Pasear por Morella
no solo es un placer para nuestros sentidos, es también un encuentro mágico y
maravilloso con su historia, con el patrimonio histórico que, aun hoy, nos
recuerda la importancia de esta bellísima población en tiempos pasados. Por las
puertas de sus murallas pasaron grandes ejércitos, jerarcas eclesiásticos, el
Cid, reyes musulmanes y cristianos, judíos, cataros, santos, grandes nobles,
ilustres generales…
En 1231 Don Blasco de Alagón se hace con el
control de esta codiciada plaza, y Jaime I “El conquistador”, pese a que le había
prometido al noble aragonés el control sobre todas las poblaciones y castillos
que él conquistase, pide la propiedad de la misma para la Corona dada su
importancia y su majestuosidad. Dura negociación mantuvieron el Rey templario y
el noble de Alagón hasta llegar a un acuerdo que satisfizo a las dos partes.
Morella es sinónimo de monumentalidad. Hablar de Morella seria hablar de su castillo, de sus
palacios, de sus monasterios y conventos, de su preciosa iglesia, de sus
murallas, de su acueducto… pero existe también una curiosidad que muchas veces
pasa desapercibida al visitante, la sorprendente leyenda
de San Vicente y su visita a Morella.
Aquí la teneis
relatada en su blog por otro explorador, por un viajero inquieto, por “Pasajero
56”:
“Paseando por
la hermosa y monumental Morella nos
encontramos en la calle de la Virgen una casa, conocida por el nombre de
Rovira, en la que se aprecia unos azulejos que hacen referencia a un milagro
que en esta ciudad hizo San Vicente. La leyenda
dice que en el año 1414 San Vicente se alojó en esta casa de Morella en su viaje a Peñiscola para reunirse con el
papa Benedicto XIII (Papa Luna) y el rey Fernando I y hablar del final del
Cisma de Occidente, cuya reunión por cierto terminó sin éxito por la negativa
del papa Benedicto a abdicar. La mujer de la casa donde iba a alojarse el
santo, preocupada por no tener nada que ofrecerle para comer preguntó a su
marido qué podía preparar de comida al santo. El marido le contestó que lo
mejor que encontrara. La mujer, enloquecida, pensó que lo mejor y más preciado
era su amado y único hijo. La mujer en su ataque de locura y en ausencia del
marido, mató a su propio hijo de seis meses y lo guisó, como si fuera un
cordero, para ofrecérselo a San Vicente. Incluso, para probar si el asado
estaba en su punto, la mujer arranco un dedo de su hijo.
Cuando se disponían a comer, el santo se dió cuenta de lo sucedido y, cogiendo los trozos del niño, en medio de sus plegarias, los juntó de nuevo y le resucitó, devolviéndoselo sano a sus padres, aunque eso si, sin el dedo que la madre le había arrancado. Ahora esa placa recuerda el hecho, al igual que un cuadro expuesto en el Museo de Bellas Artes de Valencia del pintor Gaspar de la Huerta refiere este milagro.”
Cuando se disponían a comer, el santo se dió cuenta de lo sucedido y, cogiendo los trozos del niño, en medio de sus plegarias, los juntó de nuevo y le resucitó, devolviéndoselo sano a sus padres, aunque eso si, sin el dedo que la madre le había arrancado. Ahora esa placa recuerda el hecho, al igual que un cuadro expuesto en el Museo de Bellas Artes de Valencia del pintor Gaspar de la Huerta refiere este milagro.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario