Hoy nuestra
excursión será a un lugar de rabiosa actualidad. Un lugar conocido, no por
nuestro protagonista de hoy, sino por
las aguas del río que atraviesa sus arcos de medio punto desde hace muchos
años. Río al que los vecinos de la comarca se acercan en sus días de asueto a
pasar momentos refrescantes en tiempos calurosos. Río que, debido a sus
impetuosas crecidas, ha sido capaz de
moldear paisajes bellísimos y formaciones imposibles en su camino hacia
las huertas de Aguaviva y el Mas.
Iniciamos nuestro
camino hacia Mas de las Matas tomando a nuestra derecha la carretera
autonómica A-225 en el cruce que encontramos nada más salir de Alcorisa en
dirección a Alcañiz. Cada vez que asciendo la Cuesta del Caballo, me acuerdo de
las historias que nuestros ancianos
vecinos nos contaban sobre las repoblaciones forestales que se llevaron a
cabo en la gran depresión de los años franquistas. Cómo aquellos pinos que hoy
lucen esbeltos y orgullosos sirvieron para que muchas familias no sucumbieran a
la agónica muerte por la falta de alimento.
Continúo hacia Mas
de las Matas y observo a mi izquierda un viejo amigo, “El Cucón”, que sigue
impávido ante el paso del tiempo, observando desde la lontananza los valles del
Bergantes y el Guadalope. Una vez en la localidad masina, rodeo su casco urbano
por la variante construida a tal fin. Pese a la tardanza de este año, por fin
podemos ver las huertas cargadas de frutas y hortalizas. El contraste del verde
y rojo de las preciosas plantas del tomate, las enormes hojas de la calabaza,
los pimientos y berenjenas… además, ahora con más asiduidad, están acompañadas
del plástico negro que evita que otras hierbas no invitadas hagan su aparición
en el recinto hortícola que con tanto mimo cuidan los maestros de la azada.
Continúo mi camino y
puedo distinguir la llegada de dos recién casados al edificio que en su día se
construyó como albergue. Actualmente esa construcción es utilizada por los
vecinos del Mas para realizar allí celebraciones importantes, encuentros
familiares de gran relevancia. Una fantástica manera de darle un uso a uno de
tantos edificios que se han ido construyendo en nuestras localidades y que
debido a la situación económica actual no pueden utilizarse para su fin
original.
Un poco más adelante
me desvío a mi izquierda continuando por la A-225 en dirección a Aguaviva.
Según leo en la Web del Ayuntamiento de Aguaviva:
“Esta zona fue conquistada por Alfonso I hacia el siglo XII.
Se da como fecha de nacimiento de la población el año 1320. La historia de
Aguaviva está vinculada a la Encomienda de Castellote, primero fue de la Orden
del Santo Redentor, luego en 1196 pertenecía dicha encomienda a la orden del
Temple, pero al declararse por decreto Papal la extinción de la orden, las
tropas de Jaime II tomaron la población, convirtiéndose a partir de entonces en
una encomienda sanjuanista.”
Es en Aguaviva donde los carteles de “El Bergantes no se
toca” se hacen más presentes. El reciente anuncio de la Confederación
Hidrográfica del Ebro sobre la construcción de una gigantesca presa de
laminación en el cauce del río Bergantes se ha encontrado con la oposición casi
total de los vecinos de la localidad. Mi opinión es que es retrogrado buscar
soluciones de principios del siglo XX a problemas que hemos ocasionado los
seres humanos. Es injusto que los errores en la construcción del embalse de
Calanda y la falta de rigor a la hora de prohibir la edificación de nuevas
construcciones en zonas propensas a la inundación tengan que pagarlo tanto los
vecinos de Aguaviva, como los bellos paisajes que el río Bergantes ha cincelado
con la paciencia de un extraordinario maestro cantero durante miles y miles de
años. Me niego a creer que en pleno siglo XXI no haya soluciones de ingeniería
mucho más respetuosas con el medio que el mega embalse propuesto por la CHE.
Atravieso la localidad de Aguaviva y continúo en dirección
a la provincia de Castellón. Ya se ven las grandes montañas que escoltan al
Bergantes en su camino hacia las mansas aguas del Guadalope. Los empinados
barrancos, las grandes cortadas y las innumerables cuevas que pueblan esas
montañas sirvieron de hogar y refugio a aquellos idealistas guerrilleros que
decidieron seguir luchando por aquello en lo que creían una vez terminada la
guerra civil. Lástima que aquella lucha clandestina acabaran sufriéndola los de
siempre, los ciudadanos de a pie que veían como tanto los de un lado como los
de otro saqueaban las despensas que llenaban con sangre, sudor y lagrimas para
poder alimentar a su familia.
Entre el punto kilométrico 22 y 23, encuentro un camino a mi
izquierda que desciende en dirección al lecho del río. Accedo por allí y un
poco más adelante, en un nuevo cruce de caminos tomo el de mi izquierda, el que
discurre por la ladera de la pequeña colina que hay frente a nosotros. Comienzo
a distinguir los enormes cantos rodados que las embravecidas aguas de “El Valenciano”, nombre por el que
llaman al Bergantes aguas abajo, han ido depositando en ambas márgenes del
cauce.
Ya se pueden
distinguir conglomerados rocosos de todos los tamaños y formas posibles,
preciosos acantilados labrados en la masa rocosa por la que discurren las
cristalinas aguas de uno de los ríos más bravos de Aragón. El río Bergantes
tiene una longitud aproximada de 60 kilómetros , y es a partir del Forcall, donde
se le unen los ríos Calders y Cantavieja, donde recibe la mayor aportación de
caudal. Incluso algunos historiadores defienden la teoría de que el Bergantes se
forma precisamente por la confluencia de estos tres ríos: el Morella, al que
actualmente se denomina Bergantes, el Caldérs y el Cantavieja, y nace por la
unión de las aguas de todos ellos a los pies de la ermita de la Consolación,
Patrona de Forcall.
Conforme llego al final del camino, puedo distinguir el
porte orgulloso de una bella construcción de mampostería. Aparco junto a una
joven carrasca bajo la que hay una mesa de madera preparada para aquellos que
notan la llamada del estómago en todas sus excursiones. Bajo del coche y me
fijo aguas arriba en cómo el Bergantes desaparece tras trazar la curva de un
meandro casi perfecto.
Comienzo a andar en dirección al puente. Es fascinante el
meticuloso trabajo que los restauradores han hecho en esta antigua
construcción, recuerdo que solo dos arcos sobrevivieron a la avenida que tuvo
lugar en el año 2000, dos arcos que hoy son testigos mudos del maravilloso
aspecto con el que luce ante sus visitantes.
El actual puente de Cananillas tiene su origen en 1622,
aunque existen indicios de que se construyo sobre otro anterior. Algunos
incluso defienden la teoría de que aquí ha existido un puente desde época
romana. Cananillas ha sufrido una y otra vez las envestidas de las grandes
avenidas del Bergantes, un río que, como el doctor Jekyll y mister Hyde, pasa
de ser un remanso de agua tranquila y cristalina a convertirse en un
embravecido torrente hídrico que arrasa con todo aquello que encuentra en su
camino en apenas unas horas.
Quizá si las ultimas piedras de sillar originales que
quedan en el arco central pudiesen hablar, hubiesen avisado al ingeniero
encargado de la construcción del Embalse de Calanda de que construir aguas
abajo de este río bravucón una presa de escollera era una autentica temeridad.
Para que nos hagamos una idea, desde que es posible la realización de aforos,
el Bergantes ha llegado a acumular un caudal de 1200 metros cúbicos
por segundo, más o menos el caudal que el río Ebro lleva en sus crecidas
ordinarias.
El puente actual tiene unos 20 metros de longitud,
unos 8 metros
de anchura y alrededor de 10
metros de altura sobre las aguas. Se sustenta sobre
cuatro arcos de medio punto, el más grande de ellos sobre el cauce natural del
Río. Está construido en mampostería y piedra sillar y es atravesado por el
sendero de gran recorrido número 8, más conocido como GR. 8, que une los
términos de La Ginebrosa, en la margen derecha y de Aguaviva en la margen izquierda.
El lugar es sin duda especial. A la belleza del puente se
unen las curiosas formaciones que la erosión ha ido dibujando en toda la
extensión del pequeño valle. Quizá fue por este lugar por donde Don Blasco de
Alagón y sus tropas atravesaron las aguas del Bergantes en su camino hacia la
conquista de Morella. Quizá en alguna ocasión Jaime I El Conquistador se arrodilló
ante estas mansas aguas para saciar su sed en su camino a las tierras
recientemente conquistadas del Reino de Valencia.
Me encaramo a lo alto del puente y observo. Aguas abajo, el
Río tiene que hacer un extraño de 90 grados para esquivar la pared de roca que
se yergue frente a él. Aún así el Río ha sido capaz de herirla, provocando con
sus embestidas que enormes trozos de conglomerado se vayan desprendiendo poco a
poco de la estructura rocosa original. Parece que aquellos enormes trozos de
roca estén colocados en efecto domino, al empujar la primera da la sensación
que caerían todas las demás. Aguas arriba el efecto es parecido, el agua en su
camino está acompañada de grandes rocas de conglomerado colocadas en posiciones
imposibles, arrancadas de su posición original por la fuerza del agua.
Es un lugar sensacional para aquellos que prefieren bañarse
en el río en lugar de en la piscina. En verano, el puente de Cananillas está
siempre acompañado de curiosos visitantes que disfrutan de las aguas
cristalinas que pasan bajo sus arcos. Escucha las risas sanas de los niños, los
chapoteos incansables de los más jóvenes, las confesiones de jóvenes enamorados
que se tuestan al sol, los cuchicheos de las señoras hablando de la última que
les han hecho sus maridos… En verano, aquel testigo mudo del devenir de los
años nunca se aburre.
Echo un último vistazo. Quizá la próxima vez que lo visite,
este bello puente este sepultado bajo las aguas del inmenso embalse que
inexplicablemente se pretende construir, o quizá el Bergantes haya decidido poner
de nuevo a prueba su resistencia con una de sus puntuales embestidas. Sea como
sea, Cananillas estará siempre en mi recuerdo, en el recuerdo de un joven
explorador que ha podido disfrutar de un lugar excepcional, de un lugar que
deberíamos preservar para que dentro de 100 años otro joven explorador pueda
imaginar a las tropas de Don Blasco de Alagón cruzando por aquel bello puente
en su camino hacia la conquista de Morella.
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