En infinidad de ocasiones nos
sorprendemos admirando un lugar precioso del que desconocíamos su existencia.
Un lugar cercano a una carretera por la que hemos transitado infinidad de veces
sin imaginar que, a unos cientos de metros y oculto por el abrigo de la masa
forestal, se esconde uno de esos sitios en los que nuestros sentidos encuentran
el acomodo para inducirnos la paz necesaria con la que afrontar los desafíos
del día a día.
En
esta ocasión visitaremos uno de esos lugares. Una combinación perfecta entre lo
natural y lo artificial. Demostración palpable de que las necesidades
hidráulicas del ser humano no están reñidas con el respeto al medio natural,
que las obras de regulación no tienen por qué suponer una agresión al paisaje
donde se realizan. Sin lugar a dudas, el embalse de Tejeda es un claro ejemplo
de ello.
Inicio
mi camino por la nacional 211, dirección Teruel. Hace muy pocos días me dijeron
que si Alcorisa fuese igual de ancho que de largo seriamos una ciudad. No les
faltaba razón, hay pocos pueblos en España cuya travesía sea tan larga como la
nuestra.
Una
vez abandono Alcorisa, continuo por esta carretera principal. He recorrido
muchas veces este mismo camino cuando trabajaba en los desmontes de Crivillen,
pero reconozco que la gran mayoría de ellas sucumbía al tierno abrazo de
Morfeo. Dejo a mi izquierda la localidad de Los Olmos y, tras unos kilómetros,
aparece ante mí el matadero de La Mata, una construcción de grandes dimensiones
que ha sucumbido a los estragos de una crisis que dura ya demasiado tiempo. Es
curioso cómo los ciudadanos hemos asumido en nuestro vocabulario diario
palabras como prima de riesgo, ERE, encuesta de población activa, indemnización
por despido o salario mínimo interprofesional. La tragedia social está rozando
unas dimensiones tan escalofriantes que hay días en los que no puedes dejar de
vivir en el pesimismo más absoluto.
Llego
a la travesía de la Mata de los Olmos. Según he podido leer, La Mata fue donada
por el rey Alfonso II a la Orden de Calatrava, y no es hasta 1860 cuando la
localidad adquiere el nombre actual de “La Mata de los Olmos”. La historia de
esta localidad siempre ha estado ligada a la del cereal, y así se refleja en el
escudo y bandera que la representan. Llaman la atención los lavaderos, que
podemos ver a nuestra derecha una vez abandonamos su casco urbano. Son unos
lavaderos de arquitectura neoclásica que todavía hoy cumplen su función.
Unos
kilómetros después de abandonar La Mata de los Olmos encuentro la Venta de la
Pintada. Pese a que han pasado muchos años, todavía recuerdo aquel pequeño
edificio de color blanco que albergaba la venta original. Cuando era un niño
aquel edificio era mi referencia para saber que desde allí hasta Jarque de la
Val (entonces atravesábamos el puerto de Majalinos para llegar hasta alli) quedaba
una continua sucesión de curvas y desniveles que podían provocar más de un
mareo si no guardabas la compostura y la concentración dentro del viejo SEAT
131. Es sorprendente como, en apenas 30 años, la ingeniería y la tecnología han
transformado lo que era un incómodo viaje de más de dos horas para llegar al
pueblo natal de mi padre en una grata travesía de 50 minutos.
Ya
se ven a mi derecha las enormes heridas que la explotación minera ha infringido
a nuestra tierra. Puedo distinguir las llanuras de labor que la restauración de
las viejas explotaciones a cielo abierto han dejado aguas abajo del rio
Escuriza, en su camino a Crivillen. Observo las cortadas arcillosas que la vegetación
aún no ha sido capaz de conquistar y me pregunto el tiempo que necesitara la
naturaleza para habituarse a su nuevo y descuidado aspecto. La minería trajo
riqueza a nuestras tierras deprimidas, pero es muchísima más la riqueza que nos
ha arrebatado, tanto en lo económico como en lo paisajístico.
Dibujo
una curva cerrada a la izquierda que me introduce en la localidad de Gargallo.
Curiosamente, el origen histórico de esta villa nunca ha estado ligado a
ninguna orden militar. Gargallo, hasta el siglo XIX, siempre estuvo en manos
privadas. Existe constancia de que en 1209 el rey Pedro II entrego Estercuel y
Gargallo a Miguel Sancho, y desde entonces muchos han sido los propietarios del
lugar. Su casco urbano se asienta sobre un promontorio rocoso que se eleva
sobre el cauce del rio Escuriza y, según reza su folleto turístico, la
localidad posee un patrimonio arquitectónico de importancia:
Una
vez pasada la señal antes mencionada la pendiente se hace más pronunciada. En
un año tan lluvioso como este los bosques adquieren tonalidades vivas y muy
diversas. Los fragmentos de roca rojiza que impregnan los suelos, el color característico
de la corteza del pino rodeno, los diferentes verdes que lucen las especies
vegetales que salpican el terreno y las flores multicolores con las que algunas
decoran sus ramas, el blanquecino de la arcilla que aparece en taludes
desnudos, el negro del lignito que se abre paso a través de las espesas capas
de hoja de pino que enmoqueta el suelo... Una explosión de colores plasmados
sobre un hermoso lienzo con la destreza del pincel manejado por la naturaleza.
Al fondo del valle puedo distinguir un vallado
de madera sobre un escarpado talud. Imagino que es la protección que delimita
la superficie que ocupa el pequeño embalse. Me fijo en una abubilla despistada
que picotea lo que parecen ser los excrementos de un mamífero de mayor tamaño.
La abubilla es uno de los pájaros más curiosos que sobrevuelan nuestros bosques.
Viste unos plumajes blancos y negros hasta el pecho, dando paso al color canela
que envuelve su cabeza, su pico exageradamente largo, su cresta engominada… sin
duda es un pájaro muy elegante que llama nuestra atención en cuanto lo vemos.
Sigo
mi camino intentando distinguir la silueta de algún animal en el sonido de
ramas en movimiento que escucho a mi derecha. Imagino que habrá sido un
esfardacho, especialista en ocultarse en el último momento ante el paso del ser
humano. Desciendo unos 200
metros más y el camino dibuja una curva pronunciada a la
derecha. Ya puedo distinguir las oscuras aguas del embalse, las estructuras de
madera que delimitan el entorno y el refugio de piedra que preside el merendero
que hay bajo el acogedor estanque.
Me
recibe un joven ejemplar de árbol del paraíso. Su presencia en nuestras tierras
se ha incrementado mucho en los últimos años, y eso se debe a que existe la creencia
de que ahuyenta a los incómodos mosquitos. Paso junto a un cartel que me
recuerda la obligación que tenemos de conservar ese lugar en perfectas
condiciones y me apoyo en la valla que está justo detrás. El sol ya está pidiendo
el relevo a la luna y la tarde tiñe de negras las transparentes aguas del
embalse. La imagen es de auténtica postal, la total ausencia de viento
convierte el agua en un enorme espejo que refleja el azul del cielo y el ejército
de pinos que pueblan las montañas que rodean al estanque. Es como una foto
contrapuesta, un fotograma expuesto a los caprichos de un experto en Photoshop.
Levanto
la mirada y, sobre los pinos, distingo la calvicie de una montaña coronada por
varias antenas y un pequeño puesto de vigilancia. Una fría lagrima se desliza
por mi mejilla fruto del recuerdo. Aquella majestuosa montaña, hasta hace pocos
veranos vestida con el verde intenso de los bosques, se ha convertido en un
promontorio pedregoso, erosionado…y todo por la acción de unas llamas
incontenibles que camparon a sus anchas convirtiendo en un infierno todo lo que
encontraban a su paso. Cada árbol quemado se convirtió en mil recuerdos
arrancados, cada hectárea abrasada fue como arrancar mil historias vividas,
cada crujido de las ramas chamuscadas fue como el aullido incomprendido de
cientos de almas derrotadas. Nadie ha podido olvidar aquellos días fatídicos en
los que las llamas arrancaron parte de la piel de nuestra provincia.
Bajo
la mirada y giro a mi izquierda en dirección a los merenderos. La vegetación ha
ido ganando terreno y se hace imprescindible desbrozar el lugar. El merendero está
dividido en dos partes diferenciadas, unidas entre sí por un pequeño puente de
madera que atraviesa el canal de desembalse que vierte las aguas sobrantes al
cauce del rio, simulando una cascada realmente bonita. Al otro lado del puente
hay un refugio cerrado con llave. Me acerco a la ventana y puedo distinguir en
su interior varias barbacoas donde poder asar sin riesgo a provocar incendios.
Continúo
por una estrecha senda que asciende por uno de los taludes del pequeño almacén
de agua... Las orillas que ejercen la labor de presa están alicatadas con
grandes piedras para que el agua, en días de viento fuerte, no erosione las
paredes de arcilla. El lugar es precioso, silencioso, un remanso de paz para
aquellas almas inquietas que se relajan con los sonidos de la naturaleza.
Este pequeño embalse se
encuentra en un “bosque natural de unas 400 hectáreas , cuya
especie dominante es el pino rodeno o resinero sobre suelos arenosos, en medio
de un entorno rodeado de materiales calcáreos, lo que le confiere un cierto
carácter de bosque isla. Es el pinar llamado de Regachuelo y Tejeda. Destaca la presencia de jaras, brecina y
tejos. Se halla en muy buen estado de conservación, con rincones de gran
belleza donde se combina una variada paleta de colores.”
Me acomodo sobre las
piedras y escucho. Consigo distinguir el sonido lejano de la carretera, los pájaros
cantando sus variadas melodías y el agua cayendo hacia el barranco que se abre
paso ladera abajo del embalse. Sin lugar a dudas es un paraíso para aquellos
cuya vida diaria es una montaña rusa, o los que sólo escuchan el silencio
mientras duermen. Aquella reserva de agua, ese tesoro para los agricultores de
la zona, se ha convertido en un lugar maravilloso, en un rincón de paz y
tranquilidad para nuestros sentidos.
Tras
unos minutos de silencio decido volver sobre mis pasos. Me fijo en un nido
artificial decorado con colores vivos, una pequeña casita de madera para que
los pajaritos de la zona puedan construir su hogar oculto de los ojos curiosos
de las grandes rapaces. Imagino como seria vivir allí, levantarse cada día
sobre las mansas aguas de un lugar encantador. Quien sabe, quizá algún dia…
Vuelvo
hacia el coche prometiéndome a mí mismo que volveré con mi familia para
disfrutar de una tarde de picnic y relax. Y será muy pronto.
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