" Cada salida, es la entrada a otro lugar"

Este blog pretende transmitir la belleza y peculiaridad de lo cercano, los lugares que nos transportan en el tiempo y en el espacio. Rincones de nuestra geografía más próxima que nos dejan sin aliento o nos transmiten una paz necesaria en momentos de dificultad. Espero contribuir a que conozcamos un poquito más dichos lugares y a despertar la curiosidad del lector para que en su próxima salida, inicie la entrada a otro lugar... un lugar al que viajar sin necesidad de sacar billete.

lunes, 15 de julio de 2013

ACUEDUCTO DE LOS ARCOS

En esta ocasión voy a visitar un lugar poco conocido, un lugar atravesado por nuestro querido Guadalopillo, un lugar en el que los antiguos pobladores utilizaron todo su conocimiento arquitectónico para salvar un gran desnivel con el fin de aprovechar los recursos hídricos que les brindaba la zona.
            Pongo rumbo a Calanda por la nacional 211. Es un trayecto de sobras conocido, pero por más veces que paso no logro acostumbrarme a ver las antiguas estaciones en tan lamentable estado. Siempre he pensado que con la restauración debida, esos edificios podrían ser muy aprovechables.
Una vez en Calanda me desvío hacia la derecha por la carretera A-226 en dirección a Mas de las Matas. La abandono poco antes de llegar al cruce de Torrevelilla, justo antes de cruzar el puente sobre el río Guadalopillo. A mi izquierda puedo ver el acceso al antiguo puente, la carretera vieja, por allí es por donde accedo hasta llegar a una pequeña explanada al otro lado donde aparco mi coche. No es el acceso más directo al lugar de nuestra visita, pero la belleza del corto paseo que voy a dar, merece ese rodeo.
Al bajar del vehiculo echo un vistazo a mi alrededor. Estoy bajo el moderno acueducto que traslada el agua a los nuevos riegos que podemos encontrar en las llanuras existentes entre Calanda y Alcañiz. Es una obra faraónica, de una altura considerable que atraviesa toda la depresión que el Guadalopillo se ha encargado de moldear durante miles de años. También se distingue desde allí la evolución de la carretera A-226. En apenas 200 metros podemos ver las construcciones de los tres puentes que han atravesado a lo largo de la historia reciente el cauce del río. Todavía permanecen los tres en pie, incluso se pueden atravesar, aunque el mas antiguo ha sido anidado por una espesa vegetación. Es curioso como la naturaleza siempre acaba adaptándose a las construcciones artificiales hechas por el hombre.


Inicio la marcha en dirección al río siguiendo el camino por el que he entrado. Tanto a la derecha como a la izquierda dejamos arquetas de servicio del moderno abastecimiento de agua de la zona. Conforme desciendo me fijo a mi derecha en un antiguo puente cortado situado sobre la carretera A-2406 en dirección a Torrevelilla. Esta escoltado por un enorme edificio de piedra semejante a una especie de molino, o quizá una antigua estación hidroeléctrica. La falta de restos en la otra orilla me hace dudar si aquel puente cruzaba todo el cauce o su único cometido era el de burlar la carretera para luego dejar caer violentamente el agua con el fin de aprovecharla en la producción eléctrica o industrial.
 A la orilla del río ya puedo apreciar la señalización que me indica el recorrido que el Ayuntamiento de Calanda ha acondicionado de forma brillante. Es un camino estrecho, pero limpio de vegetación, que serpentea sobre un lado y otro del lecho, uniendo las orillas con puentes de madera que le dan un encanto especial. Según tengo entendido el sendero es de considerables dimensiones, une la desembocadura del río Gudalopillo sobre el Guadalope, con un espectacular mirador, aguas arriba de Calanda, llamado el “Pocico Palomar”. 

A unos pasos del inicio encontramos el primer puente de madera. Me rodea una vegetación típica de ribera con variadas tonalidades de un verde intenso. Sin duda la época en que visitemos el lugar también resultara importante, yo recomiendo visitarlo en primavera pues podemos disfrutar de la bella paleta de colores que pone ante nosotros la naturaleza.  
 Me acerco a las tres estructuras de los puentes que, en diferentes épocas, han servido al ser humano para atravesar el barranco labrado por el río a su paso por ese lugar. No me voy a entretener en su descripción, pero en apenas doscientos metros podemos apreciar la evolución de la ingeniería civil en cientos de años. Es curioso ir comparando uno y otro puente mientras pasamos bajo ellos, desde la modestia del pequeño arco de medio punto del más antiguo, a las extraordinarias vigas de hormigón del más moderno.
Inicio de nuevo mi camino acompañado del canto de los pájaros, del sonido lejano de un tractor realizando trabajos agrícolas y del movimiento síncrono que el viento enjaulado en el barranco provoca sobre las hojas. Conforme avanzo disfruto de la explosión de color que me rodea. Las rojas flores de una mangranera contrastan con el tupido verde que nos acompaña como telón de fondo. Dejo a mi derecha un pequeño bancal de melocotoneros ya embolsados, del cual me separa una valla metálica de color verde. Sin duda la mejor manera de evitar las tentaciones de algún excursionista de alargar la mano hacia algún melocotón.
El río,  pese a su pequeño caudal, ha tallado con el tiempo importantes cortadas, dibujando pequeños meandros que condicionan el recorrido del sendero. Sus aguas son completamente transparentes, y, exceptuando pequeños restos de botellas o papeles en sitios puntuales, podemos decir que el cauce esta muy limpio dada su ubicación aguas abajo de la población. Es en estos lugares donde se aprecia la verdadera importancia de las depuradoras de aguas residuales, pues según me cuentan, antiguamente el agua del lugar tenia un color grisáceo y desprendía un hedor espantoso, y el cauce estaba completamente inundado de restos de papel higiénico todavía no degradado.
Por fin, tras las verdes ramas de unos grandes chopos puedo imaginar la majestuosa estructura de un acueducto milenario. Conforme me acerco tengo la sensación de que un gran tubo de hormigón esta anclado a la estructura de tan maravillosa obra, sin embargo mi ubicación me había jugado una mala pasada, pues ese tubo atraviesa el cauce del río bastantes metros antes que el Acueducto.
Conforme me acerco puedo apreciar cinco grandes arcos de medio punto construidos en sillería. Me llama la atención el hecho de que los pilares que soportan el acueducto son diferentes entre ellos, no se si porque en diferentes épocas se afianzo la estructura o porque los constructores originales ya decidieron esa asimetría. 
En un pequeño panel explicativo puedo leer que el acueducto tiene una longitud de 110 metros con una altura de 15 y el canal de su parte superior, construido también en sillar de arenisca, tiene una profundidad de un metro. A diferencia del majestuoso acueducto de Segovia, este si tiene argamasa entre sus sillares.


Leo en el panel que su antigüedad no esta clara. Algunos historiadores lo consideran de origen romano basándose en las espectaculares villas romanas, con mosaicos exclusivos. que han aparecido en la zona. Otros consideran que su construcción es de origen islámico, pues son ellos los que modernizaron los regadíos de esta zona en los últimos siglos del primer milenio. Sin embargo en aquel panel consideran que su construcción mas probable puede ser de los siglos XIV o XV, ya que su primera mención histórica es la de Juan Bautista de Labaña, geógrafo portugués, en 1610.
           Observo con detalle el acueducto. Yo no soy ningun experto en arquitectura medieval, pero en esa época era costumbre y tradición que los canteros firmaran los sillares con alguna marca o símbolo para poder identificar cuantos habia hecho cada uno, y por mucho que me fijo no consigo localizar en ellos nada que se pueda confundir con las típicas marcas de cantería que encontramos en construcciones aragonesas de esa época. Si yo, desde el más profundo desconocimiento, tuviese que datar esa obra, desde luego no lo haría en los siglos XIV o XV.
Me doy la vuelta. Frente a mí, en un banco colocado estratégicamente, un anciano me mira con curiosidad apoyando sus brazos sobre un viejo gallato de madera. Sonríe tímidamente, acentuando los surcos que la edad ha dejado en su cara. Me acerco a él para darle los buenos días e intercambiamos interesantes apreciaciones sobre el lugar. Me habla de su infancia, y me cuenta que cuando era un niño, mientras su madre lavaba la ropa en el lavadero que existe en uno de los extremos, él atravesaba corriendo el acueducto sin ningún tipo de protección. “Es raro que no nos matáramos ninguno” me dice. Cuando le pregunto sobre la antigüedad del acueducto su frase no deja lugar a dudas: “UY, a saber, cuando mi abuelo ya estaba aquí, y cuando el abuelo de mi abuelo también…”
Tras conversar con aquel anciano de lo divino y de lo humano, tras conocer con detalle la evolución agrícola de la zona y las penurias de su infancia, me despido agradecido. Escuchar el testimonio de personas que tienen la experiencia de los años es siempre interesantísimo, es la mejor manera de conocer la evolución de cualquier lugar por remoto que sea. Mi primera intención había sido la de continuar río arriba hasta el antiguo puente romano o puente del Cid, conocido así por la leyenda que se cuenta sobre el campeador en su paso por estas tierras, pero la larga conversación con aquel anciano ha trastocado mis planes. El sol ha comenzado a retirarse ya sobre una montaña lejana y como desconozco la distancia que existe entre el acueducto y el antiguo puente, decido regresar a casa con la idea de volver algún otro día.
           Observo  el acueducto  una  última vez. Es curioso que una construcción milenaria  como  aquella todavía sea capaz de dar el servicio  para el que fue construida, pero  lo más curioso es que una obra de esas características sea tan poco conocida  en nuestra zona. 
           Romanos, musulmanes  o  cristianos, no esta clara la titularidad de tan  espectacular  obra hidráulica, lo que si esta claro,  que  sea  de la época  que sea, debemos hacer lo imposible para que muchas generaciones futuras puedan disfrutar de él. 



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