Importante señorío
del medievo, dominio de los ilustres condes de Montoro. Esta pequeña población,
enclavada en un lugar excepcional, sigue viendo pasar las mansas aguas del
Guadalope bajo sus pies después de cientos de años de historia.
Visitar
Montoro de Mezquita es comprobar la fuerza de la naturaleza. Disfrutar de las
grandes obras de arte esculpidas con el cincel del tiempo. Al norte, al este,
al oeste, al sur. La naturaleza en este lugar viste al Guadalope con la
sobresaliente caliza, con la monumentalidad de enormes cortadas rocosas. Bajo
el abrigo de una de esas rocas, aguas arriba de los bellísimos órganos de
Montoro, una pequeña ermita.
Y en esta Ermita poco conocida, de un pueblo casi olvidado, encontramos una de esas leyendas que llaman la atención del
visitante. Una de esas leyendas que te ayudan a mirar lo que tienes ante ti
desde un prisma distinto. Las viejas historias, los viejos recuerdos, son un
añadido importantísimo al patrimonio del que disfrutamos, pues no solo te fijas
en sus piedras, en sus paisajes, en su estructura… también te centras en
imaginar la escena de aquello que paso hace cientos de años en el mismo sitio en el que estas.Como he dicho muchas veces, añadir una leyenda a un edificio es dotarlo de vida, impregnarlo de recuerdos que ayudan al visitante a calibrar la importancia del lugar.
“Este Santuario, ya antiguo por los años 1353,
se hizo memorable por el favor siguiente y sus circunstancias raras. Por los
años de 1350 se padeció por siete años grande necesidad de agua en nuestro
Reino de Aragón y especialmente en la Bailía de Cantavieja. Hacíanse continuas
rogativas y penitencias, pero irritada la Justicia Divina negaba el socorro a
la tierra. Creciendo, pues, la aflicción de los pueblos, en medio de aquellas
penitencias y a mitad de ellas, determinaron siete mozos naturales de la villa
de Villarluengo salir de su patria en romería y penitencia visitando todos los
santuarios de nuestro reino, y de otros, e implorando la Divina Piedad.
Ejecutada esta romería, y no lloviendo como rogaban al Señor, volviendo ya a
sus casas se les ocurrió visitar la ermita de San Pedro de Montoro, no muy
distante de su patria. Visitaron devotos este Santuario y luego se cubrió de
nubes el cielo y comenzó a llover. Dieron gracias al Santo Apóstol y tomando
viaje a su patria, repitiose la lluvia con tanto ímpetu que hallándolos
extenuados de penitencias y trabajos murieron los siete en el camino. Fue
singular el gozo de Villarluengo y de otros pueblos, en la lluvia tan deseada.
Pero se aguó en parte el gozo con la muerte de aquellos dichosos mozos.”
http://www.maestrazgo.org/montoro/costumbr.htm
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