En esta ocasión voy a visitar un
lugar poco conocido, un lugar atravesado por nuestro
querido Guadalopillo, un lugar en el que los antiguos pobladores utilizaron
todo su conocimiento arquitectónico para salvar un gran desnivel con el fin de
aprovechar los recursos hídricos que les brindaba la zona.
Pongo
rumbo a Calanda por la nacional 211. Es un trayecto de sobras conocido, pero por
más veces que paso no logro acostumbrarme a ver las antiguas estaciones en
tan lamentable estado. Siempre he pensado que con la restauración debida, esos
edificios podrían ser muy aprovechables.
Una vez en Calanda me desvío
hacia la derecha por la carretera A-226 en dirección a Mas de las Matas. La
abandono poco antes de llegar al cruce de Torrevelilla, justo antes de cruzar
el puente sobre el río Guadalopillo. A mi izquierda puedo ver el acceso al
antiguo puente, la carretera vieja, por allí es por donde accedo hasta llegar a
una pequeña explanada al otro lado donde aparco mi coche. No es el acceso más
directo al lugar de nuestra visita, pero la belleza del corto paseo que voy a
dar, merece ese rodeo.
Al bajar del vehiculo echo un vistazo a mi alrededor. Estoy bajo el moderno acueducto que traslada el agua a los
nuevos riegos que podemos encontrar en las llanuras existentes entre Calanda y
Alcañiz. Es una obra faraónica, de una altura considerable que atraviesa toda
la depresión que el Guadalopillo se ha encargado de moldear durante miles de años. También se distingue desde allí la evolución de la carretera A-226.
En apenas 200 metros
podemos ver las construcciones de los tres puentes que han atravesado a lo
largo de la historia reciente el cauce del río. Todavía permanecen los tres en pie,
incluso se pueden atravesar, aunque el mas antiguo ha sido anidado por una espesa
vegetación. Es curioso como la naturaleza siempre acaba adaptándose a las construcciones
artificiales hechas por el hombre.
Inicio la marcha en dirección al
río siguiendo el camino por el que he entrado. Tanto a la derecha como a la
izquierda dejamos arquetas de servicio del moderno abastecimiento de agua de la
zona. Conforme desciendo me fijo a mi derecha en un antiguo puente cortado
situado sobre la carretera A-2406 en dirección a Torrevelilla. Esta escoltado
por un enorme edificio de piedra semejante a una especie de molino, o quizá una
antigua estación hidroeléctrica. La falta de restos en la otra orilla me hace
dudar si aquel puente cruzaba todo el cauce o su único cometido era el de
burlar la carretera para luego dejar caer violentamente el agua con el fin de
aprovecharla en la producción eléctrica o industrial.
A la orilla del río ya
puedo apreciar la señalización que me indica el recorrido que el
Ayuntamiento de Calanda ha acondicionado de forma brillante. Es un camino estrecho, pero limpio de
vegetación, que serpentea sobre un lado y otro del lecho, uniendo las orillas
con puentes de madera que le dan un encanto especial. Según
tengo entendido el sendero es de considerables dimensiones, une la
desembocadura del río Gudalopillo sobre el Guadalope, con un espectacular
mirador, aguas arriba de Calanda, llamado el “Pocico Palomar”.
A unos pasos del inicio encontramos el primer puente de madera. Me rodea una vegetación típica de ribera
con variadas tonalidades de un verde intenso. Sin duda la época en que
visitemos el lugar también resultara importante, yo recomiendo visitarlo en
primavera pues podemos disfrutar de la bella paleta de colores que pone ante nosotros la naturaleza.
Me acerco a las tres estructuras de los
puentes que, en diferentes épocas, han servido al ser humano para atravesar el
barranco labrado por el río a su paso por ese lugar. No me voy a entretener en
su descripción, pero en apenas doscientos metros podemos apreciar la evolución
de la ingeniería civil en cientos de años. Es curioso ir comparando uno y otro
puente mientras pasamos bajo ellos, desde la modestia del pequeño arco de medio
punto del más antiguo, a las extraordinarias vigas de hormigón del más moderno.
Inicio de nuevo mi camino acompañado
del canto de los pájaros, del sonido lejano de un tractor realizando trabajos agrícolas
y del movimiento síncrono que el viento enjaulado en el barranco
provoca sobre las hojas. Conforme avanzo disfruto de la explosión de color que
me rodea. Las rojas flores de una mangranera contrastan con el tupido verde que
nos acompaña como telón de fondo. Dejo a mi derecha un pequeño bancal de
melocotoneros ya embolsados, del cual me separa una valla metálica de color
verde. Sin duda la mejor manera de evitar las tentaciones de algún excursionista
de alargar la mano hacia algún melocotón.
El río, pese a su pequeño caudal, ha tallado con el
tiempo importantes cortadas, dibujando pequeños meandros que condicionan el
recorrido del sendero. Sus aguas son completamente transparentes, y,
exceptuando pequeños restos de botellas o papeles en sitios puntuales, podemos
decir que el cauce esta muy limpio dada su ubicación aguas abajo de la
población. Es en estos lugares donde se aprecia la verdadera importancia de las
depuradoras de aguas residuales, pues según me cuentan, antiguamente el agua
del lugar tenia un color grisáceo y desprendía un hedor espantoso, y el cauce
estaba completamente inundado de restos de papel higiénico todavía no
degradado.
Por fin, tras las verdes ramas
de unos grandes chopos puedo imaginar la majestuosa estructura de un acueducto
milenario. Conforme me acerco tengo la sensación de que un gran tubo de
hormigón esta anclado a la estructura de tan maravillosa obra, sin embargo mi ubicación me había jugado una mala pasada, pues
ese tubo atraviesa el cauce del río bastantes metros antes que el Acueducto.
Conforme me acerco puedo apreciar
cinco grandes arcos de medio punto construidos en sillería. Me llama la
atención el hecho de que los pilares que soportan el acueducto son diferentes
entre ellos, no se si porque en diferentes épocas se afianzo la estructura o
porque los constructores originales ya decidieron esa asimetría.
En un pequeño panel explicativo puedo leer que el acueducto tiene una longitud de110 metros con una
altura de 15 y el canal de su parte superior, construido también en sillar de
arenisca, tiene una profundidad de un metro. A diferencia del majestuoso
acueducto de Segovia, este si tiene argamasa entre sus sillares.
En un pequeño panel explicativo puedo leer que el acueducto tiene una longitud de
Leo en el panel que su
antigüedad no esta clara. Algunos historiadores lo consideran de origen romano basándose
en las espectaculares villas romanas, con mosaicos exclusivos. que han
aparecido en la zona. Otros consideran que su construcción es de origen islámico,
pues son ellos los que modernizaron los regadíos de esta zona en los últimos
siglos del primer milenio. Sin embargo en aquel panel consideran que su construcción
mas probable puede ser de los siglos XIV o XV, ya que su primera mención histórica
es la de Juan Bautista de Labaña, geógrafo portugués, en 1610.
Observo con detalle el acueducto. Yo no soy ningun experto en arquitectura medieval, pero en esa época era
costumbre y tradición que los canteros firmaran los sillares con alguna marca o
símbolo para poder identificar cuantos habia hecho cada uno, y por mucho que me fijo no consigo localizar en ellos nada que se
pueda confundir con las típicas marcas de cantería que encontramos en
construcciones aragonesas de esa época. Si yo, desde el más profundo desconocimiento, tuviese que
datar esa obra, desde luego no lo haría en los siglos XIV o XV.
Me doy la vuelta. Frente a mí,
en un banco colocado estratégicamente, un anciano me mira con curiosidad
apoyando sus brazos sobre un viejo gallato de madera. Sonríe tímidamente,
acentuando los surcos que la edad ha dejado en su cara. Me acerco a él para
darle los buenos días e intercambiamos interesantes apreciaciones sobre el
lugar. Me habla de su infancia, y me cuenta que cuando era un niño, mientras su
madre lavaba la ropa en el lavadero que existe en uno de los extremos, él
atravesaba corriendo el acueducto sin ningún tipo de protección. “Es raro que
no nos matáramos ninguno” me dice. Cuando le pregunto sobre la antigüedad del
acueducto su frase no deja lugar a dudas: “UY, a saber, cuando mi abuelo ya
estaba aquí, y cuando el abuelo de mi abuelo también…”
Tras conversar con aquel anciano
de lo divino y de lo humano, tras conocer con detalle la evolución agrícola de
la zona y las penurias de su infancia, me despido agradecido. Escuchar el
testimonio de personas que tienen la experiencia de los años es siempre
interesantísimo, es la mejor manera de conocer la evolución de cualquier lugar
por remoto que sea. Mi primera intención había sido la de continuar río arriba
hasta el antiguo puente romano o puente del Cid, conocido así por la leyenda
que se cuenta sobre el campeador en su paso por estas tierras, pero la larga
conversación con aquel anciano ha trastocado mis planes. El sol ha comenzado a
retirarse ya sobre una montaña lejana y como desconozco la distancia que existe
entre el acueducto y el antiguo puente, decido regresar a casa con la idea de
volver algún otro día.
Observo el acueducto una última
vez. Es curioso que una construcción milenaria como aquella todavía sea capaz
de dar el servicio para el que fue construida, pero lo más curioso es que una
obra de esas características sea tan poco conocida en nuestra zona.
Romanos, musulmanes o cristianos, no esta clara la titularidad de tan espectacular obra hidráulica,
lo que si esta claro, que sea de la época que sea, debemos hacer lo imposible
para que muchas generaciones futuras puedan disfrutar de él.
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