"Un noble aragonés de alguna edad, llamado Jaime de Bolea, tenía a
su cargo a una joven huérfana, doña Aldonza de Entenza, heredera de una
inmensa fortuna. Su caballero era un guerrero que estaba haciendo la
guerra en Nápoles, después de haber intervenido en la de España y en
otras muchas empresas de armas, y esperaba volver pronto a Aragón para
pedir al de Bolea la mano de doña Aldonza.
Jaime de Bolea, comprendiendo que no
podía ser correspondido en el amor que profesaba a tan dulce criatura,
se propuso que, al menos, ninguna otra persona pudiera disputársela. Y
cuando Berenguer de Azlor, que éste era el nombre del bizarro guerrero,
regresó a su patria para casarse con doña Aldonza, el tutor le dijo que
había un imposible que los separaba para siempre: porque estaba
enamorado de su propia hermana.
Muchos sufrimientos y pesares tuvo que pasar el de Azlor al comprender
su desgracia. Sobreponiéndose a las debilidades del corazón, dolorido en
lo más hondo, determinó tomar el hábito de Santiago, con voto de
castidad, y se fue a Montalbán, cuya encomienda obtuvo. Al poco tiempo
murió allí de melancolía.
Doña Aldonza, desesperada igualmente por su desgracia, medio enloquecida, se escapó de casa de su tutor y marchó a recorrer los alrededores de Montalbán, donde sabía que había muerto su fiel enamorado y por allí anduvo un sinfin de tiempo.
Un día, al
abrir la iglesia, encontraron una mujer muerta, con señales de juventud
bella y pasada, envuelta en harapos. El comendador existente a la sazón,
que conocía bien la historia de aquellos desgraciados amores de
Berenguer y Aldonza, ordenó que fuese sepultada en el mismo panteón, al
pie del cual la habían encontrado, y colocó una inscripción latina que
decía:
JUSTO ES QUE REPOSEN JUNTOS EN LA MUERTE
LOS QUE TANTO SE AMARON EN VIDA"
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