En esta ocasión nuestra excursión
será más lejana. Pese a que son muchos los tesoros que todavía quedan a nuestro
alrededor, he creído oportuno visitar en este número un lugar especial. Su
pasado templario, y sabemos que aquellos sabios guerreros no construían al
azar, ya es muestra inequívoca de su importancia. En sus estancias vivió
también el Santo milagrero San Salvador. Grandes peregrinaciones de todo el
mundo llegaron aquellos años a este convento para ver al fraile obrar sus
milagros. Y también fue inspiración para Pablo Picasso, que plasmó en algunos
de sus cuadros el escarpado relieve del lugar donde se encuentra ubicada esta
espectacular edificación.
Nos desplazamos a la vecina provincia
de Tarragona, en pleno corazón de los puertos de Beceite. A una de esas villas
que todavía hoy mantienen buena parte de su estructura medieval. Su ubicación,
arquitectura e historia son, sin lugar a dudas, su mejor aval. El convento de
San Salvador, en Horta de Sant Joan, es uno de los pocos lugares donde todavía
es posible contemplar los sarcófagos de aquellos misteriosos caballeros de una
poderosa orden que fue prohibida y perseguida por la iglesia en los primeros
años del siglo XIV. Todavía hoy podemos contemplar los elaborados ataúdes de
piedra en los que descansaron los cuerpos inertes de aquellos grandes
guerreros. Es una joya arquitectónica que, pese a los azotes de las guerras y
el expolio, todavía conserva tesoros mudos de incalculable valor.
Iniciamos nuestro camino en dirección
a Alcañiz, siguiendo la carretera nacional 211. Una vez en la capital del Bajo
Aragón tomamos la variante en dirección a Vinaroz. Es espectacular el oleo que
se distingue desde esta nueva vía: el Castillo de Alcañiz es uno de los más
bonitos de todo el país. Por desgracia, en muchas ocasiones, cuanto más
contemplamos una cosa menos la vemos.
Continuamos por la 232 hasta que
pasada “Las Ventas de Valdealgorfa” aparece a nuestra derecha la salida que nos
llevará a otra capital de comarca, en este caso Valderrobres del Matarraña.
Empiezan a aparecer las muchas hectáreas de bosque mediterráneo que pueblan “la
Toscana española”, como llaman a esta zona. Sin lugar a dudas, cada rincón de
esta tierra podría ser un “Explorador de proximidad”, cada metro cuadrado del
Matarraña destila belleza e historia a partes iguales.
Aprovechamos el viaje para visitar
las villas que salen a nuestro paso. Es incalculable la inmensa riqueza
patrimonial que esconden las calles de La Fresneda y Valderrobres. Sus calles,
sus edificios civiles y religiosos, su estructura, sus secretos, o sus
leyendas. Sin lugar a dudas, no a mucho tardar, serán las protagonistas de
nuestra sección.
Abandonamos Valderrobres siguiendo la
A-231 en dirección a Arnes, paralelo a la espectacular sierra de Beceite. En la
provincia de Tarragona, la carretera A-231 se convierte en T-330, pero no
tenemos perdida. Continuando por ella veremos a nuestra izquierda, sobre la
colina, la silueta de Horta de Sant Joan. Recomiendo su visita.
Poco antes de llegar a la villa de la
Tierra Alta, abandonamos a nuestra izquierda la carretera T-330 y enfilamos por
la T-334 en dirección a la población. Tomamos la primera calle del pueblo a
nuestra derecha y, a unos pocos metros, giramos de nuevo a nuestra derecha por
una pista asfaltada que nos conduce directamente al viejo Santuario.
Aparcamos y descendemos. Observo con
detenimiento antes de visitar el edificio. Es un lugar excepcional. Su
escalera, el espectacular atrio que se abre sobre su último escalón, el
esqueleto de unos perfectos arcos de medio punto, la pequeña espadaña que
corona la techumbre del atrio. Pero no solo la fábrica es maravillosa, la
impresionante mole rocosa de Santa Barbará es el “attrezzo” perfecto para esta
magnífica obra arquitectónica.
Comenzamos a subir las escaleras de
acceso. 36 escalones. Tras el escalón numero 36 accedes al atrio, un lugar de
incuestionable relevancia dentro del convento. No solo por la espectacular
portada de la iglesia, compuesta por doce arquivoltas ojivales, también porque
es allí donde los sarcófagos templarios sobreviven todavía hoy al paso del
tiempo.
A ambos lados del atrio, bajo unas
arcadas de bellísimas proporciones, se encuentran los sarcófagos templarios.
Dos a nuestra izquierda y uno a nuestra derecha. Están repletos de símbolos
tallados. Son una golosina a ojos de los amantes de las marcas y los códigos
ocultos (cruces célticas, enigmáticos símbolos cabalísticos, rosetas
espanta-brujas, etc.). Me llama la atención lo extraordinariamente grandes que
son dos de aquellos ataúdes de piedra para el tamaño que aquellos caballeros
del siglo XIII debieron de tener. Según nos cuenta Jesús Ávila Granados en su
libro sobre mitología templaría, los tres
sarcófagos, conocidos popularmente como los 'gentiles' (o gigantes),
pertenecían a Frey Bertrán Aymerich, primer comendador de Horta de Sant Joan, y
a los caballeros Rotlà y Farragó. A estas tumbas acudían las madres de la
comarca para colocar una vela sobre los sarcófagos, al tiempo que rozaban la
tumba con alguna prenda infantil, pidiéndole a la Virgen de los Ángeles,
patrona del convento, que sus hijos nacieran tan grandes, fuertes y sanos como
los allí enterrados, además de con la sabiduría del comendador.
Pero hay otro sarcófago medio
escondido que aún me sorprendió más. Incrustado en la pared, a la derecha del
pórtico de la iglesia y semitapado por el muro del actual acceso al convento,
hay otra tumba pétrea que pudo pertenecer a Bernat D’Alguaire.
Contemplar las grandes construcciones
de la antigüedad supone, en muchas ocasiones, una mezcla de estados de ánimo en
cada uno de nosotros. Pasamos de la curiosidad, a la sorpresa. De la sorpresa,
a la fascinación. De la fascinación a la admiración.
Cuantas veces nos han sorprendido
observando boquiabiertos esos mágicos edificios construidos en lugares
imposibles, con materiales extraordinariamente difíciles de manejar, con
estructuras asombrosas que todavía hoy se mantienen en pie, con tallas de un
realismo y una belleza dignas de cualquier automatismo actual. Con una
sorprendente maestría en su diseño que sólo las guerras y el descuido de sus
moradores han hecho que desfallezcan… Castillos, catedrales, palacios,
conventos, monasterios, puentes… grandes y elaborados tesoros arquitectónicos
que no dejan indiferente a nadie.
Pero, ¿alguna vez nos preguntamos
quien fue el responsable de esa construcción? ¿Hemos querido poner nombre y
apellidos al maestro de obras que hizo posible que podamos disfrutar todavía
hoy aquella maravilla arquitectónica, pese a nuestros continuos desvaríos
guerreros? Bernat D’Alguaire era uno de esos hombres. Natural de Horta de Sant
Juan, fue el primer maestre de obras de la Catedral de Tortosa en 1346.
Accedemos al
Convento por la puerta, de aspecto más moderno, que hay a la derecha del atrio.
Allí una amable guía nos entrega unos folletos y nos cuenta el esfuerzo que se
están haciendo para recuperar el esplendor de esta maravillosa edificación,
pues tras las guerras y la desamortización quedó en un estado deplorable. Incluso
hay una pequeña hucha por si quieres colaborar en recuperar este extraordinario
patrimonio.
Desde las
primeras estancias, hoy rehabilitadas, se accede al claustro de estilo
renacentista, mucho más moderno que el atrio y de pequeñas dimensiones. Son
perfectamente visibles las continuas modificaciones, renovaciones y añadidos
que se produjeron en este convento en sus diferentes etapas constructivas,
aunque ninguna desentona sobremanera en el conjunto. Pese al gran deterioro de
muchas de las estancias, el lugar es bonito y acogedor. Un pequeño convento con
una gran historia.
Me acerco al
pozo y escucho en silencio. El rumor de las voces apagadas de un par de
turistas dentro de la iglesia, el canturreo de los pájaros en los bosques
cercanos… Nada que ver con el enorme bullicio que se debió vivir en este
pequeño santuario en la época en que San Salvador de Horta “milagreaba” entre
estos muros y miles de fieles peregrinaban hasta sus puertas.
La iglesia,
de origen templario, es sobria, sin alardes decorativos ni grandes frescos. La
decoración es austera. Son las estructuras de piedra sillar las que le
confieren su encanto y el color de la caliza es toda la decoración pictórica de
sus paredes. Grandes arcos a lo largo de toda la nave sostienen la estructura y
hacen descansar a la techumbre. El altar mayor en forma semicircular está presidido
por un bello arco de medio punto. Todavía en el interior, podemos distinguir
las marcas de cantero en muchas de las piedras sillares que componen el templo,
aunque muy desgastadas por el contacto y las diferentes remodelaciones.
Por
curiosidad, seguros de que aquel templo todavía nos depara alguna sorpresa, rodeamos
el edificio a la salida. La trasera del altar mayor de la iglesia es un
autentico mural de marcas de cantería, una enorme sopa de letras de símbolos de
todo tipo. Conozco varios amigos exploradores que pasarían horas investigando
estas variadas muescas de aquellos maestros canteros.
Volvemos al
coche con la sensación de estar en un lugar de confluencia de energías. Un
lugar donde la naturaleza, la arquitectura, la historia, las leyendas…
entrelazan un bello manto de sensaciones que impregna el lugar de un ambiente
especial. Una vez más pienso que ojala las piedras tuviesen memoria, que ojala
pudiesen transmitirnos todas las historias que se han vivido junto a ellas.
Echo un
último vistazo. El Temple, ¿grandes sabios adelantados a su tiempo? ¿O
poseedores de los grandes conocimientos de una antigua civilización?
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