La construcción de edificios o
templos de culto cristiano fuera de los núcleos habitados casi siempre están
vinculados a algún tipo de aparición mariana. Algunas veces las leyendas nos
relatan la aparición física de la virgen y otras, las mas habituales, nos
narran la historia de una pequeña talla de madera que la representa, y aparece
en lugares muy determinados, produciéndose el milagro de que aun después de su
traslado, la imagen vuelve a aparecer en el sitio donde fue encontrada.
El
lugar que vamos a visitar en esta ocasión es ejemplo de esto último. En el
siglo XII, en plena reconquista del Bajo Aragón, un pastor encontró entre las
ramas de un enebro la talla de una virgen, fue trasladada por dos veces a la
localidad de Fornoles, y por dos veces aquella imagen volvió a aparecer entre
las ramas del enebro. Así nació el santuario de Monserrate. Mas tarde creció
con el cariño y la devoción de los vecinos de Fornoles y alrededores, y si
nadie lo remedia, morirá hundido por la desidia de las instituciones que deberían
velar por su conservación. No entiendo el afán de la iglesia por escriturarse
aquello que no es suyo si luego ni lo arregla ni lo mantiene.
Comienzo
mi excursión de hoy por la carretera nacional 211 en dirección a Alcañiz.
Atravieso el pueblo del milagro y me adentro por las tupidas plantaciones de maíz
que bailan al compás del viento celebrando nuestro paso.
El contraste que disfrutamos
conforme nos acercamos a la “histórica y heroica” ciudad es cuando menos
curioso, de un lado los modernos edificios de Motorland, del otro el imponente
castillo calatravo, testigo incansable de los continuos cambios que ha sufrido
el valle del Guadalope.
Una vez en la rotonda, me
incorporo a la variante dirección Castellón. Desvío la mirada a mi derecha
intentando distinguir el viejo caserón que tantas veces me ha quitado el sueño,
la impresionante casa solariega, hoy demacrada por la soledad y el olvido.
“Torre de palos” susurro mientras vuelvo a mirar hacia delante. Algún día,
cuando conozca mucho más la historia y las historias de aquella masia, será
protagonista de una de mis excursiones.
Continuo, sin dejarla, por la
nacional 232. Quedan atrás las ventas de
Valdealgorfa y me adentro ya en la Comarca del Matarraña. Unos kilómetros mas
adelante, pasado el cruce de Valderrobres, distingo una nueva intersección,
Fornoles a la izquierda y La Codoñera a mi derecha. Sigo recto intentando
distinguir la característica espadaña del santuario de Monserrate.
Ya lo veo a mi izquierda, pero
tengo que continuar un kilómetro mas adelante, hasta el cruce de Belmonte de
San José, para poder hacer el cambio de sentido que me permita acceder al santuario.
A mi llegada me llaman la atención los carteles de señalización. En todos ellos
se lee “Montserrate”, sin embargo en Fornoles el santuario es conocido como
Monserrate. Extraña contradicción. He de decir que mientras escribo todavía
desconozco el verdadero nombre del lugar, pues lo he encontrado escrito de
ambas formas en infinidad de sitios.
Me bajo del coche mientras
espero al que hoy será mi guía en esta interesante excursión. Sergio, amigo y
vecino de Fornoles, se presto amablemente a enseñarme, no solo el Santuario,
sino también las historias que en el se han vivido.
Observo detenidamente el
edificio. Se distinguen dos construcciones completamente distintas, a mi
izquierda, lo que parece ser la Iglesia, esta construida en piedra sillar,
llena de marcas de cantería en toda su extensión, mientras que en el edificio
anexo predomina la mampostería. Esta rodeado de unos inmensos cipreses, algunos
de ellos, por su envergadura, parecen plantados cuando se construyeron los
edificios anexos, en el siglo XVII.
He leído que por aquel lugar
siempre ha transcurrido el camino real que unía las localidades de Alcañiz y
Morella, o lo que es lo mismo, Zaragoza y Peñiscola. Puedo imaginar que en el
siglo XVII, y debido al continuo ajetreo de carros y carretas con mercancías
venidas del puerto de Peñiscola y con destino a Zaragoza, la Orden de Calatrava
decidiera ampliar la pequeña ermita para dar servicio y descanso a aquellos
viajeros. En definitiva el santuario ha sufrido tres transformaciones
importantes. Su construcción original entre finales del siglo XII y principios
del XIII, la ampliación gótica realizada en el siglo XIV y la construcción de
los edificios dedicados a hospedería en el siglo XVII.
Bajo por la pequeña ladera que
separa el aparcamiento del santuario y distingo el sonido lejano de un motor.
Mi guía ha llegado. Sergio lleva en su mano derecha un pequeño bolso donde se
oye el inconfundible sonido de la colección de llaves que presumiblemente nos darán
acceso al viejo edificio contemplativo.
Comenzamos nuestra visita por el
camino que se abre paso a la derecha de la construcción. El edificio es sobrio,
de líneas rectas, sin grandes alardes constructivos ni complicados trabajos de
cantero. Conforme avanzamos mi anfitrión me cuenta la historia de un soldado de
la guardia mora de Franco que en la guerra civil, aprovechando la oscuridad y
la frondosidad de uno de los cipreses, se escondió, fusil en mano, esperando el
regreso del sol. Aquel soldado africano sembró el pánico entre las tropas
republicanas que deambulaban esos días por el lugar, que veían caer de un
disparo a sus compañeros sin conseguir localizar el origen de los mismos.
Fueron muchos los soldados republicanos abatidos hasta que se descubrió la
ubicación de aquella avanzadilla nacional de un solo individuo.
Tras una lucha encarnizada con
las llaves por fin podemos acceder al edificio. Se abre ante mí un patio
enorme, rodeado de grandes soportales con arcos de medio punto. El complejo arquitectónico
rodea todo el patio interior, y pese al deterioro sufrido por el tiempo y el
desuso todavía podemos apreciar la grandeza que tuvo el lugar en tiempos
pasados.
A mi derecha se encuentra lo que
parece ser la vivienda del santuario, el lugar donde se hospedaban aquellos que
prestaban servicio a peregrinos y visitantes. Es la zona mas deteriorada, sus
techumbres han sucumbido al rugido incansable de los elementos, a las
desafortunadas visitas de los enemigos de lo cívico y al olvido y desidia de
aquellos que deben velar por su conservación.
A mi izquierda, sobre los
soportales, distingo un edificio parcialmente reconstruido. Se han consolidado
techos y ventanas, conservando la esencia de lo que algún día fue un lugar de
descanso y reposo. Al fondo, asentada sobre estructura de sillar y con doble
puerta al patio, se encuentra lo que hoy es una de las ermitas mas veneradas
del Bajo Aragón histórico.
Cuenta la leyenda que el 4 de
mayo de 1512, ante la intensa sequía que asolaba todo el Bajo Aragón histórico,
tuvo lugar una romería a este santuario en la que, sin haberse avisado
previamente, coincidieron varios pueblos de la zona. Desde entonces cada
segundo domingo de mayo se conmemora aquel hecho histórico, considerado como
otro milagro de la venerada reliquia.
Conforme nos acercamos al
templo, puedo distinguir la maravillosa arquivolta de su portada principal.
Pese a ser gótica, esta coronada por un enorme escudo de estilo barroco y
adornada con motivos religiosos y florales. A la derecha de esta puerta hay
otra de extraordinarias dimensiones, no encuentro explicación a la existencia
de doble puerta en apenas tres metros, y mas cuando una de ellas es de un
tamaño desproporcionado.
Nos dirigimos hacia la iglesia.
A mi izquierda, bajo los porches, hay restos de lo que antiguamente fue un
pulpito de oración, uno de esos balconcitos elevados donde un clérigo leía las
sagradas escrituras mientras los demás disfrutaban de la comida. Supongo que
serian los caballeros y frailes de la Orden de Calatrava los que premiaban a
los peregrinos, no solo con descanso y comida, sino también con la palabra de
dios.
Entramos en la pequeña iglesia.
Pese a que se cree que es de origen gótico, nada en su aspecto interior nos
hace recordar los grandes alardes constructivos de aquellos maestros canteros.
Su decoración actual es en su mayoría barroca, predominando el arco de medio
punto en toda su estructura abovedada. Me llama la atención su altar, un altar
construido en madera y en forma de isla coronado con un gran capuchón, en cuyo
centro debería encontrarse una reliquia adorada y admirada por los vecinos de Fornoles.
Hoy por seguridad, una foto de esa reliquia preside el lugar.
Junto al altar se encuentra una
pequeña capilla de decoración barroca. Es la mejor conservada del templo.
Combina tallas en yeso de escenas bíblicas con el azulete característico de la
zona. La enorme puerta esta enfrente, al otro lado del altar mayor, por lo que
se me ocurre una teoría del porque de su construcción. Quizá, en las celebraciones
donde habría gran afluencia de gente esa puerta permanecía abierta para que las
personas que debían quedarse en el patio pudiesen seguir la eucaristía sin ningún
problema.
Observo un pequeño agujero en la
pared posterior al altar y es ahí cuando Sergio, anfitrión, amigo y vecino de
Fornoles, me relata un acontecimiento del pasado del que su tío fue testigo
directo. Durante la guerra, los vecinos de Fornoles juraron defender el
santuario de Monserrate de todo aquel que quisiera profanarlo, fuese de un
bando o de otro. Todo transcurría sin incidentes hasta que un día, el Jefe del
Estado Mayor de la Republica, Don Vicente Rojo, en una de sus muchas visitas a
la zona pidió acceder a la iglesia sin ningún tipo de compañía. Aquellos intrépidos
vecinos de Fornoles, temiéndose lo peor decidieron vigilar, fusil en mano, por
un pequeño agujero que había tras el altar al distinguido visitante, dispuestos
incluso a abrir fuego si cometía alguna tropelía dentro del templo. Vicente
Rojo, ante el asombro de aquellos que lo observaban, rezo durante 45 minutos y
después abandono el lugar. Lo que no sabía aquel comando de defensa del
santuario es que Don Vicente, pese a permanecer fiel a la republica, era un
ferviente católico.
Subimos al coro y a la torre por
unas antiguas escaleras de piedra en forma de caracol sujetas una sobre otra
sobre un punto central que va formando la columna. Sin lugar a dudas aquellas
escaleras si que eran de la construcción original, aun diría mas, no de la
ermita gótica del siglo XIV, sino del pequeño templo que se construyo una vez
obrado el milagro de la virgen.
Desde la torre de espadaña se
puede distinguir la localidad de Fornoles, los grandes picos de los puertos de
Beceite, la inmensidad arbórea del rico bosque mediterráneo que puebla el
Matarraña… Sin lugar a dudas un lugar magnifico al que acudir a poner en orden
nuestras ideas.
El sol comienza a teñir de
naranja las nubes altas que pueblan el cielo mientras se oculta a nuestra
espalda, mas haya de la enorme chimenea de la térmica de Andorra. Decidimos ser
más ágiles a la hora de echar un vistazo a los edificios anexos y nos ponemos
manos a la obra. Sin embargo las prisas no nos impiden disfrutar de una
sorpresa mas, en la ampliación realizada en el año 1621 se aprovecho una de las
paredes laterales del antiguo templo gótico para levantar uno de los edificios
anexos, eso permite poder ver las tallas
que lucían en el saliente del tejado a la altura de los ojos. Son bellísimas,
la pena es que muchas de ellas están deterioradas por la mano indecente de algún
terrorista del patrimonio.
Mientras nos dirigimos ya a la
salida me fijo en el escudo que corona el pórtico de grandes dimensiones que da
acceso al altar mayor. Distingo la silueta de un monte escarpado con una sierra
de arco sobre él bajo una M invertida coronada. Es un escudo idéntico al que
podemos contemplar en la abadía de Montserrat. Quizá esa sea la pista
definitiva para saber cual es el verdadero nombre del santuario.
De todas formas yo seguiré
llamando a aquel lugar Monserrate, pues mas haya de los motivos históricos o eclesiásticos,
están los motivos sentimentales. Durante más de 800 años, generación tras generación,
los vecinos de Fornoles han venerado, han cuidado, han sufrido y han amado este
lugar. Durante mas de 800 años han ligado su vida y su existencia a un
santuario y a una reliquia que les ha ayudado en su peregrinar por el día a día,
en el transcurrir de una vida donde Monserrate ha sido protagonista obligada.
Por eso, si los fornolenses,
dueños y señores de la espiritualidad del lugar, llaman al santuario
Monserrate, no seré yo quien les lleve la contraria.
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