Existen municipios
que a primera vista no llaman la atención del viajero. Municipios cuyas
construcciones periféricas, aquellas que distinguimos cuando pasamos por su travesía,
nos inducen a pensar que el resto de la localidad estará cortada por el mismo patrón.
Tendemos a pensar que si no distinguimos la silueta de un Castillo o los restos
de un recinto amurallado, esa localidad no esconde nada a nuestros ojos. Y nos
equivocamos. Ejemplos hay muchos: Calaceite, Las Parras de Castellote,
Valdealgorfa... o nuestra protagonista de hoy, la Villa de La Mata de los
Olmos. Pese a que cuando los atravesamos en coche no llaman especialmente
nuestra atención, esconden rincones bellísimos, historia hecha piedra y una
riqueza arquitectónica que no debemos perdernos.
En esta ocasión
visito un lugar cercano. Un municipio en el que nuestros antepasados
conservaban la nieve del invierno para que pudiera ser utilizada el resto del
año, cuando la necesidad lo requiriese. Un lugar recuperado del olvido, del uso
como almacén de enruna que se le dio una vez dejó de utilizarse para su fin
original.
Inicio mi camino por la Nacional 211
en dirección a Teruel. Dejo a mi derecha Los Olmos, otro de los municipios
cuyas generaciones presentes no han podido disfrutar del castillo o torreón que
presidía la localidad. Tras un pronunciado cambio de rasante, y después de
haber atravesado las serpenteantes curvas que dibuja la carretera tras el cruce
de Los Olmos, llego a La Mata.
Hasta 1857 esta villa era conocida
como La Mata. Fue en 1860 cuando se agregó oficialmente el añadido de “los
Olmos”. Su historia está ligada a la orden de Calatrava desde el rey Alfonso II
le cediera la tierra “reconquistada” de manos musulmanas. Hasta 1834 no se constituyó
como Ayuntamiento.
Aparco a la derecha, en
la misma travesía, y ya veo acercarse a
la que hoy será nuestra anfitriona. Eva Félez, amiga y vecina de La Mata de los
Olmos, se brindó amablemente a enseñarme la nevera de su localidad en cuanto se
lo propuse. Aunque con la condición de que también fuera testigo del resto del
patrimonio arquitectónico que La Mata de los Olmos esconde en su interior.
Tras los pertinentes saludos,
iniciamos nuestro camino por una de las callejuelas que se introducen en el
casco urbano de la Villa. Siempre me ha llamado la atención la extraordinaria
vivienda que encontramos nada mas
acceder a la calle a nuestra izquierda. No sólo por su decoración en la
fachada, sino también por el enorme jardín que se abre ante ella. No sé la edad
que puede tener la construcción, pero sin lugar a dudas aquella casa pertenece
a una de las familias más importantes de la localidad.
Continuamos el
recorrido y, frente a nosotros, distingo una bella fachada de sillar recién
restaurada. En los dinteles hay varias imágenes angelicales y, sobre el arco dovelado
de medio punto de la puerta de acceso, existe un escudo familiar raído. Por lo
que nos contaron después, las imágenes y el escudo sufrieron una proyección de
arena excesiva y resultaron dañados durante la restauración. Los dueños están a
la espera de que expertos en la materia vengan a recuperar su esplendor de
tiempos pasados.
En apenas 200 metros me doy cuenta
de la importancia que tuvo la villa. Fachadas de hermoso sillar, arcos dovelados
sobre muchas de las puertas de acceso a las viviendas y primeros pisos de gran
altura. Sin lugar a dudas, La Mata de los Olmos fue en algún tiempo una
localidad prospera, en la que muchos de sus moradores tenían la posibilidad de
construir en piedra sillar y de tallar su heráldica en la fachada. Algo al
alcance de muy pocos en aquellas épocas.
Me fijo en la estructura de las
calles y plazas por las que pasamos. Asimétricas, con rincones y esquinas por
doquier y sin ningún criterio lineal en las construcciones. Desde el
desconocimiento, y por lo que he aprendido de expertos en la materia, la
estructura urbana podría ser de origen musulmán, como las villas vecinas de
Andorra o Calanda. Es lógico pensar que los nuevos pobladores aprovecharan lo que
dejaron aquellos que huían al sur ante las embestidas del ejército cristiano.
Los siglos han cambiado el aspecto de esas calles, pero no la geometría original.
Cruzamos una coqueta plaza presidida
por una pequeña ermita encalada con un bonito pórtico de entrada. Es la ermita
del Rosario, construida a finales del siglo XVIII y que tiene su espadaña como
elemento más característico. Es allí donde conocemos a una entrañable anciana,
Carmen. Una de esas mujeres que pese a
su edad, sigue teniendo una vitalidad enorme y una simpatía excepcional. Una de
esas ancianas que siempre esta dispuesta a compartir contigo una sonrisa.
Seguimos
nuestro camino, dejando a la izquierda el pequeño templo de oración, y nos
adentramos en un camino rodeado de bellas huertas “amuralladas”. Pasamos junto al curioso lavadero y, unos
pocos metros más adelante, encontramos la “fuente vieja”. Tal como se nos dice
en la excelente pagina web de la localidad, estuvo en pleno uso hasta 1970,
fecha en la que se construyo la red de agua potable. Es una bella estructura de
sillería y techo de losa de piedra. Pero lo que la hace todavía mas bonita es
el entorno cuidado y limpio, donde los
elementos han sido escogidos muy acertadamente. Uno de esos sitios donde te
sientes a gusto. En el que estarías horas disfrutando del silencio o de una
buena conversación.
Volvemos hacia
la población. El paseo es maravilloso. A los innumerables detalles arquitectónicos
que existen en La Mata se unen las sonrisas de la gente, los saludos cariñosos,
las miradas entre inquietas y curiosas tras los vidrios de las balconadas.
Imagino cómo seria realmente aquella población en el siglo XVI. ¿Con qué
recursos contarían sus habitantes para poder costear el trabajo de los maestros
canteros de la época? Por el escudo de la Villa imagino que el grano fue un
recurso de importancia capital. Pero quiero pensar que también se benefició del
boom que experimentó la exportación de lana en aquella época.
La plaza del
Ayuntamiento merece un aparte. El conjunto formado por la Iglesia Mayor y la
Casa Consistorial confieren al lugar una belleza excepcional. Es una de esas
plazas con encanto que nadie se puede perder. La construcción a dos alturas
convierte un desnivel insalvable en un recurso de gran belleza arquitectónica. La
lonja con sus bellas columnas, la cárcel, el arco de medio punto que da acceso
a la entrada principal del Ayuntamiento, el perfecto sincronismo estético en la
unión de los dos edificios. .Un lugar bellísimo para los amantes de la construcción
en sillería.
Todavía
disfrutamos de dos edificios más de bella factura: la antigua escuela, que
estuvo en servicio hasta finales de los años 80 del siglo pasado, y la
ermita de la Virgen de Gracia, del siglo
XVII. Desde allí tomamos rumbo hacia nuestra construcción protagonista, “la
nevera de La Mata”
Tras el proceso
de recolección de llaves llevado a cabo por nuestra anfitriona, tomamos una
calle costeruda, bien pavimentada. Ya distingo, a mi derecha, una especie de túnel
de hormigón saliendo de las entrañas del cabezo. Conforme nos acercamos me fijo
en la puerta de madera (mala elección en un lugar de tanta humedad) y en el
panel explicativo que la institución comarcal ha situado en la entrada de la
pequeña estructura.
La nevera de La
Mata pertenece a la ruta comarcal de “Las bóvedas del frío”. Prácticamente
todas las localidades tenían su propia nevera, pero algunas, por desgracia, no
han llegado hasta nuestros días. Según parece, la nevera de La Mata de los
Olmos ya estaba en funcionamiento a mediados del siglo XVII, ya que existe documentación
histórica en la que aparece reflejada. De hecho hay constancia de que sirvió
nieve a la localidad de Alcañiz desde 1657 a 1816.
Según podemos
leer en el panel de la entrada a la nevera de La Mata, dado su gran tamaño y su
excelente ubicación geográfica, fue utilizada a menudo para un comercio de tipo
comarcal. Aunque el fin de su actividad llegó muy pronto, pues en 1855 era
incluida en una subasta pública para su venta.
Una vez dentro
encuentro un pequeño patio cuadrado con los cuadros eléctricos a la derecha. En
esa misma dirección, un pasillo decorado de hormigón baja hacia lo que parece
la antesala de la nevera. La decoración es austera, pero las columnas simuladas
en tela y los tonos azulados de la iluminación crean un ambiente muy acogedor. Nada
más entrar en la antesala, a nuestra izquierda, vemos una serie de fotografías
del resto de neveras visitables que existen en nuestra comarca. Nada más y nada
menos que seis: Alcañiz, Calanda, Belmonte de San José, Cañada de Verich, La Ginebrosa
y Valdealgorfa. Allí mismo también podemos ver una maqueta detallada de cómo la
nieve se introducía en las neveras y de qué forma se procedía a su colocación. Un
elemento imprescindible para entender el funcionamiento de aquellas extrañas bóvedas.
Sigo el camino
del pequeño conducto de desagüe y me introduzco por un
angosto pasillo. La verdad es que el tamaño de aquel pozo no deja
indiferente a nadie, y más porque la mayor parte de él fue excavado en la misma
roca de la montaña. Es increíble la precisión en la curva que aquellos antiguos
picapedreros conseguían. Es casi un círculo perfecto. Levanto la vista y mi
sorpresa es aún mayor: una bellísima bóveda de sillería digna de cualquier
templo de culto cierra el techo. Tiene hasta cinco aberturas. Cuatro pequeñas
para respiración y la central, mucho más grande, para acceder al lugar. No dejo
de mirar la bóveda e intento imaginar la impresionante estructura
de madera que se hubo que montar en el fondo de aquel enorme pozo para cerrarlo
con sillería. El lugar le pone a uno la carne de gallina.
Tras un rato más
de admirada contemplación salimos de nuevo al exterior. Nos acercamos a la
parte superior para ver el remate sobre los sillares. Son simples piedras
amontonadas para disimular lo que se esconde debajo, aunque por lógica
seguridad han tapado el acceso al interior. Si no sabes que es una nevera,
nunca lo adivinarías desde arriba.
Ya de camino al
coche y mientras me despido de Eva, nuestra excelente anfitriona, pienso en qué
es lo que más me ha gustado de mi visita, si la fascinante bóveda de la nevera,
los arcos dovelados de los caserones matinos, la belleza arquitectónica de la
plaza… pero no, lo que mas me ha gustado de este pueblo son sus gentes, su
amabilidad, su sencillez, su disposición a sonreírte pese a ser un extraño con cámara
de fotos. La Mata de los Olmos es visita obligada para los amantes de lo bello,
pues en su interior alberga belleza arquitectónica, amabilidad y una gran dosis
de simpatía. Y eso que no nos dio tiempo a conocer la casa de la curva… Pero
eso es otra historia.
En Catalunya se les llama "Pou de Gel" (pozo de hielo) y son muy diversos, unos de sillería y otros de piedra seca. Me pasaré a visitarlos.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. En esta zona, en la llamada “ruta de las bóvedas del frió”, también podemos encontrar neveras con grandes diferencias constructivas. Algunas de sillar, otras de mampostería u otras, como esta de La Mata de los Olmos, excavada en la roca ya existente. Cada una tiene su particularidad. Es una ruta que merece la pena. Os la recomiendo.
Eliminarhttp://www.omezyma.es/Bovedasdelfrio/
En Calaceite, de pequeño la vi, pero está destruida, no queda nada. Como recuerdo están la Calle de la Nevera y Callejón de la neveria, Es la esquina es donde estaba.
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