martes, 21 de enero de 2014

LA NEVERA DE LA MATA DE LOS OLMOS

       

      Existen  municipios que  a primera vista no llaman la atención del viajero. Municipios cuyas construcciones periféricas, aquellas que distinguimos cuando pasamos por su travesía, nos inducen a pensar que el resto de la localidad estará cortada por el mismo patrón. Tendemos a pensar que si no distinguimos la silueta de un Castillo o los restos de un recinto amurallado, esa localidad no esconde nada a nuestros ojos. Y nos equivocamos. Ejemplos hay muchos: Calaceite, Las Parras de Castellote, Valdealgorfa... o nuestra protagonista de hoy, la Villa de La Mata de los Olmos. Pese a que cuando los atravesamos en coche no llaman especialmente nuestra atención, esconden rincones bellísimos, historia hecha piedra y una riqueza arquitectónica que no debemos perdernos.
            En esta ocasión visito un lugar cercano. Un municipio en el que nuestros antepasados conservaban la nieve del invierno para que pudiera ser utilizada el resto del año, cuando la necesidad lo requiriese. Un lugar recuperado del olvido, del uso como almacén de enruna que se le dio una vez dejó de utilizarse para su fin original.
            Inicio mi camino por la Nacional 211 en dirección a Teruel. Dejo a mi derecha Los Olmos, otro de los municipios cuyas generaciones presentes no han podido disfrutar del castillo o torreón que presidía la localidad. Tras un pronunciado cambio de rasante, y después de haber atravesado las serpenteantes curvas que dibuja la carretera tras el cruce de Los Olmos, llego a La Mata.
            Hasta 1857 esta villa era conocida como La Mata. Fue en 1860 cuando se agregó oficialmente el añadido de “los Olmos”. Su historia está ligada a la orden de Calatrava desde el rey Alfonso II le cediera la tierra “reconquistada” de manos musulmanas. Hasta 1834 no se constituyó como Ayuntamiento.
            Aparco a la derecha, en la misma travesía, y  ya veo acercarse a la que hoy será nuestra anfitriona. Eva Félez, amiga y vecina de La Mata de los Olmos, se brindó amablemente a enseñarme la nevera de su localidad en cuanto se lo propuse. Aunque con la condición de que también fuera testigo del resto del patrimonio arquitectónico que La Mata de los Olmos esconde en su interior.
            Tras los pertinentes saludos, iniciamos nuestro camino por una de las callejuelas que se introducen en el casco urbano de la Villa. Siempre me ha llamado la atención la extraordinaria vivienda  que encontramos nada mas acceder a la calle a nuestra izquierda. No sólo por su decoración en la fachada, sino también por el enorme jardín que se abre ante ella. No sé la edad que puede tener la construcción, pero sin lugar a dudas aquella casa pertenece a una de las familias más importantes de la localidad.
Continuamos el recorrido y, frente a nosotros, distingo una bella fachada de sillar recién restaurada. En los dinteles hay varias imágenes angelicales y, sobre el arco dovelado de medio punto de la puerta de acceso, existe un escudo familiar raído. Por lo que nos contaron después, las imágenes y el escudo sufrieron una proyección de arena excesiva y resultaron dañados durante la restauración. Los dueños están a la espera de que expertos en la materia vengan a recuperar su esplendor de tiempos pasados.

            En apenas 200 metros me doy cuenta de la importancia que tuvo la villa. Fachadas de hermoso sillar, arcos dovelados sobre muchas de las puertas de acceso a las viviendas y primeros pisos de gran altura. Sin lugar a dudas, La Mata de los Olmos fue en algún tiempo una localidad prospera, en la que muchos de sus moradores tenían la posibilidad de construir en piedra sillar y de tallar su heráldica en la fachada. Algo al alcance de muy pocos en aquellas épocas.
            Me fijo en la estructura de las calles y plazas por las que pasamos. Asimétricas, con rincones y esquinas por doquier y sin ningún criterio lineal en las construcciones. Desde el desconocimiento, y por lo que he aprendido de expertos en la materia, la estructura urbana podría ser de origen musulmán, como las villas vecinas de Andorra o Calanda. Es lógico pensar que los nuevos pobladores aprovecharan lo que dejaron aquellos que huían al sur ante las embestidas del ejército cristiano. Los siglos han cambiado el aspecto de esas calles, pero no  la geometría original.
            Cruzamos una coqueta plaza presidida por una pequeña ermita encalada con un bonito pórtico de entrada. Es la ermita del Rosario, construida a finales del siglo XVIII y que tiene su espadaña como elemento más característico. Es allí donde conocemos a una entrañable anciana, Carmen. Una  de esas mujeres que pese a su edad, sigue teniendo una vitalidad enorme y una simpatía excepcional. Una de esas ancianas que siempre esta dispuesta a compartir contigo una sonrisa.
Seguimos nuestro camino, dejando a la izquierda el pequeño templo de oración, y nos adentramos en un camino rodeado de bellas huertas “amuralladas”.  Pasamos junto al curioso lavadero y, unos pocos metros más adelante, encontramos la “fuente vieja”. Tal como se nos dice en la excelente pagina web de la localidad, estuvo en pleno uso hasta 1970, fecha en la que se construyo la red de agua potable. Es una bella estructura de sillería y techo de losa de piedra. Pero lo que la hace todavía mas bonita es el entorno cuidado y  limpio, donde los elementos han sido escogidos muy acertadamente. Uno de esos sitios donde te sientes a gusto. En el que estarías horas disfrutando del silencio o de una buena conversación.

Volvemos hacia la población. El paseo es maravilloso. A los innumerables detalles arquitectónicos que existen en La Mata se unen las sonrisas de la gente, los saludos cariñosos, las miradas entre inquietas y curiosas tras los vidrios de las balconadas. Imagino cómo seria realmente aquella población en el siglo XVI. ¿Con qué recursos contarían sus habitantes para poder costear el trabajo de los maestros canteros de la época? Por el escudo de la Villa imagino que el grano fue un recurso de importancia capital. Pero quiero pensar que también se benefició del boom que experimentó la exportación de lana en aquella época.
La plaza del Ayuntamiento merece un aparte. El conjunto formado por la Iglesia Mayor y la Casa Consistorial confieren al lugar una belleza excepcional. Es una de esas plazas con encanto que nadie se puede perder. La construcción a dos alturas convierte un desnivel insalvable en un recurso de gran belleza arquitectónica. La lonja con sus bellas columnas, la cárcel, el arco de medio punto que da acceso a la entrada principal del Ayuntamiento, el perfecto sincronismo estético en la unión de los dos edificios. .Un lugar bellísimo para los amantes de la construcción en sillería.
Todavía disfrutamos de dos edificios más de bella factura: la antigua escuela, que estuvo en servicio hasta finales de los años 80 del siglo pasado, y la ermita  de la Virgen de Gracia, del siglo XVII. Desde allí tomamos rumbo hacia nuestra construcción protagonista, “la nevera de La Mata”
Tras el proceso de recolección de llaves llevado a cabo por nuestra anfitriona, tomamos una calle costeruda, bien pavimentada. Ya distingo, a mi derecha, una especie de túnel de hormigón saliendo de las entrañas del cabezo. Conforme nos acercamos me fijo en la puerta de madera (mala elección en un lugar de tanta humedad) y en el panel explicativo que la institución comarcal ha situado en la entrada de la pequeña estructura.
La nevera de La Mata pertenece a la ruta comarcal de “Las bóvedas del frío”. Prácticamente todas las localidades tenían su propia nevera, pero algunas, por desgracia, no han llegado hasta nuestros días. Según parece, la nevera de La Mata de los Olmos ya estaba en funcionamiento a mediados del siglo XVII, ya que existe documentación histórica en la que aparece reflejada. De hecho hay constancia de que sirvió nieve a la localidad de Alcañiz desde 1657 a 1816.
Según podemos leer en el panel de la entrada a la nevera de La Mata, dado su gran tamaño y su excelente ubicación geográfica, fue utilizada a menudo para un comercio de tipo comarcal. Aunque el fin de su actividad llegó muy pronto, pues en 1855 era incluida en una subasta pública para su venta.
Una vez dentro encuentro un pequeño patio cuadrado con los cuadros eléctricos a la derecha. En esa misma dirección, un pasillo decorado de hormigón baja hacia lo que parece la antesala de la nevera. La decoración es austera, pero las columnas simuladas en tela y los tonos azulados de la iluminación crean un ambiente muy acogedor. Nada más entrar en la antesala, a nuestra izquierda, vemos una serie de fotografías del resto de neveras visitables que existen en nuestra comarca. Nada más y nada menos que seis: Alcañiz, Calanda, Belmonte de San José, Cañada de Verich, La Ginebrosa y Valdealgorfa. Allí mismo también podemos ver una maqueta detallada de cómo la nieve se introducía en las neveras y de qué forma se procedía a su colocación. Un elemento imprescindible para entender el funcionamiento de aquellas extrañas bóvedas.
Sigo el camino del pequeño conducto de desagüe y me introduzco por un angosto pasillo. La verdad es que el tamaño de aquel pozo no deja indiferente a nadie, y más porque la mayor parte de él fue excavado en la misma roca de la montaña. Es increíble la precisión en la curva que aquellos antiguos picapedreros conseguían. Es casi un círculo perfecto. Levanto la vista y mi sorpresa es aún mayor: una bellísima bóveda de sillería digna de cualquier templo de culto cierra el techo. Tiene hasta cinco aberturas. Cuatro pequeñas para respiración y la central, mucho más grande, para acceder al lugar. No dejo de mirar la bóveda e intento imaginar la impresionante estructura de madera que se hubo que montar en el fondo de aquel enorme pozo para cerrarlo con sillería. El lugar le pone a uno la carne de gallina.


Tras un rato más de admirada contemplación salimos de nuevo al exterior. Nos acercamos a la parte superior para ver el remate sobre los sillares. Son simples piedras amontonadas para disimular lo que se esconde debajo, aunque por lógica seguridad han tapado el acceso al interior. Si no sabes que es una nevera, nunca lo adivinarías desde arriba.
Ya de camino al coche y mientras me despido de Eva, nuestra excelente anfitriona, pienso en qué es lo que más me ha gustado de mi visita, si la fascinante bóveda de la nevera, los arcos dovelados de los caserones matinos, la belleza arquitectónica de la plaza… pero no, lo que mas me ha gustado de este pueblo son sus gentes, su amabilidad, su sencillez, su disposición a sonreírte pese a ser un extraño con cámara de fotos. La Mata de los Olmos es visita obligada para los amantes de lo bello, pues en su interior alberga belleza arquitectónica, amabilidad y una gran dosis de simpatía. Y eso que no nos dio tiempo a conocer la casa de la curva… Pero eso es otra historia.


3 comentarios:

  1. En Catalunya se les llama "Pou de Gel" (pozo de hielo) y son muy diversos, unos de sillería y otros de piedra seca. Me pasaré a visitarlos.

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    1. Gracias por tu comentario. En esta zona, en la llamada “ruta de las bóvedas del frió”, también podemos encontrar neveras con grandes diferencias constructivas. Algunas de sillar, otras de mampostería u otras, como esta de La Mata de los Olmos, excavada en la roca ya existente. Cada una tiene su particularidad. Es una ruta que merece la pena. Os la recomiendo.

      http://www.omezyma.es/Bovedasdelfrio/

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  2. En Calaceite, de pequeño la vi, pero está destruida, no queda nada. Como recuerdo están la Calle de la Nevera y Callejón de la neveria, Es la esquina es donde estaba.

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