplicable formación, llamaban la atención de
nuestros antepasados. Entonces el ser humano era respetuoso con lo que le rodeaba.
Se sentían partes de un todo, pero dueños de nada. Cómo han cambiado las cosas.
Al
oeste puedo distinguir otra curiosa formación rocosa tallada por la erosión, un
conjunto de figuras calizas de difícil descripción que se abre paso en la
extensión de la montaña asomándose con curiosidad al valle que se encuentra
bajo ellas. Precisamente dicho valle se llama Val de la Peña, en honor a la
Peña del Cucón.
Es
en Val de la Peña donde se encuentra uno de los árboles más singulares del Bajo
Aragón, una encina centenaria cuyo espectacular tamaño deja boquiabierto a todo
aquel que la visita. Tiene un diámetro de copa de 27 metros , un perímetro
de tronco de casi 4 metros
y medio y una altura de 13
metros . Cuántos sueños habrá presenciado bajo sus ramas.
Cuántas historias se habrán contado bajo el abrigo de sus hojas.
Inicio
el descenso, orgulloso de haber estado en ese lugar tan especial, de haber
podido disfrutar de aquella mole rocosa que preside, junto a otras famosas
cumbres, las tierras del Bajo Aragón. Echo una última mirada hacia la Peña del
Cucón y me pregunto: “¿cómo le gustaría a ella que se la llamase?. ¿Qué nombre
consideraría mas apropiado? ¿El que le han dado los vecinos de Foz o el que
utilizan los vecinos de Mas de las Matas?.” Estoy seguro que no le importa como
se la llame, lo único que desea es que no nos olvidemos de ella. Que la
admiremos y la respetemos como hasta ahora, pues es lo que le da fuerzas para
seguir allí, erguida y orgullosa, haciendo frente al tiempo y los elementos
para que futuras generaciones puedan también contemplarla.