viernes, 12 de julio de 2013

EL PUENTE DEL HUERGO

           En esta ocasión visitare un bello rincón de los antiguos dominios de los caballeros de la Orden del Temple. Caballeros medievales cuya trágica historia ha dado pie a infinidad de leyendas, libros y misterios. Una Orden Militar tan poderosa, que incluso los reyes y estados europeos les debían cantidades ingentes de dinero. Por este motivo, y por la envidia que suscitaba su extraordinaria capacidad política, económica y militar, Felipe IV El Hermoso, Rey de Francia, intimidó al papa Clemente V para que abriera un proceso contra ellos, acusándolos de herejía por testigos coaccionados también por el mismo rey. Ese fue el final oficial de la Orden, aunque muchas son las teorías que apuntan que aun hoy perviven como sociedad secreta, instalados en los centros del poder político y económico del mundo civilizado.

          Salgo de Alcorisa en dirección a Alcañiz, desviándome hacia la derecha por la carretera autonómica A-225 que me llevara a la vecina localidad de Mas de las Matas. Tomaré la variante que bordea el municipio, fijándome a nuestra derecha en la majestuosidad de la torre de su iglesia, que con 63,5 metros de altura, es una de las más altas de todo Aragón. Continúo por la A-226 en dirección a Castellote. Dejo a la izquierda la pequeña población de Abenfigo, que pese a tener muy pocos vecinos conserva sus calles engalanadas con plantas de un verde intenso que desprenden colores llamativos cada primavera.

Más adelante observo la imponente silueta de las ruinas del castillo templario de Castellote, recientemente consolidadas, mientras me acerco a una gran pared de roca caliza, vigía incansable de la ermita de la virgen del agua, patrona de la localidad. Atravieso el túnel, puerta natural a la Comarca del Maestrazgo. En esta  Comarca  los elementos se han confabulado a lo largo de miles de millones de años para dar forma a un lugar tan bello como difícil, un lugar de condiciones geográficas extremas pero de sensaciones mágicas y maravillosas. Un lugar que debe su nombre a la presencia de los Maestres de las Ordenes militares del Temple, San Juan y Montesa, que durante cientos de años ostentaron el señorío de estos dominios.

            Continúo por la A-226 en dirección a Cantavieja, y dejo a un lado el Embalse de Santolea. Es inevitable comparar las presas de Calanda y Castellote, es inevitable admirar a aquellas personas que sin los medios técnicos actuales, realizaron una obra de esa envergadura y de tan bella factura. “Eso era construir, y no lo de ahora” Esas son las palabras que articulan mis labios mientras mi vehículo se desliza por el primero de los túneles que debo atravesar.  Poco antes de llegar al puente de Perojil, a la izquierda, justo enfrente del camino que da acceso a los barracones de unas minas, rehabilitados y actualmente usados como Aula de Estudio de la Naturaleza, veo un cartel indicativo que me señala el merendero de Perojil,  abandono la carretera y tomo ese camino.

            Para aquellos a los que les apetezca andar, tenéis la posibilidad de dejar el coche en ese merendero y ascender por las orillas del cauce hasta el lugar que hoy voy a visitar. Para los que prefieran el vehículo como transporte, la opción es continuar el camino hasta la aldea de Perojil, dejando esta a mano derecha, ascendiendo por el pinar hasta que nuestro coche vuelva a recuperar la horizontalidad. Será en ese momento cuando deberéis fijaros bien a nuestra derecha, desviándoos por un camino de gravilla practicable, de pendiente pronunciada, que desciende hasta las orillas del río.

           Inicio la marcha en dirección hacia las montañas que se elevan a mi izquierda, aguas arriba del río. El inicio es pedregoso, lleno de cantos rodados que el agua, el tiempo y la erosión se han encargado de depositar allí. Cuando andamos por terrenos así es muy recomendable mirar hacia nuestros pies. Muchos somos los que hemos dado con los huesos en el suelo por caminar sobre cantos rodados admirando el paisaje que nos rodea. Mi consejo es ir mirando por donde andamos y parar cada vez que queramos observar algo de nuestro entorno, además, buscar entre las piedras, fósiles o formaciones extrañas, también nos puede dar sorpresas muy agradables.

            Continúo por la orilla del río alrededor de un kilómetro y lo cruzo saltando de piedra en piedra para evitar mojarme los pies. Para aquellos que carezcan de un mínimo de agilidad atlética les recomiendo que se descalcen y pasen el rió andando, el hecho de que vehículos a motor atraviesen ese punto ha hecho que las piedras del fondo se hayan compactado, y nuestros pies no sufrirán tanto como lo harían caminando por un suelo no pisado.
            
            En mi camino veo la fauna y la flora típicas del bosque de ribera, incluso si permanezco en silencio puedo escuchar el croar de alguna rana que ha hecho de aquel lugar su casa. Dadas las fechas que la mayoría elegimos para realizar nuestras excursiones, es más que probable que nos encontremos con una gran cantidad de mosquitos, que zumbaran a nuestro alrededor mientras vayamos  junto al líquido elemento. A mi derecha dejo la Masía del Huergo, una masía deteriorada por los años y el descuido de sus gentes. Una masía cuya importancia en tiempos pasados no pasa desapercibida. Buscando información sobre ella, encontré en el blog “Las letras desde Cazarabet” una descripción exacta a lo que yo imagine observando su construcción y edificios anexos, dice así:
           

“El Mas de Huergo se encuentra a dos kilómetros de la población de Las Planas. Esta masía es el conjunto de edificios. Resalta un torreón de planta rectangular, todo de piedra y con tres alturas, es parte de la casa principal de la masía. Delante una plaza grande y con aspiraciones a perdurar en la historia. En esta masía se cultivaba cereal, vid, aceite, legumbres y no pocos frutales. Alrededor crecen carrascas y pinos. En el cultivo de la vid se logró cosechar muy buena uva que dio un vino muy apreciado en la zona… En los alrededores de El Huergo se criaban moreras que alimentaban a los hambrientos gusanos de seda que eran un importante aporte económico a los ingresos más tradicionales de la típica economía de la lana y de la agricultura. Había un molino de aceite, varias casas acondicionadas para elaborar vino, un molino harinero y un horno de leña.”

             Continúo ascendiendo, acercándome cada vez más a la montaña que, no sé todavía muy bien como, esconde al río Bordón en su camino hacia el embalse de Santolea. Puedo apreciar la herida profunda que las aguas cristalinas han causado, una  grieta labrada en la roca y a la que, desde la posición actual, no puedo ver el fondo. Poco a poco la vegetación me permite distinguir una imagen de películas olvidadas, de luchas de caballeros, derechos de pernada y pago de diezmos... Películas en las que la joven y bella protagonista, hija de un señor feudal, se baña desnuda en el pozo transparente de un pequeño río, junto al puente medieval donde nuestro protagonista, un pobre pero noble caballero, observa escondido tan bella escena. 

             Conforme me acerco distingo la arcada de piedra del viejo puente, el agua mansa y clara que envuelve en tonalidades verdes el fondo de un pequeño pozo esculpido por los años. Y al fondo, más allá, una pequeña cascada cuyo sonido nos tranquiliza, nos alivia, nos entumece... Un lugar que me retrotrae a tiempos pasados, que nos enseña la combinación perfecta entre construcciones artificiales y bellos espacios naturales, que nos demuestra que aprovechar los recursos nunca es sinónimo de destruir un ecosistema.

              Asciendo por una pequeña rampa pronunciada a la  senda empedrada que, antiguamente, fue camino real entre Castellote y Cantavieja. El eje que vertebraba los territorios de los Pobres Caballeros del Templo de Jerusalén, el lugar por donde transcurría la vida, la esperanza y en ocasiones la sangre y las batallas de aquellos nuevos pobladores que se instalaron en la zona tras la reconquista allá por el siglo XII. Actualmente por allí discurre el sendero de gran recorrido número 8, comúnmente conocido como GR-8. Me acerco al puente de piedra, un pequeño puente carretero que pese al peso que ha soportado durante siglos y siglos continua impasible, orgulloso, sin ningún atisbo de derrota, facilitando el paso a todo aquel ser vivo que decida cruzar la línea marcada por las aguas del río Bordón.

              Observo aguas abajo la inmensidad del valle, todavía existen tierras cultivadas en él, distingo al fondo las montañas que acompañan el discurrir lento y sinuoso de la antigua carretera de Santolea, observo el inmenso manto verde del pinar que pudo salvarse de aquel devastador incendio que asolo gran parte de la riqueza natural del Maestrazgo, un incendio lejano en el tiempo, pero presente todavía en el recuerdo. Me pregunto hasta donde subirán las aguas del embalse con su nueva ampliación, cuantos metros de bellísimo paisaje quedaran sepultados por sus aguas.

             Me doy la vuelta. Es curioso como a veces el hombre aprovecha las opciones que nos da la naturaleza para utilizar sus recursos sin apenas afectar al medio. Me gustaría conocer quién y cuándo diseño el aprovechamiento de un pequeño resalto en el río para dirigir el agua, tallando la roca, hacia los molinos de aceite y harina que todavía existen, aunque en desuso, aguas abajo. Levanto la mirada y observo la impresionante hendidura, el desfiladero natural que se abre ante mí. El camino sinuoso que durante miles de años las aguas, provenientes de las tierras queseras de Tronchón, han ido moldeando. En su parte más ancha, el cañón puede tener dos  o tres metros, y la altura de las paredes rocosas laterales puede llegar en su parte más alta a una centena de metros. Así a vuela pluma, diría que su longitud puede ser de aproximadamente dos kilómetros, y supone el final de los llamados “estrechos del Bordón”. Es aquí, ante la vista cansada de un viejo y consistente puente, donde el rió abandona las estrecheces marcadas por los acantilados que lo acompañan desde la localidad de Bordón para, pocos metros antes de fundirse con el Guadalope, salir a la libertad de un valle ancho y productivo.

              Dejo aquel lugar con la certeza de que, cuando el tiempo impregne nuestra piel del calor seco del verano, volveré para bañarme en aquel pequeño pozo. Hecho un último vistazo al lugar y me recreo en sus leyendas. Imagino al joven iniciado de la poderosa Orden en su peregrinar cansado desde Castellote hacia la Iglesia de la Carrasca de Bordón, lugar donde, según cuentan los amantes del misterio, los nuevos candidatos pasaban su última noche antes de recibir al sol como auténticos Caballeros del Temple. Lo imagino sediento, aprovechando las claras y cristalinas aguas del río para saciar su sed. Lo imagino orgulloso, pensando que ese camino era el comienzo de su nueva vida.

      Fascinado de nuevo por la historia y los misterios de aquella Orden caída en desgracia reanudo mi camino. Sin duda la maravillosa tierra del Maestrazgo será la protagonista de muchas de mis exploraciones, y estoy convencido que no será la última vez que deba hablar de aquellos extraordinarios caballeros.


     

      

    
      

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