En esta ocasión he querido buscar un lugar
llamativo y emblemático al cual pudiésemos desplazarnos con toda la familia, un
lugar donde tanto los más mayores como los más pequeños no tuvieran
dificultad en visitar. Todos esos
aspectos los reúne la Ermita de San José, Ermita del siglo XVI que domina desde
su situación privilegiada todo el valle del río Mezquin, y la causante de que,
desde 1979, el pueblo de Belmonte de Mezquin
cambiase su nombre por el de Belmonte de San José.
Comenzamos nuestra ruta en dirección
a Alcañiz por la carretera N-211. Una vez sobrepasada la localidad de Calanda,
permaneceremos atentos al cruce de la carretera A-1408, la cual nos llevara
hasta la población de Castelseras. Allí, una vez hayamos atravesado la variante
que deja el municipio a nuestra izquierda, volveremos a cambiar de carretera en
dirección a Torrevelilla por la A-1409. Atravesaremos el casco urbano de esta
localidad y podremos ver a nuestra izquierda el antiguo cuartel de la guardia
civil, hoy sede de OMEZYMA, el cual llama la atención por su interesante estructura,
es curioso que una localidad que no llega a los 200 habitantes dispusiera en su
día de un cuartel de esas dimensiones.
Hasta Torrevelilla las carreteras son
buenas, de un firme regular y de dos carriles, sin embargo, a los pocos metros
de salir de la localidad la carretera
pasa a ser sinuosa, de pavimento irregular y con líneas de señalización laterales
solamente. Tras recorrer unos kilómetros
de difíciles curvas encontraremos a nuestra izquierda la carretera A-2409 que será
la encargada de dirigirnos hacia la localidad de Belmonte de San José, una de
tantas localidades de la provincia de Teruel cuyos dos únicos accesos todavía
son originales de principios del siglo XX. Durante el trayecto, si observamos a
nuestra izquierda podremos apreciar, sobre un monte y entre un pequeño ejército
de pino carrasco el color rojizo de la techumbre de la Ermita, lugar al cual
nos dirigimos.
Una vez en la localidad de Belmonte,
recomiendo a los que dispongan del tiempo necesario realizar la visita guiada al
casco urbano de la localidad. Un casco urbano que todavía mantiene la belleza
de épocas pasadas, pero en el cual hoy no me voy a entretener, pues la riqueza arquitectónica
del mismo, merece un artículo dedicado íntegramente a él. Para los que no
dispongan de tiempo y decidan dirigirse a nuestro objetivo sin realizar
paradas, si que les recomiendo que antes de entrar en la travesía y justo al
salir de la misma se fijen a mano izquierda en dos pequeños puentes de origen
medieval que son fiel reflejo de la arquitectura de la localidad. Continuando
por la A-2409, apenas tres kilómetros después de haber abandonado la travesía
de Belmonte, tenemos señalizado a nuestra izquierda el acceso a la Ermita, un
acceso asfaltado en su integridad y que nos permite aparcar nuestro vehiculo
junto al edificio.
Nada más llegar pude apreciar el
minucioso trabajo de mantenimiento que los vecinos de Belmonte llevan a cabo,
no solo en la Ermita sino en todo el entorno. En uno de los mosaicos de cerámica
colocados en el atrio de entrada, podremos leer que en 1963 se constituyo una
hermandad en el municipio cuyo objetivo era la restauración y mantenimiento del
lugar. Al bajar del coche describo una circunferencia completa intentando resituar
mi centro de gravedad. Me fijo en las extraordinarias posibilidades del lugar,
a su belleza paisajística y arquitectónica se une un gran espacio, libre de
peligros, para que los más pequeños disfruten del campo y la naturaleza,
merenderos de obra civil para aquellos en cuyas salidas es imprescindible la
fiambrera y unos bancos de madera, que no desentonan con el lugar, situados
estratégicamente para contemplar el zig zag que el río Mezquin ha ido labrando
en el valle que tenemos a nuestros pies.
Comienzo a ascender por una pequeña
cuesta, flanqueado por varios cipreses que me hacen el “paseíllo” para celebrar
mi llegada. Observo la Ermita, una construcción que de no ser por la campana,
perfectamente podría pasar por un edificio civil, por una de tantas y tantas
masadas desperdigadas por nuestra geografía, pero esta restaurada con mimo y respetando al máximo su
estructura original.
Cuando
veo rehabilitaciones de edificios antiguos siempre me acuerdo del castillo de
Miravet. Desde mi desconocimiento en restauración, arquitectura o ingeniería,
no puedo olvidar lo poco que me gusto el trabajo de restauración de ese
imponente castillo. Para mi los edificios restaurados son como las obras de
arte, o te gustan o no te gustan. Es la primera impresión la que te dice si la restauración
es buena o es mala, eso siempre depende de la armonía y la complicidad que el
restaurador haya conseguido entre lo viejo y lo nuevo. Miravet, para mi, es un
claro ejemplo de una restauración hecha sin ningún criterio, sin tener en
cuenta en absoluto el aspecto estético de la misma. Sin embargo lo que veo en
esta ocasión me gusta, es una restauración minuciosa, que cuida los detalles e intenta
armonizar los materiales, pese a la distancia temporal que los separa.
Frente a la puerta principal de la Ermita encontramos una
pequeña placeta empedrada y amurallada, desde allí mirando hacia el sur podemos
ver la localidad de Belmonte, con su imponente Iglesia parroquial y el pequeño
Calvario que la preside. Miro de nuevo hacia la Ermita. Es difícil para alguien
sin conocimientos arquitectónicos describir lo que veo, es entonces cuando me
percato que junto a la entrada del atrio hay una pequeña placa que dice así:
“Edificio en mampostería y cantera con carácter civil producido
por la envoltura de la casa del ermitaño. A la capilla se accede por un pórtico
sobre el que se sitúa la citada casa.
En el interior descubrimos su verdadera estructura; de una sola
nave, testero recto y cubiertas de medio cañón. La decoración mural de su
interior pertenece al siglo XIX, aunque ha sufrido varios repintes a lo largo
de su historia.”
Me asomo a una pequeña ventanita enmallada que me permite
ver el interior de la Ermita. Se distinguen varias bancadas, un pequeño altar
mayor decorado con dos columnas doradas y presidido por un cuadro de grandes
dimensiones y una vieja y alargada alfombra que viste el pasillo central. La
decoración es sobria y elegante, no peca de ostentosa y, como en todo el
espacio exterior, se percibe el esfuerzo que los vecinos de Belmonte hacen para
mantenerla limpia y cuidada.
Salgo de nuevo al exterior y me acerco a una barandilla metalica
que cierra el curioso patio empedrado, desde allí distingo con precisión la
sinuosa carretera por la que hemos accedido a Belmonte y también la que se
encarama serpenteante por la sierra de la Ginebrosa en dirección a la Cañada de
Verich. Desvío la mirada hacia mi izquierda y me sorprendo ante el majestuoso
porte de un pino carrasco de extraordinarias dimensiones que se encarama como
yo a la barandilla para disfrutar del paisaje que se abre a nuestros pies.
Conforme me acerco a él, contemplo asombrado la irregularidad de las ramas que
nacen del tronco principal, recuerdan a los tentáculos de los pulpos gigantes
de las películas de ciencia ficción japonesas de los años 80. Está situado en
la parte posterior del edificio, solitario, en una terraza espaciosa que a la
vez hace de mirador.
Cuando me acerco al borde de esa terraza contemplo atónito
toda la inmensidad que podemos observar desde allí. Reconozco Torrevelilla, La Codoñera
y Torrecilla. Al fondo la siempre presente central térmica de Andorra. Distingo
el nuevo polígono industrial de Calanda y los grandes edificios de MotorLand,
la silueta borrosa del Castillo de Alcañiz, las ermitas hermanas de los pueblos
vecinos… y todo ello separado por la línea irregular que el Río Mezquin dibuja
en el terreno. Levanto los talones con la esperanza de que los pocos
centímetros que me permite ganar ese gesto, me ayuden a ver mucho mas allá,
pero no acierto a distinguir con precisión que son las siluetas que aparecen
tras la “Histórica y Heroica Ciudad”. Quizá por eso aquel pino ha crecido
tanto, porque sigue intentando elevarse para poder contemplar aquel maravilloso
paisaje en toda su inmensidad. Ojalá los grandes árboles pudiesen hablar, podrían
contarnos cientos de historias vividas en un mismo lugar por cientos de
personas diferentes.
Rodeo la Ermita y distingo una estructura más moderna de
pilares de ladrillo caravista y vigas de madera, me acerco con curiosidad y
descubro la entrada a dos pozos de agua presididos por un mural cerámico de San
José bendiciendo el líquido elemento que allí se deposita después de las
lluvias. Un poquito más abajo podemos contemplar la fuente, rodeada de dos
escaleras de estructura antigua y bien cuidada. Todavía nos depara una sorpresa
más ese magnífico lugar. Si seguimos la señalización vertical y nos adentramos
unos cientos de metros en el bosque que rodea la Ermita, accederemos a un
curioso mirador, colocado sobre una gran roca y rodeado por una barandilla
donde un panel explicativo nos describe el lugar, el paisaje que divisamos y la
fauna y flora que allí podemos encontrar.
Vuelvo intentando reconocer los distintos árboles de los
que informa el panel, o avistar algún
colirrojo o zorzal de los que también habla. Ando despacio, esperando la
compañía de algún animal que comparta mi admiración por ese tranquilo y bello
lugar, pero llego hasta el coche sin ninguna interrupción, pensando que el
camino de vuelta ha sido más corto que el de ida, como siempre pasa cuando
visitamos un lugar desconocido.
Enciendo el contacto y me pongo de nuevo en marcha en busca
de la sinuosa carretera que me trajo hasta allí. Admiro la silueta de la Ermita
de San José por el espejo retrovisor y de mi boca salen solo dos palabras:
HASTA PRONTO
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